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Authors: Josef Ajram

Tags: #Ensayo

¿Dónde está el límite? (3 page)

BOOK: ¿Dónde está el límite?
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Julie Moss marcó un hito en la historia de la prueba en el año 1982. Julie participó en el Ironman con el fin de recabar material para su tesis de fisiología del ejercicio. Curiosamente, a lo largo de la prueba llegó a los primeros puestos y todo el mundo daba por hecho que iba a terminar ganando; sin embargo, hacia el final de la maratón apareció la fatiga extrema, se deshidrató y se cayó tan sólo a unos centenares de metros de la meta. El título femenino se lo llevó Kathleen McCartney; no obstante, Julie Moss literalmente se arrastró hasta alcanzar la línea de llegada de una manera casi heroica.

La participación de Julie se recuerda en el Ironman por un
mantra
que se convirtió en lema:

«Terminar el Ironman ya es, por sí solo, una victoria».

No cabe duda de que esta gesta contribuyó a forjar la leyenda y marcó un hito en la historia de la carrera.

***

Bien, pues empujado por la idea de que si ambos compañeros –mucho mayores que yo– habían hecho varias Ironman, yo también podía lograrlo, empecé a prepararme en octubre de 2003.

En aquella época prácticamente no sabía nadar. Me explico, sabía flotar, pero no nadar. Y estuve aprendiendo y entrenando hasta que, en julio de 2004, participé en mi primer Ironman.

Fue superemocionante. No dejaba de repetir:

–Una pasada. ¡Qué chulo! ¡Cuánto me ha aportado desde el punto de vista personal!

Y, desde entonces, no he parado, quizás exceptuando un
impasse
durante el año 2005, en el que sólo hice ciclismo.

IRONMAN AUSTRIA

(Texto escrito pocos días después de finalizar la prueba.)

Todo empezó hace un año, como una broma, entre risas con unos amigos, sabiendo que las palabras que soltaba respecto a la posibilidad de que hiciera el Ironman se las iba a llevar el viento, pero a veces la vida te indica claramente el camino que debes seguir. Estaba en un periodo de poca actividad de deporte. Tras años de interminables sesiones de bicicleta, por circunstancias de la vida, llevaba dos años sin hacer deporte de fondo de manera seria. Pero todo cambió. Conocí a la gente adecuada y estuve en el sitio exacto, en el gimnasio Arsenal. Allá conocí a un grupo que estaba haciendo triatlones y que, el que menos, llevaba seis Ironman en sus piernas. Todo aquello me fascinó.

Soy una persona de extremos, capaz de lo peor si algo me desmotiva, pero capaz de lo mejor si algo me motiva; eso sí, un auténtico amante de los retos. Y esto es exactamente lo que es el Ironman. No es una carrera sino un auténtico reto contra el límite de uno mismo. Y qué mejor que testar el cuerpo haciendo tres deportes que entre sí no tienen nada que ver: nadar 3.800 m, hacer 180 km en bicicleta sin poder hacer
drafting
(no poder ir a rueda) y acabar corriendo una maratón (42,195 km).

Han sido meses de entreno muy específico, haciendo mucho hincapié en la bicicleta, unos 300 km a la semana, nadando 8.000 m por semana y corriendo 50 km semanales (¡Debería haber corrido más!). Notas cómo a medida que entrenas, tu cuerpo va notando sensaciones raras. Correr después de hacer bicicleta es algo que es violentísimo para los cuádriceps, y las caderas actúan de una manera nada uniforme. A medida que se iba acercando la fecha me iba creando auténticas dudas. Cada día del último mes que pasaba se me iba metiendo en la cabeza que no podría acabar, pero al llegar a Klagenfurt (Austria) todo cambió.

