Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (3 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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Qui-Gon se estiró en el banco. Las conversaciones con Yoda podían ser dolorosas. El Maestro Jedi siempre encontraba la manera de llegar hasta la herida más profunda.

—Así que debería haber permitido que tomara sus propias decisiones incorrectas —dijo Qui-Gon encogiéndose de hombros—. Dejarle que luchara en una guerra que no puede ganar. Dejar que se quedara y que viera una masacre. Tendrá suerte si escapa de allí con vida.

—Ah, ya veo —los ojos de Yoda brillaron—. ¿Guiado por tus sentimientos tu predicción haces?

Qui-Gon negó ligeramente con la cabeza.

—Vi el desastre que había allí. Los Jóvenes no pueden ganar.

—Interesante —murmuró Yoda—. Ellos ganaron, Qui-Gon.

Qui-Gon se volvió hacia él, mirándole asombrado.

—Noticias hemos recibido —dijo Yoda con calma—. La guerra los Jóvenes han ganado. Un gobierno han formado. ¿La decisión de Obi-Wan entiendes ahora? Por una causa perdida no estaba luchando. En gobernante del planeta se ha convertido.

Escondiendo su sorpresa, Qui-Gon volvió la cabeza.

—Entonces está más loco de lo que yo pensaba —replicó fríamente.

Capítulo 3

Obi-Wan, sentado entre Nield y Cerasi, presidía una enorme mesa de conferencias. Los Jóvenes habían ocupado el bombardeado Edificio del Congreso Unificado de Melida/Daan, que sólo había permanecido intacto los tres años durante los cuales los Melida y los Daan habían intentado gobernar juntos. Después, la guerra había vuelto a estallar.

Los Jóvenes habían tomado el lugar como un gesto simbólico de unidad, ya que, sin duda, podían haber elegido sitios mucho más acogedores. Habían intentado limpiar un poco los escombros, pero no habían podido retirar los restos de las vigas y las columnas principales. Los cristales de las ventanas estaban rotos y faltaba más de la mitad del techo.

Obi-Wan tenía frío y estaba mojado e incómodo, pero se sentía emocionado de poder estar allí para formar un nuevo gobierno. Los días eran largos y difíciles, pero él nunca se sentía cansado. Había muchas cosas en las que pensar y quedaban muchas por hacer.

Los Jóvenes habían ganado la guerra, pero el trabajo difícil acababa de empezar. Lo primero que tenían que conseguir era ponerse todos de acuerdo. Antes de la victoria, todos los Jóvenes querían sólo la paz, pero ahora, cuando había que tomar decisiones importantes, surgían opiniones distintas sobre cada una de ellas y abundaban las discusiones.

La ciudad de Zehava estaba en ruinas. Mucha gente no tenía calefacción, la comida era escasa, los hospitales necesitaban medicinas y había poco combustible para los vehículos. Pero el problema principal era la gran cantidad de armas que aún estaba en poder de los ciudadanos, ya que la mayoría de ellos eran todavía soldados. Los conflictos se multiplicaban rápidamente y una pequeña discusión podía acabar en un enfrentamiento armado.

Los Jóvenes eran mayoría en Melida/Daan, especialmente desde que se les habían sumado los de la Generación de Mediana Edad. Había resultado muy fácil elegir a Nield como gobernante principal de forma temporal. Para ayudarle, se había constituido un Consejo de diez miembros, del que Obi-Wan, al igual que Mawat y otros líderes de los Jóvenes, formaba parte. Cerasi mandaba en el Consejo, y Nield, como gobernante, tenía derecho al voto, aunque estaba obligado a admitir cualquier propuesta que fuese aprobada por mayoría.

