Los tres Penetrator fueron tras las cuatro embarcaciones sudafricanas, haciendo caso omiso de Schofield y sus hombres.
En ese instante, un extraño pensamiento se le pasó a Schofield por la cabeza.
¿Qué demonios estaba haciendo la Fuerza Aérea ahí fuera? ¿No iban tras el presidente? ¿Qué les importaba Kevin?
En cualquier caso, en esos momentos se encontraban inmersos en una persecución triple.
—Señor —dijo la voz de Lumbreras por el auricular—. ¿Qué hacemos?
Schofield no respondió inmediatamente. Era el momento de tomar una decisión. Multitud de pensamientos se agolpaban en su mente: Kevin, Botha, la Fuerza Aérea, el presidente y la cuenta atrás imparable del balón que, llegado el momento, le obligaría a abandonar la persecución y regresar…
Tomó una decisión.
—Vamos tras ellos —dijo.
* * *
El biplaza de Schofield accedió al cañón que habían tomado los sudafricanos y los helicópteros. Lumbreras y Herbie iban detrás.
Era un cañón especialmente curvado pero, afortunadamente, estaba protegido de la tormenta de arena.
Tras casi noventa metros, sin embargo, se bifurcaba en dos subcañones, uno a la izquierda y otro a la derecha. Poco sabían ellos por aquel entonces que los subcañones del lago Powell tenían la costumbre de girar entre sí, como cuerdas entrelazadas, formando múltiples intersecciones…
Schofield vio que los tres helicópteros de la Fuerza Aérea se dividían en la bifurcación: uno a la izquierda, dos a la derecha. Las cuatro embarcaciones sudafricanas debían de haberse separado.
—¡Lumbreras! —gritó—. ¡A la izquierda! ¡Nosotros iremos por la derecha! ¡Recuerde, solo queremos al crío! ¡Lo cogemos y salimos pitando de aquí! ¿Entendido?
—Entendido, Espantapájaros.
Los dos biplazas se separaron: Schofield se fue a la derecha y Lumbreras a la izquierda.
Para Schofield fue como entrar en un espectáculo de fuegos artificiales: fue recibido por una espectacular lluvia de balas trazadoras, misiles y peligrosos fragmentos de roca.
Vio a los dos helicópteros siete metros por delante, siguiendo la estela del hidroala y de uno de los biplazas sudafricanos. Los dos helicópteros permanecían por debajo de la parte superior del cañón, pues la tormenta de arena impedía que se elevaran más, girando y tomando las curvas del cañón mientras las palas de sus rotores retumbaban.
Balas trazadoras salieron disparadas de los cañones Vulcan montados en sus respectivos morros. Los misiles aire-tierra emergieron de sus alas e impactaron en las paredes rocosas del cañón alrededor de las dos motoras sudafricanas.
Por su parte, los sudafricanos tampoco se quedaron cortos.
Los hombres del biplaza habían venido preparados para proteger el hidroala, pues disponían de un lanzamisiles Stinger. Mientras uno de los sudafricanos manejaba el biplaza, el otro portaba el Stinger sobre el hombro y disparaba a los helicópteros.
Pero los helicópteros debían de contar con las mismas contramedidas electrónicas del AWACS de la base, porque los Stinger los pasaron de largo, girando frenéticamente en espiral y precipitándose a las paredes del cañón, donde estallaron. Enormes rocas cayeron al canal, rocas que hicieron que Schofield tuviera que virar bruscamente para poder esquivarlas.
Y entonces, de repente, Schofield vio que un objeto largo y blanco caía de la escotilla inferior de uno de los helicópteros negros y, colgando de un pequeño paracaídas estabilizador, se hundía en el agua.
Un segundo después, el agua bajo el helicóptero comenzó a hacer espuma y Schofield vio que en esa sección de agua comenzaban a formarse burbujas que avanzaban directas hacia el biplaza sudafricano.
¡Era un torpedo!
Cinco segundos después, sin previo aviso, el biplaza estalló con gran violencia.
La fuerza de la explosión fue tal que el biplaza se elevó por encima de la superficie del agua. Tal era la velocidad del biplaza que comenzó a dar tumbos, fuera de control, rebotando contra la superficie de las aguas hasta estrellarse de morro contra la pared rocosa del cañón y volar en pedazos.
Schofield aceleró para acercarse a ellos. En esos momentos estaba a cuarenta y cinco metros por detrás de la acción. Necesitaba acercarse, pero los sudafricanos le llevaban mucha ventaja.
Y entonces de repente vio una curva…
Y el cañón se cruzó con el de la izquierda, con el subcañón que habían tomado Lumbreras y Herbie para perseguir a los otros dos biplazas sudafricanos, de manera tal que en ese momento los dos cañones conformaban un gigantesco cruce en equis.
Y entonces ocurrió.
El hidroala blanco sudafricano se metió de lleno en la intersección desde la esquina superior derecha de la equis al mismo tiempo que uno de sus propios biplazas accedía al cruce desde la parte inferior derecha.