Partí de Barcelona el martes 30 de junio. Con todo lo necesario para competir y con toda la ilusión metida en la mochila. Me despedí de mis padres; en mi madre se reflejaba con notoriedad la preocupación de lo desconocido. Sólo me repetía: «Si estás cansado para, que no pasa nada». Sí que pasaba y no se podía parar. Habían sido demasiadas horas invertidas en este proyecto, aquella aventura única, y algo muy grande me tenía que ocurrir para abandonar.

El miércoles amaneció radiante, espectacular. Treinta grados en el corazón de Austria. Me alojé en una pensión tipo «la casita de Heidi», preciosa, con una gente encantadora. Con los nervios de punta y sin saber qué hacer, me cambié y decidí ir a hacer el circuito de la bici. Era un circuito de 60 km con 450 m de desnivel y que el día del Ironman tenía que realizar tres veces. Rodé bien, ¡qué buenas sensaciones tenía! Me crucé con varios participantes, ¡todo el mundo parecía muy bueno!

Los días posteriores fueron de auténticos nervios. Llegaron mis amigos, en total éramos nueve. Nos encontrábamos, comíamos, dormíamos, comíamos… Suerte que llegaba la carrera porque con los nervios no paraba de comer. Todo eran suposiciones, comparaciones, cualquier cosa para refugiarse en un ápice de tranquilidad. Pero no sabía realmente qué era lo que me esperaba y eso me inquietaba.

Llegó el domingo, 4 de julio de 2004. Día clave en mi vida. Me levanté a las 3:50. Bajé a desayunar, en el hotel nos juntamos un total de veinte atletas. Las miradas eran profundas, de concentración, de nervios y, al menos en mi caso, de miedo. Fue un desayuno copioso, no paraba de comer pensando en que seguro que lo necesitaría a medida que avanzara la competición. Al acabar, nos dirigimos hacia el Ironcity. El Ironcity es un megacomplejo de carpas donde se concentran todas la actividades del Ironman, zonas de transición de bicicleta y correr, y la entrada a la zona de salida.

Eran las 6:55 de la mañana, faltaban cinco minutos para la salida. Me había puesto el neopreno, las gafas en su sitio, el gorro encajado, ya solo faltaba ir a la orilla del lago. Me despedí de mi novia como el militar que se va a Irak. En nuestras miradas se cruzaron ilusión, miedo, incertidumbre…

La aglomeración de gente era impresionante. Parecía pleno día y sin embargo eran menos de las siete de la mañana, no cabía un alfiler alrededor del muelle del lago. En la orilla 2.100 personas por un sueño. Desde el más
pro
que intentará bajar de las 8 horas hasta el que sabe que va a estar 17 horas sufriendo, desde el chaval de 20 años hasta la mujer de 70. Todo el mundo por un objetivo, por una superación, todo el mundo por intentar superar la que probablemente es la prueba individual de un día más dura del mundo.

Se dio la salida y los primeros momentos fueron muy agobiantes. Golpes y más golpes en el agua para coger la posición adecuada. Sólo pensaba en salir del agua para coger la bicicleta. La natación en el Ironman, pese a que la distancia es considerable (3.800 m), no es más que un trámite. Tras 1 h y 5 min salí del agua y me dirigí hacía la zona de transición para equiparme con lo adecuado para la bici. El griterío era espectacular. Mi novia, Ana, y todo el grupo de mujeres e hijos de los amigos que estábamos allá, me animaban con ilusión. A Ana se la veía emocionada, contenta porque sabía lo importante que era para mí salir del agua sin haber sufrido ningún agobio, me daba mucha tranquilidad saber que ella estaba allí.

Cogí la bicicleta, estaba contento, una sonrisa enorme, era mi punto fuerte. Como he dicho anteriormente, me esperaban 180 km (3 vueltas a un circuito de 60 km) y 1.350 m de desnivel acumulado. Fui muy bien durante todo el rato: notaba las piernas muy ágiles y me sentía aupado por el innumerable público que había por todo el circuito, en especial, en las zonas de subida donde podíamos encontrar un escenario más propio del Tour de Francia. Acabé la bicicleta con un tiempo bueno, 5 h y 10 min a algo más de 35 km/h de media. Estaba muy contento: ¡
sólo
faltaba la maratón!

