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Authors: Kevin Hearne

Tags: #Infantil y juvenil, #Fantástico

Acosado (24 page)

BOOK: Acosado
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—Nos vemos pronto en el hospital —me dijo Hal despidiéndose con un gesto—. Snorri te cuidará bien, ya sabe que vas de camino. Y no te preocupes por éstos —añadió, refiriéndose a los paramédicos—. Leif les hará una visita esta noche y no se acordarán de nada.

Como por fin me habían puesto la máscara de oxígeno, no podía responder, así que me limité a asentir con la cabeza sin muchas fuerzas.

Date prisa, Atticus. Voy a aburrirme. Los hombres lobo no saben hablarme. Y esta cosa del camuflaje todavía me pica.

Seguro que nos vemos mañana a la hora de comer, contesté a mi perro.

¿Habrá salchichas?

Sólo si Hal me dice que te has portado bien.

Voy a hacer que cumples tu palabra, respondió Oberón, con su voz cada vez más débil porque la ambulancia iba alejándose.

Vale, entonces sé bueno, le envié, con la esperanza de que lo oyera.

Subimos pitando por la avenida Mill, y seguro que todos los porreros que andaban perdiendo el tiempo en la esquina del Trippie Hippie tuvieron un ataque de paranoia. Las sirenas son como un grano en el culo, tío.

Los viajes en la parte trasera de una ambulancia resultan aburridos y estresantes al mismo tiempo. Tenía que conseguir librarme de ambas cosas. El paramédico no estaba de humor para hablarme más, así que se me ocurrió molestarlo un poco, ya que luego Leif haría que no se acordara de nada. ¿Que si he superado lo de los truquitos tontos? No. Así me mantengo joven.

Aprovechando el poco de fuerza que había acumulado en el amuleto del oso, até unos cuantos hilos del elástico del calzoncillo del paramédico al vello fino que le crecía en la espalda, unos centímetros más arriba. Y, hala, por la rajita. Es una broma que no ha perdido su gracia durante dos mil años, pero es todavía más divertido cuando la víctima está sentada muy ceremoniosamente, intentando comportarse como si supiera mucho más que tú.

No tendría que haberlo hecho, porque la reacción —un gritito muy femenino seguido por un «Pero ¿qué mierda?» y un intento brusco por levantarse, con el consiguiente coscorrón contra el techo de la ambulancia— me provocó una carcajada tan profunda que escupí más sangre y se me agudizó el dolor. Me lo tenía merecido, supongo. Ensucié toda la mascarilla, así que le solté los hilitos para que pudiera tranquilizarse y ayudarme.

No me había visto reír, así que el pobre creyó que su numerito había sido el causante de mi empeoramiento. Por eso, en cuanto consiguió que los calzoncillos le dieran un respiro, me cuidó más solícito que nunca. El mejor viaje en ambulancia que haya tenido nunca.

Cuando llegamos al hospital y su compañero se acercó para ayudarlo a descargarme, se dio cuenta de que el señor Calzones estaba rojo.

—¿Qué ha pasado?

—Empeoró durante el camino, pero por el momento está estable —respondió Calzones, mientras dejaban en el suelo la camilla con ruedas y me empujaban hacia la puerta automática de urgencias.

—Pero parece que te haya pasado algo a ti —insistió su compañero—. ¿Estás bien, colega?

—No me pasa nada —respondió de mal humor Calzones—. Es que… ¡mierda!

Bueno, es que no pude resistirme al ver el descaro con el que mentía, ¿no? Además, siempre dicen eso de que la risa es la mejor medicina. De lo que estoy seguro es de que los que lo dicen nunca han tenido líquido en el pulmón.

