Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (2 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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Los cuatro que quedaban sintieron miedo, pues, aunque llevaban armaduras plásticas, sabían que no servían de nada contra los disparos láser. Nield y Cerasi corrían a la vez que disparaban. Obi-Wan, para protegerse, saltó detrás de unas cajas. Un segundo después, Nield y Cerasi se encontraban a su lado.

—Seguramente habrán pedido ayuda a través de sus comunicadores —dijo Cerasi con preocupación mientras apuntaba hacia los guardias, que se escondían detrás de un montón de deslizadores inutilizados. Uno intentó asomarse y la muchacha le disparó cerca de la cabeza.

Obi-Wan vio a Roenni, que les hacía gestos desesperados desde uno de los cazas.

—Tenemos que cubrir a Roenni —les dijo a los otros—. Seguid disparando.

Nield y Cerasi mantuvieron las ráfagas de disparos láser. Roenni bajó al suelo por la parte inferior de una de las naves y saltó al interior de la otra.

—La última —informó Obi-Wan.

De repente, dos guardias se separaron del resto, corrieron hacia los laterales del puerto espacial y se escondieron detrás de unas columnas.

—¡Están intentando rodearnos! —alertó Obi-Wan a Cerasi y Nield. Después, corrió hacia el otro extremo de las cajas para mantenerse a cubierto.

Roenni, que no se había dado cuenta de la maniobra de los guardias, saltó del último de los cazas. En ese momento, uno de los que estaban detrás de las columnas se movió para disparar. Obi-Wan se dio cuenta de que había localizado a la chica y de que la estaba apuntando.

Obi-Wan llamó a la Fuerza con desesperación y esta vez notó cómo surgía a su alrededor. Extendió la mano, y el arma salió volando de entre los dedos del sorprendido guardia. El rifle flotó en el aire y, sin hacer daño a nadie, se incrustó en una pared.

Roenni se quedó de pie, paralizada por el miedo. Mientras Cerasi y Nield seguían disparando a los guardias, la chica corrió al lado de Obi-Wan, que, al mirarla, vio pánico en sus ojos.

—Estoy aquí —el joven la miró fijamente para intentar tranquilizarla—. No dejaré que te pase nada.

Los ojos oscuros de Roenni se mostraban más tranquilos. La confianza había vencido al miedo.

Cerasi y Nield no podían mantener a los guardias alejados durante más tiempo. Estaban en peligro. Obi-Wan señaló el barril vacío que el androide había derribado e intentó convocar a la Fuerza. Nada.

Nunca se va. Siempre ahí ella está.

Obi-Wan gruñó.
¿Tú crees eso de veras, Yoda? ¡Eso no funciona conmigo!

Los disparos láser rebotaban en el fuselaje del caza que tenían sobre sus cabezas. Obi-Wan hizo que Roenni se agachara. Corrió hacia el barril con su cuerpo doblado sobre el de la muchacha. No era la mejor protección del mundo, pero tendría que servirles.

—Tenemos que gatear —le dijo a Roenni—. Mantente siempre detrás del barril.

Roenni empezó a gatear delante de él. Mientras, Obi-Wan empujaba el barril hacia Nield y Cerasi. Los disparos se incrustaban en el metal. Obi-Wan sentía cómo temblaba Roenni. Cuando llegaron a la pila de cajas metálicas, ella, aliviada, se deslizó detrás.

Obi-Wan hizo rodar el enorme barril hacia los guardias que tenía justo enfrente. El barril chocó contra sus rodillas y les hizo caer de espaldas sobre los guardias que estaban detrás de ellos. Así, la línea de fuego se interrumpió.

Los cuatro amigos aprovecharon esa ventaja y, sin dejar de disparar, empezaron a correr. Llegaron hasta los tanques de combustible, que les daban mayor seguridad. Cerasi, la más hábil de todos, empujó a Roenni para que bajara. Después descendió ella. Lanzando un último disparo, Nield la siguió. Obi-Wan lanzó un explosivo con dispositivo temporal y se deslizó a través de la trampilla.

