El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 (36 page)

Read El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

BOOK: El Ángel caído: El Gremio de los Cazadores 1
12.56Mb size Format: txt, pdf, ePub

El rostro de Rafael permaneció inexpresivo mientras la observaba. Sus alas se recortaban contra las llamas y su magnífico cuerpo desnudo no estaba cubierto más que por unos pantalones negros.

—¿Se ha acabado la luna de miel?

Elena atravesó la alfombra para contemplar una cara con la que sabía que soñaría durante el resto de su vida.

—No. —Apoyó los puños sobre su pecho desnudo y aguardó a que él agachara la cabeza para besarlo—. Un consejo: si quieres considerarme un juguete, hazlo; pero no esperes que me comporte como tal.

Una mano en su nuca, un apretón de advertencia.

—No intentes controlarme, pequeña cazadora. No soy...

El resto de sus palabras desapareció en medio de una avalancha de recuerdos.

Ven aquí, pequeña cazadora. Pruébala
.

—Elena. —La voz cortante la llevó de nuevo al presente.

—Vale. —Se aclaró la garganta—. Me alegro de que hayamos aclarado eso. Ya no llueve y...

—¿Qué ves?

Ella lo miró a los ojos y sacudió la cabeza.

—Todavía no estoy preparada para contártelo. —Tal vez no lo estuviera nunca.

Rafael no amenazó con sacárselo a la fuerza.

—Todavía cae una ligera llovizna. Eso debería mantenerlo en estado de Estupor.

—Sí. —Se apartó y cruzó los brazos—. No había pensado en eso. No les gusta el frío, ¿verdad? —Era una pregunta retórica—. Sobre todo después de un exceso.

—No obstante, hay que tener en cuenta que Uram no es un vampiro.

Elena dejó escapar un suspiro de frustración.

—¿Qué coño es entonces? ¡Dímelo!

—Es un Ángel de Sangre. —Se acercó a la ventana, pero Elena sabía que él estaba viendo cosas mucho más siniestras que la oscuridad que precedía al amanecer—. Una auténtica abominación, algo que jamás debería haber existido.

La furia que emanaba de él era casi una fuerza física.

—¿Es el primero?

—Es el primer arcángel que se convierte en un nacido a la sangre, que yo recuerde. Pero Lijuan dice que ha habido otros.

La mente de Elena se llenó con las imágenes que había visto de los arcángeles más antiguos. Lijuan era la única del Grupo que mostraba los primeros signos de envejecimiento. Aquello no mermaba en absoluto su exótica belleza: su rostro, su constitución ósea, sus ojos clarísimos. Aun así, había algo muy raro en Lijuan. Como si ya no perteneciera a este mundo.

—El primer arcángel que tú recuerdes... —murmuró ella mientras reflexionaba—. ¿Y qué ocurre con los ángeles ordinarios?

—Muy bien, Elena. —No se apartó de la ventana. Estaba tan distante como aquel día en la azotea, que parecía haber ocurrido hacía una eternidad—. Aquellos otros se contaminaban con facilidad. En su mayoría fueron hombres jóvenes que carecían del intelecto que Uram pareció conservar después de su transición.

—¿Cuántos? —Clavó la vista en la parte posterior de su cabeza, como si de aquella forma pudiera obligarlo a hablar—. ¿Uno al año?

Rafael se enfrentó a su mirada en el oscuro reflejo de la ventana cuando ella se situó a su espalda.

—No.

Llena de frustración, Elena lo rodeó y apoyó la espalda sobre el cristal para poder mirarlo a la cara.

—Es evidente que se te da muy bien cubrir el rastro de los nacidos a la sangre: no existen leyendas humanas al respecto.

—En la mayoría de los casos, solo las víctimas supieron la verdad... y solo unos minutos antes de morir.

—Eso hace que me sienta muy especial. —Sin darse cuenta, empezó a recorrer con el dedo el delicado borde dorado de una pluma situada cerca del bíceps de él—. Dime una cosa: ¿los nacidos a la sangre llegan al mundo con esa locura?

