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Authors: Eduardo Goligorsky

Tags: #Ciencia Ficción, Cuentos

A la sombra de los bárbaros (6 page)

BOOK: A la sombra de los bárbaros
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Yo soy el único ejemplar de la tribu que aún conserva costumbres antiguas, como la de escribir o leer viejos anales. Pero esto es algo que también se extinguirá. La proliferación cada vez mayor de animales feroces nos obliga a permanecer mucho tiempo en las copas de los árboles. Y allí arriba es difícil distraerse con estas pequeñeces. Hay que desarrollar nuevas aptitudes y formas de subsistencia. Por ejemplo, seria útil disponer de un apéndice caudal para ayudarse en los saltos de una rama a otra. Este apéndice ya empieza a insinuarse en algunos de nuestros vástagos. La naturaleza es sabia y ayuda al progreso de la especie.

SEGUNDA PARTE

Algunas otras barbaries

Aclimatación

—Hoy la Patria se viste de gala para recibir a uno de sus hijos más preclaros, que cubrió su nombre de gloria en intrépidas acciones, proyectadas hasta los últimos confines de la nueva dimensión universal. El comodoro Mauricio Harrington Bustamante regresa al país con el inmenso honor de haber sido el primer y único argentino seleccionado para integrar la dotación de la flota interplanetaria mundial. Y el comodoro Mauricio Harrington Bustamante supo cumplir su deber con la hidalguía inherente a su ilustre prosapia. Entroncado con un linaje que dio a la Patria heroicos servidores en el campo de batalla, el comodoro Mauricio Harrington Bustamante acometió la conquista de los arcanos del cielo con el mismo valor, con la misma marcial disciplina, con que su legendario antepasado, el capitán Guillermo Harrington, centauro de la Independencia, encabezó la carga de la caballería argentina en la batalla de Pichincha… con el mismo coraje pionero con que su no menos insigne antecesor, el coronel Luciano Bustamante, se batió contra los malones en la frontera de Olavarría…

A sus pies, entre las rocas poliédricas de color granate se deslizaba el río. Las arenas amarillas del fondo y el lento fluir de la corriente le daban un aspecto de aguamiel hasta tal punto que sintió la tentación de probar el sabor y la consistencia del presunto néctar. Las sombras del bosque vecino se estiraban rápidamente hacia él, a medida que la portentosa bola de fuego verde descendía detrás de la cordillera de ónix, arrancando destellos fulgurantes de los lejanos picos semitraslúcidos. Dos nubes blancas se arremolinaron súbitamente donde un momento antes sólo había estado la ininterrumpida bóveda roja del cielo y se repitió el fenómeno que lo había maravillado en el crepúsculo anterior. La fina lluvia de partículas eléctricas trazó una oblicua franja luminosa entre las nubes y el bosque, haciendo chasquear las negras hojas coriáceas de los árboles gigantescos. A esa extraña melodía se sumó entonces el batir de centenares de alas cuando una bandada de davraks despertados por el chisporroteo levantó vuelo agitando sus largas y finas membranas iridiscentes.

Desde que he llegado el calor es inaguantable. El acondicionador de aire ronronea, bufa, ruge, pero es inútil. Me asfixio. Por el ventanal del octogésimo piso veo las luces de Buenos Aires. Nunca había imaginado que la ciudad pudiera ser tan monótona y fea dentro de su molde colosal. Es increíble que haya gente convencida de que aquí se concentran todas las maravillas del orbe. Pigmeos que corren con la estúpida sensación de estar haciendo historia.

—Valor y ánimo pionero son en realidad virtudes indisolublemente ligadas al nombre de los Harrington y los Bustamante, virtudes éstas que apenas concluidas las epopeyas y la emancipación y la lucha contra la indiada habrían de volcarse en la industriosa elaboración de nuestra riqueza agropecuaria. Testimonio de ello son las cabañas modelo que con el emblema patricio de los Harrington Bustamante jalonan como focos de prosperidad y desarrollo todo el sur de la Republica. Lógico es, pues, que terminada la conquista del ámbito aledaño, el comodoro Mauricio Harrington Bustamante haya querido extender al firmamento infinito el ímpetu colonizador de sus mayores. Sus épicas hazañas tuvieron por escenario las vírgenes vastedades del cosmos.

El panorama se oscureció por un momento cuando el sol verde terminó de ocultarse detrás de la cordillera y sus rayos ya no pudieron atravesar el núcleo opaco del cordón montañoso. Pero casi en seguida se elevaron sobre el punto opuesto del horizonte las cinco lunas, increíblemente alineadas de mayor a menor en el sentido de la vertical, y entonces su pálido brillo verdoso, reflejo del que proyectaba el sol, dotó al paisaje de un fantasmagórico hechizo. La precipitación eléctrica concluyó y los davraks volvieron a posarse sobre los árboles, arrancando un nuevo murmullo a su follaje. Desde las profundidades del bosque se elevó el trino modulado de las criaturas nocturnas.

