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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

Asesinato en Bardsley Mews

BOOK: Asesinato en Bardsley Mews
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Cuatro relatos, a cual más interesante, protagonizados por el infalible Poirot.

Asesinato en Bardsley Mews: En la noche de Guy Fawkes, el estallido de los petardos oculta el sonido de un disparo y el cuerpo de Miss Allen aparece sin vida. Asesinato en Bardsley Mews: En la noche de Guy Fawkes, el estallido de los petardos oculta el sonido de un disparo y el cuerpo de Miss Allen aparece sin vida.

Un robo increíble: En una reunión de alta sociedad, desaparecen los planos de una nueva y secreta bomba.

El espejo del muerto: Sir Gervas Chevenix-Gore, conocido como el último barón, ha muerto en circunstancias extrañas. Poirot deberá demostrar que no se trata de un suicidio.

Triángulo en rodas: Triángulo en rodas: Un clásico triángulo amoroso deviene en un complejo asesinato.

Agatha Christie

Asesinato en Bardsley Mews

ePUB v1.0

Ormi
30.10.11

Título original:
Murder In The Mews

Traducción: C. Peraire del Molino

Agatha Christie, 1937

Edición 1983 - Editorial Molino - 256 páginas

ISBN: 84-272-0130-3

LIBRO PRIMERO

Asesinato en Bardsley Mews

Capítulo I

—Una limosnita, señor...

Un chiquillo de cara tiznada sonrió al primer inspector Japp para ganarse su voluntad.

—¡Ni soñarlo! —exclamó el policía—. Y además escucha bien, muchacho...

Y le dirigió un breve sermón. El asustado golfillo, emprendiendo la retirada, dijo a sus jóvenes amigos:

—¡Cáscaras, pues no es un «poli» camuflado!

Y la pandilla puso pies en polvorosa, cantando:

Recuerden, recuerden

el cinco de noviembre.

Pólvora, traición e intriga.

No veo razón para que esa traición

deba ser nunca olvidada.

El compañero del primer inspector, un hombrecillo menudo, de cierta edad, cabeza de huevo y grandes bigotes que le daban un aire marcial, sonreía para sí.


Tres bien
, Japp —comentó—. ¡Ha sido un buen servicio! ¡Le felicito!

—¡El día de Guy Fawkes es un buen pretexto para mendigar! —dijo Japp.

—Una tradición interesante —repuso Hércules Poirot—. Se siguen lanzando fuegos artificiales... bum... bum... bum... mucho después de que han olvidado al personaje que conmemoran y su doctrina.

El hombre de Scotland Yard estuvo de acuerdo.

—Supongo que la mayoría de esos muchachos ignoran quién fue en realidad Guy Fawkes.

—Y sin duda alguna, dentro de poco habrá confusión de ideas. ¿Es en su honor o todo lo contrario el disparo de
feu d'artifice
del cinco de noviembre? ¿Fue un pecado o una noble gesta el echar abajo el Parlamento inglés?

Japp rió.

—Ciertamente que muchas personas dirían que lo primero.

Dejando la calle principal, los dos hombres se adentraron en la relativa tranquilidad de los Jardines de Bardsley Mews. Habían cenado juntos y ahora se dirigían al piso de Hércules Poirot.

Mientras caminaban oían de vez en cuando las detonaciones de los cohetes que seguían estallando, y periódicamente una lluvia de oro iluminaba el cielo.

—Buena noche para cometer un crimen —observó Japp con interés profesional—. Por ejemplo, en una noche como ésta nadie oiría un disparo.

—Siempre me ha extrañado que los criminales no aprovecharan más esta ventaja —repuso Hércules Poirot.

—¿Sabe una cosa, Poirot? Algunas veces desearía que usted cometiese un crimen.


Mon cher!

—Sí. Me gustaría ver cómo lo hacía.

—Mi querido Japp: si yo cometiera un crimen, usted no tendría ni la más remota oportunidad de verlo... ni siquiera de saber que lo había cometido.

