Despertando al dios dormido (22 page)

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Authors: Adolf J. Fort

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía, Terror

BOOK: Despertando al dios dormido
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—Las marcas azules representan la situación pasada y presente de algunos grupos de Profundos —dijo el padre Marini—, y las amarillas señalan la posición de nuestras fuerzas. Como puedes ver, estamos en franca minoría.

—¿Qué representan los otros colores? —inquirió Julia, señalando unos puntos de colores rojo y verde que había en Corea, China y la zona Este del planisferio.

—No sólo tenemos un único enemigo, hija mía —replicó el padre Marini con un suspiro—. El Mal está repartido en muchos frentes y tiene muchas caras. Lo que tú has visto es sólo una de las terribles razas que conjuran contra la humanidad. Pero hay también seres terrestres y entes voladores, en las montañas y en las cavernas subterráneas, monstruos que las leyendas atribuyen a la fantasía, pero que son en realidad vestigios vivientes de épocas oscuras y remotas de las que el hombre moderno no recuerda nada. Los pocos testimonios que han quedado escritos, en forma de escultura o grabado, son demasiado crípticos para los investigadores, que los clasifican de reliquias pertenecientes a un período «indeterminado» de la historia y los olvidan en los sótanos de los museos y las bibliotecas.

El eclesiástico apagó el mapa multicolor y se giró hacia Julia mientras se cogía la cruz del cuello con una mano. En su mirada se veía una inmensa tristeza y cuando habló, lo hizo con tono amargo.

—A veces tenemos suerte y alguna de estas «reliquias» cae en nuestro poder —dijo, sin dejar de acariciar la diminuta cruz—, pero muchas veces es el enemigo el que hace los descubrimientos y avanza un paso más hacia nuestra destrucción. Y lo peor es que hay seres humanos ayudando a esas blasfemias a completar sus planes de aniquilación, personas depravadas que no se dan cuenta del terrible error que están cometiendo y que están más allá de cualquier ayuda o redención, hundidos en una locura que les impide ver la verdadera naturaleza de lo que consideran su dios redentor.

—¿Quién es el causante de todo esto, padre? ¿El Diablo?

La amarga carcajada que soltó el padre Marini la pilló totalmente desprevenida.

—No, hija mía, no es el Diablo —replicó el sacerdote—, es mucho más que eso. Verás, Julia, hace mucho tiempo que la Iglesia sabe que no existe tan sólo la dicotomía entre el Bien y el Mal. Las Sagradas Escrituras son mucho más que la Palabra de Dios; han sido el vehículo de transmisión de unos conocimientos aterradores, que se remontan a tiempos pretéritos, muy anteriores a la presencia de la Humanidad sobre la Tierra.

A Julia se le antojó totalmente surrealista la imagen de un eclesiástico confesando que un fundamento de la Iglesia cristiana era en realidad lo que ellos mismos habían estado descalificando durante siglos. Pero antes de poder decir nada, el padre Marini continuó.

—Todos los textos mitológicos tienen coincidencias que no pueden ser ignoradas o despreciadas como cultos paganos de segundo orden. Todas las culturas que consiguieron sobrevivir al gran holocausto que sacudió el planeta en los albores de la prehistoria hacen referencia, de una forma u otra, a los mismos hechos: la decadencia de unos seres tiránicos y monstruosos que se destruyeron entre sí y asolaron el mundo durante el proceso.

Flash
.
Flash
. Unas cuantas sombras más se iluminaron en el tapiz mental de Julia.

—Para unos son seres luminosos montados en carros de fuego que batallaban en el cielo mientras las estrellas caían a su alrededor —prosiguió el padre Marini—, otros los describen como espantosos demonios y terribles dragones nacidos de los cuatro elementos que constituyen los pilares de la ciencia moderna, pero que antaño fueron más. Algunos han escrito acerca de horrores indescriptibles llegados del espacio exterior y cuya sola visión acarrea la locura más profunda, pero todos, escritores o historiadores, profetas y supuestos iluminados, coinciden al narrar un aterrador Apocalipsis que cambió para siempre la faz del planeta.

Flash
. Madame Blavatsky. Una a una, las oscuras profecías de la cosmogénesis y la antropogénesis contenidas en su descomunal trabajo literario fueron superponiéndose como acetatos sobre las imágenes evocadas por las palabras del padre Marini.

—Algunos los llaman Dioses Primigenios y los adoran mediante ceremonias que ni siquiera comprenden, que contienen vestigios de ritos tan antiguos que su origen se pierde más allá de los albores del hombre —dijo el eclesiástico, con la mirada fija en Julia—. Esos adoradores son fanáticos inconscientes que creen haber sellado un pacto de poder que será respetado cuando esas deidades monstruosas vuelvan a reinar sobre los mortales.

Julia no daba crédito a lo que estaba oyendo. Todos sus esquemas mentales se estaban desmoronando como un castillo de naipes azotado por una cruel ráfaga de viento.

