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Authors: Jesús Sánchez Adalid

Tags: #Histórico

El caballero de Alcántara (43 page)

BOOK: El caballero de Alcántara
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En el ensayo
Espías de Felipe II
, escrito por los historiadores Carlos Carnicer y Javier Marcos (Madrid, 2005) se afirma que «en 1570 el propio Micas, a través de un espía también judío, Agustín Manuel, que luego se haría sospechoso de agente doble, entró en contacto con los españoles para proponerles pasar a tierras de Felipe II con todos sus deudos y su enorme patrimonio acumulado, convertirse al cristianismo y entregar la plaza de Castelnuovo». Las conversaciones secretas en este sentido se alargaron sin éxito. Y las autoridades españolas, empezando por el propio Felipe II, sospecharon que la operación fuera una treta. Porque los contactos tenían lugar en un momento en que José Nasi animaba al sultán a que atacara Chipre e incluso llevara su flota hasta la Península en apoyo de los moriscos sublevados por aquellos años.

Isaac Onkeneira y su familia

Don José Nasi, como ya hemos señalado, vivía en Constantinopla rodeado de servidores, como si fuera un verdadero príncipe. Tenía un séquito muy numeroso. Tres «caballeros» de servicio personal lo acompañaban siempre: don Abraham, otro don Samuel y don Salomón. El médico Daoud era su representante para asuntos oficiales en la Corte. Yosef Cohén, o Cohén Pomar (Ibn Ardut) era su secretario y amanuense, y a veces actuaba como apoderado suyo para transacciones oficiales.

Por último, es de destacar el erudito Isaac Onkeneira, miembro de la famosa familia de Salónica de ascendencia española, que estaba a su servicio como trujamán o intérprete. De él se habla constantemente como el «agente de confianza nombrado para el santuario del noble Duque». Sabemos que una hija suya, cuyo nombre es desconocido, casó con un mercader europeo y abandonó Constantinopla.

El dulce y embriagador vino de Chipre

Ya hicimos referencia más arriba al apodo que maliciosamente quedó unido para siempre al nombre del sultán Selim II el Beodo. Se contaba una curiosa historia acerca del modo en que el sucesor de Solimán el Magnífico, cuando todavía era sólo príncipe, se aficionó a la bebida. Al parecer fue Joseph Nasi quien aficionó al sultán al vino de Chipre e incluso le embelesó con la idea de conquistar la fuente misma de la que manaba tan delicioso licor. Contaban que, en una ocasión, mientras disfrutaba embriagado el sultán, llegó a abrazar efusivamente a su favorito judío y le prometió: «En verdad, si mis deseos se cumplen, serás el rey de Chipre».

Es sabido cómo la ley islámica, muy indulgente con otras debilidades carnales, prohíbe rigurosamente a los fieles musulmanes beber vino. Esa restricción no siempre se cumplió a rajatabla en unas tierras donde abundan los viñedos. Andrés Laguna, en el citado libro
Viaje de Turquía
, hace relación de la variedad y exquisitez de los vinos que se podían degustar en el barrio de Gálata: dulce malvasía y moscatel de Creta, vinos blancos de Galípoli, tinto de Asia Menor y de las islas griegas.

El príncipe Selim debió de acostumbrarse a los placeres y a condescender con pocas privaciones. Dice Roth que don José era un gran conocedor de los vinos y que se dedicó con interés y éxito a su comercio; hasta el punto «que finalmente adquirió su monopolio en el Imperio turco». Importaba vinos seleccionados de toda Europa y su bodega era famosa. Se dice asimismo que poseía viñedos en Quíos y Chipre. Incluso cuando Alejandro Lapuseanu recuperó su feudo de Moldavia en 1563 dio una fiesta en Constantinopla para celebrarlo y Nasi obtuvo una ganancia de 10 000 ducados por la provisión de vino.

El duque de Naxos enviaba con frecuencia al sultán cajones de exquisiteces en los que iban empacadas botellas de vinos seleccionados.

Felipe II y la empresa de Grecia

Ya ha quedado puesto de manifiesto el hecho documentado de que la década que transcurre entre 1560 y 1570 constituye la época con mayor movimiento de espías, agentes dobles, corresponsales y avisos entre un extremo y otro del Mediterráneo. Junto a estas informaciones secretas, que se mueven en una enorme tensión, surgen también infinidad de proyectos de verdadero sabotaje y guerra oculta: intentos de quemar puertos, ayuda a sublevaciones, envenenamientos, captar a hombres con mando en las galeras enemigas, etc. En fin, todo lo que suele acompañar a los conflictos entre naciones en los momentos que preceden a las guerras propiamente dichas.

