Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido (8 page)

BOOK: Aprendiz de Jedi 6 Sendero Desconocido
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—Muy inteligente —dijo Qui-Gon—. ¿Puedes abrirlo?

—Creo que sí.

Bant presionó otro botón y la compuerta superior de la caja se abrió.

Qui-Gon miró en el interior.

—¡Los sables láser!

Qui-Gon buscó entre los objetos.

—Casi todo está aquí, pero creo que faltan algunas cosas.

—¿Los Cristales?—preguntó Tahl.

—No están —dijo Qui-Gon.

El Jedi se sintió decepcionado, pero por lo menos habían recuperado una parte de los objetos robados.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Tahl.

Qui-Gon se volvió hacia Bant.

—Hoy te has portado muy bien. ¿Podrías guardar el secreto de lo que has hecho?

Bant asintió.

—Por supuesto, no se lo diré a nadie.

Qui-Gon pasó las manos por encima del contenedor.

—Tengo que pedirte una cosa más. Ayúdame a dejarlo donde lo encontramos —miró la tranquila y sombría superficie del lago.

—Ha llegado el momento —dijo—. Vamos a usarlo como trampa.

Capítulo 11

—Pido una votación para interrumpir las acciones del Área de la Nueva Historia en lo que se refiere a la demolición de las Salas de la Evidencia —gritó Cerasi. Su voz resonó en todas las paredes semi-derrumbadas del edificio.

Por una vez, la habitación del Consejo permanecía en silencio. Los Jóvenes se quedaron sorprendidos ante la petición de una votación para oponerse a Nield. El grupo formado por Cerasi, Obi-Wan y Nield era considerado como una única persona por los Jóvenes. La división entre los amigos era sorprendente.

Los pájaros volaban sobre sus cabezas en el cielo azul. De vez en cuando, alguno entraba por el techo abierto, se acercaba y sus agudos trinos llenaban el aire.

Deila se puso de pie.

—Secundo la moción.

La habitación se llenó de gritos y preguntas. Obi-Wan sólo podía entender alguno de los comentarios.

"¡Los mausoleos tienen que ser destruidos! ¡Nield tiene razón!" o "¡Cerasi tiene razón! ¡Necesitamos construir edificios, no derruirlos!"

La cara de Nield permanecía blanca e impasible mientras escuchaba los gritos. Cerasi se agarraba las manos. Parte de su tarea al frente del Consejo consistía en controlar a las masas.

Al final, se puso de pie y golpeó la mesa con la piedra que solía utilizar para llamar al orden.

—¡Silencio! —gritó—. ¡Sentaos y permaneced callados!

Poco a poco, los chicos y las chicas volvieron a sus asientos. Todos miraban a Cerasi con gran expectación.

Ella se aclaró la garganta.

—El Consejo votará el tema propuesto. Votad sí para detener las demoliciones, y no para continuar con ellas —Cerasi se volvió hacia Mawat—. Tú empiezas.

—Eh, yo estoy de acuerdo con Nield —dijo Mawat—. Las demoliciones deben continuar. Voto no a la moción.

Cerasi se volvió hacia el siguiente miembro del Consejo, y después al siguiente. Cuando llegó su turno, iban empatados a cuatro votos.

Cerasi dirigió una rápida y nerviosa mirada a Obi-Wan. Sólo quedaban tres personas por votar: Cerasi, Nield y Obi-Wan. Cerasi votaría a favor de interrumpir las demoliciones. Nield en contra.

Obi-Wan tenía que resolver el empate.

—Voto sí —dijo Cerasi inalterable.

Todos miraron a Nield.

—¡Yo voto no para que continúe la paz y la seguridad en Melida/Daan! —dijo con un tono de voz rimbombante.

En ese momento todos los ojos de la sala se clavaron en Obi-Wan, que escuchó sobre su cabeza el desagradable trino de los pájaros y el ruido del viento. Su corazón latía con fuerza.

—Yo voto sí.