—¡Corred! —gritó.

Todos se dirigieron a un lugar seguro y, entonces, los tanques explotaron y gran parte del hangar quedó destruido.

—Esto les mantendrá ocupados durante un tiempo —dijo Obi-Wan al resto.

Nield contactó con Mawat a través del comunicador.

—Ya está —dijo—. Los Mayores ya no tienen cazas. Puedes decírselo a los de la Generación de Mediana Edad.

La voz de Mawat resonaba en el comunicador. Aunque el sonido de la transmisión no era muy bueno, se podían escuchar claramente sus gritos de alegría.

—¡Creo que acabamos de ganar la guerra! —gritó.

Capítulo 2

El sable láser descendió y pasó a milímetros de él. Qui-Gon, sorprendido, se alejó de un salto. No sabía de dónde había venido el golpe. No estaba prestando atención.

Se dio la vuelta, levantando su propio sable láser, y adoptó una postura defensiva. Su oponente se detuvo y, después, se retorció para atacarle desde la izquierda. Sus armas se encontraron en el aire, zumbando. De repente, el enemigo hizo un movimiento con los pies y se apartó hacia la derecha. Qui-Gon no esperaba ese gesto y su intento por evitarlo llegó demasiado tarde. El sable láser le alcanzó en la muñeca. La quemadura que le produjo no era nada comparada con el enfado que sentía consigo mismo.

—Ronda tres ésta es —dijo Yoda desde uno de los lados—. Desde las esquinas opuestas aproximarte deberías.

Qui-Gon se secó la frente con una de sus mangas. Cuando accedió a formar parte de los ejercicios de entrenamiento de los estudiantes avanzados del Templo, no pensó que le resultaría tan agotador.

Cuando Bruck Chun hizo una reverencia y se retiró a su esquina, Qui-Gon escuchó el murmullo de los estudiantes que miraban el entrenamiento. Bruck estaba luchando mejor de lo que nadie esperaba. Y así lo había hecho en las seis rondas precedentes, contra seis oponentes distintos. Ésta era su última ronda.

Qui-Gon recordaba a Bruck de su última visita al Templo. El joven de pelo blanco había luchado contra Obi-Wan en una pelea larga y agotadora. Los dos chicos eran enemigos y habían luchado con la furia que les provocaba lo que sentían el uno por el otro, y con el deseo de agradar a Qui-Gon. Las habilidades de Obi-Wan habían impresionado al Maestro Jedi, pero la ira que emanaba del muchacho no le había gustado. Tras haber visto a Obi-Wan luchar así, Qui-Gon había decidido no hacerle su padawan.

¿Por qué no habría hecho caso de su intuición?

Qui-Gon fijó su atención en el presente. Tenía que concentrarse. Las habilidades de Bruck para la lucha habían mejorado sensiblemente. En teoría, el duelo debería haber sido fácil para Qui-Gon, pero éste comprobó que lo más difícil era luchar contra su distracción. Bruck le había sorprendido más de una vez. El chico luchaba con fuerza y sin cansarse, y era rápido a la hora de aprovechar los lapsos de concentración de Qui-Gon.

Bruck daba vueltas frente a él con su sable láser en una posición defensiva. Los sables de entrenamiento tenían poca potencia. Un golpe podía dejar una señal, pero no provocar una herida. Había obstáculos esparcidos por el suelo para dificultar los movimientos de los contrincantes. Las luces estaban también atenuadas para añadir aún más dificultad al ejercicio. El que golpeara a su rival en el cuello ganaría el combate.

Qui-Gon esperó paciente el siguiente movimiento de Bruck, que empezó a deslizarse hacia la izquierda. Qui-Gon notó que el joven aprendiz agarraba con fuerza su sable láser. La impaciencia era el punto débil de Bruck, exactamente igual que el de Obi-Wan...

¿La impaciencia de Obi-Wan le estaría creando problemas de nuevo en el peligroso mundo de Melida/Daan?

