Dialéctica erística o el arte de tener razón (6 page)

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Estratagema 37

(Que debería ser una de las primeras) Cuando el adversario, l evando de hecho razón, ha tenido la mala suerte de elegir para su defensa una prueba inadecuada que podemos invalidar fácilmente, damos con eso todo el asunto refutado. En el fondo, lo que hacemos es sustituir un
argumentum ad hominen
por uno
ad rem
. En caso de que el o los presentes no aporten una prueba mejor, habremos vencido. Por ejemplo: alguien que para demostrar la existencia de Dios aduce como prueba el argumento ontológico que, como bien se sabe, es muy fácil de refutar. De esta manera pierden los malos abogados con buena causa: pretenden defenderla con una ley inadecuada, mientras que la adecuada no se les ocurre.

Estratagema final

Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera. Puede denominarse a este procedimiento
argumentum ad personam
, distinguiéndolo así del
argumentum ad hominem
, que consiste en alejarse del objeto de la discusión atacando alguna cosa secundaria que ha dicho o admitido el adversario.
Ad
personam
, en cambio, se procede abandonando por completo el objeto en discusión y atacando a la persona del adversario; así, uno se torna insolente y burlón, ofensivo y grosero. Se trata de pasar de la apelación de la fuerza del espíritu a la tuerza del cuerpo, o a la bestialidad. Esta regla es muy popular; como todo el mundo está capacitado para ponerla en práctica, se utiliza muy a menudo. Querrá ahora saberse cual será la contrarregla valedera para la otra parte, pues si también sigue por el mismo camino, la cusa acabará en pelea, o duelo, o en un proceso por injurias.

Se equivocaría irremediablemente quien pensara que bastará sólo con que, a su vez no se proceda personalmente contra el contrario. Es un hecho comprobado que, si con toda tranquilidad, se le demuestra que no tiene razón y que juzga y piensa falsamente -algo que acontece en toda victoria dialéctica- se le irritará más que con una expresión grosera y ofensiva, ¿Por qué? Porque como dice Hobbes (
de Cive
, c, i),
Omnis
animi voluptas, omnisque alacritas in eo sita est, quod quis babeat, quibuscum conferens
se, possit magnifice sentire de seipso
[Toda alegría del ánimo y todo contento residen en que haya alguien con quien, al compararse, uno pueda tener un alto sentimiento de sí mismo]. Y es que nada importa más a los hombres que la satisfacción de su vanidad, siendo la herida más dolorosa aquél a que la afecta. (De esto provienen dichos como "antes la honra que la vida", etc.).

Tal satisfacción de la vanidad surge, por lo general, de la comparación de uno mismo con los demás bajo cualquier aspecto, pero principalmente en lo que concierne a la inteligencia. Esto se comprueba
effective
[de hecho] y con gran intensidad en la discusión. De ahí la rabia del vencido aunque no tenga razón, y de ahí el que recurra
extrema ratio
[como último medio], a esta estratagema final. A eso no se puede responder simplemente con gentileza por nuestra parte. Mucha sangre fría, sin embargo, puede servir de gran ayuda si en cuanto se advierte que el oponente nos ataca
ad personam
, le respondemos tranquilamente que eso no tiene que ver con el asunto y proseguimos a continuación con las demostraciones para probar su error, sin hacer caso alguno de la ofensa, -más o menos como Temístocles a Euribíades: [¡pégame pero escúchame!, Plutarco,
Temístocles
11, 20]. Pero esto no se le da bien a cualquiera.

La única contrarregla segura es, por tanto, aquélla que ya Aristóteles indica en el último capítulo de los
Tópicos
l. VIII. (164h-8,16)]: no discutir con el primero que salga al paso, sino sólo con aquéllos a quienes conocemos y de los cuales sabemos que poseen la inteligencia suficiente corvo para no comportarse absurdamente, y que se avergonzarían si así lo hiciesen; que discuten con razones y no con demostraciones de fuerza, y que atienden a razones y son consecuentes con el as; y en definitiva, con quienes sean capaces de valorar la verdad, de escuchar con agrado los buenos argumentos incluso de labios del adversario y que posean la suficiente ecuanimidad como para admitir que no tienen razón cuando la otra parte la tiene. De esto se deduce que de entre cien apenas si hay uno con el que merezca la pena discutir. A los demás se les deja que digan lo que quieran, pues
desipere est juris gentium
[todo el mundo tiene derecho a desbarrar], piénsese además, en lo que dice Voltaire:
La paix vaut encore
mieux que la vérité
[se valora más la paz que la verdad]; y un dicho árabe: "Los frutos de la paz penden del árbol del silencio". A menudo la discusión -ya que se trata de una "colisión de cabezas"- es de mucha utilidad para ambas partes, pues sirve para la rectificación de las propias ideas y, además, para proporcionar nuevos puntos de vista, si bien, ambos contrincantes deben estar igualados en cuanto a cultura e inteligencia. si a uno de el os le falta la primera, no entenderá todo, no estará
au niveau
[a la misma altura). Si le falta la segunda, el rencor que sentirá por el o le instigará a actuar deslealmente, con astucia o grosería.

