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Authors: Josef Ajram

Tags: #Ensayo

¿Dónde está el límite? (5 page)

BOOK: ¿Dónde está el límite?
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Yo he estado un domingo por la mañana en un
after-hours
con 2.000 personas; quiero decir que sé qué es lo que se cuece allí dentro. Si no has estado, sólo ves lo que te enseñan en la tele. En cambio, ahora que sé qué hay en el mundo de la noche y veo que estoy en disposición, por ejemplo, de poder prevenir a mis hijos cuando sea necesario.

«Por primera vez en mi vida, me encontré solo, solo en el sentido de que tenía problemas que ninguno de mis amigos tenía.»

Aquella época me marcó bastante porque aprendí mucho de las personas. Fueron unos momentos de la vida en los que me enfrentaba a un problema: gané 8.000 euros de golpe y, luego, lograba un promedio de 3.000, 3.500 o 4.000 euros mensuales…

Eso, repito, es muchísimo dinero para la edad que tenía. Y, en estas circunstancias, por primera vez en mi vida, me encontré solo, solo en el sentido de que tenía problemas que ninguno de mis amigos tenía.

Por ejemplo, yo firmé mi primera hipoteca en febrero de 2001, con 23 años. Y, claro, no tenía amigos para preguntarles en qué banco podía hacer mi hipoteca, porque mis amigos estaban en la universidad, preocupados por sus exámenes, sus asignaturas, sus trabajos…

En aquella época también aprendí que en el mundo de la noche no te puedes fiar de nadie. Con 21 años eres muy vulnerable y piensas que sí, que puedes fiarte de cualquiera. Pero no es así. A toro pasado, me doy cuenta de que podía haber cometido errores gravísimos en mi vida. Uno es consciente de hasta qué punto la inconsciencia es un peligro.

Sin embargo, una cosa sí es cierta: siempre he tenido la disciplina de ir a trabajar los lunes, a pesar de haber estado de juerga desde el viernes hasta el domingo. No faltaba nunca. Era una especie de autoexigencia, en la que me decía a mí mismo: «Haz lo que quieras con tu vida, pero el trabajo es el trabajo».

9. Un día aciago

Eran tiempos difíciles y convulsos. Pasamos de la burbuja tecnológica a la crisis del mercado de valores NASDAQ, y había que aprender a nadar en aguas turbulentas. Fue una época realmente compleja, porque cometí un grave error profesional.

Naturalmente, con 21 o 22 años, quieres aceptar cualquier reto, y la Bolsa es un mundo lejano y desconfiado cuando lo miras desde fuera, de modo que los padres de muchos amigos quisieron que les gestionara su capital. Y yo, ilusamente, lo acepté.

Este ha sido, quizás, el mayor error de mi vida profesional.

Resulta que este mundo se parece un poco al del fútbol: si ganas todo va bien, pero si pierdes dos partidos, te vas a la calle. Y esto es lo que pasó.

Los padres de algunos amigos quisieron que les gestionara su dinero, con la mala fortuna de que me lo propusieron en medio del
crack
tecnológico de 2002, con lo que supuso para las Bolsas mundiales.

Bueno, para mí fue un palo enorme tener que explicar a los padres de mis amigos que habían perdido dinero –en algunos casos, mucho dinero–, en relación con la cantidad que habían invertido.

Sin quererlo ni esperarlo, la vida te da de golpe y porrazo un empujón hacia la madurez. En realidad, fue algo sobre lo que no se podía hacer nada para solucionarlo, y fue algo global y súbito. Pasó y punto.

Fue complejo y, al mismo tiempo, desagradable, porque si uno es buena persona, este tipo de situaciones le afectan; quizás a otros les sucede lo mismo y piensan: «Bueno, has perdido tú, pues te jodes, era tu dinero». Pero yo no; a mí estas cosas me descolocan mucho.