Qui-Gon vio demasiado tarde el resplandor del sable láser de su adversario. Bruck había utilizado una estrategia simple, algo que nunca debería haberle confundido. Había cambiado de dirección. El golpe llegó cuando Bruck saltó en el aire y giró para caer sobre el lado contrario de Qui-Gon. No le acertó en el cuello por muy poco. Qui-Gon se dio la vuelta y sintió el golpe en su hombro. Se quedó parado, de pie, y escuchó los murmullos de los muchachos que estaban presenciando el ejercicio.

Ya era suficiente. Estaba cansado de su propia falta de atención. Tenía que concentrarse.

A pesar de sus traspiés, Qui-Gon dejó que su cuerpo se relajara y confundió a Bruck. El chico se le acercó demasiado rápido y perdió el equilibrio. Qui-Gon le esquivó y le atacó. Bruck, sorprendido, dio un paso tambaleante hacia atrás y enfiló hacia Qui-Gon con su sable en alto. Otro error. El siguiente golpe de Qui-Gon se desplomó contra el sable de su adversario, que estuvo a punto de dejar caer su arma.

Qui-Gon aprovechó la ventaja y atacó. Ahora con un sable láser que era un mero reflejo en la tenue luz. Se movió con rapidez y giró para arremeter contra Bruck, primero desde un lado y después desde otro distinto. Qui-Gon arrinconó al muchacho. Ahora, el murmullo de los espectadores eran alabanzas sobre las habilidades del Maestro Jedi. Qui-Gon no quería prestarles atención. Una batalla no acaba hasta que se da el golpe final.

Bruck intentó un último asalto, pero estaba cansado. No hubiera sido difícil para Qui-Gon hacer que el arma de Bruck se le cayera de las manos, y rozar ligeramente con la punta del sable el cuello del chaval.

—Punto final éste es —anunció Yoda.

Los dos intercambiaron reverencias y el habitual contacto visual. Al final de cada ejercicio, cada Jedi, perdiera o ganara, mostraba respeto a su adversario y gratitud por la lección. Qui-Gon había participado en muchos ejercicios. A veces, los estudiantes no podían controlar su frustración y la demostraban en la reverencia.

Pero Qui-Gon sólo encontró respeto en la mirada fija de Bruck. Había realizado progresos.

Y, sin embargo, notó otros sentimientos. Curiosidad. Deseo.

Bruck cumpliría trece años en unos pocos días y nadie le había elegido aún para que fuese su padawan. El tiempo se le acababa. Probablemente, el joven se estaba preguntando si Qui-Gon contaría con él.

Todos se lo preguntaban. Qui-Gon lo sabía. Los profesores, los estudiantes e incluso el Consejo. ¿Por qué había vuelto el Maestro Jedi al Templo? ¿Había venido en busca de otro aprendiz?

Qui-Gon volvió la cabeza ante la expectación que brillaba en los ojos de Bruck. Nunca volvería a tener un padawan.

El Maestro Jedi se metió el sable láser en el cinturón. Bruck dejó el suyo en el armario, donde los estudiantes avanzados dejaban las armas después de los entrenamientos. Qui-Gon se dirigió rápidamente hacia los vestuarios y activó la puerta que conducía a la Estancia de las Mil Fuentes.

Notó aliviado el aire frío. En los enormes jardines siempre se percibía un ambiente refrescante. La sombra de los árboles y el sonido del agua al caer calmaban las almas agitadas. Podía oír el leve sonido del agua al fluir de las pequeñas fuentes y el agradable retumbar de las cataratas que estaban distribuidas entre los caminos. Qui-Gon siempre encontraba la paz interior en los jardines. Tenía la esperanza de poder calmar allí su corazón herido.

En el Templo se respetaba mucho la intimidad. Nadie le había formulado preguntas desde que llegó. Sin embargo, sabía que la curiosidad flotaba en todos los rincones, igual que las fuentes manaban escondidas entre los jardines. Los estudiantes y los profesores querían saber la respuesta a una única pregunta: ¿Qué había pasado entre él y su padawan, Obi-Wan Kenobi?