De entre estos planes, generalmente muy ambiciosos pero poco realistas, destacan los intentos por parte de Felipe II de sublevar a las regiones cristianas de los Balcanes para apoderarse de enclaves en el Adriático, La Morea o la costa norteafricana y la estrambótica maquinación de un gran sabotaje en los puertos de Constantinopla para destruir la armada turca.

En cuanto a la pretensión de levantar en armas contra los turcos a los griegos, diversos factores contribuyeron al fracaso repetido de todos los intentos de sublevación. Por un lado, España —y quizá más exactamente Castilla— no tenía por tradición histórica ningún interés en el Mediterráneo oriental. Después de la Reconquista, la lucha contra el islam seguía principalmente la costa septentrional de África: Marruecos, Argel, Túnez y Trípoli. Por lo que el Imperio turco era enemigo de España en la medida en que se inmiscuía en dicha franja costera alentando y protegiendo a sus corsarios, ayudando a los moros africanos o amenazando las posesiones españolas en Italia. Por lo demás, se le consideraba lejano, como en otro tiempo Bizancio, al cual había venido a sustituir, y con el que Castilla no había tenido apenas contacto, a diferencia de lo que ocurría con los territorios de la antigua corona de Aragón.

En alguna ocasión se llevaron partidas de armas y municiones a algunas regiones: Chimarrá, en el Epiro septentrional; Maina, en Morea, como mucho acompañadas de dinero. Pero jamás se pasó a una guerra de ocupación, al menos tras la experiencia fallida de Corón (1532-1534). Se iba sólo ocasionalmente, se efectuaban rápidas
razzias
, se tomaba alguna ciudad, se saqueaba y se abandonaba inmediatamente.

Esto no beneficiaba en absoluto a los griegos, sino que les causaba perjuicios y mayores problemas con sus dominadores y así lo manifestaron en más de una ocasión a las autoridades españolas a las que presentaban sus proyectos.

Fue el rey Felipe II quien cayó en la cuenta por primera vez de que España necesitaba a los griegos como informadores privilegiados y, sobre todo, como elemento de inestabilidad en los amplios dominios del Gran Turco. Con frecuencia, el rey o sus ministros ordenan a los encargados de tratar con los embajadores griegos que no se les den falsas esperanzas, pero que se mantenga la plática.

El caballero de Malta Juan Barelli

En los años que preceden a la gran batalla de Lepanto, se despiertan las esperanzas de los griegos sometidos de diversas regiones por los turcos. Se conservan numerosos documentos que dan fe de la frecuencia con que hacen llamadas a España y Venecia para que apoyen sus proyectos de sublevación.

Uno de los agentes más destacados al servicio de España en cuestiones orientales fue el caballero de la Orden de Malta Juan Barelli. Entró al servicio de la Corona a través del marqués de Pescara, virrey de Sicilia, y propuso en Madrid una empresa que contó con la aprobación del secretario de Estado Antonio Pérez: sublevar a los griegos de La Morea contra el Gran Turco. El plan no era idea exclusiva suya, sino también del antiguo Gran Maestre Parisot de la Valette y del clérigo griego ortodoxo Juan Accidas. En ella estaba implicado el patriarca ecuménico Metrófanes y el noble moraíta Nicolás Tsernotabey.

Destaca José Manuel Floristán que Juan Barelli procedía de una familia de Corfú, algunos de cuyos miembros en este siglo nos resultan conocidos. A él pertenecieron al parecer los veintidós códices que su hermano Nicolás Barelli donó para El Escorial a través de don Diego Guzmán de Silva, embajador en Venecia, y que hoy se custodian en el real monasterio.

El caballero de Malta presentó en persona a Felipe II su plan múltiple que pretendía, no sólo levantar a La Morea, sino también destruir la flota otomana y envenenar al hijo del sultán.

El Consejo de Estado aprobó sus propuestas y Barelli partió de Sicilia, con dirección al Levante. Diversos inconvenientes hicieron que su viaje terminara en fracaso. Los griegos no se sublevaron y el intento de envenenar al hijo del sultán resultaba una quimera de imposible consecución.

Pero sabemos que casi logró incendiar el puerto de Pera con la ayuda del renegado de origen griego Mustafá Lampudis, que ostentaba un alto cargo en el atarazanal de Constantinopla. Aunque este episodio está envuelto en las brumas del tiempo, se conservan datos vagos de su realidad que pasaron a lo legendario en las generaciones que exaltaron la gloria de Lepante.