Empecé a correr cuando llevaba 6 h y 34 min de carrera. Había nadado 3.800 m y había hecho 180 km en bicicleta, más el tiempo que había estado en las transiciones. Me quedaba un coloso, algo que la gente se toma como un hecho de superación. Era difícil de entender que para mí sólo fuera una prueba más cuando hacía un año el solo hecho de acabar una maratón era más que un logro. Mi carrera a pie se dividió en dos partes. Los primeros 22 km me encontré más o menos bien. Dentro de lo que cabe las piernas me respondían, el sol era intenso pero los ánimos de la gente me ayudaban a que no me concentrara en el calor, sino en los aplausos. Pero me faltaba lo peor. No me podía imaginar el sufrimiento que me esperaba.

Llevaba 8 h y 34 min, sólo me faltaban 20 km corriendo; mi cabeza hacía números y me veía capaz de bajar de las 11 horas. Pero el cuerpo, y más concretamente las piernas, reventaron. Un intenso dolor se apoderó de mis cuádriceps y no podía correr más. Fue algo inexplicable porque apenas 500 m antes corría con normalidad, pero sucedió y las piernas se agarrotaron. Empecé a andar, tenía que acabar, no contemplaba la posibilidad de abandonar. Habían sido demasiados sacrificios, demasiadas horas de entreno, demasiadas ilusiones en lograr algo que poca gente en el mundo puede hacer. Fui andando lento pero con la mirada al frente. Cuanto más lento iba más me animaba la gente. Había kilómetros, concretamente en el 27 y en el 34, que las lágrimas se apoderaban de mis ojos, me dolían tanto las piernas…. Fueron 4 horas larguísimas, sí, 4 horas para hacer 20 km, pero los hice. Llegué al km 41 de la maratón y oí como alguien me decía: «Come on Ironman, 1 km for your dream!» («¡Vamos, Ironman, sólo falta 1 km para alcanzar tu sueño!»). Esas palabras me dieron fuerzas para correr como podía; con paso muy torpe me dirigía hacia la meta y la gente no paraba de animarme. Las lágrimas, con una fuerza nada habitual, se volvieron a apoderar de mis ojos. Lo había logrado. Unos 100 m antes de cruzar la meta vi a Ana. Su expresión cambió por completo. Del miedo y de la intranquilidad pasó a la alegría y a la emoción. Le hice un gesto de alegría, también era su Ironman y, 100 m después, envuelto en un griterío ensordecedor, entré en la meta sin fuerzas siquiera para poder levantar los brazos.

12 h y 34 min: Josef Ajram Tarés,

FELIZMENTE IRONMAN. FELIZMENTE
FINISHER

Y mis marcas:

3.800 m nadando/1 h y 5 min

180 km bicicleta/5 h y 10 min

42,195 km corriendo/6 h

El Ironman y el Ultraman

El Ironman es una prueba que empezó hace poco más de treinta años. O sea, es una prueba con solera y, además, concurrida. Para dar una idea de su magnitud, la terminan unas 70.000 personas cada año. Terminar un Ironman (lo que llaman ser un
finisher
) es, por tanto, relativamente asequible si uno tiene voluntad, porque el tiempo de corte para considerarse
finisher
es muy amplio: puedes utilizar hasta 17 horas, y eso facilita que bastantes participantes lo logren. Actualmente, hay Ironman por todo el mundo.

Me apresuro a decir que, cuando se habla de varias pruebas consecutivas, es correcto decir «iroman», mientras que «ironmen» se refiere a varios participantes del Ironman.

Sin embargo, hay otra prueba que yo considero mejor; se llama Ultraman. El Ultraman sí que ya es una prueba algo más selecta, pero más selecta porque han limitado la participación a sólo 35 personas en cada edición, no porque sea extremadamente más complicada, aunque, naturalmente, requiere mayor esfuerzo y preparación que la otra. Hay dos Ultraman, uno en Hawái y otro en Canadá.