Si alguien se lo preguntaba, ¿sería capaz de contestarle? Qui-Gon suspiró. La situación estaba llena de motivos oscuros y senderos desconocidos. ¿Habría juzgado mal a su padawan? ¿Había sido demasiado severo con Obi-Wan? ¿O quizás demasiado permisivo?

Qui-Gon desconocía la respuesta. Sólo sabía que Obi-Wan había tomado una decisión sorprendente e inesperada. Había renunciado a su formación de Jedi como si se desprendiera de una túnica vieja.

—Preocupado estás si los jardines buscas —dijo Yoda a su espalda.

Qui-Gon se dio la vuelta.

—No estoy preocupado, sólo acalorado tras la pelea.

Yoda asintió ligeramente. No solía insistir si notaba que un Jedi eludía un tema. Qui-Gon también lo sabía.

—Evitándome has estado —remarcó Yoda, que se había sentado en un banco de piedra cercano a una fuente que caía sobre pequeñas piedrecitas blancas. El ruido del agua era casi musical.

—He estado cuidando de Tahl —respondió Qui-Gon.

Tahl era la Maestra Jedi que Qui-Gon y Obi-Wan habían rescatado de Melida/Daan. Había sido cegada en un ataque y después retenida como prisionera de guerra.

Yoda volvió a asentir ligeramente.

—Mejores cuidadores que tú en el Templo tenemos —dijo—. Y necesitada de un cuidado constante ella no está. Creo que con agrado no lo recibe.

Qui-Gon no pudo reprimir una leve sonrisa. Era verdad. Tahl casi se había sentido incómoda con la atención que le prestaban. No le gustaba que estuviesen tan pendientes de ella.

—De tu corazón momento de hablar es —dijo Yoda suavemente—. Del pasado hablar.

Con un fuerte suspiro, Qui-Gon se sentó en el banco al lado de Yoda. No tenía ganas de abrir su corazón. Sin embargo, Yoda tenía derecho a saber qué había pasado.

—Se quedó allí —dijo Qui-Gon simplemente—. Me dijo que había encontrado algo en Melida/Daan que era más importante que su entrenamiento para convertirse en un Jedi. La mañana del día que debíamos marcharnos, los Mayores atacaron a los Jóvenes. Tenían cazas y armas. Los Jóvenes estaban desorganizados y necesitaban ayuda.

—Y, sin embargo, allí no permaneciste.

—Mis órdenes eran volver al Templo con Tahl.

Yoda se echó hacia atrás sorprendido.

—¿Las órdenes ésas eran? Una cuestión del Consejo era. Y tú siempre dispuesto a ignorar mi consejo estás, si para tus planes bien viene.

Qui-Gon se sorprendió. Obi-Wan le había espetado casi las mismas palabras unos días antes en Melida/Daan.

—¿Me estás diciendo que debería haberme quedado? —preguntó irritado Qui-Gon—. ¿Y qué hubiese pasado si Tahl hubiese muerto?

Yoda suspiró.

—Una decisión difícil era, Qui-Gon. Sin embargo, a tu padawan dispuesto estás a culpar. A elegir al chico obligaste: el entrenamiento para un Jedi abandona, o los chicos morirán y los amigos traicionados serán. A pesar de que lo que hay en el corazón de un chico no entendiste, yo sí lo hice.

Qui-Gon le miró sorprendido. No esperaba el reproche.

—Como estudiante impulsivo eras —continuó Yoda—. Por el corazón muchas veces estabas movido. Y muchas veces también equivocado estabas. Eso yo recuerdo.

—Yo nunca hubiese abandonado mi formación de Jedi —dijo Qui-Gon con rabia.

—Verdad eso es —contestó Yoda, asintiendo para mostrar su acuerdo—. Compromiso tenías y absoluto era. ¿Eso significa que como tú no lo cuestionaste, otros no deberían? ¿Como tú deberían siempre ellos ser?

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