—Este es el Glvx dijo el guardián, apuntando hacia el río con su largo y fino apéndice pectoral—. Nace más allá de la Cordillera del Poniente, en las praderas del fruto dulce. Sus aguas se vuelcan en el mar de Shaman sobre cuya costa se levanta nuestra ciudad.

La ciudad de Shaman. Desde la colina alcanzaba a divisar bajo el frío destello de las cinco lunas los edificios chatos construidos con el ónix de las montañas, con sus raras terrazas polimórficas unidas entre si por finas pasarelas vítreas en un laberinto de enlaces inextricables. En los cuatro ángulos externos de la metrópoli, otras tantas pirámides de obsidiana marcaban la entrada a las bocas subterráneas, vedadas al extranjero. Y por fin la lámina quieta, azogada, del mar, se extendía hasta donde alcanzaba la vista.

Estoy aburrido. Hoy me llamó Mónica. Vendrá a buscarme esta noche y saldremos juntos a cenar y a bailar. Cuando esté borracha, aceptará volver aquí, conmigo. A la cama del triunfador. Luego, la farsa rutinaria, los pudores tardíos que ella identifica con la imagen folletinesca de su abolengo. Si no es Mónica, será Patricia, Claudia o Sandra. Ni siquiera las recuerdo a todas. Sus facciones, sus pechos, sus vientres, sus muslos, se mezclan en mi memoria. Creo que Mónica es rubia. De ojos verdes. Eso creo. Pero es como todas. Otra puta que pretende incorporarme a su lista de celebridades. Más tarde repetirá ante sus amigas envidiosas el relevamiento topográfico de las cicatrices que surcan mi pellejo. Así demostrará que ella también se ha ganado un lugar en mi gran aventura. Putas. De gran categoría, pero putas.

—Ya fuera en misiones solitarias, o en expediciones colectivas patrocinadas por organismos internacionales, siempre descolló por su audacia y su espíritu de iniciativa. A lo largo de una proficua carrera, acumuló citas honoríficas, condecoraciones y ascensos jerárquicos que han enriquecido el ya de por si valioso acervo de las alas nacionales. Hoy vuelve al terruño, cargado de laureles, para acogerse a los beneficios de un merecido retiro. Pero ello no implica una evasión de responsabilidades, pues el comodoro Mauricio Harrington Bustamante ha hecho público su propósito de reintegrarse a las tareas del campo, para afianzar el aporte de su linaje a la fuente capital del bienestar argentino.

—Esto es lo que deseamos reservar exclusivamente para nosotros, visitante, continuó el Guardián, haciendo ondular armoniosamente su penacho visual—. Nuestros sabios nos han dicho que en el resto del universo habitan razas primitivas, que se complacen en destruir, en matar y en apoderarse de lo ajeno. Por precaución, hemos decidido cerrar nuestro mundo a todo intruso. Usted es el primer visitante que llega a.C. Nuestras normas nos prohíben detenerlo o destruirlo. Sólo nos queda el recurso de implorarle que no revele nuestra existencia, para que los suyos no le sigan mañana los pasos. Deseamos conservar la paz y la belleza de nuestro planeta, y si usted nos ayuda, le conferiremos nuestra más honrosa recompensa: la posibilidad de regresar a.C. cuando lo desee. La posibilidad de regresar solo, sin su nave, definitivamente.

—¿Cómo es eso?

—Las aguas del Glyx tienen propiedades de polarización molecular traslativa. Es un fenómeno que se da muy raramente en la naturaleza y que aún no hemos podido reproducir por medios artificiales. Cuando en tiempos remotos intentamos la exploración del cosmos, nuestros astronautas llevaban siempre consigo una cantimplora con agua del Glyx. Si se encontraban varados en otro planeta, o con un desperfecto en sus naves, les bastaba beber un trago para hallarse de regreso a orillas del río. Claro que si usted recurriera a ese método, llegaría a.C. sin medios para volver a su planeta.

Podría irme a la estancia y olvidarme de toda esta mugre. Sí, sería cuestión de reintegrarme a las tareas del campo para afianzar el aporte de mi linaje a la fuente capital del bienestar argentino. Qué frase morrocotuda. Lástima que en la estancia también me moría de aburrimiento y terminaría extrañando a Mónica. Además, está el negocio que me ofreció Coco Landívar. Sería un verdadero manager de la industria aeronáutica, con mis apellidos, mis laureles y todo. ¿Quién se atrevería a retacear los permisos de importación a una empresa presidida por un héroe nacional? ¿Quién negaría rutas aéreas exclusivas a quien saltó más allá de las estrellas?

Creemos que la actitud de nuestro homenajeado encierra un mérito que a.C. corresponde destacar. En estos momentos, muchos compatriotas nuestros emigran para trabajar en laboratorios extranjeros o en remotas estaciones espaciales, dando la espalda al país que los nutrió y les proporcionó educación. El afán mercenario o aventurero los impulsa hacia los centros de una falaz civilización materialista, y los incita a menospreciar las incontables posibilidades que encierran nuestras feraces llanuras y nuestra orgullosa sociedad apegada a sólidos valores tradicionales. Es por ello que hoy, en el acto solemne que nos congrega para recibir a Mauricio Harrington Bustamante, tomamos a este héroe como el paradigma de nuestras máximas virtudes espirituales, e invitamos a las nuevas generaciones a emular sus ejemplos de abnegación, desinterés y fervor cívico. He dicho.