Japp rió de buen grado y con afecto.

—Es usted endiabladamente orgulloso, ¿no le parece? —añadió en tono indulgente.

A las diez y media de la mañana siguiente sonó el teléfono de Hércules Poirot.

—¿Diga? ¿Diga?

—Hola, ¿es usted Poirot?


Oui, c'est moi
.

—Le habla Japp. ¿Recuerda que ayer noche volvimos a casa por los jardines de Bardsley Mews?

—Sí.

—¿Y que hablamos de lo sencillo que resultaría disparar matando a una persona en medio del estruendo de los cohetes y petardos?

—Desde luego.

—Bien, hubo un suicidio en esa zona. En la casa número catorce. Se trata de una joven viuda... una tal señora Alien. Ahora voy para allí. ¿Le gustaría acompañarme?

—Perdóneme, pero ¿es corriente enviar a una persona de su categoría por un caso de suicidio, mi querido amigo?

—Es usted muy sagaz. No... no es corriente. A decir verdad, el médico opina que hay algo raro en todo esto. ¿Quiere acompañarme? Tengo el presentimiento de que usted habrá de intervenir.

—Desde luego que iré. ¿Dijo usted que en el número catorce?

—Exactamente.

Poirot llegó al número catorce de los Jardines Bardsley Mews casi al mismo tiempo que el automóvil que conducía a Japp y otros tres hombres.

Era evidente que el número catorce acaparaba la atención general, y lo rodeaba un enorme círculo de personas... chóferes, sus esposas, mandaderos, desocupados, señores bien vestidos e innumerables chiquillos, todos con la boca abierta y mirada de asombro.

Un policía de uniforme estaba en la entrada para contener a los curiosos. Jóvenes de aire avispado deambulaban atareadísimos con sus cámaras fotográficas y se abalanzaron sobre Japp al verle descender del coche.

—Ahora no puedo decirles nada —cortó Japp apartándolos para dirigirse a Poirot—. ¿De modo que ya está usted aquí? Entremos.

Penetraron rápidamente en el interior de la casa, y la puerta cerróse tras ellos, dejándoles ante una escalera parecida a la de los barcos.

Un hombre asomó la cabeza desde arriba, y reconociendo a Japp dijo:

—Es aquí arriba, inspector.

Japp y Poirot subieron la escalerilla.

El hombre que les había hablado abrió una puerta a la izquierda y les hizo pasar a un pequeño dormitorio.

—Pensé que le agradaría conocer los datos más importantes, inspector.

—Cierto, Jameson —replicó Japp—. ¿Cuáles son?

El inspector Jameson tomó la palabra.

—La difunta es la señora Alien, inspector. Vivía aquí con una amiga... la señorita Plenderleith. Miss Plenderleith estaba en el campo y regresó esta mañana. Abrió ella misma con su llave y sorprendióse al no encontrar a nadie. Por lo general viene a las nueve una mujer para hacer la limpieza. Subió primero a su habitación, que es ésta, y luego fue a la de su amiga, que está al otro lado del descansillo. La puerta estaba cerrada por dentro. Estuvo llamando y golpeándola sin obtener respuesta. Al fin, alarmada, telefoneó a la policía. Eso fue a las diez cuarenta y cinco. Vinimos en seguida y forzamos la puerta. La señora Alien estaba tendida en el suelo con un balazo en la cabeza. En la mano tenía una automática... una «Webley», calibre veinticinco, y... aparentemente se trata de un caso claro de suicidio.

—¿Dónde está ahora la señorita Plenderleith?

—Abajo, en la sala, inspector. Es una joven fría y eficiente, con mucha cabeza.

—Luego hablaré con ella. Ahora será mejor que vea a Brett.

Acompañado de Poirot, atravesó el descansillo para dirigirse a la otra habitación, donde les recibió un hombre alto y de cierta edad.

—Hola, Japp, celebro verle por aquí. Este caso es muy curioso.