A su regreso, como no pudiera justificar Juan Barelli detalladamente los gastos de su viaje, fue condenado a la cárcel de la ciudadela de Palermo por malversación de fondos públicos. Su encierro no duró mucho, pues pudo pronto recuperar la confianza de los ministros del rey.

Los planes de la Corona que siguieron a la victoria de Lepanto hacían necesaria la colaboración de cuantos expertos había en cuestiones orientales. El embajador español en Venecia, Diego Guzmán de Silva, escribió al duque de Terranova, nuevo virrey de Sicilia, intercediendo por el caballero de Malta confirmado que, al parecer, no había existido fraude alguno. Barelli salió de su encierro en noviembre de 1571 y se puso a disposición de donjuán de Austria el 26 de ese mes.

Estancia de Felipe II en el monasterio de Guadalupe en 1570

Como consecuencia de la sublevación de los moriscos de Granada, el rey Felipe II, profundamente preocupado por el desarrollo de los acontecimientos, decidía a principios de 1570 acudir a Andalucía para estar cerca del lugar de las operaciones militares.

En los primeros días de enero, con los caminos en mal estado a causa de un invierno muy lluvioso, partió de Madrid y se dirigió al monasterio de Nuestra Señora de Guadalupe (Cáceres), donde consta que recibió un correo del ejército con el primer despacho favorable sobre la guerra granadina desde hacía varios meses.

Durante su estancia en Guadalupe, el rey subía a un aposento alto, junto al órgano, desde donde contemplaba la imagen de la Virgen y se encomendaba a ella mientras los monjes rezaban completas y maitines. Le acompañaban sus dos sobrinos hijos de la emperatriz, su hermana doña María, y dos príncipes de Bohemia (fray Sebastián García O.F.M., en
Guadalupe: historia, devoción y arte
, Sevilla, 1978).

La visita se prolongó hasta el día 8 de febrero, en que emprendió viaje con toda su corte, con el tiempo aún muy en contra, para atender cuanto antes a sus generales que batallaban en las sierras de la Alpujarra.

Poco después, en abril del mismo año, entraba en Córdoba, en pleno florecer del azahar, para celebrar la Semana Santa. Y allí atendería el día 19 a una misión especial enviada por el papa Pío V, en la que el pontífice rogaba a Su Sacra y Católica Majestad que se uniera en Liga, con Venecia y la Santa Sede para hacer frente a la amenaza del Turco que acababa de atacar la isla de Chipre. Felipe II daría su consentimiento incondicional el día 24, cuando se disponía a salir de Córdoba para ir hacia Sevilla.

JESÚS SÁNCHEZ ADALID, (1962) es de Villanueva de la Serena (Badajoz). Se licenció en Derecho por la Universidad de Extremadura y realizó los cursos de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. Ejerció de juez durante dos años, tras los cuales estudió Filosofía y Teología. Además se licenció en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Su amplia y original obra literaria ha conectado con una variada multitud de lectores gracias a la veracidad de sus argumentos y a la intensidad de sus descripciones, que se sustentan en la observación y la documentación. Sus novelas constituyen una penetrante reflexión acerca de las relaciones humanas, la libertad individual, el amor, el poder y la búsqueda de la verdad.

La obra de Sánchez Adalid se ha convertido hoy en un símbolo de acuerdo y armonía entre Oriente y Occidente, entre las religiones, razas y pueblos que forman la humanidad. Porque su ideario se sostiene sobre la base de que cualquier cultura necesita de la mezcla de muchas influencias. Sobre todo, en un mundo desgarrado por la intolerancia y el fanatismo.

Ha publicado con gran éxito
La luz del Oriente
,
El mozárabe
http://epubgratis.me/node/26015
,
Félix de Lusitania
,
La tierra sin mal
,
En compañía del sol
,
El cautivo
,
La sublime puerta
,
El caballero de Alcántara
,
Los milagros del vino y Galeón
.

Más obras disponibles:
http://epubgratis.me/taxonomy/term/916
(
El camino mozárabe
,
Alcazaba
).

En 2007 ganó el premio Fernando Lara por su novela
El alma de la ciudad
.

En Extremadura ha sido distinguido con la Medalla de Extremadura y el premio Extremeños de Hoy.

Jesús Sánchez Adalid ha colaborado en Radio Nacional, en el diario
Hoy
y en las revistas
National Geographic Historia y Vida nueva
.

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