El doctor Snorri Jodursson me echó el primer vistazo cuando yo estaba en pleno ataque de tos. Aparentaba cuarenta y pico, pero sin duda tenía muchos más, como todos los miembros de la manada de Tempe. Llevaba el uniforme azul, que realzaba el intenso azul de sus ojos y las cejas rubias que se fruncían sobre ellos. La nariz recta y la mandíbula bien marcada le daban un aire a un dios del trueno; pero, teniendo en cuenta la antipatía que su manada sentía por Tor, no era un buen cumplido para hacerle en voz alta. Llevaba el pelo muy corto por los lados, pero más abultado y con volumen por la parte de arriba, como esos chicos inaguantables que forman parte de las hermandades en las universidades estadounidenses. Sería mejor que tampoco le comentase eso.

—Atticus, te he visto en mejores momentos —me dijo, caminando junto a la camilla que dos enfermeras empujaban hacia el preoperatorio—. Cuando te sientas con fuerzas, cuéntame lo que puedas.

—¿Puedo hablar con total libertad? —pregunté, mirando hacia las enfermeras que me llevaban.

—Sí, sí, están en mi equipo —me tranquilizó Jodursson—. Puedes contar con su discreción, siempre que se la pagues.

—Está bien. Necesito que me saques la sangre del pulmón izquierdo, y utiliza anestesia local. No puedo permitirme anestesia general.

—Si sólo necesitas eso, ni siquiera tenemos que abrirte. Te metemos un tubo por la garganta, cogemos el líquido y después lo sacamos con unos imanes. Es el tratamiento común para los pacientes de neumonía. Necesitarás anestesia local porque duele bastante, pero estarás consciente en todo momento. ¿Está bien?

—Perfecto. Trata todo el asunto como si fuera un paciente externo, porque necesito que me dejes salir en cuanto terminemos. Y tienes que facturar todo a Magnusson y Hauk, no tengo seguro. Incluye en el historial todas las pruebas y los exámenes que harías a un humano normal. Ya sabes el procedimiento, seguro. Asegúrate de que mencionas el orificio de bala y el buen trabajo que hiciste al cerrarlo, porque los policías le echarán un vistazo. No hay forma de evitarlo.

—¿Tengo que sacar una bala?

—No, me atravesó. Estará clavada en algún sitio, en mi tienda.

—¿Estás seguro de que te pasó limpiamente entre las costillas? ¿No tengo que preocuparme de que haya quedado alguna esquirla de hueso flotando por ahí?

—Todo lo seguro que puedo estar. Sólo estoy medio ahogado.

Entramos en un ascensor y nos quedamos en silencio hasta que se cerró la puerta.

—¿Te importa si te hago una radiografía para asegurarnos? De todos modos, la policía querrá ver una. Es algo así como el procedimiento estándar.

—Bueno, ya he cerrado los orificios del pulmón y de entrada y salida de la bala, así que va a tener un aspecto un poco raro.

Jodursson frunció el entrecejo por primera vez. Hasta entonces, había seguido la conversación con una media sonrisa.

—Has sido más eficiente de lo que debieras.

—Vas a cobrarme miles de dólares por unos vendajes en el pecho que no voy a utilizar, así que supongo que estamos en paz. Tú y tu equipo tendréis que resultar convincentes cuando mintáis en el estrado.

Sonó la campanita del ascensor al mismo tiempo que se abrieron las puertas, y las enfermeras me llevaron a una sala muy concurrida, rodeada de salas de operaciones.

—¿Así que vas a demandar a los policías? —quiso saber Jodursson.

—Claro, ¿por qué no? Alguien tiene que pagar todo esto y preferiría no ser yo.

—¿Y el caso es seguro?

—Tan seguro como Hal pueda hacerlo. Cinco polis vieron al otro dispararme cuando yo estaba inmóvil, con las manos en alto y sin ofrecer resistencia. También está grabado por una cámara de seguridad. Escribes una buena historia sobre esta maravillosa pericia médica, y el caso está garantizado.

—Excelente. Lo tendré en cuenta para hinchar la factura.

—Gente como tú es la razón por la que necesitamos una reforma sanitaria, ¿lo sabías?

