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Authors: Katharine Ashe

Tags: #Histórico, #Romántico

Cómo ser toda una dama (10 page)

BOOK: Cómo ser toda una dama
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—Muy bien.

Bajo la atenta mirada de esos ojos azules, sus pensamientos se dispersaron. Pero tenía que llegar hasta el final. Su orgullo estaba en juego.

—Si desembarcas por cualquier motivo, renuncias a la apuesta y yo gano automáticamente.

—¿Y mi parte? ¿Si me echas del barco, renuncias a la apuesta y gano yo?

—Exacto —no lo haría. Había soportado su inquietante presencia durante casi dos semanas a esas alturas. Pero esos ojos claros le decían que estaba tramando algo. Había cometido una tontería, un error. Bajó la vista a sus labios. Un error tontísimo y garrafal—. Y al final de la quincena tienes que decir la verdad —añadió—. Nada de mentir para ganar.

—Por supuesto.

Le tendió la mano.

—¿Trato hecho?

Cuando la mano de Seton envolvió la suya, su cuerpo cobró vida. Su apretón era fuerte, y ella quería sentir esa fuerza en otra parte. Quería sentir esas manos sobre su cuerpo. Era una desvergonzada infiel que retaba a un hombre para que la tocara mientras su corazón pertenecía a otro.

—Al final de la quincena, Viola Carlyle, subirás a mi barco y viajarás a Inglaterra conmigo —habló en voz baja y serena, todo lo contrario a lo que ella estaba sintiendo por dentro.

—Al final de la quincena, Seton, te arrepentirás de haberte acercado siquiera a Violet Daly.

Seton le soltó la mano y se alejó, con parsimonia, sin ser consciente de que el aire vibraba a su alrededor. Ella siguió donde estaba, con la vista clavada en su espalda mientras lo veía desaparecer bajo cubierta, maldiciéndose en silencio y maldiciéndolo a él. Le haría la vida imposible. Lo obligaría a abandonar el barco con sus atenciones y así la dejaría tranquila. Después, retomaría su relación con Aidan donde la dejaron la última vez que la abrazó y le dijo que ella era lo mejor que le había pasado en la vida.

Sin embargo, la idea de abrazar a Aidan no le aceleraba el corazón en ese momento. A Aidan precisamente, no.

Capítulo 7

La Dama de la Justicia
:

Mi padre, mi hermano y yo estamos encantados con su último panfleto sobre las «Despreciables Condiciones Laborales que sufren los trabajadores de las fábricas textiles de Manchester». Sus llamamientos escritos son una fuente de inspiración para Gran Bretaña.

Sin embargo, debo pedirle con todos mis respetos que quite
La Sirena
de las oficinas.

Su tamaño y su estado de desnudez han causado incomodidad entre nuestros clientes y una considerable falta de concentración entre los operarios de la prensa. Si lo estima conveniente, estaré encantado de encargarme de su traslado.

Josiah Brittle

Estimado señor Brittle:

Siento muchísimo los inconvenientes que ha causado la estatua. Por favor, encárguese de la devolución al remitente a la siguiente dirección: señor
Halcón Peregrino
,
Club Falcon
, número 14 ½ de Dover Street, Londres.

Una sirena debe estar allí donde pueda ocasionar la mayor destrucción posible. No al lado de esos pobres trabajadores, sino bien cerca de los ricos indolentes que se lo merezcan.

Atentamente,

La Dama de la Justicia

Capítulo 8

Viola Carlyle era una desvergonzada.

En el transcurso de un día, su actitud hostil e irritable desapareció y todo fueron miraditas de reojo y párpados entornados. Jin lo habría encontrado gracioso si no se le diera tan bien. Si no fuera tan convincente. Como si de verdad deseara sus atenciones. Adoptó el papel de una mujer recatada que le tiraba los tejos como si fuera una consumada actriz, pero con mucha más delicadeza y con la ventaja de contar con una cara bonita y un cuerpo bien formado.

Un cuerpo que estaba más que dispuesto a explorar nuevamente.

Durante ese día, abandonó el abrigo que la cubría como un saco y se puso un chaleco ajustado que se amoldaba a sus pechos y a su estrecha cintura, enfatizando la delicadeza de su silueta. En el tahalí que llevaba al hombro y que cruzaba su torso hasta la cadera opuesta había una pistola pequeña y un puñal cuya empuñadura señalaba hacia un lugar donde no debía posarse la mirada de un hombre. El espantoso sombrero también había desaparecido, reemplazado por una gorra con visera cuando estaba en cubierta. Si estaba abajo, no llevaba nada en la cabeza. Su abundante melena, recogida en una simple coleta como el día que la vio en los muelles hacía ya semanas, relucía como el satén y se mecía en la brisa, rozándole los labios.

No cometió el error de abandonar su papel de capitana. Mantuvo un firme control sobre su barco y sobre las actividades de la tripulación, dejándole a él sus tareas habituales. Sin embargo, comunicaba sus órdenes sin burlas ni insultos, empleando una voz serena que sugería una plena confianza en él y en el desempeño de sus responsabilidades.