—Se aprueba la moción —dijo Cerasi, tragando saliva con dificultad—. El Área de la Nueva Historia cesará temporalmente las demoliciones de los mausoleos hasta nuevo estudio de la cuestión.

Durante un instante, nadie se movió. Entonces, Nield se puso de repente en pie.

—¡Pido una nueva votación! —gritó—. ¡Para echar a Obi-Wan del Consejo!

Obi-Wan se estiró.

—¿Qué? —gritó Cerasi.

Nield se volvió hacia la multitud.

—¿Por qué tiene Obi-Wan derecho al voto si no es ni Melida ni Daan?

—¡Obi-Wan es uno de nosotros! —gritó Cerasi sorprendida.

—¡Nield tiene razón! —Mawat se había puesto de pie. Le brillaban los ojos.

—¡Votad otra vez! —gritó uno de los simpatizantes de Nield.

Obi-Wan estaba tan asombrado que no podía ni moverse del sitio. Nunca hubiera imaginado que Nield fuera capaz de decir aquello. Nield y él eran como hermanos. Sólo porque no estuviesen de acuerdo, eso no tenía por qué cambiar. Por lo menos para él.

Cerasi volvió a la carga.

—Los miembros del Consejo han sido elegidos para un año. Nield no puede echar a ninguno de nosotros sólo porque haya votado en contra suya. Obi-Wan fue un héroe de guerra y fue elegido por una mayoría aplastante —golpeó la mesa con la piedra—. Se ha aprobado la moción. Esta reunión ha acabado.

Se puso de pie e indicó a los otros miembros del Consejo que hiciesen lo mismo. Pero la multitud estaba enfadada. Los gritos y las protestas resonaban en la sala. Alguien de las filas de atrás empujó a otro y comenzó una pelea.

—¡Debemos decidir sobre nuestro destino! —continuaba gritando Nield —. ¡Los Melida y los Daan juntos!

Los gritos se hicieron más fuertes. Obi-Wan seguía de pie en su sitio, todavía incapaz de moverse. No sabía qué hacer. De repente, se había convertido en un extraño.

Miró a Cerasi, que observaba a la multitud con la cara pálida y agarrándose al borde de la mesa con las manos. Se encontró con su mirada desesperada. La unidad de los Jóvenes se estaba desintegrando ante sus propios ojos.

***

Durante los días siguientes, Obi-Wan y Cerasi vieron cómo los Jóvenes se disgregaban sin solución. Nield no les hablaba. Se había trasladado al exterior y dormía en un parque con Mawat y los Jóvenes de los Basureros. Con el corazón destrozado, Obi-Wan y Cerasi intentaban paliar los efectos de la división que habían creado.

No podemos permitir que esto nos separe
, suplicaban.

Pero la división sólo aumentaba.

Nield trataba de convencer a Mawat para conseguir que los Jóvenes de los Basureros le apoyaran. Si tenía votos suficientes, podría disolver el Consejo y constituir uno nuevo. Culpaba a Obi-Wan de ser un extraño que no tenía derecho a tomar decisiones sobre Melida/Daan.

—Si gana, la guerra podría volver a empezar —le susurró Cerasi a Obi-Wan una noche en la que estaban sentados juntos en la bóveda—. Si los Mayores se enteran de que estamos divididos, usarán esto en contra nuestra y nos dividirán aún más.

—Debería dimitir de mi cargo en el Consejo —dijo Obi-Wan—. Es la única solución para acabar con este problema.

Cerasi negó con la cabeza.

—Nosotros luchábamos porque creíamos que podíamos acabar con la rivalidad entre tribus. ¿Recuerdas nuestro eslogan, "Nosotros Somos los Únicos"? Si ahora empezamos a discriminar por el lugar de nacimiento, ¿en qué se diferenciaría de los prejuicios tribales?

—De todas formas, mi renuncia podría ser un remedio temporal —argumentó Obi-Wan.

—¿Es que no lo ves, Obi-Wan? —preguntó Cerasi con desesperación—. Ya es demasiado tarde.