Entre la discusión en
colloquio privato sive familiari
[coloquio privado o familiar] y
la
disputatio solemnis publica, pro gradu
, etc. [discusión solemne y pública, de categoría] no hay una diferencia esencial. sólo que en esta última se requiere que el
respondens
siempre deba obtener la razón contra el
opponens
y, por eso, que, en caso necesario, el
praeses
le socorra; -y también que en esta última se argumenta más formalmente, se complace en vestir sus argumentos con rigurosidad silogística.

Pliegos anexos

I

Lógica y dialéctica
[21]
fueron ya usadas como sinónimos por los antiguos, si bien, meditar, reflexionar, calcular y conversar, son dos cosas bien distintas. El nombre dialéctica (pragmática dialéctica], [hombre dialéctico] (según Diógenes Laercio) lo utilizó por primera vez
Platón
. En el
Fedro
, en el
Sofista
, en el séptimo libro de
República
, etc., Platón entiende bajo el nombre de
dialéctica
el uso correcto de la razón y el estar ejercitado en su práctica.
Aristóteles
lo utiliza en el mismo sentido; pero también (según Lorenzo Valla) debió de haber utilizado primero
logiké
de igual modo. En sus escritos encontramos
logikás dusjereias
, esto es,
argutiae
[dificultades lógicas, argucias],
protasis logiken
[premisas lógicas),
aporian logikén
[aporías lógicas). Así pues, el término
dialectiké
sería más antiguo que
logiké.
Cicerón y Quintillano no utilizaron dialéctica [y] lógica con el mismo significado general. Así, Cicerón en
Lúculo: Dialecticam inventam esse, ven et
falsi quasi disceptatricem
[La dialéctica fue inventada para decidir entre lo verdadero y lo falso].
Stoici enim judicandi vias diligenter persecuti sunt, ea scientia, quam Dialecticem
appellant
[Los estoicos han seguido diligentemente el método del juicio con la ayuda de la ciencia que llaman dialéctica], Cicerón,
Tópicos
, cap. 2. Quintiliano [
De institutione
oratoria XII
, 2-13):
itaque baec pars dialecticae, sirle illam disputatricem dicere malimus
[de aquí esa parte de la dialéctica, o como preferimos decir, arte de disputar ], la última le parece pues, el equivalente latino de
dialectiké.
(Todo esto según
Petri Rami dialéctica,
Audomari Talaei praelectionibus illustrata,
1569). Este uso de los términos lógica y dialéctica como sinónimos se mantuvo también en la Edad Media y a lo largo de la Edad Moderna hasta hoy. Pero en época más reciente se ha utilizado a menudo -sobre todo por parte de Kant- "dialéctica" en un sentido peyorativo como "arte sofístico de la discusión "y de ahí que se prefiera la denominación de "lógica" por ser menos comprometedora. Sin embargo, originalmente, ambas significan lo mismo; de hecho, en los últimos años se las ha vuelto a utilizar de nuevo como sinónimas.

II

Es una lástima que "dialéctica" y "lógica" hayan sido utilizadas desde la antigüedad como sinónimos, y que por eso no me sea posible distinguir libremente su significado como yo hubiese querido y definir "lógica" (de
logixestai
, reflexionar, calcular, de
lógos
, palabra y razón, que son inseparables) como "la ciencia de las leyes del pensamiento, es decir, del modo de proceder de la razón" y "
dialéctica
" (de
dialegestai
, conversar; mas toda conversación transmite o hechos u opiniones, es decir, es, o histórica, o deliberativa) como "el arte de disputar" (entendiendo esta palabra en sentido moderno).