Una batida de pestañas increíblemente largas sobre una piel que ella había besado hacía poco.

—Todos nosotros tenemos el potencial de Convertirnos en nacidos a la sangre.

Atónita por el hecho de que hubiera respondido sin rodeos, Elena dejó caer la mano.

—Vaya, ¿esta vez no hay advertencias sobre lo de saber demasiado?

—Ya sabes demasiado. —Una sonrisa que denotaba antigüedad, crueldad y otras cosas que era mejor no saber—. Es bueno que hayas accedido a compartir mi cama. Nadie se atreverá a tocar a mi amante.

—Es una pena que el interés de los inmortales sea tan efímero. —El frío del cristal a su espalda empezaba a colarse en su cuerpo, pero no se movió—. Puesto que ya sé demasiado, dime por qué un ángel se convierte en vampiro.

Rafael inclinó la cabeza hacia delante.

—Todavía eres humana.

Elena apenas logró contener el impulso de darle una patada.

—También soy una cazadora que rastrea a un arcángel. Tú me has metido en esto. Dame las herramientas que necesito para luchar.

—Tu trabajo es encontrar a Uram. Es tu habilidad lo que necesitamos.

Lo que necesitamos «nosotros». El Grupo de los Diez.

—¿Cómo se supone que voy a hacer ese trabajo si insistes en ponerme trabas? —Le costaba un enorme esfuerzo mantener su temperamento bajo control—. Cuanto más sepa sobre el objetivo, ¡mejor podré predecir sus movimientos!

Rafael recorrió su mejilla con la punta de un dedo.

—¿Sabes por qué perdió Illium sus plumas?

—¿Porque tú estabas de mal humor? —Dejó escapar un suspiro de exasperación—. No intentes cambiar de tema.

—Porque... —dijo Rafael, que pasó por alto aquella orden—... le reveló nuestro más oscuro secreto a un humano. —Su forma de decirlo, de utilizar el lenguaje, hizo imposible pasar por alto su edad, su inmortalidad.

Atrapada por la curiosidad, Elena no pudo evitar preguntar:

—¿Qué le ocurrió al mortal?

—A aquella mujer le borramos la memoria. —Cubrió la mejilla de Elena con la mano—. Y a Illium se le prohibió volver a hablar con ella.

—¿Él la amaba?

—Tal vez. —Su expresión decía que aquello carecía de importancia—. La vigiló durante el resto de sus días, a sabiendas de que ella ya no lo recordaba. ¿Eso es amor?

—¿No lo sabes?

—He oído miles de definiciones del amor a lo largo de los siglos. No es siempre lo mismo. —La miró fijamente con una expresión carente de emociones—. Si Illium amaba a aquella mortal, era un estúpido. Hace siglos que ella se convirtió en polvo.

—Qué crueldad... —susurró ella, que ya sentía el calor del sol del amanecer en la espalda. ¿Cuánto tiempo llevaban allí? La madrugada había dado paso al alba—. ¿No podrías haber permitido que pasara una vida con la mujer a la que amaba?

—No. —Había rasgos abruptos y líneas limpias en un rostro sin compasión—. Porque si un mortal lo sabe, pronto lo sabrá otro. No tenéis una idea muy clara de lo que es un secreto.

—Mis recuerdos no —le recordó—. Mátame si es necesario, pero no te atrevas a robarme mis recuerdos.

—¿Preferirías morir?

—Sí.

—Que así sea.

La sangre de Elena se incendió al oír aquellas tres últimas palabras, ya que sabía que para él eran un juramento.

—Sabes que para matarme primero tendrás que atraparme, ¿verdad?

Su sonrisa mostraba la fría arrogancia de un hombre que sabía exactamente lo peligroso que era.

—Eso disipará el tedio que conlleva el paso de los siglos.

Elena resopló y echó un vistazo hacia el exterior.