Obi-Wan se levantó de un salto y se puso la capa. Los argumentos de Cerasi le hacían sentirse cómodo, pero él necesitaba respuestas que Cerasi no podía darle. Le dio las buenas noches y se encaminó hacia el exterior de los túneles.

La noche era fría. Obi-Wan subió a un tejado para estar más cerca de las estrellas. Buscó en el interior de su túnica y encontró la piedra de río que Qui-Gon le había regalado en su decimotercer cumpleaños. Como siempre, la piedra estaba caliente. La apretó entre sus manos para calentarlas. Obi-Wan cerró los ojos. Casi podía sentir la presencia de la Fuerza. Ésta nunca le había abandonado. No podía. Tenía que recordarlo.

Necesitaba a Qui-Gon. Su Maestro no era el acompañante más hablador del mundo, pero Obi-Wan no se había dado cuenta de lo mucho que confiaba en los consejos de Qui-Gon. Unos consejos que le hubiesen venido bien en ese momento.

Cuando era el padawan de Qui-Gon sólo tenía que concentrarse para entrar en contacto con él. Ahora lo intentaba y no lo conseguía.

Las cosas se le estaban yendo de las manos. Todo aquello por lo que había luchado estaba ahora en peligro, y él no sabía cómo arreglar la situación. Podía hablar con mucha gente en Melida/Daan, pero ninguno lo suficientemente maduro como para poder confiar en él y resolver el problema. Incluso Cerasi parecía perdida.

Si existía una amenaza de guerra, ¿podría pedirle al Templo que le enviase un Jedi para que actuase de intermediario para lograr la paz? ¿Le enviarían a Qui-Gon? ¿Se atrevería él a pedir algo así?

Y en caso de que lo hiciese, ¿vendría Qui-Gon?

Capítulo 12

Debido a las nuevas normas de seguridad, la intensidad de la iluminación había bajado en el lago. La oscuridad era total. Qui-Gon pensó que eso era mejor para ellos. Él y Tahl se agacharon detrás de los árboles que había en la orilla del lago. Lo único que podía distinguirse era el reflejo del agua.

—Por fin estamos igualados —murmuró Tahl cuando Qui-Gon le comentó lo oscuro que estaba todo a su alrededor.

Creían que esa noche podría ocurrir otro robo. Habían visto cómo la importancia de los robos iba en aumento, y suponían que el ladrón de los Cristales estaba a punto de cometer otro delito. Si era así, el ladrón necesitaría esconder su botín, y para ello tendría que ir al lago.

O al menos eso era lo que esperaban.

Tahl tenía que permanecer a su lado. Lo habían discutido y, al final, la muchacha había conseguido imponer su opinión. Sí Qui-Gon veía al culpable, ella sería la encargada de ir a contárselo a Yoda. Puede que Qui-Gon tuviese que perseguir al ladrón. Tahl había argumentado que no debían estar en contacto a través de los comunicadores. El asunto era demasiado importante y tenían que solucionarlo sin hacer el más mínimo ruido. No había que dar facilidades al ladrón.

—De acuerdo —accedió finalmente Qui-Gon—. Pero deja a DosJota en tu habitación.

Llevaban cinco horas esperando. De vez en cuando se ponían de pie y movían los músculos, realizando un ejercicio Jedi conocido como Movimiento Estacionario. Gracias a él lograban permanecer despiertos y preparados para la acción en cualquier momento.

En el lago reinaba una calma total, así que bastó el reflejo de una hoja al moverse para que Qui-Gon se diese cuenta de que alguien había aparecido en escena. Tahl lo había oído; incluso era posible que lo hubiese percibido antes, ya que había vuelto la cabeza hacia el lugar de donde procedía el sonido.

Qui-Gon invocó a la Fuerza para que le ayudara. Se había puesto ropas oscuras y estaba perfectamente camuflado entre la vegetación. Permanecía inmóvil.