Nield y su Consejo habían empezado a trabajar inmediatamente y habían formado grupos para ocuparse de los diferentes problemas que tenía Zehava. Obi-Wan estaba al mando del Área de Seguridad, y su tarea era de las más complicadas, ya que se ocupaba de recoger las armas que todavía se encontraban en cada casa de la ciudad. Hasta nueva orden, sólo los miembros de los nuevos Cuerpos de Seguridad podían ir armados. El resto de la población estaba obligada a entregar sus armas para que fueran guardadas en el interior de un almacén hasta que la tensión desapareciese. A Obi-Wan no le extrañaba que mucha gente no quisiera cooperar. Incluso alguno de los Jóvenes se mostraba reacio a dejar sus armas. Todos habían vivido una guerra durante demasiados años.

La política a seguir había sido el primer tema de discusión en el Consejo. Habían surgido discrepancias e incluso se había llegado a los gritos.

Cerasi se había enfrentado a todos. Se había puesto de pie en medio del edificio en ruinas y parecía haber mirado a todos los presentes uno por uno.

—La paz no es sólo un concepto para mí —había dicho—. Es vivir y poder respirar. Nunca volveré a coger un arma. He comprobado lo que se puede hacer con ellas. Si tengo un arma de destrucción en mi mano, tarde o temprano terminaré utilizándola. ¡No contribuiré a que haya un muerto más en Melida/Daan!

Después de un instante de silencio, los Jóvenes habían empezado a lanzar gritos de alegría. Cerasi se puso roja de felicidad y orgullo cuando vio que los chicos y las chicas se acercaban a la mesa del Consejo y dejaban allí sus armas. Se sintió muy orgullosa de ese momento.

—Primero, el orden del día —dijo Cerasi muy seria, leyéndole el pensamiento a Obi-Wan—. Veamos los progresos de cada Área. Nield, ¿comienzas tú?

Nield se puso de pie. El estaba al mando del Área de la Nueva Historia, cuya misión era demoler los símbolos de odio y división en Zehava; es decir, los monumentos de guerra, las estatuas militares y las grandes Salas de la Evidencia, donde se conservaban los hologramas de los antiguos guerreros que contaban historias sangrientas y llenas de odio.

—Todos sabemos —comenzó a decir Nield con voz engolada— que la construcción de una nueva sociedad sólo es posible si se terminan las viejas rivalidades. ¡La frágil paz que hemos logrado no se puede mantener si los Melida y los Daan conservan lugares donde poder ir a alimentar el odio! ¡Creo que la destrucción de las Salas de la Evidencia debe ser nuestra prioridad!

Muchos de los asistentes demostraron su acuerdo con gritos de júbilo. Pero Taun, que era responsable del Área de Suministros y estaba encargado de hacer volver la luz y la calefacción a los edificios destruidos, que eran la mayoría en la ciudad, levantó la mano.

—La gente tiene frío y hambre —dijo—. ¿No es más importante ayudarles?

—Cuando tienen hambre y frío empiezan a culpar a los del otro bando —contestó Nield—. Es entonces cuando las personas empiezan a congregarse ante las Salas de la Evidencia. La gente preferirá arroparse con odio antes que con mantas.

—¿Y qué pasa con los hospitales? —dijo en voz alta Dor, un chico tranquilo—. Los enfermos no pueden esperar. Necesitan medicinas.

—¿Y los orfanatos? —dijo una voz—. No pueden atender el exceso de demanda.

—Yo creo que la prioridad debería ser reconstruir los edificios —comentó en voz alta Nena, la encargada del Área de Urbanismo—. Mucha gente ha perdido su casa durante la guerra.

De repente, Nield dio un golpe con la mano sobre la mesa que resonó con un chasquido seco y duro. El murmullo de conversaciones cesó.

—¡Todos esos problemas vienen de las guerras interminables! —gritó—. ¡Y las guerras interminables nacen del odio interminable! Lo primero que debemos destruir son los mausoleos. Eso hará que la gente recobre la esperanza. ¡La esperanza de que el pasado pueda ser enterrado igual que han sido enterrados los símbolos de nuestra división!

Se hizo el silencio en toda la sala. Todo el mundo miraba a Nield. Sus palabras tenían sentido.