Era seductora, elegante y en absoluto servicial o demasiado reservada. Era la tentación en persona, como una dama bien educada que reservara sus favores para el hombre que considerara adecuado. Y sólo para él.

Era un demonio engañoso y manipulador.

Sin embargo, todo ello sirvió para convencerlo de que su lugar se encontraba entre la alta sociedad británica. Su belleza y su elegante coqueteo, sumados a la actitud confiada con la que se movía en su mundo, la señalaban como la aristócrata que estaba destinada a ser. Como la hija de su madre, que no de su padre.

No obstante, Jin llevaba dos décadas inmerso en juegos mucho más peligrosos, y sabía cómo manejar la situación. De modo que mantuvo las distancias.

Ella le puso las cosas difíciles. Empezó a comer con los hombres. Cada vez que Jin estaba en cubierta, Viola se las apañaba para aparecer. Era evidente que pensaba que la clave del éxito estaba en la proximidad. De modo que se descubrió alejándose de ella más de lo que le gustaría. Ningún hombre le decía lo que tenía que hacer, y ciertamente no iba a hacerlo una mujer. Hacía veinte años que nadie le daba órdenes. Sin embargo, la cercanía de Viola lo distraía. Demasiado.

Tras las nubes, los vientos y el día soleado en el que hicieron la apuesta, llegó la lluvia. Jin se encontraba en su camarote, preparándose para acostarse cuando apareció Becoua.

—Señor, el cielo está parcialmente despejado. Se ven algunas estrellas. Pensé que le gustaría saberlo, porque la capitana ya está dormida.

—Gracias, señor Maalouf.

Becoua se volvió para marcharse, aunque se detuvo.

—Señor Jin, la capitana huele a flores de un tiempo a esta parte, ¿verdad? Como si usara perfume, ¿no?

—No lo he notado.

Becoua lo miró a los ojos con expresión socarrona y curiosa.

Jin meneó la cabeza.

—Vuelva al trabajo, marinero.

El contramaestre rezongó algo mientras se alejaba. Jin se pasó una mano por la cara, tras lo cual se aferró la nuca. Debía comprobar que el barco llevaba la dirección correcta mirando las estrellas. Tal vez pasaran días antes de que el cielo volviera a despejarse.

No obstante, Viola guardaba el sextante en su camarote.

Que era donde ella se encontraba en ese momento. Lo sabía porque había pasado un rato antes por delante de la puerta de su camarote, dejando tras de sí un olor a flores y hierbas. Sí, llevaba unos días usando perfume, un aceite de rosas de las Indias Orientales o tal vez fuera aceite de champaca. Una fragancia rica y embriagadora que se mezclaba con su aroma a mujer y que incluso a cierta distancia parecía afectar a un hombre y acariciarlo justamente donde más lo necesitaba.

Una fragancia obvia.

Desvergonzada.

Que estaba surtiendo efecto. El resto del barco olía a sudor y a hombres sucios, mientras que su capitana olía como el vestidor de una dama. Jin se arrepentía de no haber visitado los burdeles de Boston antes de embarcarse en esa travesía. Con esas miraditas dulces y el incitante perfume, lo estaba excitando, y también estaba despertando el deseo de darle una lección sobre las consecuencias de tentar a un hombre que llevaba demasiado tiempo sin una mujer.

Si él estaba frustrado, el resto de la tripulación debía de estarlo también. La confusión de Becoua lo demostraba.

¡Esa mujer era un demonio irresponsable! O tal vez estuviera loca, como pensó la primera vez que la vio.

Caminó hasta la puerta de su camarote y llamó. La abrió una mujer que no parecía en absoluto la capitana de un barco. Llevaba el pelo suelto y sus ondulados mechones le enmarcaban la cara como la más costosa marta cibelina. Sólo llevaba una diáfana camisa blanca con los lazos desatados, lo que dejaba a la vista gran parte de su escote. En una mano sujetaba un libro abierto.

Sus enormes ojos violetas lo miraron con una expresión distraída, que no tardó en despejarse. Pestañeó varias veces al tiempo que se ruborizaba, y por un instante pareció sofocada. No obstante, al cabo de un momento, bajó el libro y le ofreció una sonrisa femenina un tanto calculadora.

—Señor Seton, una visita tardía. Es un placer.

—¿Siempre le abres la puerta a tus marineros vestida así? —señaló la piel sedosa de su escote que la camisa dejaba a la vista, unas curvas de lo más tentadoras.

Porque lo eran.

Lo tentaban.

Se percató de que ella esbozaba una sonrisa torcida.

—En absoluto. Te esperaba a ti.

—Con insultos y bravuconería te sería más fácil convencerme de que abandonara el barco.

—Puedo ganar la apuesta de dos formas.

—Exactamente igual que yo —apoyó un hombro en la jamba de la puerta—. No soportarás mucho tiempo mi indiferencia. Tu orgullo se resentirá y me tirarás por la borda movida por la exasperación.