Fruto de esta mala experiencia, llegué a la conclusión de que, si perdía dinero, quería perder mi dinero, y no el de otro. De modo que, después de haber captado unos 150 clientes en tres años de actividad, decidí dejar la agencia. Porque no me aportaba nada y no era feliz.

Dejé la agencia, cedí mis clientes y pacté unas comisiones competitivas para poder operar; entonces empecé a dedicarme a lo que todavía estoy haciendo: el
day-trade
.

«Sin quererlo ni esperarlo, la vida te da de golpe y porrazo un empujón hacia la madurez.»

El
day-trade
consiste en comprar y vender acciones en el mismo día. Soy, por tanto, un
day-trader
. Esto fue un proceso progresivo en el que empiezas comprando 100 y vendiendo 100, comprando 200 y vendiendo 200, y la bola se va haciendo cada vez mayor. Llegué a un nivel de facturación récord en 2007: ni más ni menos que 360 millones de euros. ¡Brutal!

El presente y el futuro

Profesionalmente, las he visto de todos los colores. Sufrí el primer
boom
tecnológico, la crisis tecnológica, la recuperación de los mercados y el
crack
bancario, la última crisis por ahora, la de 2008.

Estos ciclos me han hecho ver que, realmente, la Bolsa tiene que ser algo transitorio en mi vida; no puedo estar treinta años en la Bolsa, porque me escapé de la crisis tecnológica –aunque perdí mucho dinero porque estaba aprendiendo–, me escapé también de la crisis bancaria, pero en alguna caeré. No sé cuál será la siguiente, pero dentro de tres, cuatro o diez años, alguna habrá; es inevitable.

Esto me ha enseñado a ver que la Bolsa está bien, y que cuando uno tiene 30 años, pues el corazón le aguanta, pero cuando ya tienes 45 o 50 años, probablemente el corazón no aguantará estas tensiones. Por este motivo, desde abril de 2006 trato de buscar alternativas en Bolsa. Empecé a hacer pequeños negocios y, bueno, unos me han salido bien y con otros me he quedado igual; sin embargo, por suerte, no he perdido con ninguno.

En este momento, la Bolsa me ocupa muy poco tiempo, porque estoy más volcado en el deporte que nunca, y ¡ojalá pudiera dedicarme completamente al deporte!

La Bolsa me ha proporcionado mucho conocimiento, de modo que esto me permite diversificar mis ahorros, pero curiosamente empieza a apetecerme no tener que ganarme la vida yendo cada día a la Bolsa, porque han sido bastantes años, y muy farragosos. Con esta última crisis bancaria, por ejemplo, me he dado cuenta de que muchas personas que habían ido a la Bolsa toda la vida, lo han perdido todo, absolutamente todo, a causa de los instrumentos financieros que había. Y no eran personas que empezaban, sino personas con la experiencia de toda una vida.

Un día de abril

Precisamente este día aciago de abril fue el toque de atención más bestia.

En realidad, ha habido tres días que han marcado especialmente mi vida en la Bolsa. Tres días de aquellos que dices: «¡Hostia, lo que es ese mundo!».

El primero fue el 11 de septiembre de 2001. En aquellos momentos tenía 23 años y estaba al final de mi época de juerguista, cuando le metía una caña importante al cuerpo. Además, tampoco estaba demasiado concentrado en mi trabajo. No sentía motivación, no lo veía demasiado claro y no me acababan de cuadrar los números. Tenía una hipoteca, el coche… Sin embargo, el 11 de septiembre de aquel año fue la primera vez que gané dinero de verdad en la Bolsa.

