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Authors: Edmond Rostand

Tags: #Drama, #Teatro

Cyrano de Bergerac (6 page)

BOOK: Cyrano de Bergerac
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(Desde hace un momento, al fondo del escenario, las sombras de los comediantes se agitan y cuchichean; comienzan a ensayar; los músicos han ocupado su sitio.)

U
NA
V
OZ
.—
(Desde el escenario.)
¡Eh, los de abajo! ¡Silencio, que estamos ensayando aquí arriba!

C
YRANO
.—
(Riendo.)
Vámonos.

(Cuando van a salir, entran por la puerta del fondo Cuigy, Brissaille y varios oficiales que sostienen a Lignière, completamente borracho.)

C
UIGY
.— ¡Cyrano!

C
YRANO
.— ¿Qué pasa?

C
UIGY
.— Te traemos una cuba de vino.

C
YRANO
.—
(Reconociéndole.)
¡Lignière! Pero ¿qué te ha pasado?

C
UIGY
.— Estaba buscándote.

B
RISSAILLE
.— No puede regresar a su casa.

C
YRANO
.— ¿Por qué?

L
IGNIÈRE
.—
(Con voz pastosa, mostrándole una nota arrugada.)
En esta nota… se me advierte… cien hombres contra mí… por la… cancioncilla… corro un gran peligro… la Puerta de Nesle… para volver a mi casa… Tengo que pasar por allí… Déjame que duerma esta noche… en tu casa…

C
YRANO
.— ¿Cien hombres, has dicho? ¡Esta noche dormirás en tu cama!

L
IGNIÈRE
.—
(Espantado.)
Pero…

C
YRANO
.—
(Con una gran voz, señalándole la linterna encendida que el portero balancea mientras escucha con curiosidad esta escena.)
¡Coge esa linterna!
(Lignière lo hace apresuradamente.)
¡Andando! Te juro que yo mismo te meteré esta noche entre las sábanas.
(A los oficiales.)
Y vosotros, seguidnos a distancia: serviréis de testigos.

C
UIGY
.— ¡Pero cien hombres!…

C
YRANO
.— ¡No necesito menos esta noche!

(Los comediantes, han bajado del escenario y se han acercado vestidos con los diversos trajes de la representación.)

L
E
B
RET
.— Pero ¿por qué vas a proteger a…

C
YRANO
.— ¡Ya está Le Bret gruñendo!

L
E
B
RET
.— … este borracho?

C
YRANO
.—
(Dando una palmada en los hombros de Lignière.)
Porque este borracho, esta cuba de vino que aquí ves hizo cierto día algo admirable. Al salir de misa, vio que la que él amaba tomaba agua bendita, según es costumbre; y entonces él, que en su vida ha probado una gota, corrió a la pila, se inclinó sobre la concha y se la bebió toda.

U
NA
C
OMEDIANTA
.—
(Vestida de criada.)
¡Vaya!, ¡qué galante!

C
YRANO
.— ¿Verdad que sí, criada?

L
A
C
OMEDIANTA
.—
(A los otros.)
Pero… ¿por qué son cien contra un pobre poeta?

C
YRANO
.— ¡Vamos!
(A los oficiales.)
Y vos, caballeros, al verme cargar, no me secundéis, por grande que sea el peligro.

O
TRA
C
OMEDIANTA
.—
(Saltando del escenario.)
¡Yo me voy a verlo!

C
YRANO
.— ¡Venid!

O
TRA
.—
(Saltando también, le dice a un viejo actor.)
¿Vienes, Casandro?

C
YRANO
.— ¡Venid todos! El doctor, Isabel, Leandra… Unid con vuestra presencia la farsa italiana y este drama español. ¡Que al estruendo de las armas se una el tintineo de los cascabeles de vuestros vestidos!

T
ODAS
L
AS
M
UJERES
.—
(Brincando de alegría.)
¡Bravo!… ¡Aprisa, mi manto!… ¡Un capuchón!…

J
ODELET
.— ¡Vamos todos!

C
YRANO
.—
(A los músicos.)
Y vosotros, señores, tocad, ¡tocad algo!
(Los músicos se unen al cortejo. Los demás cogen las candelas encendidas de la rampa y las distribuyen. Parece una marcha de antorchas.)
¡Bravo!… Oficiales, mujeres disfrazadas y veinte pasos delante
(Se coloca como dice.)
yo, completamente solo, bajo el penacho que la gloria misma hincó en este sombrero altivo, como un Escipión triplemente narigudo. ¿Habéis comprendido?… ¡Os prohíbo que me ayudéis! ¿Está claro? ¡Uno, dos y tres!… ¡Portero!, abrid la puerta.
(El portero abre los dos batientes. Aparece un rincón del viejo París, pintoresco e iluminado por la luna.)
¡Ah!, París huye, nocturno y casi nebuloso. La claridad de la luna se desliza por los tejados azules… ¡Bello fondo para esta escena! Allá abajo, velado con sus propios vapores, el Sena, como un misterioso y mágico espejo, tiembla… ¡Ahora veréis lo que veréis!