—Ya no llueve. Saldré a ver si puedo percibir cualquier rastro de Uram, por si acaso no ha pasado la noche en estado de Estupor.

—Come algo primero. —Se echó hacia atrás—. No hemos dejado de trazar patrones de búsqueda: si hubiera matado de nuevo, ya me habría enterado.

Elena estaba intranquila, pero sabía que estaría mejor si se alimentaba, así que accedió.

—Comeré algo rápido.

—¿Empezarás la búsqueda en casa de Michaela?

—Puede ser. Si Uram está despierto y en pie, lo más probable es que vaya a hacerle una visita a su amada. Hay... —Sonó un timbre familiar—. Mierda, ¿dónde lo he puesto?

—Aquí. —Rafael sacó el teléfono móvil de la ropa que ella había arrojado sobre la bolsa que contenía sus cosas—. Cógelo.

—Gracias. —Un vistazo a la pantalla bastó para hacerle sentir náuseas—. Hola, Jeffrey. —Se preguntó qué diría su padre si le contaba que estaba en una habitación con un arcángel medio desnudo. Lo más probable era que le pidiera que cerrara un trato con dicho arcángel mientras todavía estaba de buen humor por el sexo.

Contempló el perfil del inteligente rostro de Rafael mientras este encendía un ordenador portátil que ella no había visto hasta aquel momento y esbozó una sonrisa.

—¿Qué pasa? —El impulso de colgar era una necesidad que hervía en su sangre, pero se habría arrancado el brazo a mordiscos antes de permitir que Jeffrey consiguiera convertirla en una cobarde llorona.

—Tienes que venir a mi oficina.

Algo en el tono de su padre penetró las complejas y turbulentas capas de su furia.

—¿Hay alguien ahí?

—Ahora, Elieanora. —Colgó el teléfono.

—Tengo que ir al despacho de mi padre.

Rafael apartó la vista del ordenador y enarcó una ceja.

—Creí que ya le habías dicho todo lo que tenías que decirle a tu padre ayer.

Elena no se molestó en preguntarle al arcángel cómo lo sabía: lo cierto era que Jeffrey y ella no se habían molestado en bajar la voz.

—Pasa algo malo. ¿El coche sigue ahí delante?

Rafael se quedó inmóvil, y Elena comprendió que lo más probable era que estuviese hablando mentalmente con los vampiros.

—Dmitri te llevará.

—Está bien. —Se dirigió hacia la puerta a grandes pasos—. Si este es uno de los jueguecitos de poder de Jeffrey... Joder, no. No pienso dejarlo todo solo porque él me lo pida. —Cogió el teléfono y lo llamó—. Estoy inmersa en una caza —dijo tan pronto como él descolgó—. No tengo tiempo para jugar a la familia feliz.

—En ese caso, quizá tengas tiempo para limpiar el desaguisado que ha dejado tu amigo.

Elena sintió un vuelco en el corazón.

—¿De qué estás hablando?

—Estoy seguro de que ella todavía seguía con vida cuando ese tipo la abrió en canal y le arrancó la carne para dejar al descubierto la caja torácica desgarrada.

33

R
afael la llevó volando hasta el despacho de su padre y aterrizó en la calle con una elegancia que habría dejado atónita a cualquier persona que lo hubiera visto, de haber habido alguna. Sin embargo, era demasiado temprano para todos salvo para los pájaros, sobre todo en aquella zona tan exclusiva.

La esencia la asaltó en el mismo instante en que pusieron un pie en tierra. Aquel olor ácido, ya familiar, con los ricos matices de la sangre fresca.

—Uram —le dijo a Rafael cuando empezaron a subir los escalones—. Sabe que lo estoy rastreando.

Rafael examinó la calle.

—O bien se ha colado en la mente de alguien que conocía tu implicación o bien te vio durante la caza.

