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Authors: Bill Evans y Marianna Jameson

Tags: #Ciencia ficción, Intriga

Categoría 7 (32 page)

BOOK: Categoría 7
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—Eso depende de los motivos. Su condición de ecologista no ayudó mucho a la reputación como político de Al Gore cuando fue candidato a la presidencia. Fue explotado con buenos resultados por la oposición y se convirtió en una carga, o al menos en un aspecto vulnerable. La causa de Carter son, aparentemente, los árboles, que uno puede ver, no el aire, que es invisible. En la mayoría de los lugares —añadió con un ligero mohín—. Es casi un fanático en lo que respecta al medio ambiente. Para él es casi una religión. Sí, se alimenta de su destrucción. Así es como hace su dinero, ¿verdad? Limpiando lo que queda después de los desastres de la madre naturaleza.

—Ése es un modo de ver las cosas —dijo Davis Lee con un ligero gesto de asentimiento.

—Y otro modo de verlo es que la sinergia de sus compañías refleja una aguda estrategia financiera.

—Sí. —Respiró lenta y pacientemente—. Eso no es nada nuevo.

—Hay otro modo de mirar esa sinergia, Davis Lee. Carter obtiene ganancias en ambos extremos del desastre adquiriendo opciones de compra sobre lo potencial y limpiando los destrozos.

—La prensa ha examinado y hablado sobre el asunto, Elle. De hecho, lo sacan a relucir después de cada tormenta.

—Ahora añádele a eso la fundación, los artículos y la antigua pasión de Carter. —Ella observó cómo fruncía el ceño y sintió en su interior el triunfo que surgía—. Le da un aspecto muy desagradable a todo el asunto, ¿no es cierto? O por lo menos así sería en manos de Benson. Tan pronto como esos datos se hagan públicos…

—¿Sucederá?

—Si yo lo he encontrado, ellos también pueden hacerlo. Y cuando lo hagan, habrá continuos debates y montones de preguntas —continuó.

—Todas esas preguntas pueden ser contestadas.

—No, no pueden serlo, Davis Lee —replicó ella tranquilamente, notando de nuevo que poseía el control—. No pueden ser contestadas de tal forma que te hagas dueño de la discusión. La oposición no te permitirá hacerlo. No hay modo de cambiar por completo esto y hacer que Carter no se parezca al doctor Strangelove. Piensa en ello. Conseguir la reforestación de zonas desérticas implica años de dirigir estudios y experimentos. Probablemente ya haya realizado todo eso. ¿Pero por qué esas investigaciones se realizan en secreto? Como tú dijiste, las universidades estarían encantadas de llevar a cabo sus deseos, pero nunca ha colaborado con ellas. ¿Por qué? Y esa pregunta lleva a otras preguntas que se dirigen especialmente al tipo de experimentos que se llevan a cabo.

—Eres un pequeño sabueso de las conspiraciones, ¿no crees?

Ella se inclinó hacia delante nuevamente, de modo que sus rostros quedaron a escasa distancia uno del otro.

—No, no lo soy, pero sé lo que pueden hacer los locos de las conspiraciones, y si se enteran de esto, comenzarán a sacar sus conclusiones, y ¿quién puede culparlos? Después de todo, ¿qué tipo de experimentos se realizan para la reforestación? ¿Plantar árboles? Muy bien. Pero los árboles necesitan agua y tierra fértil. Con suficiente trabajo y recursos uno puede crear tierra fértil en el desierto, pero nadie puede producir agua —a menos que uno esté realizando una serie de investigaciones y experimentos completamente diferentes. Lo que nos conduce a esos viejos artículos que escribió sobre el vudú climático. —Sonrió—. Y entonces, el electorado le colocará la etiqueta que al partido de la oposición le viene estupendamente: científico loco.