—¿La Iglesia ha estado engañando a la humanidad todo este tiempo? —preguntó con un atisbo de rabia.

—Protegiendo, no engañando —replicó el padre Marini con un tono de voz más seco—. Durante mucho tiempo la misma Iglesia no entendió el verdadero significado de los textos, descartó muchos de los que se presentaron durante el Concilio de Cartago, en el año 397, y desarrolló la Biblia y la fe cristiana creyendo que se trataba, en efecto, de la palabra de un Dios único y verdadero. Pero con el paso del tiempo, los hechos inexplicables que se iban sucediendo en el mundo eran cada vez más innegables y hasta la misma Iglesia tuvo que concederles atención.

Julia se estremeció. Casi dos mil años de desconocimiento, quién sabe cuántos más, reprimiendo, ajusticiando, negando cualquier prueba que empañara una fe que les producía innegables beneficios pero que había ido embotando poco a poco las defensas y había permitido que el enemigo se fuera haciendo fuerte.

—Todo se atribuyó a la imaginería popular —siguió diciendo el religioso, confirmando los pensamientos de Julia—, hasta que en 1884, mientras celebraba una misa, el papa León XIII tuvo una visión de muerte masiva y destrucción a manos de un Satán encarnado, y un período de tribulaciones que duraría más de cien años. Su sucesor, el santo padre Pío X, tuvo una visión mucho más detallada y terrible en 1909, de la que dijo haber visto a un Papa abandonando el Vaticano, huyendo despavorido de un horror indescriptible, pasando por encima de los cadáveres amontonados de la curia. Dijo también que el respeto a Dios iba a perderse y que el recuerdo del Altísimo iba a borrarse en los días aciagos que precederían al fin del mundo.

»Después de la segunda guerra mundial —siguió diciendo el padre Marini, jugueteando con la pequeña cruz mientras bajaba la vista—, la Santa Sede me puso al frente de este grupo secreto, que tiene como misión intentar prevenir esta hecatombe. Pero hemos tenido que esperar hasta que la tecnología de finales del siglo XX ha desvelado alguno de los horribles secretos que hasta ahora habían estado ocultos y a salvo, como el cuadro de la dama.

»Todo ha acabado por convertirse en esto —concluyó haciendo un gesto que abarcó la gran sala—, un puñado de humanos que se resisten a ser engullidos una vez más por el caos y que han de proteger de la verdad a una sociedad que nunca estará preparada para asumirla sin enloquecer o entregarse a la depravación atávica que precede a la muerte anunciada.

—Pero ¿entonces Dios no existe? —preguntó Julia con miedo a escuchar la respuesta.

El sacerdote fijó la mirada en Julia y agarró con firmeza la cruz de plata.

—Seguimos creyendo en Él y tenemos intacta la fe en un Cristo Redentor que resucitará un día de entre los muertos. La fe sobrevive con independencia incluso de la posible existencia de Dios —afirmó el padre Marini tajantemente—, pero también sabemos que hay algo más que puede precipitar el Día del Juicio Final y sumir al mundo en las tinieblas. Y contra eso luchamos. Ven —dijo poniéndose en pie—, vamos a ver qué ha conseguido hacer Przytycka con los datos del profesor Baxter.

Julia, un tanto aturdida por las revelaciones, siguió al corpulento eclesiástico hasta el compartimiento acristalado donde se hallaba Basia y otro hombre de pelo castaño y ojos azules, al que le presentaron simplemente como Pieter.

—Pieter es nuestro experto en comunicaciones —dijo el padre Marini, posando una mano encima del hombro del aludido—. Es también el encargado de coordinar los grupos de acción y la logística de los transportes. ¿Qué tenemos en ese disco, Pieter?

El hombre pulsó un par de botones en la consola que tenía delante.

—Lo que van a oír es el contenido del disco que grabó el profesor Baxter para nuestra invitada —dijo, dirigiendo una leve sonrisa a Julia—. Al parecer, consiguió descifrar los fonemas y realizó la trascripción acústica mediante un ingenioso proceso que describe en los papeles que había en el sobre.

Los sonidos que salieron de los altavoces no eran humanos. Ninguna garganta podría haber emitido jamás los borboteos guturales ni las inflexiones que resonaban de manera amenazadora en la sala que, de repente, se había quedado en completo silencio.

Uno tras otro, los horrendos fonemas compusieron una extraña letanía que hizo vibrar algo muy dentro de Julia, algo de lo que no había sido consciente hasta ese momento pero que había despertado al son de las terribles sílabas. Un recuerdo enterrado, quizá el eco de un sueño olvidado, algo que no podía definir estaba intentando abrirse paso a través de las barreras que su aterrado inconsciente había colocado.

Cuando finalmente murió el sonido, el profundo silencio que le siguió durante unos breves instantes acalló en parte su desazón. De repente tuvo frío y se estremeció, pero nadie pareció notarlo.