Evidentemente, la lógica tiene un objeto que es
a priori
, es decir, no determinado por la experiencia, esto es: las leyes del pensamiento, el proceder que sigue la
razón
(el lógos) dejada a su arbitrio sin cosa alguna que la turbe, en el pensar autárquico de un ser racional, al cual conduce sin error alguno. La
dialéctica
, en cambio, tendría que ver con la comunicación de dos seres racionales que piensan consecuentemente, lo que da ocasión a que en cuanto éstos no coincidan como si de dos relojes sincronizados se tratara, surja tina discusión, es decir, una contienda intelectual. En tanto que
razón pura
, los dos individuos deberían concordar. Sus divergencias surgen de las diferencias que constituyen a toda individualidad; son, pues, un
elemento empírico
. La
lógica
, ciencia del pensamiento, esto es, la ciencia del proceder de la razón pura, sería así determinable únicamente a priori; la
dialéctica
, en buena medida, sólo
a posteriori
; es decir, del conocimiento que se adquiere empíricamente con ocasión de las afecciones del pensamiento puro cuando dos seres racionales piensan a la vez, como resultado tanto de la diversidad de sus respectivas individualidades como del conocimiento de los medios que ambos utilizaron con objeto de hacer que el pensamiento propio de uno prevaleciese como puro y objetivo sobre el del otro. Pertenece a la naturaleza humana que al pensar en común,
dialegestai
, es decir, al comunicar opiniones (exceptuando los discursos de tipo histórico), cuando
A
advierte que sobre un mismo asunto los pensamientos de
B
divergen de los suyos, en vez de revisar en primer lugar los propios para ver si en ellos se observa algún fallo, presuponga que esto está en el pensamiento del otro; es decir, el ser humano es
prepotente
por naturaleza; lo que se sigue de tal propiedad enseña la disciplina que yo quisiera denominar como
dialéctica
, pero que, sin embargo, denominaré
dialéctica erística
para evitar equívocos. La dialéctica sería el saber que se ocupa de la técnica de la prepotencia natural y la obstinación innata de los seres humanos.

Sobre la controversia

(Parerga y Paralipómena, II, cap. II, § 26)

La
controversia
, la
discusión
sobre un asunto teórico, puede ser, sin lugar a dudas, algo muy fructífero para las dos partes implicadas en ella, ya que sirve para rectificar o confirmar los pensamientos de ambas y también motiva el que surjan otros nuevos. Es un roce o colisión de dos cabezas que frecuentemente produce chispas, pero también se asemeja al choque de dos cuerpos en el que el más débil l eva la peor parte mientras que el más fuerte sale ileso y lo anuncia con sones de victoria. Teniendo esto en cuenta, es necesario que ambos contrincantes, por lo menos en cierta medida, se aproximen tanto en conocimientos como en ingenio y habilidad, para que de este modo se hallen en igualdad de condiciones. Si a uno de los dos le faltan los primeros, no estará
au niveau
(a la debida altura], con lo que no podrá comprender los argumentos del otro; es como si en el combate estuviera fuera de la palestra. Si le falta lo segundo, la indignación que esto le provocará, le l evará paso a paso a servirse de toda clase de engaños, enredos e intrigas en la discusión y, si se lo demuestran, terminará por ponerse grosero. Por eso, en principio, un docto debe abstenerse de discutir con quienes no lo sean, pues no puede utilizar contra ellos sus mejores argumentos, que carecerán de validez ante la falta de conocimientos de sus oponentes, ya que éstos ni pueden comprenderlos ni ponderarlos. Si, a pesar de todo, y no teniendo más remedio, intenta que los comprendan, casi siempre fracasará. Es más: con un contraargumento malo y ordinario acabarán por ser el os quienes a los ojos del auditorio, compuesto a su vez por ignorantes, tengan razón.

Por eso dice Goethe:

Nunca, incauto, te dejes arrastrar

a discusiones;

que el sabio que discute con ignaros

expónese a perder también su norte.
[22]