—Vamos, Elle. Carter no es…

—Tal vez no —lo interrumpió con una voz que fue casi un siseo—, pero Carter Thompson es conocido como un hombre que no se ocupa de asuntos sin importancia. Perder tiempo y dinero no forma parte de su modelo empresarial. Por eso, si su modelo le permite obtener ganancias desde todos los puntos de un desastre y canalizar esas ganancias en investigaciones secretas, ¿es tan exagerado convencer a las masas inocentes de que él podría estar creando esos desastres?

Davis Lee dejó la servilleta sobre la mesa.

—Detesto decírtelo, muñeca, pero pienso que tal vez hayas tomado demasiado…

Ella le tomó la mano, haciéndolo callar.

—Davis Lee, no estoy borracha y no estoy loca. Fui entrenada para analizar los detalles, y a partir de ellos, trazar un panorama de conjunto.

—Bueno, yo creo que tú estás un poco borracha, querida, y que estás dando una serie de saltos lógicos para poder crear el panorama de conjunto que quieres. Saltos más grandes de los que estarías realizando en otras circunstancias. —Retiró su mano de la de ella e hizo una seña pidiendo la cuenta.

—¿Crees que lo estoy? Las noticias están repletas de escenarios catastróficos. Nos están asolando tormentas cada vez mayores y los científicos dicen que es una tendencia que continuará por los próximos veinte años. Todos lo han oído. La devastación se incrementa proporcionalmente, lo cual significa que Carter se está enriqueciendo aún más. Y ahora quiere presentar su candidatura a la presidencia. —Hizo una pausa—. Aunque Benson no llegara primero, creo que el verdadero salto lógico es pensar que la gente verá todo eso y no elaborará una teoría conspirativa.

Ella vio él que apretaba con fuerza los párpados y se pellizcaba el puente de la nariz mientras inspiraba profundamente.

—Es demasiado delirante, Elle. Nadie lo creería.

«¿Cuál es su problema?».

—Te puedo garantizar que mucha gente —llámalos votantes— lo creerán cuando el equipo del presidente termine de hacer un buen relato al respecto —replicó, volviendo a acomodarse en su asiento y apartando, irritada, la mirada.

—Creo que ya es hora de que cambiemos un poco el tema. Hablemos de ti. Dime, Elle, ¿en qué punto de tu corta carrera te convertiste en analista política? —le preguntó mientras escribía su nombre en la factura que el camarero había colocado ante él.

La pregunta murmurada, aunque medio en broma, era un límite, y aquella constatación tomó a Elle como una marea en primavera.

Su respuesta podía cambiarlo todo.

Lo miró a los ojos.

—Crecí junto a políticos, Davis Lee.

—Lo sé. —Se puso de pie y la ayudó a hacer lo propio—. Tu padre era una gran figura local.

—Sí, lo era y lo es, pero dudo que aprecie tu descripción. ¿Qué más quieres saber sobre mí? —le preguntó mientras se adelantaba a su paso en la neblinosa semioscuridad de Greenwich Village.

—No todo.

—¿Qué quieres saber? —volvió a preguntar tras una breve pausa.

—No te importa caminar un poco, ¿verdad? Creo que te vendría bien tomar un poco de aire. —La cogió del brazo y la condujo sin esperar una respuesta. El tráfico era denso y ruidoso, convirtiendo toda conversación en un desafío hasta que doblaron por una calle más tranquila, residencial.

—No me molestaría saber cómo llegaste a la Casa Blanca —dijo, echándole una ojeada. La aburrida sonrisa había vuelto a su rostro.

—Como la mayoría de la gente, a través de una mezcla de mucho trabajo y relaciones familiares.

—¿La familia de quién?

Ella sonrió, sintiendo que la excitación se le subía a la cabeza. «Éste es el momento». Deteniéndose en medio de la acera, se dio la vuelta y lo miró de frente.

—La familia Benson, Davis Lee —contestó suavemente—. Los conozco de toda la vida. Mi madre fue al internado y a la universidad con Geneviève Benson y nuestras familias han ido de vacaciones juntas todos los años de mi infancia. —Hizo una pausa—. De hecho, Win y yo salimos juntos hasta hace unos seis meses.