—En los papeles se encuentra la trascripción fonética de los símbolos de los dos medallones —añadió Basia—, y una carta dirigida a Julia en la que explica cómo consiguió reproducirlos.

Ésta cogió con manos temblorosas la hoja de papel que le tendía Basia y comenzó a leer:

Londres, Febrero

Querida Julia: Tenía usted razón. Hace muchos años que sé que estos símbolos son mucho más de lo que le he hecho creer. Había supuesto en un principio que nadie llegaría hasta donde usted ha llegado, que todo sería olvidado y que moriría por sí mismo, como mueren algunas leyendas. Pero la verdad es mucho más horrenda y trasciende a esferas de poder, de las cuales no tiene conocimiento ni yo, ni usted, ni la gran mayoría de los humanos.

Me permito advertirla de que alguien más está sobre la pista, ya que al día siguiente de su partida, un hombre llamado Gregory Henkshee me telefoneó, en nombre de la Starfish Alliance, una sociedad norteamericana que regenta el turismo de la isla de Oak. Parecía extremadamente interesado en el tema, pero me contestó con evasivas cuando le pregunté cómo me había localizado.

Sólo dijo que me visitaría en breve para conversar conmigo sobre mis descubrimientos. Todo esto, por supuesto, me dice que el final de mis días está cercano.

Ya no confío en nadie más que en usted, mi querida Julia. Ya no serviré a nadie más que a mi conciencia. Pero antes de abandonar este mundo, quiero hacerla partícipe de todo lo que he descubierto y entregarle algo.

Hace años puse a punto un pequeño ingenio que imita la glotis de un batracio para tratar de reproducir los fonemas representados por los símbolos con la máxima fidelidad. Los documentos que le adjunto dan más detalles acerca del dispositivo y de la traslación fonética —aunque le advierto que tan sólo se trata de una burda aproximación— que espero sean de utilidad.

Que el cielo me perdone por no haber hecho esto antes, pero espero haber llegado a tiempo.

Que Dios la proteja en su arriesgada empresa.

Sin otro particular,

Sinceramente,

Roderick Baxter

Julia trató de tragar saliva para deshacer el nudo que sentía en la garganta. El sentimiento de culpabilidad era asfixiante. Se sentía responsable de la suerte del profesor —que no se atrevía a imaginar— y del peligro en que había puesto al mundo al facilitar la localización de la segunda clave que permitía abrir las puertas del infierno. Bajó la cabeza y deseó no haber tenido nunca aquel catálogo ni haber sentido la llamada de la pintora demente, acuciándola para hallar las obras malditas, tentándola con falsas promesas de gloria y riqueza. Entonces comprendió lo terriblemente fácil que debía ser para esa odiosa raza conseguir nuevos adeptos para sus oscuros propósitos. Como sus propios padres.

El leve roce de una mano con la suya le hizo dar un respingo. Sus sobresaltados ojos se encontraron con los de Basia, a los que la luz azulada de los fluorescentes confería un aspecto aterrador.

—No te puedes hundir ahora —le dijo mientras le cogía la mano con fuerza—. Es posible que el profesor siga con vida y necesitamos toda la ayuda disponible para esta misión. No puedes sentirte culpable por hacer visible lo invisible. Piensa que de no haberlo hecho, ni siquiera tendríamos la posibilidad de hacer fracasar sus planes porque los desconoceríamos.

—Es cierto —añadió el padre Marini—. Lo más importante en estos momentos es averiguar qué está sucediendo. El tiempo corre en contra nuestra. Si llegamos tarde, lo único que nos quedará será un mundo desolado y agónico plagado de seres atroces que acabarán de exterminar a los supervivientes. Pero si llegamos a tiempo, podremos asestar un terrible golpe del que tardarán en recuperarse. Vamos, Julia —concluyó mientras la acompañaba con suavidad y firmeza hasta el ascensor—, recuerda a qué nos enfrentamos. Ellos llevan aquí mucho más tiempo que nosotros y conocen todas nuestras debilidades. Recuerda también que lo único que podemos hacer es intentar sobrevivir y seguir luchando.

Tras despedirse del padre Marini, Basia condujo a Julia hasta la segunda planta del edificio, donde había varias habitaciones que al parecer servían de dormitorio a la gente que trabajaba en las salas subterráneas. Desde allí, por entre los visillos de la cómoda pero austera habitación, Julia vio llegar los lujosos automóviles de británicos adinerados que iban a cenar al restaurante, totalmente ignorantes de la verdadera función que tenía el imponente palacio iluminado por potentes reflectores.

Julia se desnudó, se metió en la bañera y la llenó con el agua más caliente que pudo soportar. Sólo habían transcurrido unos días desde la subasta de Solsbury’s, pero el agotamiento que sentía, moral y físico, le parecía el de un año entero. Todo su mundo se había venido abajo para ser sustituido por una pesadilla de la que no parecía haber escapatoria, un mundo grotesco que la minaba lentamente, despojándola de la energía vital como un vampiro espiritual.

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