Estamos frente a un organizador que no lo hace esencialmente con ánimo de lucro –porque podía tener a 100 personas y sólo tiene 35–. En realidad, pienso que quien es capaz de terminar un Ironman, también puede terminar un Ultraman; sin embargo, la gran mayoría no lo hace; la gente no lo intenta, y eso me sorprende.

***

Ironman es una marca, es una máquina de hacer dinero. No creo que participe en ella, como mínimo a corto plazo, un poco por filosofía. En primer lugar, porque el Ultraman tiene más etapas y prefiero este estilo. En segundo lugar, porque el Ironman se ha convertido en una lucha contra el crono, y ya no supone el aliciente de lucha contra los objetivos que yo busco en el deporte.

5. La Marathon des Sables

En 2006 fue cuando di el primer salto para hacer cosas distintas, porque ese año me apunté a una prueba que tenía idealizada: la Marathon des Sables.

La Marathon des Sables («maratón de las arenas») es en realidad una
ultramarathon
de 254 km (o sea, seis maratones completas consecutivas) que se corre durante seis días en una zona del desierto del Sáhara, en Marruecos.

En esta prueba de resistencia, los participantes deben enfrentarse a las condiciones climáticas extremadamente adversas propias de la zona, especialmente para hacer ejercicio: una temperatura sofocante durante el día que contrasta con el frío intenso de la noche y, a menudo, vientos fuertes que levantan remolinos de arena que dificultan sobremanera la marcha y, en ocasiones, llegan incluso a cegar a los participantes.

Además, es una prueba con autosuficiencia; es decir, los corredores están obligados a llevar en la espalda una mochila en la que cargan su propia comida, ropa y el saco de dormir. Esto hace que, para no llevar un peso excesivo encima, tiendes a llevar poca comida, y pasas hambre.

El agua se limita a un máximo de nueve litros al día, que proporciona el comité organizador más o menos cada 10 km. Este mismo comité es el que ha diseñado las distintas etapas, al término de las cuales se levanta un campamento con tiendas de estilo berebere, hechas a base de las características mantas coloreadas de lana de oveja.

Hay varias etapas diurnas; sin embargo, una de las etapas consiste en una carrera durante toda la noche, siempre en la zona de Ouarzazate, pero con un recorrido que los organizadores guardan en secreto hasta el día antes de empezar la prueba.

Ouarzazate es una ciudad mediana que se encuentra en el sur de Marruecos, en la confluencia de dos valles surgidos de la imponente cordillera del Atlas, el valle del Oued de Dadès y el del Drâa. Sin embargo, Ouarzazate, ciudad fundada en 1928 por la potente colonia francesa para utilizarla como base aérea y centro de una guarnición militar, es más conocida como la «Puerta del Desierto» y, en los últimos años, por la pujante industria cinematográfica allí establecida. El paisaje maravilloso y embrujador de los alrededores de Ouarzazate ha servido de decorado incomparable para películas como
La Momia
,
Astérix y Obélix: Misión Cleopatra
, o
Gladiator
.

Este es, también, un lugar de referencia para todos los que participamos en la Marathon des Sables. En 2010 se llevará a cabo la edición número 25, uno de aquellos números que invita a celebraciones.

En la última, la del año 2009, hubo un total de 812 participantes, dirigidos por Patrick Bauer. Creo que unos datos curiosos hechos públicos por la organización al final de la carrera de ese año sirven para ilustrar la dureza y la magnitud del evento: el equipo médico atendió 4.394 consultas, fueron necesarias 18 infusiones por deshidratación, hubo 519 consultas por problemas gastrointestinales, se consumieron 3.200 comprimidos antidiarreicos, se utilizó 1,8 km de venda elástica, 82 litros de antiséptico para limpiar las heridas y se tomaron 3.450 comprimidos de analgésico para aliviar el dolor.

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