Constantinopla (12 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Historia

BOOK: Constantinopla
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Sin embargo, los bizantinos no se dieron fácilmente por vencidos. (A lo largo de su extensa historia, nunca se dieron por vencidos, cosa que las valoraciones generalmente despectivas de los escritores occidentales suelen pasar por alto.) Se agarraron a la puntera y el tacón de Italia y a las amplias extensiones centrales desde Roma a Rávena, junto con algunas ciudades como Venecia y Nápoles.

La política de cauteloso atrincheramiento de Justino II fue puesta a prueba por la invasión lombarda. Fácilmente podía haber caído en la tentación de enviar a las reservas del imperio hacia el oeste, y posiblemente hubiera provocado un desastre mayor, porque al este estaba todavía Persia. Persia vivía los últimos años del reinado de su rey más grande, Cosroes I. Había luchado contra Justiniano dos veces y ahora atacó a Justino, pensando tal vez que el emperador iba a enviar su ejército a Italia.

En la primera arremetida, Persia penetró profundamente en Asia Menor en el 572. Sin embargo, Justino acertó. Se olvidó de Italia y se concentró en la amenaza mayor. Hizo retroceder a Persia, y en el 576 se restauró la paz según las bases habituales.

Pero la tensión era excesiva para Justino. Tuvo ataques de desequilibrio mental, y da la impresión que la guerra con Persia le dio el golpe final que le hizo perder la cabeza. Sufrió una parálisis de las piernas (probablemente de origen histérico), y se hizo evidente que para que hubiera una eficaz autoridad gubernamental tendría que ser sustituido.

La fatalidad que se había empeñado en que en el último siglo ningún emperador reinante tuviera un hijo que le sobreviviera seguía todavía. El único hijo de Justino había muerto, y él se llevaba mal con sus parientes más lejanos. Estaba, sin embargo, el capitán de los guardias. Era alto y guapo, y parece que había atraído las miradas apreciativas de la emperatriz Sofía. Persuadió a Justino para que le adoptase como hijo y le traspasara los deberes del gobierno. Después de un reinado de trece años, cuatro de ellos transcurridos en una grata oscuridad, el enfermo emperador murió en el 587, y su hijo adoptado accedió al trono con el nombre de Tiberio II. Tiberio intentó continuar el programa de paz en el exterior y de economía interna, pero los dos programas eran casi mutuamente excluyentes. Para poder tener tranquilidad en los Balcanes, volvió a pagar el tributo a los ávaros. Aunque esto puso fin a las sangrientas incursiones, dejo agotada la tesorería y no detuvo la continua y pacífica infiltración de campesinos eslavos y la «eslavización» del norte de los Balcanes. También hubo una especie de guerra fronteriza con Persia que se convirtió en algo parecido a la paz, comparada con guerras más serias.

Tiberio II sólo gobernó durante cuatro años, y la muerte se le acercó con suficiente lentitud como para darle tiempo a elegir un sucesor. Tampoco tenía un hijo que pudiera heredarle, pero había un general capaz, el mejor que conocieron los bizantinos desde Narsés. Era Maurikios, que en latín se escribe Mauricius y ha llegado a nosotros, a través del francés, como Maurice. Mauricio había nacido en Asia Menor y remontaba con orgullo su ascendencia a una familia romana de Italia. Su carrera militar le había elevado hasta el cargo de comandante en jefe en el Este, y obtuvo algunas victorias importantes contra los persas. En el 582, cuando Tiberio II sintió que su muerte era inminente, hizo que Mauricio se casara con su hija, Constantina; al morir el emperador, Mauricio le sucedió sin dificultades y fue coronado ante sus padres, presentes como testigos de honor.

No es sorprendente que Mauricio, con su experiencia en el Oriente, considerase una de sus primeras preocupaciones la de llegar a algún tipo de acuerdo con Persia. Dio la casualidad de que las cosas se estaban desarrollando sin ningún contratiempo en aquel momento. Cosroes I había muerto en el 579, y Persia se hallaba en apuros. Tenía que enfrentarse con las incursiones de los bárbaros en el Este y con desórdenes civiles en el interior.

Cosroes II, el joven nieto de Cosroes I, ascendió al trono en el 589, pero la guerra civil le obligó a abandonarlo enseguida. Huyó al Imperio Bizantino, y el emperador le dio su protección. En esto Mauricio fue sincero. Se expuso al riesgo calculado de ir a la guerra en favor de un pretendiente persa al trono con la esperanza de que éste se mostrara agradecido a su salvador más adelante (La ingratitud es tan corriente en la política que es casi posible dudar del juicio de Mauricio en este caso; y, sin embargo, la estrategia le salió de maravilla).

Se envió a un ejército imperial a Persia. Cooperó con las fuerzas nativas fieles a Cosroes II, que vencieron y devolvieron al príncipe a su trono. Y lo que ocurrió después fue que Cosroes II
se mostró
agradecido. Accedió a firmar una paz en 591, muy ventajosa para el imperio, devolvió las fortalezas que había tomado y permitió que Mauricio tomara casi toda Armenia. Además Cosroes II juró mantener la paz con Mauricio y lo hizo. (No obstante, aun esto, que parece tan idílico, condujo a épocas terribles para el imperio. A veces se diría que todos los caminos llevan a la catástrofe.)

