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Authors: Dorothy L. Sayers

Tags: #Intriga, Policíaco

El cadáver con lentes (5 page)

BOOK: El cadáver con lentes
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–A pesar de todo –dijo Parker– el individuo de Biggs era culpable.

–Claro está, pero, sin embargo, le absolvieron, y todo lo que acabas de decir es una pura calumnia. –Lord Peter se dirigió a un estante lleno de libros y tomó un volumen de jurisprudencia médica–. «La rigidez cadavérica… sólo puede confirmarse de un modo general… y sus resultados están determinados por muchos factores». ¡Vaya un animal cauteloso! «Por regla general, sin embargo, se observa el envaramiento del cuello y la mandíbula cinco o seis horas después de la muerte». ¡Hum! «Con toda probabilidad, esta rigidez cadavérica se observa, en determinadas circunstancias, puede aparecer mucho antes o retrasarse de un modo extraordinario». Da gusto obtener unos datos tan precisos como éstos, ¿verdad, Parker? «Brown-Sequard afirma… tres minutos y medio después de la muerte… en algunos casos se observa dieciséis horas después… y en muchas ocasiones siguen observándose veintiún días más tarde». ¡Dios mío! «Los factores que pueden modificar este proceso son la edad, el estado muscular, las enfermedades febriles y la elevada temperatura del ambiente…». Y así sucesivamente en todo este artículo. No importa. Comunícalo si quieres a Sugg, porque tampoco le servirá de nada. –Dejó el libro y añadió–: Y ahora vamos a los hechos. ¿Qué observaciones hiciste acerca de ese cadáver?

–En realidad, muy pocas –contestó el detective–. Hablando con franqueza, me ha extrañado mucho. Me atrevo a opinar que en vida fue un hombre rico, que conquistó una buena posición y que empezó a gozar desde poco tiempo atrás de su buena fortuna.

–¡Ah, veo que te fijaste en los callos de sus manos! Ya me figuré que no te pasaría por alto el detalle.

–Tenía los pies llenos de callos y durezas, y eso demuestra que llevaba unos zapatos estrechos.

–Y también que andaba mucho –observó lord Peter–, porque de lo contrario, sus pies no se hallarían en tan mal estado. ¿Y no te ha llamado la atención este detalle en una persona al parecer acomodada? ¿No observaste también que tenía unas ampollas en los pies? ¿A qué serían debidas aquellas erosiones?

–No sé qué decir. Las ampollas, sin duda, se produjeron dos o tres días antes. Quizá se vio una noche lejos de su casa, después de haber salido el último tren, y no encontró un taxi, lo cual le obligó a volverse a su casa a pie.

–Es posible.

–En la espalda y en una pierna observé unas manchas rojizas que no pude explicarme.

–También las vi.

–¿Y qué te parecieron?

–Te lo diré luego. Prosigue.

–Ese hombre tenía la vista cansada, cosa rara en un individuo que aún está en lo mejor de su vida. Los cristales de sus lentes eran más propios de un viejo. Además, a ellos estaba unida una hermosa cadena, muy fina, de eslabones planos y moldeados artísticamente. Se me ocurrió la idea de que tal vez pudiéramos averiguar algo merced a este detalle.

–He hecho insertar un anuncio en el
Times
acerca del particular –dijo lord Peter–. Adelante.

–Esos lentes los tenía en su poder desde algún tiempo, porque fueron reparados dos veces.

–Muy bien, Parker. ¿Te has dado cuenta de la importancia de ese detalle?

–No mucho. ¿Por qué?

–Ya te lo diré luego. Continúa.

–Con toda probabilidad era un hombre de mal genio. Llevaba las uñas con señales de haber sido mordidas repetidas veces, y como en todos los que tienen ese vicio, la parte superior de los dedos mostraba también algunas pequeñas heridas. Fumaba muchos cigarrillos sin utilizar boquilla. Y además era algo exigente en su aspecto personal.

–¿Examinaste bien el cuarto de baño? Yo no tuve oportunidad para ello.