T
ODOS
.— ¡A la puerta de Nesle!

C
YRANO
.—
(De pie en el umbral.)
¡A la Puerta de Nesle!
(Antes de salir, se dirige a la criada.)
Señorita, ¿no preguntabais por qué enviaron cien hombres contra un solo poetrastro?
(Saca la espada y añade tranquilamente.)
¡Pues porque saben que es amigo mío!

(Sale. El cortejo, con Lignière vacilante a la cabeza, seguido por las comediantas, del brazo de los oficiales y por los cómicos, que brincan, se ponen en marcha al son de los violines y bajo la luz de las antorchas.)

TELÓN

ACTO SEGUNDO

La hostería de los poetas

Interior de la tienda de Ragueneau, amplio establecimiento en la confluencia de las calles de San Honorato y de El Árbol Seco que, a la claridad de las primeras luces matutinas, se ven grises a través de las vidrieras de la puerta. A la izquierda, en primer término, un mostrador coronado por un bastidor de hierro forjado del que cuelgan gansos, patos y pavos. En grandes jarras de porcelana, ramos de flores silvestres, especialmente de girasoles. En el mismo lado y en segundo término, una gran chimenea; ante ella, entre grandes morillos, cada uno de los cuales soporta una pequeña marmita, los asados gotean grasa en las cacerolas.

A la derecha, y en primer término, una puerta. En segundo término, una escalera que sube a una sala reservada cuyo interior se percibe por los postigos entreabiertos: una mesa preparada sobre la que luce una lámpara; es un reducto donde se come y se bebe. Una galería de madera, a modo de continuación de la escalera, parece conducir a otros reservados análogos. En medio de la pollería-pastelería de Ragueneau, un bastidor de hierro que se puede bajar por medio de una cuerda y del que cuelgan grandes tasajos, forma una especie de lámpara de caza.

Los hornos resplandecen en la sombra, bajo la escalera. Los metales relucen; los asadores giran; las piezas de caza se amontonan en pirámides; jamones que cuelgan. Es la hora de la hornada matinal. Ajetreo de marmitones asustados, gordos cocineros y flacos ayudantes. Abundan los gorros de cocina con plumas de pollo o de gallina. Sobre bandejas de chapa y en cestas planas de mimbre, se transportan montañas de pasteles y bizcochos.

Mesas cubiertas de pasteles y platos. Otras, rodeadas de sillas, esperan la llegada de clientes. Una, más pequeña que las demás, en un rincón, queda oculta tras un montón de papeles. Al levantarse el telón, Ragueneau está sentado en ella, escribiendo.

ESCENA I

R
AGUENEAU
, pasteleros; después L
ISA
; R
AGUENEAU
está escribiendo en la mesita del rincón con aire inspirado y contando las silabas con los dedos.

P
RIMER
P
ASTELERO
.—
(Trayendo un molde de torta.)
¡Tarta de frutas!

S
EGUNDO
P
ASTELERO
.—
(Con un plato.)
¡Flan!

T
ERCER
P
ASTELERO
.—
(Trayendo un asado adornado con plumas.)
¡Pavo!

C
UARTO
P
ASTELERO
.—
(Con una bandeja de pasteles.)
¡«Roinsoles»!

Q
UINTO
P
ASTELERO
.—
(Con un tarro.)
¡Carne de vaca en adobo!

R
AGUENEAU
.—
(Dejando de escribir y levantando la cabeza.)
¡Sobre el cobre se deslizan los reflejos plateados de la aurora! ¡Ragueneau, ahoga la musa que en ti canta!… ¡Ya llegará su hora: hay que hacer la hornada!
(Se levanta. A un cocinero.)
Tú, cuida de alargar esta salsa, ¡es demasiado corta!

E
L
C
OCINERO
.— ¿Cuánto?

R
AGUENEAU
.— ¡Tres pies!

E
L
C
OCINERO
.— ¿Cómo?

P
RIMER
P
ASTELERO
.— ¡La tarta!

S
EGUNDO
P
ASTELERO
.— ¡La torta!

R
AGUENEAU
.—
(Ante la chimenea.)
¡Aléjate de mí, musa mía, para que tus maravillosos ojos no enrojezcan con el fuego de estos tizones!
(A un pastelero, señalando los panes.)
Está mal colocada la hendidura de estas hogazas. Hay que poner en el centro la cesura, entre los hemistiquios.
(A otro, mostrándole un pastel a medio hacer.)
¡A este palacio de almendras hay que ponerle techo!
(A un joven aprendiz que, sentado en el suelo, ensarta aves.)
Y tú, sobre ese asador interminable, pon el simple pollo junto a la soberbia pava alternándolos, hijo mío, como el viejo Malherbe alternaba los versos grandes con los pequeños. ¡Que las estrofas de los asados giren en el fuego!