Jodursson volvió a sonreír.

—Está también el asunto del soborno de mi equipo.

—Claro, no hay problema. Todo este caso va a recibir mucha atención, porque los periodistas no dejarán pasar una oportunidad así. Dile a Hal cuánto es y me aseguraré de que te llegue el dinero.

—¿Tenemos que ir rápido?

—Lo más rápido posible. La policía y los periodistas llegarán de un momento a otro, y quiero desaparecer antes de que estén aquí.

Así que el doctor Snorri Jodursson me sacó del hospital esa misma noche, empujando una silla de ruedas por una puerta lateral, de forma que esquivábamos a todos los que me esperaban en la sala de recuperaciones. Sin embargo, no pudimos librarnos del tipo que esperaba junto a la puerta y que resultó ser el agente Carlos Jiménez. Sin duda tenía un sexto sentido muy molesto.

—Tiene bastante buen aspecto para haber recibido un tiro hace un rato —me dijo.

—Agente —dije, saludándolo con un gesto de cabeza—. ¿Puedo ayudarlo en algo?

—Necesito una declaración.

—Me dispararon en Tempe. Usted es de Phoenix. Ahí tiene una declaración. De hecho, son dos.

—Ya lo sé, señor O’Sullivan, lo único que necesito es que me dé su versión de los hechos para ponerla en mi informe. Siempre lo miran con lupa cuando disparan a un policía, y si son otros policías los que han disparado se convierte en una auténtica locura. Así que hágame el favor.

—Está bien. El agente Fagles me disparó sin ningún motivo, mientras tenía las manos en alto. Yo no estaba haciendo ningún movimiento amenazador y tampoco lo amenazaba de palabra. La valiente y decidida intervención del agente Carlos Jiménez evitó que sufriera heridas más graves y es probable que incluso me salvara la vida. Voy a demandar a Tempe por una millonada. ¿Está bien así?

—Fantástico. Gracias. ¿Dónde va con tanta prisa?

—A lo mejor voy a un club nocturno. Vaya donde vaya, no es de su incumbencia. Vámonos ya, doctor.

Snorri empezó a empujar la silla de ruedas, y entonces Jiménez vio lo que colgaba del respaldo.

—Oiga, ¿eso es una vaina? ¿Una espada, más bien?

—Buf, un déjà vu —dije, haciendo un gesto a Snorri para que no se detuviera—. Esa pregunta tiene un extraño parecido con la línea que seguía el interrogatorio del agente Fagles hoy mismo, cuando se suponía que estaba buscando el perro que no tengo.

—Si ésa es la espada de la que hablaba el agente Fagles, eso quiere decir que ha alterado el escenario de un crimen —contestó Jiménez, un par de pasos por detrás de nosotros.

—Si fuera la misma espada, agente, y eso es mucho suponer ya que nadie vio la espada imaginaria excepto Fagles, está en mi posesión legal tanto aquí como en mi tienda. Buenas noches, señor.

—Espere un segundo —me detuvo Jiménez—. ¿Dónde puedo encontrarlo en caso de que necesite más información?

—Ya sabe dónde vivo y dónde trabajo.

—Entonces, ¿se va a casa? —Era una mosca cojonera.

—Le voy a decir qué puede hacer. Si no me encuentra en casa ni en el trabajo, puede ponerse en contacto conmigo a través de Hal Hauk, mi abogado.

Mi idea era levantarme allí de la silla y echar a caminar calle arriba, pero Jiménez me estaba obligando a cambiar de planes. El agente se dio cuenta cuando salimos del aparcamiento y llegamos a la calle, pues Snorri se detuvo.

—¿Qué, no va en coche? —preguntó Jiménez.

—Buenas noches, agente —dije con una intención clara.

Sin prestarme atención, se dirigió a Snorri.

—Entonces, ¿el señor O’Sullivan ya tiene el alta?

—Sí, yo se la he firmado.

—¿Y usted es?