Se produjo el atentado en el World Trade Center de Nueva York, empezó a cundir el pánico, y yo tuve la suerte –o la habilidad– de saberlo aprovechar muy bien. Aquel día gané 6.000 euros. Me dije: «¡Esto es increíble!». Al día siguiente, continuó el pánico y yo, 6.000 euros más. Evidentemente, no seguí ganando 6.000 euros cada día, pero aquellos dos días fueron como un detonante que me venía a decir: «Espera, es que tú sabes hacer este trabajo. Ahora ha habido unas circunstancias excepcionales, pero si te concentras y prestas atención, tú puedes ganarte la vida con este negocio. O sea, ¡concéntrate y adelante!».

El segundo día que me marcó fue, sin duda, el 23 de abril de 2006. Una de mis grandes pasiones son los automóviles. Con dos amigos habíamos organizado unas pruebas en el circuito de El Jarama los días 23 y 24 de abril. No nos habían dicho nada, de modo que, no sé porque, tuve la intuición de que antes de salir hacia Madrid tenía que llamar para confirmarlo. Aquel día, a las siete y media de la mañana llamé al organizador y me dijo:

–¿No os han avisado? Pues al final no se puede hacer por esto y por aquello…

Bueno, pensé que no pasaba nada, que iría otro día, de modo que, como cada mañana, me fui a la Bolsa. No obstante, aquel día se dio una pequeña coyuntura de mercado que hacía que una acción bajase considerablemente. Así pues, decidí comprar acciones, una cantidad que no era extraordinaria, sino que era similar a las operaciones que hacía habitualmente; sin embargo, por casualidades de la vida –en once años no lo he vuelto a ver–, no hubo salida para el valor. Es decir, que compré unas acciones que no podía vender de ningún modo, porque no había dinero. Era una cantidad importante de efectivo que no podía quedarme, y tenía que vender…

Fue increíble, aquella sensación de que va bajando y no puedes vender, no puedes hacer nada, ¡nada! Y por cada euro que bajaba el valor, yo perdía 10.000 euros. «¡Uf!», me iba diciendo. «Pero que pare ya, ¡que pare ya!». Efectivamente, al final del día abrió, y había perdido 110.000 euros.

Aquel día estaba hundido. Mi principal pregunta era: «¿Cómo puede ser, que yo, que hoy tenía que estar en El Jarama disfrutando, esté aquí y encima pierda una fortuna?». Tenía dinero para pagarlo, pero no tenía mucho más margen de maniobra. Fue una tarde durísima, porque me encontraba en una situación en la que tenía que volver a construir una base que me había costado muchos años lograr. Me fui a casa muerto, deshecho, con ganas de que todo hubiera sido sólo una pesadilla.

Hace poco, dando una conferencia en un instituto, les expliqué esta anécdota, porque creo que es positiva. Al final de la conferencia, una chica de primero de bachillerato me preguntó:

–¿Y cómo tuviste fuerzas para regresar a la Bolsa el día siguiente?

Está claro que estas fuerzas te las proporciona el deporte. Hoy me he levantado a las seis de la mañana y, a las seis y veinte estaba pedaleando por Collserola, he dado una conferencia, y ahora estoy escribiendo estas líneas. Y mañana lo repetiré, y seguramente con bastante dolor en las piernas y bastante sueño. Pero eso es la constancia, y tienes que hacerlo, si es que algún día quieres ganar la Marathon des Sables o una Transalpine. Tienes que ser constante, y esta constancia del deporte es la misma que me llevó a la Bolsa el día siguiente de la gran debacle.

«Esta constancia del deporte es la misma que me llevó a la Bolsa el día siguiente de la gran debacle.»

Curiosamente, esa mañana del día siguiente, el 24 de abril de 2006, es el tercer día que me ha marcado en Bolsa. Fue un día también muy extraño, y también muy estresante, pero tuve la enorme fortuna de poder recuperar el 90% de lo que había perdido el día anterior, después de haber movido 12 millones de euros en pocas horas. Con cosas así, te das cuenta de que esto no puede ser.