Japp se aproximó a él, mientras Hércules Poirot echaba un rápido vistazo a su alrededor.

Se trataba de una habitación mucho más grande que la que acababan de abandonar. Tenía un mirador y en tanto que la otra era puramente dormitorio, aquella estancia parecía más bien una especie de saloncito.

Las paredes eran de un tono plateado y el techo verde también plata y verde. Había un diván tapizado de seda verde con profusión de cojines dorados y plateados. Un canterano antiguo de nogal, una cómoda de la misma madera y varias sillas modernas cromadas. Sobre una mesita baja, de cristal, veíase un gran cenicero repleto de colillas.

Poirot, con delicadeza, olfateó el aire. Luego fue a reunirse con Japp, que estaba contemplando el cadáver.

Tendido sobre el suelo, como si hubiera resbalado de una de las sillas cromadas, estaba el cadáver de una mujer joven, tal vez de unos veintisiete años. Era rubia y de facciones delicadas e iba apenas maquillada. En el lado izquierdo de su rostro había una masa de sangre coagulada. Los dedos de su mano derecha estaban crispados sobre una pequeña pistola, y vestía un sencillo vestido verde cerrado hasta el cuello.

—Bueno, Brett, ¿cuál es su opinión? —Japp miraba el cadáver.

—La posición es correcta —indicó el médico—. Si se mató ella misma es probable que cayera en esta posición. La puerta estaba cerrada por dentro, así como la ventana.

—¿Dice usted que es correcta? Entonces, ¿qué es, pues, lo curioso?

—Eche usted una mirada a la pistola. No la he tocado... espero que vengan a tomar las huellas, pero podrá ver fácilmente lo que quiero decir.

Poirot y Japp se arrodillaron para examinar el arma de cerca.

—Ya comprendo a qué se refiere —dijo Japp levantándose—. Está en la curva de su mano.
Parece
que la sostiene... pero en realidad
no
es así. ¿Algo más?

—Sí. Tiene la pistola en la mano
derecha
. Ahora fíjese en la herida. El arma fue colocada junto a la cabeza, precisamente encima de su oreja
izquierda
... la
izquierda
. ¿Se fija?

—¡Hum! —repuso Japp—. Es cierto. ¿No es posible que disparara su pistola en esa misma posición con la mano derecha?

—Yo diría que es completamente imposible. Se puede colocar el brazo en esa posición, pero dudo de que se consiguiera disparar.

—Entonces resulta bastante evidente. Alguien la mató y luego trató de hacer que pareciera un suicidio. Aunque, ¿cómo se explica que la puerta y la ventana estuviesen cerradas?

El inspector Jameson fue quien contestó a su pregunta.

—La ventana estaba cerrada por dentro, inspector, pero aunque la puerta lo estaba también,
no hemos conseguido encontrar la llave
.

Japp hizo un gesto de asentimiento.

—Sí. Eso fue un gran fallo. Quienquiera que haya sido, cerró la puerta al marcharse con la esperanza de que no se notase la falta de la llave.


C'est béte, ça!

—Oh, vamos, Poirot, no debe juzgar a los demás con la luz de su brillante intelecto. A decir verdad, es un detalle que pudo muy bien pasar inadvertido. La puerta está cerrada. Se abre por la fuerza... encuentra a una mujer muerta... con la pistola en la mano... un caso claro de suicidio...: se encerró para matarse. No tiene por qué buscar la llave. Fue una suerte que la señorita Plenderleith avisara a la policía. Pudo hacer que un par de chóferes abrieran la puerta... y entonces la cuestión de la llave hubiera pasado por alto.

—Sí, creo que tiene razón —repuso Hércules Poirot—. Hubiera sido la reacción natural de muchísimas personas. La policía siempre es el último recurso, ¿no es cierto?

Sus ojos no se apartaron del cadáver.

—¿Hay algo que le llame la atención? —le preguntó Japp en tono intrascendente, aunque sus ojos expresaban interés.

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