—El doctor Snorri Jodursson.

—¿Qué puede decirme de su estado, doctor?

—Ahora mismo no puedo decirle nada, como ya sabe. Pero, en cuanto reciba la petición oficial de un informe médico, podrá consultar los resultados y mis notas usted mismo, sin ningún problema. Y, cuanto antes me deje, antes podré terminar con todo el papeleo.

—Sin duda, hacen buena pareja —dijo Jiménez, cruzando los brazos.

No añadió nada más, se limitó a mirarnos. Yo mantuve la vista fija en el estadio de Scottsdale, al otro lado de la calle, pero creo que Snorri le devolvió la mirada. Apuesto lo que sea a que Jiménez la había bajado primero —hombres lobo, ya sabéis—, pero Snorri no tenía paciencia para quedarse allí mirándolo sin más. Utilizó una disculpa legal para ahorrar tiempo.

—Si nos disculpa, agente, tengo que hablar en privado con mi paciente —dijo Snorri, y casi pude sentir cómo se le activaba la parte de hombre lobo que quería mandar al policía a la mierda.

Jiménez tardó dos segundos más en bajar los ojos.

—Por supuesto, doctor. Le deseo buenas noches. También a usted, señor O’Sullivan. Estaremos en contacto —se despidió el agente.

No dijimos nada hasta que hubo recorrido unos veinticinco metros calle abajo. Entonces se detuvo y sacó un paquete de cigarrillos de la chaqueta. Empezó a darle golpes en la palma de la mano y volvió la vista mientras se ponía un cigarro entre los labios. Lo encendió, con la clara intención de quedarse merodeando para ver quién venía a recogerme. Qué pesado.

—Snorri, empieza a llevarme hacia el norte, en dirección al parque del Civic Center —susurré, con la esperanza de que me oyera, y no me defraudó—. Voy a lanzar un hechizo de camuflaje para mí mismo y para la espada aprovechando que ahora te interpones entre nosotros y no me ve. Después me levantaré y caminaré a tu lado, mientras sigues empujando la silla. No creo que se dé cuenta del movimiento extraño, porque ya está oscuro. Cuando lleguemos a la esquina con la calle segunda, giramos y lo habremos perdido de vista. Después puedes decirle que me fui en un coche que me estaba esperando allí.

—Perfecto —murmuró Snorri—. Nos está siguiendo. Y acaba de sacar el móvil.

—¿Puedes oír con quién habla?

—Espera un momento. —Durante unos minutos, lo único que se oía era el sonido de las ruedas de la silla sobre la acera. Al fin, Snorri dijo—: Está pidiendo a la policía de Scottsdale que mande un coche para seguirte.

—¡Ja! Como si fueran a llegar a tiempo.

Me envolví en el hechizo de camuflaje, junto con Fragarach, y sentí que mis reservas de energía volvían a bajar a niveles propios del Valle de la Muerte: ése era el precio que tenía que pagar por entretenerme con jueguecitos en la ambulancia. Me puse de pie en los reposapiés y pegué un salto hacia delante, para que Snorri pudiera seguir empujando la silla como si todavía me llevara en ella. Intenté tomar una buena bocanada de aire por primera vez desde el tiroteo y descubrí que había sido una idea pésima.

—No intentes respirar profundamente hasta que no te hayas curado del todo —me advirtió Snorri cuando empecé a jadear y me llevé las manos a la garganta—. La anestesia estará empezando a desaparecer y tendrás la garganta en carne viva y muy seca.

—Gracias por avisarme a tiempo —susurré, y parecía que las palabras tenían que atravesar una tráquea hecha de lava en ebullición.

—Ya sabes por qué me pagan esas millonadas —respondió con voz alegre.

—Hablando de eso —proseguí resollando—, quizá te interesaría que Hal echara un vistazo a tu informe antes de que se lo pases a la policía, para asegurarnos de que es coherente con lo que de verdad pasó.

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