—El glamour... —Elena frunció los labios y empujó la puerta, ya que su padre le había dicho que la dejaría abierta—. Jeffrey está en el estudio. Dijo que el cuerpo se encuentra en el apartamento de arriba. —Un apartamento que ella siempre había considerado una extensión del despacho de su padre.

Fueron allí directamente. Justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, Elena recordó a Geraldine. Piel pálida, traje perfecto, aroma de vampiro mezclado con el de su perfume.

—Joder... —Entró en la estancia.

No había nadie en el salón. Atravesó la alfombra después de asegurarse de que no estropearía ninguna pista que pudiera llevarlos hasta Uram y siguió la esencia hasta la entrada de lo que resultó ser un dormitorio. La mujer estaba tal como Jeffrey la había descrito. Parecía que alguien hubiera comenzado una autopsia y la hubiese dejado a medias. El torso estaba abierto y dejaba al descubierto las vísceras, parte de las cuales colgaban por el borde de las costillas.

Sin embargo, no fue aquello lo que dejó paralizada a Elena en el umbral.

No era Geraldine. Aquella mujer tenía la piel dorada típica de un clima tropical, y un cabello rubio muy, muy claro. Huesos elegantes, una estatura media tirando a baja, labios que sonreían con facilidad.

Elena apretó los puños.

—Ha sido Uram, sin duda. —Fue un comentario pronunciado con los dientes apretados—. Rastrearé su esencia.

Estaba a punto de pasar junto a Rafael cuando él le agarró el brazo.

—No quiero que corras riesgos estúpidos solo porque estás cabreada con tu padre.

—No estoy cabreada. —Sus emociones eran un hervidero caótico que todavía no lograba comprender—. Esa mujer se parece a mi madre —le espetó. Una copia mala, una pésima imitación. Pero carecía de la gélida elegancia de la nueva esposa de Jeffrey, Gwendolyn.

—Era su amante.

—¿Lo sabías? —Por supuesto que lo sabía... El Grupo de los Diez no confiaría en nadie a quien no hubiera investigado de arriba abajo—. Da igual. Mi padre no es el problema, el problema es que Uram ha empezado a perseguirnos a mí y a los míos. Quiere torturarnos.

Rafael la soltó y entró en la habitación.

—¿Te ha dicho tu padre si aún estaba caliente al tacto cuando él llegó?

Elena asintió con un movimiento brusco; sentía que todo su cuerpo estaba descoordinado.

—Por lo visto le buscó el pulso. —No se sabía por qué—. Eso significa que Uram no lleva mucho tiempo levantado. Un par de horas máximo.

—No creo que tomara la sangre de esa mujer. No hay más heridas que las que le causaron la muerte.

—Lo más seguro es que todavía esté saciado. —Elena no podía creer que su voz sonara tan normal cuando se sentía a punto de empezar a chillar. Jeffrey les había prohibido a Beth y a ella hablar de Marguerite después de su muerte, pero había conservado a su lado a aquella mujer, a aquella «sombra» de su madre. Sin embargo, aquella pobre desconocida que había sido tratada con tanta brutalidad no tenía la culpa de la hipocresía de Jeffrey: esa mujer merecía que su asesino recibiera el castigo que el Grupo imponía a los suyos—. Saciado... —repitió, obligándose a centrar sus pensamientos dispersos—, pero no estúpido. —Uram comenzaba a actuar como un ser racional—. La mayoría de los vampiros atrapados por la sed de sangre no llegan a esa etapa hasta al menos tres o cuatro meses después de caer en ella por primera vez. Por lo que yo sé, el único que sobrevivió tanto tiempo después de involucionar fue... —El nombre se le atascó en la garganta, como un trago repugnante y maligno.

Other books

Just One Golden Kiss by M. A. Thomas
She Died a Lady by John Dickson Carr
Beating Heart Cadavers by Laura Giebfried
Tree of Hands by Ruth Rendell
February by Gabrielle Lord
The Drop by Michael Connelly
Frankly in Love by David Yoon
The Book of Jonas by Stephen Dau