Él se quedó inmóvil, tratando de digerir aquella desagradable sorpresa y poniéndose repentinamente tenso.

—Así fue como llegué hasta aquí, Davis Lee —continuó—. Win quería que averiguara en qué estabas trabajando. Él sabía que yo llamaría tu atención y jugó contigo, Davis Lee. Yo fui la carnada. Y mordiste el anzuelo.

Él se volvió sobre sus pasos, dejando que Elle se apresurara unos pasos detrás para alcanzarlo. Después de hacerlo, él permaneció en silencio durante media manzana.

—Davis Lee, yo ya no soy el enemigo.

—Es un placer enterarme, Elle.

—Davis Lee, detente —le dijo, tirando de su brazo—. No tenía que decirte nada de esto. Si todavía quisiera seguir trabajando para Win, no te habría dicho nada.

—¿Cuándo decidiste eso? ¿Cuál era el verdadero plan, Elle? ¿También te dijo él que te me insinuaras, Elle? ¿Que te acostaras conmigo?

Ella tropezó como si la hubieran abofeteado, y él finalmente se detuvo y se volvió para mirarla, con una furia y un desprecio evidentes.

—Bueno, ¿te lo pidió?

—Sí —susurró ella, mirándole a la cara—. Pero le dije que no lo haría.

—Imagínate, qué bien. Tienes escrúpulos.

—Basta. No tenía por qué decirte nada —repitió.

—¿Entonces por qué lo has hecho?

—Porque pensé que querrías saberlo.

—Pues ahora ya lo sé —replicó secamente—. ¿Qué es lo que quieres?

Ella sacudió la cabeza y oyó que se le escapaba una risa nerviosa.

—Nada. Quiero decir, no quiero dinero, si eso es lo que me estás preguntando. Quiero trabajar para ti. —«En contra de Win». Ella sonrió y tomó su mano en la suya—. Por el futuro presidente Carter Thompson.

Él le soltó la mano.

—¿Por qué habría de creerte? —le preguntó fríamente.

Ella se rió.

—¿Qué opciones tienes?

—Mandarte de vuelta.

Su sonrisa titubeó a medida que comprendía sus palabras, haciendo que su corazón se detuviera y comenzara luego a latir apresuradamente.

«Dios mío».

Apenas pudo respirar.

—¿Qué quieres decir?

—¿Qué crees que quiero decir, Elle? —le preguntó, con crudo desprecio.

—¿Se lo dirías a Win? —Su pregunta, con tono estridente y horrorizado le valió la recelosa mirada de varios transeúntes mientras él la sostenía, aferrándola por los brazos. Sus ojos eran de hielo.

—Eso mismo.

Ella supo que sus ojos estaban desorbitados por el miedo. Pudo notar como le comenzaban a temblar las rodillas.

—Hablas en serio. —La adrenalina le corrió por la sangre y apretó sus manos contra sus antebrazos—. Ésa no sería buena idea, Davis Lee. Él no tiene escrúpulos. No le gusta perder. Hace lo que haga falta para ganar. Yo he sido sólo…

—No me importa lo que has sido. No hay sitio para los traidores en mi personal.

—Yo no… Yo lo estoy traicionando a él, Davis Lee, no… —Las lágrimas le quemaban las mejillas.

—Me importa un bledo —replicó, remarcando las palabras—. Eres una mentirosa y una traidora. Lo primero es desafortunado, pero lo segundo intolerable. Vuelve con Win y dale mis saludos.

El pánico inundó su mente.

—No puedo —susurró, mirándolo a la vez que la realidad de lo que había hecho la invadía, ahogándola—. No puedo volver con él. Él… él, Davis Lee, es el hijo del presidente. No sé lo que me hará.