—Sé que destruir los lugares de descanso de nuestros ancestros es pedir a la gente que sacrifique sus memorias —continuó Nield—. Por eso he elegido la Sala donde están mis ancestros para que sea la primera en ser demolida. Quiero recordar a mis padres como personas, ¡no como guerreros! Quiero recordarles con amor, ¡no con odio! Seguidme —pidió, echándose hacia delante sobre la mesa para que su voz llegara hasta cada rincón de la sala—. Dejad que os enseñe este gran gesto de unidad. ¿Estáis conmigo?

—¡Estamos contigo! —gritaron los Jóvenes.

Nield se incorporó y corrió hasta el centro del pasillo.

—¡Entonces, vamos!

Los chicos y las chicas saltaron y corrieron tras él gritando de júbilo. Sonriendo, Cerasi y Obi-Wan les siguieron.

—Nield siempre será capaz de mantenernos unidos —exclamó Cerasi con expresión de satisfacción en la cara.

La multitud siguió a Nield hasta el sector Daan, donde, en un gran lago azul, se encontraba situada una enorme Sala de la Evidencia. La estructura, negra y de poca altura, descansaba sobre una plataforma elevada y cubría casi la totalidad de la superficie del lago.

Los obreros que trabajaban en el Área de Nield ya estaban transportando los monumentos de piedra y los estaban colocando uno encima de otro formando pilas.

Tan pronto como llegaron, Mawat hizo un gesto para llamar la atención de Nield y le dijo en voz baja:

—Me encargué personalmente de que dejaran estos dos intactos. No sabía si querías conservarlos.

Obi-Wan les echó un vistazo. En uno de ellos brillaba el nombre de "Micae", junto a la fecha de nacimiento y muerte del guerrero. Cerca de él había otro con el nombre de "Leidra". Eran los padres de Nield.

Nield miró los monumentos de piedra.

—Estoy encantado de que los hayas salvado —murmuró a Mawat.

Obi-Wan miró sorprendido a Cerasi. ¿Habría cambiado Nield de opinión ahora que estaba cara a cara con el último recuerdo de sus padres?

Nield tocó la bola dorada que activaba el mecanismo. El holograma de su padre, vestido con una armadura y con un arma en la mano, apareció.

—Soy Micae, el hijo de Terandi de Garth, del País del Norte —comenzó a decir el holograma.

Nield se giró y activó el holograma de su madre, Leidra. Una mujer alta, con los mismos ojos oscuros de Nield, hizo acto de presencia.

—Soy Leidra, esposa de Micae, hija de Pei de Quadri —dijo la imagen.

Las dos voces se entremezclaron. Obi-Wan sólo podía entender palabras y frases sueltas acerca de batallas que habían sido libradas y ganadas, ancestros muertos y pueblos arrasados.

Nield agarró un taladrador de piedras. En ese momento la multitud ya se había congregado en torno a él. La mirada de Nield se mostraba serena cuando se volvió hacia el monumento de su padre.

—Yo era un niño cuando los malvados Melida invadieron Garth y se llevaron a mi pueblo al campo —estaba diciendo Micae—. Entonces...

Nield se dirigió hacia el monumento con el taladrador en la mano y lo destrozó. El holograma se disolvió en pequeños fragmentos brillantes y luego desapareció.

Sólo se oía la voz de la madre de Nield.

—Y a mi hijo Nield, mi tesoro, mi esperanza, le dejo todo mi amor y mi odio inmortal hacia los malvados Melida...

La voz de Leidra dejó de oírse tan pronto como Nield empezó a destrozar el monumento de piedra. El holograma se hizo más difuso y luego se disolvió. El duro sonido del taladro resonaba en el aire. Pequeñas piedras y chispas saltaban y herían los brazos de Nield, pero él no parecía notarlas. Siguió trabajando hasta que los monumentos de sus padres quedaron reducidos a pequeños fragmentos de piedra esparcidos por el suelo.