O
TRO
A
PRENDIZ
.—
(Avanzando con una bandeja tapada con una servilleta.)
¡Maestro!, pensando en vuestras aficiones hice esto. Espero que os guste.
(Descubre la bandeja y se ve una gran lira de pastel.)

R
AGUENEAU
.—
(Deslumbrado.)
¡Una lira!

E
L
A
PRENDIZ
.— Es de bizcocho.

R
AGUENEAU
.—
(Emocionado.)
¡Y tiene frutos confitados!

E
L
A
PRENDIZ
.— Las cuerdas son de azúcar.

R
AGUENEAU
.—
(Dándole dinero.)
Toma, ¡para que bebas a mi salud!
(Viendo a Lisa que entra.)
¡Cuidado! Lárgate, que está mi mujer… ¡Y esconde ese dinero!
(A Lisa, enseñándole la lira para salir del apuro.)
¿Qué te parece? Bonito, ¿verdad?

L
ISA
.— ¡Es ridículo!
(Deposita sobre el mostrador una pila de cucuruchos de papel.)

R
AGUENEAU
.— ¿Cucuruchos?… ¡Estupendo! Gracias.
(Los mira.)
¡Santo Cielo! ¡mis libros sagrados! ¡Los versos de mis amigos desgarrados, desmembrados para hacer cucuruchos y meter en ellos piñones! ¡Ah!… ¡renováis el mito de Orfeo y las bacantes!

L
ISA
.—
(Con sequedad.)
¿Acaso no tengo derecho? Por lo menos, ya que tus amigos no me pagan nunca lo que comen, que sirvan sus versos para algo.

R
AGUENEAU
.— ¡Cállate! ¿Cómo te atreves a insultar a cigarras tan maravillosas siendo tú una hormiga?

L
ISA
.— Amigo mío, ¡antes de frecuentar a esa gente, no me llamabas ni bacante ni hormiga!

R
AGUENEAU
.— ¡Hacer esto con versos tan maravillosos!…

L
ISA
.— ¡No sirven para otra cosa!

R
AGUENEAU
.— ¿Qué harías entonces con la prosa?

L
ISA
.— ¡Lo mismo!

ESCENA II

Los mismos y dos niños que acaban de entrar en la pastelería.

R
AGUENEAU
.— ¿Qué queréis, pequeños?

P
RIMER
N
IÑO
.— Tres pasteles.

R
AGUENEAU
.—
(Sirviéndoselos.)
Aquí los tenéis… ¡calentitos todavía!

S
EGUNDO
N
IÑO
.— ¿Podrías envolvérnoslos, por favor?

R
AGUENEAU
.—
(Aparte y deprimido.)
¡Maldita sea!… ¡mis versos!
(A los niños.)
¿Que os los envuelva?
(Toma un cucurucho y al poner en él los pasteles lee.)
«Tal Ulises el día que dejó a Penélope…» ¡No, éste no!
(Lo deja a un lado, coge otro y, en el momento de poner en él los pasteles, lee:)
«El rubio Febo…» ¡No, éste tampoco!
(El mismo juego.)

L
ISA
.—
(Impacientándose.)
¡Bien!, ¿a qué esperas?

R
AGUENEAU
.— ¡Ya, va!… ¡ya va!… ¡ya va!…
(Coge un tercer cucurucho y, con resignación, envuelve en él los pasteles.)
«En soneto a Filis…» ¡Ay!, ¡esto es mucho peor!

L
ISA
.— ¡Menos mal que por fin se ha decidido!
(Encogiéndose de hombros.)
¡Nicodemo!

(Se sube sobre una silla y se dispone a colocar platos en el estante.)

R
AGUENEAU
.—
(Aprovechando que ella está de espaldas, llama a los niños que ya van a salir.)
¡Eh, pequeños! ¡Devolvedme el soneto a Filis y, en lugar de tres, os daré seis pasteles!
(Los niños le devuelven el cucurucho, cogen deprisa los pasteles y salen. Ragueneau desdobla el papel y comienza a leer declamando.)
«Filis…» ¡Maldita sea!… ¡sobre este dulce nombre una mancha de mantequilla! «Filis…»

(Cyrano entra bruscamente.)

ESCENA III

R
AGUENEAU
, L
ISA
, C
YRANO
; después un mosquetero.

C
YRANO
.— ¿Qué hora es?

R
AGUENEAU
.—
(Saludándole con afecto.)
Las seis.

C
YRANO
.—
(Emocionado.)
¡Dentro de una hora!…

(Pasea impaciente por la tienda.)

BOOK: Cyrano de Bergerac
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