–No me fue posible descubrir gran cosa con referencia a huellas, porque Sugg y compañía habían circulado repetidas veces por aquel lugar, y eso sin hablar del pequeño Thipps y de la doncella. Pero pude descubrir una faja situada detrás de la cabecera del baño, como si allí hubiese habido algo húmedo. Y aquella señal no merecía siquiera el nombre de huella.

–Anoche llovió mucho.

–Sí. ¿Y observaste que estaba señalado de un modo vago el hollín en el antepecho de la ventana?

–Sí –contestó Wimsey–. Me fijé en ello, aunque sólo pude comprender que en el antepecho de la ventana se había apoyado algo.

Se quitó el monóculo y lo entregó a Parker.

–¡Caramba! ¡Qué lupa tan buena!

–Sí –contestó Wimsey–. Y es muy útil para examinar bien alguna cosa con todo disimulo. Pero resulta molesto llevarlo siempre, porque en cuanto se fija alguien, exclama: «¡Dios mío! ¡Qué mala vista tiene este hombre!». Pero como digo, es útil.

–Sugg y yo examinamos el suelo en la parte posterior del edificio –añadió Parker–, pero allí no encontramos ninguna huella.

–Eso es interesante. ¿Hicisteis algún examen en el tejado?

–No.

–Mañana iremos a verlo. La tubería de desagüe se halla apenas a medio metro de distancia de la parte superior de la ventana. Medí ese espacio con mi bastón, que es un vademécum propio del caballero explorador. Además, mi bastón tiene señales para indicar las pulgadas. Dentro hay un espadín y en el puño una brújula. Lo hice fabricar especialmente. ¿Algo más?

–Temo que no. Oigamos ahora tu versión, Wimsey.

–Me parece que ya conoces la mayor parte de los detalles. Sólo hay una o dos pequeñas contradicciones. Por ejemplo, tenemos a un hombre que usa unos lentes caros, con aro de oro y los ha tenido bastante tiempo para que fuese preciso repararlos dos veces. En cambio, sus dientes no sólo están manchados, sino en muy mal estado, como si no se los hubiese limpiado nunca en su vida. En un lado le faltan cuatro muelas, tres en el otro y uno de los incisivos está roto. Su cabello y sus manos demuestran que era hombre cuidadoso de su aspecto personal, ¿qué te parece esa contradicción?

–Esos individuos de origen plebeyo, que han logrado hacer dinero, no se preocupan mucho de los dientes y el dentista les da miedo.

–Es cierto. Pero uno de los molares tenía un canto roto, tan agudo, que llegó a producir un corte en la lengua. Eso es muy doloroso. ¿Quieres darme a entender que alguien sería capaz de resistir esa molestia cuando no le habría costado nada hacer limar aquel canto agudo?

–A veces la gente es muy rara. He conocido criados que sufrían verdaderas agonías antes que dirigirse a casa del dentista. Y tú, ¿cómo observaste eso, Wimsey?

–Pues le miré el interior de la boca con una lamparilla eléctrica –contestó lord Peter–. Es un aparatito muy manejable. Tiene aspecto de encendedor automático. En fin, tal vez eso no tenga importancia, pero me ha parecido conveniente comunicártelo. Hay otro detalle muy significativo: un caballero que se perfuma el cabello con violeta de Parma, se hace arreglar las manos y todo lo demás, y sin embargo, nunca se lava el interior de las orejas. Están llenas de cerumen. Y eso es muy desagradable.

–Me has ganado, Wimsey, porque no me fijé en eso. Sin embargo, es muy difícil perder las costumbres antiguas.

–Bueno, pasemos por alto este detalle. Tercero: un caballero que se hace arreglar las manos y se pone brillantina en el cabello y que no obstante, tiene piojos.

–¡Caramba, es verdad! Ahora comprendo esas señales rojizas. No se me había ocurrido.

–Claro está que no. Tales señales eran débiles y antiguas, pero también inconfundibles.

–No hay ninguna duda. Sin embargo, eso puede sucederle a cualquiera. La semana pasada me molestaron algunos bichos en la cama del mejor hotel de Lincoln.