Una figura apareció en la playa por la parte izquierda, pero no por el camino por el que ellos habían llegado. Llevaba una capucha, pero Qui-Gon pudo distinguir que se trataba de un chico. Según indicaba su altura, tenía que ser uno de los estudiantes más antiguos del Templo. Además, su forma de caminar le resultaba familiar. Qui-Gon no tuvo que esperar a que se quitara la capucha, ni a que se descubriera el brillo de una coleta blanca para identificar a Bruck.

Qui-Gon se agachó y acercó los labios al oído de Tahl. Susurró el nombre de Bruck, y ella asintió.

Bruck se sentó en la orilla y se quitó las botas y el abrigo. Después, se ató una especie de bolsa impermeable con una cuerda alrededor del cuello, encendió una barra luminosa sumergible y se introdujo en el lago. Respiró profundamente y desapareció de la vista.

—Se ha sumergido —dijo Qui-Gon, en voz baja, a Tahl—. Cuando salga al exterior, le perseguiré. Espérame aquí y no te muevas. Que no descubra que voy a seguirle.

—De acuerdo —accedió Tahl—. Si no vuelves en quince minutos iré a pedir ayuda.

En unos minutos, Bruck salió a la superficie y nadó con fuertes brazadas hacia la orilla. Salió del lago y se puso las botas y el abrigo. En lugar de volver por el turboascensor principal, escogió un pequeño camino. Qui-Gon lo conocía perfectamente.

Era el que conducía a los edificios en los que se guardaban los deslizadores y las hidronaves.

Qui-Gon le siguió. No sabía si iba a reunirse con alguien o si se dirigía hacia donde guardaba el resto de los objetos robados. De todas formas, lo que sí sabía era que esa noche iba a descubrir algo importante acerca de los robos.

Bruck avanzaba con cuidado, pero Qui-Gon era aún más sigiloso. Tenía más práctica que el chico en este tipo de situaciones. Seguía a Bruck más por el sonido de sus pasos que porque pudiera verlo.

A medida que se iban alejando del lago, la vegetación era más tupida en los alrededores del camino. Muy pronto llegarían a los edificios donde se guardaban las naves. ¿Habría alguien allí esperando a Bruck? Qui-Gon aceleró el paso para acercarse y poder ver al chico.

—Raíces de un árbol a dos centímetros —una voz muy conocida retumbó en el silencio de la noche—. ¡Una rama con hojas a tres centímetros, justo al nivel de los ojos!

¡DosJota! Qui-Gon se detuvo y permaneció inmóvil. Bruck se volvió y su coleta ondeó al viento. La oscuridad no le permitía ver a Qui-Gon, pero se dio la vuelta y comenzó a correr.

No tenía sentido seguir persiguiéndole. Seguramente, ya habría dado la vuelta y ahora se dirigía hacia el turbo ascensor. Había advertido su presencia.

Disgustado, Qui-Gon se dio la vuelta. Tahl le estaba esperando en el camino, a unos pocos metros. DosJota estaba a su lado.

—Qui-Gon Jinn se acerca —informó DosJota en un tono alegre.

Tahl se aproximó a DosJota y, con rabia, le desenchufó los mecanismos que le permitían hablar. El androide movía los brazos, pero ya no podía emitir ningún sonido.

—Lo siento, Qui-Gon —dijo Tahl inmediatamente—. No me di cuenta de que DosJota me andaba buscando. En cuanto empecé a caminar ya estaba a mi lado.

—¿Por qué me seguiste? —preguntó Qui-Gon irritado.

—Porque alguien te estaba siguiendo a ti —explicó Tahl—. Se movía tan sigilosamente que pensé que seguramente tú no le oirías. Estaba preocupada.

—¿Alguien del Templo? —preguntó Qui-Gon—. ¿Qué te pareció?

—No lo sé —Tahl dudaba—. Tanto los estudiantes como los profesores, o incluso los trabajadores, llevan botas con la suela de goma. Tu perseguidor llevaba botas pesadas y sus ropas hacían ruido al andar. Y no era el ruido que hacen las capas o las túnicas. Creo que era un hombre. Las pisadas sonaban con fuerza cuando aplastaba las hojas caídas a su paso. Creo que era más o menos de tu envergadura.

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