El hidroala y el biplaza lograron evitarse. Los dos colearon frenéticamente en el agua mientras disminuían la velocidad, levantando un chorro de agua tras ellos.
El segundo biplaza sudafricano del cañón de Lumbreras no logró frenar.
Cruzó a gran velocidad la intersección, pasando entre las dos embarcaciones que se habían visto obligadas a frenar, y se golpeó de lleno con sus chorros de agua antes de seguir avanzando por el cañón, en dirección oeste.
Los tres Penetrator de la Fuerza Área, dos posicionados en el cañón de Schofield y el restante en el otro, también se vieron inmersos en el caos. Uno logró detenerse, mientras que los otros dos atravesaron el espacio aéreo sobre la intersección, cruzando trayectorias. No se chocaron por centímetros. Pasaron de largo a las embarcaciones, momentáneamente detenidas bajo ellos.
Era lo que Schofield necesitaba.
Ahora sí podía alcanzarlos.
En su biplaza, Lumbreras estaba todavía a unos siete metros de la intersección en equis.
Contempló el caos que se había desencadenado justo delante de ellos, vio el hidroala (que estaba reanudando la marcha) y el biplaza (que seguía detenido).
Sus ojos se posaron inmediatamente en el hidroala, que en esos momentos estaba girando lateralmente en el agua para proseguir con su descenso del cañón por la parte inferior izquierda de la intersección.
Lumbreras se fue derechito hacia allí.
Schofield llegó a la intersección justo cuando el hidroala ponía rumbo al sur y el biplaza de Lumbreras se metía en el estrecho cañón tras él.
—¡Voy tras el hidroala, señor!
—¡Lo veo! —gritó Schofield.
Estaba a punto de seguirlo cuando percibió un movimiento a su derecha. Se volvió para mirar las elevadas paredes del cañón que se extendían hacia el oeste.
Vio a uno de los biplazas sudafricanos desaparecer por el cañón, solo.
Era el biplaza que había atravesado la intersección desde la esquina inferior derecha a la superior izquierda. Ni siquiera estaba intentando regresar para ayudar al hidroala.
A continuación, en un abrir y cerrar de ojos, el biplaza desapareció, esfumándose por entre un estrecho cañón lateral situado en el extremo más alejado del cañón principal.
Y entonces Schofield lo supo.
El niño no estaba en el hidroala.
Estaba en el biplaza.
En ese biplaza.
—Oh, no —murmuró Schofield cuando volvió a girarse y vio que el biplaza de Lumbreras desaparecía tras una curva del cañón sur, persiguiendo al hidroala—. Lumbreras…
El biplaza color arena de Lumbreras surcaba las aguas a gran velocidad.
A gran, gran velocidad.
Se colocó junto al hidroala sudafricano y las dos embarcaciones surcaron en paralelo el estrecho canal flanqueado por paredes rocosas cual
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a la fuga, mientras dos de los helicópteros de la Fuerza Aérea los disparaban sin tregua.
—Lumbreras, ¿puede… oírm… e? —dijo la voz entrecortada de Schofield por sus auriculares, pero con el estruendo de las balas, los motores y los rotores de los helicópteros, el joven marine no entendió una palabra de lo que le había dicho.
Lumbreras le indicó a Herbie que se ocupara de los mandos y acercara el biplaza al hidroala mientras él trepaba por su asiento.
Observó el hidroala, que navegaba en esos momentos junto a él. Observó cómo sus dos puntales surcaban las aguas, pero no se podía ver nada a través de los cristales tintados de la embarcación.
Entonces respiró profundamente, saltó y aterrizó de pie sobre la cubierta lateral del hidroala en movimiento.
—¡… umbreras… salga… de… ahí!
La voz de Schofield era ininteligible.
Lumbreras se agarró al techo del hidroala. No estaba seguro de qué iba a ocurrir a continuación. Quizá se topase con cierta resistencia (alguien que saliera de una de las puertas laterales del hidroala y lo disparara, por ejemplo). Pero nada ocurrió.
A Lumbreras le dio igual. Rodó hasta la cubierta delantera del hidroala y voló el parabrisas de la embarcación. Los fragmentos de cristal salieron despedidos por todas partes y un segundo después, cuando el humo se dispersó, vio el interior de la cabina del barco.
Y frunció el ceño.
La cabina del hidroala estaba vacía.
Lumbreras trepó al interior…
Y vio los mandos del hidroala moviéndose por sí solos, guiados por algún sistema de navegación controlado por ordenador, un sistema antiimpedancia que alejaba la embarcación de todos los objetos, ya fueran barcos o paredes rocosas.
Entonces, de repente, en el silencio de la cabina, la voz de Schofield cobró vida en los oídos de Lumbreras.
—¡Por el amor de Dios, Lumbreras! ¡Salga de ahí! ¡El hidroala es un señuelo! ¡El hidroala es un señuelo!