—Entonces, creo que va siendo hora de que lo averigües. —Manteniendo una mano sobre su codo, caminó con ella los pasos que faltaban hasta la esquina, en donde llamó a un taxi. Volviéndose a ella mientras se detenía, le sonrió con frialdad y abrió el móvil que llevaba en su mano. Buscando en la agenda, apretó un botón y acercó el teléfono a su oído—. Eh, Win, soy Davis Lee… espero que no te importe que esté usando el teléfono de Elle para llamarte. Hemos ido a cenar y pensé que debería hacerte saber que puedes quedarte con tu puta. Ya he terminado con ella. —Cerró el teléfono y se lo devolvió.

Rígida de miedo e incredulidad, ella se apartó del teléfono como si fuera veneno.

—Estás bromeando —le dijo en un susurro estrangulado.

—No bromeo con estas cosas. Fíjate en el número al que acabo de llamar. —Le puso el teléfono en el bolso y luego la acomodó de malos modos en el maloliente asiento trasero del taxi—. Haré que alguien despeje tu mesa, Elle, y que un mensajero lleve tus cosas. Y espero que consideres mitigar el daño que has hecho a tu carrera manteniendo todas esas ideas tuyas en el más absoluto de los silencios. La política es un enorme y feo asunto con una larga memoria. Y se traga a los estúpidos como tú.

Cerró la puerta, se enderezó y comenzó a alejarse de ella. Ignorando la pregunta del taxista pidiendo la dirección, ella miró su espalda y comenzó a temblar.

«Más me valdría estar muerta».

Sábado, 21 de julio, 00:15 h, Georgetown, Washington, D.C.

Win dio una vuelta en la cama, todavía sin aliento, y tomó su móvil, apretando el botón para acallar su campanilla.

—Ésa es la diferencia entre los hombres europeos y los estadounidenses, ¿sabes? —La sedosa voz de acento italiano susurraba junto a su oído—. Ningún hombre europeo interrumpiría hacer el amor para responder una llamada. Pero vosotros, los estadounidenses, siempre tenéis miedo a perder una llamada, o a perderos la acción.

—Ya habíamos terminado de hacer el amor, por si no te habías percatado. Y para que te quede claro, no estoy respondiendo al teléfono, estoy mirando mis llamadas, algo que no haría si no fuera el hijo del presidente —murmuró, parpadeando bajo la intensidad de la luz de la brillante pantalla azul—. Tenemos un huracán de categoría 4 causando serios daños a varios grupos de votantes leales, y si mi padre quiere hablar al respecto, yo tengo que escucharlo,
capisci
?

—Soy italiana, y tengo que responder «no» a eso. Hacer el amor tiene preeminencia.

Sintió la punta de una lengua húmeda juguetear con el lóbulo de su oreja y apartó la cabeza. Si ella hubiera esperado unos minutos, su aliento cálido podría haber iniciado una reacción en cadena, pero, de momento, lo único que podía hacer era pasar un brazo en torno a ella y acercar su cuerpo desnudo al suyo mientras dirigía su mirada en la pantalla. Elle.

Dejó escapar un suspiro irritado y puso el teléfono boca abajo sobre la mesilla de noche. Volviéndose hacia su compañera, que lo recompensó con una sonrisa sensual, continuó su lección avanzada en relaciones internacionales, dejando de lado cualquier pensamiento en relación con Elle.

Capítulo 32

Sábado, 21 de julio, 6:00 h, Montauk Point, Long Island.

El sol apenas había asomado cuando Kate entró en el muelle. El fresco aire húmedo abrazaba sus piernas desnudas y despertaba sus sentidos. Las playas hacia el Oeste mostraban signos de vida. Unos cuantos paseantes matutinos habían salido ya, algunos caminaban a paso veloz por la playa, agitando los brazos, otros deambulaban cabizbajos, buscando conchas. En las líneas que trazaban los embarcaderos privados a lo largo de la costa transcurría la verdadera acción. Flotaban los saludos en el aire de la mañana mientras los equipos de pesca y de buceo eran subidos a las cubiertas de enormes cruceros, botes inflables y toda clase de barcos.

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