Mauricio no acertó tan plenamente en Occidente. Lo intentó, podemos estar seguros. Organizó las posesiones en Italia central como el «Exarcado de Rávena». La palabra «exarcado» significa «territorio de fuera»; indica una provincia fuera del núcleo del imperio, que estaba lejos y aislada de las demás. Puesto que estaba particularmente expuesta a un ataque del enemigo, su gobierno era militar, y la autoridad civil estaba subordinada a la militar. El sistema dio resultado hasta cierto punto, porque los lombardos fueron detenidos por las obstinadas fuerzas imperiales e Italia central continuó siendo bizantina durante casi dos siglos más.

Sin embargo, si las fuerzas imperiales no perdían terreno, tampoco lo perdían los, lombardos. El imperio no pudo conseguir más que llegar a un punto muerto. En otras partes del Occidente los dominios bizantinos en España disminuían ante el avance de los resurgentes visigodos, y por entonces el emperador controlaba sólo algunas ciudades y fortalezas a lo largo de la costa del Sur.

También se deterioraba la situación en los Balcanes. Los ávaros cruzaron el Danubio a raudales causando depredaciones inusitadas, dirigidos por un monarca de gran talla, Bayan. En el 591, en el mismo año en que Mauricio estaba empezando a dominar el Oriente, las bandas ávaras se presentaron ante las murallas de Constantinopla.

Mauricio tuvo que volver corriendo de Persia. Durante algún tiempo, dirigió los ejércitos bizantinos contra los ávaros: es el primer emperador que fue al campo de batalla en dos siglos. Pero pronto se retiró, dejando la dirección de la campaña en manos de su general Prisco, que en el 601 derrotó finalmente a los ávaros en una gran batalla al lado del Danubio, río abajo de la actual Belgrado.

La primera catástrofe

Por desgracia, Mauricio se hacía cada año más impopular. Su prudente política de atrincheramiento y ahorro le malquistó a muchos que de otro modo podían haberse beneficiado a expensas del gobierno. Los habitantes de Constantinopla estaban hartos de su tacañería y dispuestos a alzarse contra él. Sin embargo, la verdadera crisis se produjo en la frontera del Danubio, donde Mauricio siguió la igualmente necesaria e igualmente impopular política de exigir una estricta disciplina de cara a la constante amenaza de los ávaros Hubo movimientos de descontento cada vez más frecuentes por parte de los soldados.

Después, en el 602, los ávaros ofrecieron liberar a 12.000 prisioneros a cambio de 6.000 monedas de oro. Mauricio dudó, reacio a ceder frente a este chantaje y entregarles el dinero, y los ávaros asesinaron a los hombres. Un rumor de disgusto partió del ejército. Cualquier soldado podía caer preso y no deseaba morir para ahorrar a su emperador media moneda de oro. Los soldados rebeldes encontraron a un jefe en un oficial inferior llamado Focas. Grandes secciones del ejército abandonaron sus puestos y marcharon bajo sus órdenes a Constantinopla.

Si Constantinopla hubiera sido fiel, los amotinados se hubieran detenido ante las murallas. Desgraciadamente para Mauricio, estallaron motines contra él en toda la ciudad, y fue casi como en la Insurrección Nika de hacía setenta años. Mauricio no tenía una Teodora a su lado, ningún Belisario para hacerse cargo de los guardias del palacio, y ningún Narsés para enviar a meterse entre los amotinados. Por consiguiente, tuvo que hacer lo que Justiniano casi hizo: abdicó, huyó de la ciudad y cruzó el Bósforo al otro lado. Allí envió un llamamiento a Cosroes II de Persia, pidiendo su ayuda a cambio de la que el rey persa había recibido una década antes.

Ya que Mauricio no estaba, las masas podían haber proclamado rey a su hijo mayor (tenía cinco). Se habló algo de ello, pero entonces el ejército rebelde entró en Constantinopla por los portalones abiertos por los amotinados desde dentro. Focas iba a su cabeza en un carro llevado por cuatro caballos blancos. Sus soldados ya le habían proclamado emperador, y después el populacho de Constantinopla le vitoreó.

Uno de sus primeros actos fue enviar a sus soldados a cruzar el Bósforo para coger a Mauricio y a sus cinco hijos. Fueron ejecutados todos allí mismo. Esto estableció un triste precedente. Hubo un período durante la anarquía romana del siglo III en el que un emperador tras otro fueron asesinados; pero desde que Diocleciano había reorganizado el gobierno, pocos emperadores habían muerto fuera de su cama o del campo de batalla.