El viajero permaneció un momento en silencio mientras paseaba la mirada sobre el paisaje pincelado por la magia luminosa de las cinco lunas. Desde el bosque cercano llegó el aroma embriagador de misteriosas resinas. El trino de las criaturas nocturnas subió de tono con intensidad palpitante. Una lluvia eléctrica cayó de pronto sobre el mar de Shaman desde un nuevo torbellino de nubes.

—Acepto —dijo el visitante—. No revelare a nadie que he encontrado este planeta y le tendió su cantimplora al Guardián para que éste la llenara con las aguas de Glyx.

Coco Landívar siempre fue una luz para los negocios Él sí que no dio la espalda al país que lo nutrió y le proporcionó educación. ¡Coco Landívar con afanes mercenarios, aventureros! A quién se le podría ocurrir semejante idea. Y yo a remolque de Coco Landívar. Con Mónica, los huevos de mis toros y los permisos de importación. Chau, capitán Guillermo Harrington, centauro de la Independencia. Chau, Coronel Luciano Bustamante, azote de las tolderías. ¡Que poca cosa es Buenos Aires vista desde aquí arriba! Y que grande el cielo… ¡qué grande el cielo!

De los diarios locales ALARMA POR LA DESAPARICION DE UNA FIGURA NACIONAL.

…Anoche, a las 21,30 horas, concurrió al departamento del comodoro Mauricio Harrington Bustamante una dama de su amistad, cuyo nombre se reserva. Como se recordará hace un mes el famoso astronauta fue recibido con grandes honores en nuestra ciudad, cuando se acogió al retiro para reintegrarse a las actividades agropecuarias. Según las versiones recogidas, cuando la dama en cuestión, que tenía una cita con el comodoro Harrington Bustamente no obtuvo respuesta a sus insistentes llamadas, fue víctima, de una crisis de nervios. La comisión policial que acudió pocos minutos después, respondiendo a una denuncia telefónica de los vecinos, comprobó que el departamento se hallaba herméticamente cerrado desde adentro. Después de nuevas llamadas infructuosas, el oficial que encabezaba el grupo procedió a forzar la puerta. En los aposentos del comodoro Harrington Bustamante reinaba absoluto orden, y sobre el piso de su estudio estaba caída una colilla encendida aún a medio consumir. Esto parecería demostrar que cuando la dama invitada llegó al departamento, su ocupante todavía se hallaba en el interior del mismo. Y puesto que la única puerta de salida estuvo bajo vigilancia hasta el arribo de la policía, la desaparición del astronauta resulta tanto más inexplicable. El segundo detalle insólito consistía en la cantimplora que estaba caída sobre el piso del estudio y en cuyo interior sólo quedaban unas pocas gotas de agua…

Los verdes

Anoche, las últimas bandas de verdes ya estaban acorraladas en los bosques. Faltaba dar la orden de ataque y la aniquilación sería total. Los verdes no tenían ni medios ni capacidad para defenderse. En realidad, ésta era una de las características que los habían convertido desde el primer momento en un serio problema: su ineptitud para adaptarse a una sociedad como la nuestra, vigorosa y competitiva.

Hacía ocho meses que nos habían invadido. Si es que se puede designar con el nombre de invasión a un simple paseo. Jamás habíamos previsto algo semejante. Las series de televisión y las películas fantásticas nos habían hecho forjar ideas falsas. En nuestras mentes, el arribo de los habitantes de otros planetas, los tripulantes de los platos voladores, como los llamábamos entonces, estaba asociado con rayos mortales y armas atómicas, con escenas de terror y con el caos universal. Exceptuando el caos, que por cierto tuvo causas muy distintas de las imaginadas, todo lo demás resultó ridículamente equivocado. Incluso el aspecto de los invasores difirió mucho del que habían popularizado los autores de historias de ciencia ficción.

Llegaron en cientos de naves espaciales alargadas como cigarros que se posaron en todos los puntos fértiles del planeta. Y cuando asomaron por las escotillas, la sensación general fue de estupor.

Si en su figura o su comportamiento hubiera habido algún detalle desagradable o alarmante, quizá la gente habría reaccionado de otro modo y nos habríamos ahorrado muchos disgustos. Pero les bastó saltar ágilmente a tierra y correr como enloquecidos por el césped, haciendo piruetas de monos, abrazándose a los árboles o trepando por ellos, zambulléndose en el follaje, revolcándose sobre el pasto y acariciando las flores, para conquistar la estima de todos.

Sólo los verdes que descendieron en algunos territorios todavía salvajes de África fueron rápidamente despanzurrados por los nativos, quienes así prestaron sin sospecharlo un valioso servicio a la civilización. Pero el número de invasores masacrados fue muy inferior al de los que se convirtieron en ídolos de un público cándido.

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