Regresé a casa aliviado, diciendo: «¡Menos mal!», pero con la sensación de que no quería volver a decir «menos mal» nunca más, porque estas son situaciones peligrosas. Si pierdo, pierdo, pero no quiero volver a sufrir por estas cantidades. Y sí, quizás desde este día soy un poco más conservador con las operaciones, no tan arriesgado, pero la verdad es que no me va peor; al contrario, creo, a veces incluso es mejor.

En definitiva, fue un aviso de aquellos que te dicen: «Cuidado, que aquí no ganas o pierdes 1.000 euros… no, no, un día puedes perder fácilmente 110.000 y te juegas el tipo». La sensación fue terrorífica, porque crees que es imposible que algo así te suceda precisamente a ti. Piensas que es imposible y, justo aquel día y en aquella hora te pasa. Y quizás lo que más rabia te da es que sabes que aquel 23 de abril tenías que estar en El Jarama corriendo con un automóvil…«No tenías que estar aquí, y encima te hundes!» Esto es lo que picaba más.

10.
Day-trader

Un
day-trader
es lo que, en otros términos, llamamos especulador.

El 90 o 95% de las personas que invierten en Bolsa compran unas acciones o un fondo de inversión y esperan que, transcurrido un año, tengan suerte y obtengan una rentabilidad del 10%.

Los
day-traders
intentamos obtener una rentabilidad diaria sobre una base que nos sirve de garantía. Por ejemplo, en la agencia de valores donde yo estoy, 10.000 euros me permiten comprar por valor de 66.000. Entonces, estos 10.000 euros me sirven de garantía, porque si los 66.000 euros bajasen un 10%, se podría cubrir la pérdida.

La filosofía del
day-trader
no es ganar o perder un 10%, sino que pretende ganar o perder un 0,5% o un 1% por operación. Por tanto, uno de los puntos clave de esta filosofía es la rotación de capital. O sea, compro por valor de 50.000 euros y, si veo que sube un poco, vendo esos 50.000 euros. Si pienso que puede volver a subir, compro de nuevo, y lo vendo poco después. Y, así, vamos de un valor al otro, o a otro índice, lo que sea.

Nuestro activo más preciado es la liquidez, nuestra herramienta de trabajo es tener dinero; no necesitamos nada más que tener dinero. Y nuestra agilidad consiste en hacer la mayor rotación de capital posible con este dinero, siempre teniendo muy en cuenta una premisa o una máxima que tratamos de cumplir con el
day-trading
: pérdidas limitadas y beneficio ilimitado.

Es decir, si te das cuenta de que una operación no te ha ido bien, tienes que cerrarte enseguida, pero si ves que la has acertado, debes ir dejando correr las ganancias, poniendo tu
stop
, que si es sobre ganancia, pues es sobre ganancia.

«Una máxima que siempre tratamos de cumplir con el day-trading: pérdidas limitadas y beneficio ilimitado.»

Claro, este es un mensaje que también es aplicable a la vida. Por ejemplo, con las relaciones con los demás. Un caso personal: yo me casé a los 24 años y me separé a los 25. Es lo que en Bolsa llamaríamos un
stop-loss
, dejar de perder.

Yo me casé con una persona y me di cuenta de que la relación no funcionaba, y se acabó. No era feliz y yo quería serlo. Luego conocí a Ana y pasamos seis años y medio fantásticos…

Es importante aplicar esta regla del
day-trading
a la vida. En mis conferencias en los institutos suelo poner un ejemplo a los estudiantes: «Si tenéis una tienda de camisas y lleváis un par de meses vendiendo dos camisas, el tercer mes no venderéis 100 camisas. Cerrad aquella tienda y vended pantalones».

Te das cuenta de que las cosas no son porque sí. Todo tiene un porqué. A veces, te das cuenta de que todo se fundamenta en cuatro reglas sencillas, pero que sí son complicadas de aplicar porque, en realidad, perder un poco es muy difícil. Me refiero al hecho de que asumir que te has equivocado es muy difícil, mucho.

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