—Ahora sí que se han ido para siempre —susurró Cerasi.

Obi-Wan vio que a Cerasi se le escapaba una lágrima.

Nield se volvió y se secó el sudor de la frente con el antebrazo. La sangre de las heridas se mezcló con el polvo que cubría su cara. Se agachó para recoger uno de los trozos de piedra y lo levantó para que todos pudieran verlo.

—Lo que quede de estas piedras lo usaremos para construir nuevos edificios donde los Melida y los Daan puedan vivir en paz —gritó—. ¡Hoy ha nacido una nueva historia para este planeta!

Se escuchó un enorme rugido procedente de la multitud. Muchos corrieron al interior para ayudar a desmantelar el mausoleo; otros cogían piedras del suelo y lanzaban gritos de alegría.

Obi-Wan permaneció de pie al lado de Cerasi y Nield. Era un momento histórico. Y él había contribuido a que tuviese lugar.

Ya no se arrepentía de haber dejado a Qui-Gon. Se sentía como en casa.

Capítulo 4

Qui-Gon se encontraba en sus dependencias cuando recibió un mensaje que requería su presencia inmediata ante el Consejo Jedi. Estaba casi seguro de que querían información sobre lo que le había ocurrido con Obi-Wan.

Se levantó suspirando. Había vuelto al Templo buscando paz y tranquilidad y, por el contrario, se le obligaba a revivir esa desagradable situación una y otra vez.

Sin embargo, no podía ignorar un llamamiento del Consejo. Ser un Jedi conllevaba reconocer que la sabiduría propia tiene límites, y que el Consejo está formado por los mejores Maestros Jedi, y también los más sabios. Si querían una explicación por parte de Qui-Gon, la tendrían.

El Jedi entró en la sala del Consejo. Era la habitación más grande de las situadas en una de las torres del Templo, y ocupaba la parte más alta. Por las ventanas, que se levantaban desde el suelo hasta el techo, se divisaban las cúpulas y las torres de Coruscant, que quedaban más abajo. El sol salía en esos momentos y teñía las nubes de un naranja intenso.

Qui-Gon se quedó de pie en medio de la habitación, hizo una reverencia respetuosa y esperó. ¿Por dónde empezarían? ¿Le preguntaría Mace Windu, cuyos ojos oscuros podían atravesarte como si de un carbón incandescente se tratara, por qué había dejado a un niño de trece años solo en medio de una guerra? ¿Comentaría Saessee Tiin que sus acciones estaban siempre motivadas por su carácter impulsivo? Había tenido que comparecer ante el Consejo más que el resto de los Caballeros Jedi. Podía casi adivinar lo que iba a decir cada uno.

Yoda fue el primero en hablar.

—Por un asunto de gran importancia te hemos llamado. Un secreto es. Una serie de robos hemos descubierto.

Qui-Gon se quedó paralizado por el asombro. No estaba preparado para esto.

—¿Aquí en el Templo?

Yoda asintió.

—Tener que hablar de esto siento. Lo robado son cosas que valor monetario no tienen. Y, sin embargo, los robos serios son, en contra del Código Jedi van.

—¿Cree el Consejo que uno de los estudiantes puede ser el responsable de estos hechos? —preguntó Qui-Gon frunciendo el ceño. Nunca se había oído un caso similar en el Templo.

—No lo sabemos —contestó Yoda.

—Si no es un estudiante —señaló Mace Windu—, entonces una fuerza extraña ha invadido el Templo. Cualquiera de las dos situaciones es intolerable. Y en cualquiera de los dos casos hay que investigar —puso sus finos y elegantes dedos juntos—. Por eso te hemos convocado, Qui-Gon. Necesitamos que lo investigues con discreción. No queremos alarmar a los estudiantes más jóvenes, ni que el ladrón se dé cuenta de que vamos tras él. Queremos que te hagas cargo de esta investigación.

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