Y en ese momento, Lumbreras oyó horrorizado un bip que marcaría el final de su vida.
Un segundo después, el hidroala voló por los aires y sus ventanas estallaron hacia fuera con una detonación increíblemente violenta.
La fuerza de la explosión golpeó también al biplaza de Herbie, volteándolo y haciendo que saliera despedido por el aire hasta estrellarse contra la pared del cañón.
Tras el impacto, el biplaza permaneció allí, inmóvil, chorreando agua.
* * *
Schofield, en la intersección en equis, se disponía a ir tras el biplaza sudafricano que se había escabullido de la pelea cuando una ráfaga de disparos procedente de la nada comenzó a levantar el agua a su alrededor.
Provenían del cuarto y último biplaza sudafricano.
Había reanudado la marcha y se dirigía hacia el este, de regreso al cañón que conducía hasta el cráter con la mesa en el medio.
Antes de que Schofield pudiera pensar en una respuesta, dos líneas paralelas de balas levantaron el agua cual géiser alrededor de su biplaza. Las balas impactaron tan cerca de ellos que el agua le salpicó la cara.
Esa ráfaga de disparos provenía del tercer Penetrator, que seguía inmóvil sobre la intersección, girando lateralmente en el aire, buscando a Kevin. El cañón automático rotativo de seis cañones Vulcan del helicóptero rugió y arrojó hacia ellos una lengua de brillantes llamaradas.
Schofield aceleró y giró hacia la izquierda para alejarse de los disparos del helicóptero, pero también, desafortunadamente, del biplaza que sin duda transportaba a Kevin. Fue tras el otro biplaza que había puesto rumbo al este, al cráter.
El Penetrator fue tras ellos. Descendió el morro y aceleró como un T-Rex embistiendo a su presa, con sus propulsores echando llamas.
El biplaza de Schofield surcó la superficie de las aguas, apenas rozándolas con el casco, siguiendo la estela del biplaza sudafricano por entre el cañón, mientras el helicóptero se cernía amenazador en el aire tras ellos.
—¿Alguna idea? —gritó Libro II desde su asiento.
—¡Sí! —gritó Schofield—. ¡No muera!
El Penetrator abrió fuego y dos columnas de géiseres levantaron el agua alrededor de su biplaza.
Schofield giró a la izquierda bruscamente, tan bruscamente que la parte izquierda de la embarcación se elevó por encima del agua en el mismo y preciso instante en que una ráfaga de disparos golpeó la superficie del agua bajo esta.
Y entonces, justo entonces, dos torpedos cayeron de la parte inferior del Penetrator.
Schofield los vio y casi se le salen los ojos de las órbitas.
—Oh, no.
Uno tras otro, los torpedos impactaron en el agua y un segundo después dos hileras idénticas de burbujas salieron disparadas tras los dos biplazas, surcando las aguas a gran velocidad tras ellos.
Uno de los torpedos fijó inmediatamente su blanco en la embarcación de Schofield.
Schofield giró a la derecha, hacia una roca de extraña forma que sobresalía de la pared derecha del cañón. Aquella roca, levemente inclinada, parecía una rampa…
El torpedo se estaba acercando.
El biplaza de Schofield siguió surcando las aguas. Libro II vio adonde se dirigía… hacia la roca.
El biplaza alcanzó la rampa rocosa en el mismo momento en que el torpedo se metía bajo sus motores y…
El biplaza salió disparado del agua, deslizándose con su casco gemelo a lo largo de la roca (chirriando estruendosamente) y entonces, de repente, llegó al final de la rampa y salió volando… justo cuando el torpedo estalló contra la base de la rampa, rompiéndola en mil pedazos que salieron despedidos hacia arriba, tras el biplaza.
El biplaza aterrizó de nuevo sobre las aguas con un golpe sordo y siguió avanzando.
Schofield miró hacia delante y vio al biplaza sudafricano delante de él. Estaba girando a la izquierda, hacia un túnel semicircular horadado en la pared izquierda del cañón.
Fue hacia allí, mientras el torpedo restante surcaba las aguas tras él como un hambriento cocodrilo.
El biplaza sudafricano entró en el túnel.
Un segundo después, el biplaza de Schofield se sumió en la oscuridad tras él.
El torpedo los siguió.
Los dos biplazas, con los faros encendidos, avanzaban por el estrecho túnel a ciento sesenta kilómetros por hora. Las húmedas y oscuras paredes del túnel se sucedían ante sus ojos como una masa borrosa, como si de una montaña rusa interior se tratara.
Schofield conducía totalmente concentrado.
¡El biplaza iba casi volando!
El túnel medía unos seis metros de ancho y era de forma cilíndrica. Sus paredes se curvaban levemente allí donde hacían contacto con la superficie del agua. A unos ciento ochenta metros por delante, Schofield vio un pequeño punto de luz: el final del túnel.