—Podría ser así si te mostraras indiferente —su mirada descendió y se clavó en los labios de Jin, donde se detuvo un instante antes de proseguir hacia su torso. Lo hizo como si fuera una caricia, despacio.

Y él sintió esa mirada como tal. Como una caricia.

Viola lo miró de nuevo a los ojos.

—Pero no es el caso —concluyó.

Jin cruzó los brazos por delante del pecho con indiferencia y se permitió una sonrisa, aunque en el fondo lo hacía para inmovilizar los brazos. O más bien las manos.

—Ya te gustaría.

—El otro día, aquí en el pasillo —siguió ella en voz baja. Una voz femenina, dulce y tentadora—, querías besarme.

—Viola Carlyle, si hubiera querido besarte, lo habría hecho —replicó él también en voz baja.

—Mientes.

Jin no replicó, se limitó a mirarla como si no lo hubiera insultado con un brillo decidido en los ojos.

Viola sintió una espantosa sequedad en la boca. Ansiaba tener una copa de vino en la mano y librarse de la presencia de Jinan Seton. Esa charada era insoportable. Cuánto más obligada se veía a pestañear como una tonta y a mantenerse cerca de él en la cubierta vestida con mucha menos ropa de la que usaba para acostarse, más difícil le resultaba recordar que todo era teatro. Había abierto la puerta de esa guisa porque estaba tratando de leer un libro que le encantaba de pequeña y, en cambio, se había pasado el rato imaginando cómo serían sus besos.

—¿Qué estás leyendo? —le preguntó él como si fuera lo más natural del mundo.

—Un libro —respondió de mala manera. Esa boca tan maravillosa y perfecta, esos brazos musculosos y todo lo demás estaban demasiado cerca—. ¿Esta es tu manera de intentar entablar conversación?

—Vaya, la fierecilla ha vuelto —comentó él con una sonrisa que le provocó un cosquilleo en el estómago—. Es posible que acabe saltando por la borda después de todo.

—Ojalá.

Jinan Seton tuvo la audacia de reír entre dientes.

—Puestos a pensarlo, prefiero esta actitud a la otra. Me gustan los marineros honestos.

—Querrás decir las mujeres, ¿no?

Sus ojos parecieron ensombrecerse.

—La gente en general —respondió él.

Sin embargo, esas palabras no reflejaron lo que estaba pensando. Viola lo vio en su expresión, y supo sin el menor género de duda que ese hombre había sido testigo de la deshonestidad de una mujer y que había salido mal parado.

Abrumada por un repentino impulso, Viola hizo algo muy tonto. Extendió un brazo, le colocó la mano en el pecho y se oyó decir:

—Yo siempre soy honesta.

Y lo era, en lo concerniente a ese tema. Porque quería estar a su lado en contra de su voluntad y tocarlo.

Sintió que su torso subía y bajaba rápidamente bajo la palma de su mano, pero cuando replicó, su voz sonó firme:

—Estás interpretando un papel que no nos gusta a ninguno de los dos. Retira la apuesta. Es infantil y sabes que vas a perder.

Sin embargo, ella no se sentía infantil en lo más mínimo. Su forma de mirarla con esa intensidad cristalina, aun mostrándose distante, la hacía sentirse como una mujer. Debería apartar la mano de su cuerpo. Por debajo de la delgada tela de lino, demasiado fina para un hombre de mar, sólo había músculo.

—¿Y si no me importara perder? —preguntó, en cambio, extendiendo los dedos. Percibió su calor corporal y los latidos de su corazón, y sintió un extraño palpitar. Deslizó un dedo hasta colocarlo sobre los lazos de la camisa y con un leve movimiento se la abrió. Piel. Bajo su dedo sintió el roce firme y caliente de esa piel masculina. Apartó la tela, dejando a la vista su clavícula y su piel morena. Se le alteró la respiración—. ¿Y si estoy disfrutando de la apuesta?

Jinan Seton la aferró por la muñeca y le metió la mano debajo de la camisa.

Viola se quedó sin aire en los pulmones. En un primer momento se limitó a sostenerle la mano, presionándosela contra su pezón. Después, inclinó la cabeza y dijo en voz baja:

—Viola Carlyle, no tienes que atarme a un mástil para desnudarme. Si me lo pides, lo haré gustoso.

—¿Ah, sí? —¡Por el amor de Dios! Seguro que él sentía sus estremecimientos.

Ansiaba acariciarlo sin tapujos, ordenarle que se desnudara de inmediato. ¡Ansiaba sentirlo por entero! Seguir experimentando esa deliciosa sensación que la embargaba por momentos. Porque nunca la había sentido. Por ningún hombre. Salvo por Aidan, claro. Posiblemente. O tal vez no.

¿Qué le estaba pasando?

—Sólo tienes que decirlo, capitana —susurró él contra su frente.

Viola se quedó paralizada. La proximidad hacía que sus sentidos se saturaran con el olor de ese hombre. Era un olor estupendo, embriagador, agradable y cálido.

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