Pero aún se tiene peor suerte si al adversario le faltan ingenio e inteligencia, a no ser que sustituya este defecto por un anhelo sincero de verdad e instrucción. No siendo así, se sentirá enseguida herido en su parte más sensible y, quien dispute con él, notará enseguida que ya no lo hace contra su intelecto, sino contra lo radical del ser humano, es decir, que tiene que vérselas con la voluntad del adversario, que lo único que busca es quedarse con la victoria sea
por fas
o por
nefas
. De ahí que su mente ya no se ocupe entonces de otra cosa más que de astucias, ardides y toda clase de engaños hasta que, agotados éstos, recurra para terminar a la grosería, con el único fin de compensar de una o de otra manera sus sentimientos de inferioridad y, según el rango y las relaciones de los contrincantes, convertir la pugna de los espíritus en una lucha cuerpo a cuerpo, en donde espera tener más posibilidades de éxito. Así, pues, la segunda regla es que no se debe discutir con personas de inteligencia limitada. Como puede verse, pocos serán aquellos con los que se pueda entablar una controversia; en realidad, sólo debe hacerse con quienes constituyen tina excepción. En cambio, la gente que constituye la regla, se toma a mal ya el hecho mismo de que no se comparta su opinión; mas para eso tendrían que disponerla de tal manera que pudiera ser compartida. Aun sin que l eguen a recurrir a esa
ultima ratio stultorum
a la que más arriba nos referíamos, en controversia con ellos casi siempre se tendrá algún disgusto, porque no sólo habrá que vérselas con su incapacidad intelectual, sino-además, también con su maldad moral, que habrá de mostrarse repetidas veces en su comportamiento a lo largo de la discusión. Las astucias, ardides y bajezas a las que se recurre con el propósito de tener razón son tantas y tan variadas y se repiten con tanta regularidad, que en años anteriores constituyeron para mí materia de reflexión; ésta se limitaba a los aspectos puramente formales de aquel as una vez reconocido que aun siendo tan diversos los temas de las discusiones, así como las personas en ellas implicadas, una y otra vez durante su transcurso volvían a manifestarse las mismas astucias e idénticos ardides, lo cual los hace fácilmente identificables. Esto me condujo entonces a la idea de separar lo que tales estratagemas tuvieran de puro formal de lo material, y de esta manera, como si de un limpio preparado anatómico se tratara, observarlas detalladamente. Por eso reuní las estrategias más utilizadas en la discusión y coloqué a cada una de ellas con lo propio de su esencia, las ilustré con ejemplos y distinguí a cada cual con un nombre particular. Finalmente, añadí además los medios a utilizar contra el as, es decir, las paradas correspondientes a cada ataque; de esto surgió toda una
dialéctica erística
formal. En el a ocupaban las ya eludidas argucias o estratagemas, en cuanto que figuras dialéctico-erísticas, el mismo lugar que ocupan en la lógica las figuras silogísticas, y en la retórica las figuras retóricas, con las que tienen en común que en gran medida son innatas, puesto que su práctica precede a la teoría, es decir, para usarlas es innecesario haberlas aprendido antes. Esta definición puramente formal sería un complemento de aquel a
técnica de la razón
, que consiste en lógica, dialéctica y retórica, cuya exposición se encuentra en el capítulo noveno del tomo segundo de mi obra capital. Como, que yo sepa, no ha habido intento alguno de esta clase, no pude servirme de ningún estudio previo, si bien he utilizado de cuando en cuando los
Tópicos
de Aristóteles, aprovechando de ellos para mi propósito algunas reglas para formular (
kataskenaxein
) y refutar (
anaskenaxein
) enunciados. A esto, pero de forma más completa, debió de haberse referido la obra de Teofrastro que menciona Diógenes Laercio: “Discusión sobre la teoría de los discursos erísticos”, que se ha perdido junto con todos sus escritos de retórica. También Platón (
Rep
. V., p. 12. Bip.) se refiere a una
antilogike tekné
, que enseña el
erixein
, así como la
dialektiké
, el
dialeguesxai
. De los libros recientes, el que más se aproxima a mi propósito es el del profesor de Halle Fridemann Schneider:
Tractatus logicus singularis, in quo processus
disputandi, seu officia, aeque ac vitiaa disputantium exhibentur
, Halle, 1718; pues en los capítulos sobre los ultra expone varios engaños erísticos. Aunque sólo se refiere a las discusiones formales académicas en general, la manera que tiene de tratar el tema es superflua e insuficiente, cosa que suele ser normal en ese tipo de productos académicos; además, en un latín excesivamente malo. El
Methodus disputandi
de Joachim Lange, aparecido un año después, es decididamente mejor, pero no contiene nada que sirva a mi propósito. -Al efectuar ahora la revisión de mi trabajo anterior encuentro, sin embargo, que ya no tengo ánimos para l evar a cabo una completa y minuciosa observación de los rodeos y argucias que utiliza la malignidad natural humana para disimular sus carencias, por eso lo dejo a un lado; pero para aquellos que en el futuro deseen hacer algo a este respecto y para acercarlos más detal adamente a mi modo de tratar el asunto, quiero indicar aquí algunas de estas estratagemas como prueba; pero antes, y también de aquel trabajo, deseo exponer lo que sería el resumen de lo esencial en toda discusión, el andamiaje abstracto comparable al esqueleto, la condición indispensable de toda controversia, es decir, lo que servirá como una osteología de ésta y, que debido a su transparencia y claridad, bien merece que lo exponga aquí.

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