Desde que Constantino había fundado Constantinopla, la habían gobernado dieciocho emperadores, y de ellos, Mauricio, el décimoctavo, fue el primero que murió como consecuencia de la violencia civil (aunque Justino casi pudo contarse entre ellos). No fue el último. De las docenas de emperadores que le siguieron en Constantinopla, más de la mitad iban a ser obligados a abdicar, cegados, torturados o asesinados. Si, como dijo Teodora, el trono era un sepulcro glorioso, unas cuatro docenas de emperadores tuvieron la oportunidad de comprobar la teoría en condiciones que variaban desde lo trágico hasta lo horrible.

Pero las noticias de la abdicación y ejecución de Mauricio llegaron por fin a Cosroes II, y el monarca persa quedó horrorizado.

Fue fiel a su pacto con Mauricio (una amistad que floreció curiosamente a pesar de la enemistad secular de sus naciones) y declaró la guerra al Imperio Bizantino para vengarse de su aliado, jurando no cesar hasta que el asesino de su amigo fuera ajusticiado. Por esta razón lanzó la última, más furiosa y más provechosa de todas las marchas persas hacia el oeste.

Las primeras victorias de Cosroes asustaron a Focas por completo. No era más que un soldado estúpido, el primer emperador que gobernó Constantinopla por causas distintas a la herencia o al mérito, y no sabía qué hacer. Aterrado, hizo la paz con los ávaros al precio de un tributo exorbitante, y esto le ganó el desprecio del ejército.

Pero todavía intentó ganarse al Occidente mediante severas medidas contra los monofisitas y el reconocimiento de que el papa romano tenía primacía frente al patriarca de Constantinopla. Esto le mereció el elogio del papa Gregorio I (del que no era digno el estúpido que se sentaba en el trono imperial), pero nada más.

En el país, aquella acción provocó un unánime grito de horror del clero. Las victorias de Justiniano en Occidente, después de todo, habían colocado a Roma bajo el dominio político de Constantinopla, y esto parecía añadir el último ladrillo al edificio de la supremacía del patriarca, al menos ante los ojos orientales. Desde los tiempos de Justiniano, la cabeza de la Iglesia de Constantinopla se autodenominaba patriarca ecuménico, firmando su primacía universal, y en concreto su superioridad frente al papa.

Es cierto que ningún papa aceptó jamás esta primacía del patriarca, ni por un instante renunció a su propia pretensión de gobierno de toda la Iglesia, pero Roma no podía hacer nada. Aun después de la invasión lombarda que había costado al imperio casi toda Italia, Roma seguía siendo parte del territorio del exarcado de Rávena, y el papa todavía estaba a merced del capricho imperial. Que Focas renunciara a la pretensión de primacía patriarcal era algo insoportable, y el escandalizado clero oriental se pasó a la oposición intransigente.

En cuanto a la persecución de los monofisitas, fue la acción más estúpida de todas. Los sirios, que eran monofisitas, no entendían por qué tenían que dar sus vidas por un déspota que les perseguía. El resultado fue que no se opusieron al avance persa, sino que se prepararon para dar la bienvenida a los invasores como sus liberadores.

Una tras otra, cayeron las fortalezas bizantinas en Oriente. Cosroes II pasó como un rayo por Siria y Asia Menor, y antes del 608 llegó a Antioquia y la cercó. El pueblo de Constantinopla estaba aterrado, y es muy comprensible. Era evidente que Focas era un tanto incompetente, y todos se arrepintieron de todo corazón por haberle hecho emperador. Sin embargo,
era
emperador y tenía a las tropas del palacio bajo su mando. Las aprovechó para someter a la ciudad a un régimen de terror.

Parecía que el imperio no tenía a quién pedir ayuda, y acudió en su socorro la única provincia intacta y cien por cien leal: la de África del Norte, con su capital de Cartago. Sólo sesenta años antes, Belisario había capturado esa provincia para el imperio, y sólo se pueden hacer especulaciones sobre lo que hubiera podido ocurrir con Constantinopla en aquel momento si no hubiera existido esa provincia.

El Norte de África era una fortaleza dirigida por un general capaz, Heraclio, que fue nombrado por Mauricio, y que continuó siéndole fiel.

Con paciencia esperaba su oportunidad de vengar a su antiguo jefe, y antes de comenzar el año 610 estaba preparado. Sabía que sus tropas eran fieles, porque Cartago, territorio occidental, era mayoritariamente católico, y además Prisco, el otro general competente del reino, se unió a él.

Prisco llevó al ejército hacia el este a Egipto, mientras una flota navegó desde Cartago hacia Constantinopla dirigida por el hijo de Heraclio, que se llamaba como él. Al ver desde Constantinopla a las naves, las masas de la ciudad no necesitaron más. Seguras de un apoyo militar, se levantaron enloquecidas, y pasando por alto olímpicamente a los guardias del palacio (que mantuvieron una prudente tranquilidad), apresaron a Focas que llevaba gobernando ocho desastrosos años y le torturaron hasta la muerte en una orgía de crueldad. Después proclamaron emperador al joven Heraclio y le recibieron con todo el fervor de un salvador enviado desde el cielo.

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