–Desde luego, esas cosas le pueden ocurrir a cualquiera, pero vamos al cuarto punto: un caballero que se pone violeta de Parma en el cabello, etc., etc., se lava el cuerpo con un jabón cargado de ácido fénico, cuyo olor se percibe aún veinticuatro horas después.

–Sin duda lo utilizaba para librarse de los parásitos.

–Ya veo, Parker, que tienes respuesta para todo. Quinto punto: un caballero, refinado, con uñas manicuradas, aunque también mordidas, tiene las uñas de los pies tan sucias y largas, como si no se las hubiese cortado en muchos años.

–Todo eso concuerda con otras costumbres ya observadas.

–Ya lo sé. Pero son muy raras. Ahora sexto y último punto: este caballero de costumbres relativamente refinadas, llega en plena noche lluviosa y entra, al parecer, por la ventana, cuando ya lleva veinticuatro horas muerto y se acomoda en silencio en el baño del señor Thipps, sin llevar otra cosa sobre su persona que unos lentes de pinza. Ni un solo cabello de su cabeza está despeinado. El cabello ha sido cortado tan recientemente, que en su cuello y en los lados del baño se observan algunos cabellos sueltos; además se afeitó muy pocas horas antes, pues en la mejilla se observa una línea de jabón seco.

–¡Wimsey!

–Espera un momento. Y también tenía jabón seco en la boca.

Bunter se puso en pie para situarse al lado del detective, a quien preguntó con el mayor respeto y corrección:

–¿Un poco más de coñac, señor?

–Wimsey –dijo Parker–, has logrado asombrarme.

Vació su copa, la miró como si se sorprendiese al notar que ya no quedaba nada en ella, la dejó en la mesa, se puso en pie para dirigirse a los estantes de los libros, y dando media vuelta apoyó la espalda en ellos y dijo:

–Mira, Wimsey. Has leído historias de detectives. Estás diciendo tonterías.

–De ningún modo –contestó lord Peter–. Por el contrario, creo que te he comunicado una serie de excelentes detalles para una historia detectivesca. Mira, Bunter, tú y yo escribiremos una y luego la ilustrarás con fotografías.

–Jabón en la… ¡imposible! –exclamó Parker–. Debía ser otra cosa… alguna decoloración…

–No –contestó lord Peter–. También había unos pelos cortos, mezclados en el jabón. Ese hombre llevaba barba.

Sacó el reloj del bolsillo y de él extrajo dos pelos bastante largos que había guardado entre las dos tapas posteriores.

Parker los puso un momento sobre un dedo, los miró acercándose a la luz, los examinó luego con una lupa y, al fin, los entregó al impasible Bunter, diciendo:

–¿Quieres darme a entender, Wimsey, que un hombre vivo se afeitaría la barba con la boca abierta y que luego se haría matar con la boca llena de pelos? ¡Estás loco!

–No te he dicho eso –contestó Wimsey–. Vosotros, los policías, sois todos iguales. En vuestras mentes no tenéis más que una idea. Que me maten si comprendo por qué se os llama alguna vez. Ese hombre fue afeitado después de muerto. Desde luego es un trabajo muy poco agradable para el barbero, ¿no te parece? Mira, siéntate y no hagas el tonto. Peores cosas ocurren en la guerra. Todo eso no son más que una serie de estratagemas. Y ahora te diré, Parker, que nos vemos ante un criminal que es un verdadero artista, dotado de una imaginación extraordinaria y de una fantasía muy grande. Y te aseguro que no me gusta, Parker.

CAPÍTULO III

LORD Peter terminó una sonata de Scarlatti y luego se examinó pensativo las manos. Sus dedos eran largos y musculosos, de robustas articulaciones y de anchas yemas. Mientras tocaba se suavizaron sus ojos grises y duros, y su boca grande adquirió, en cambio, una expresión más firme. Nunca tuvo pretensiones de hombre guapo y siempre creyó que le desfiguraba mucho su barbilla estrecha y larga, y la frente alta y huidiza, acentuada por el cabello liso y de color claro. Los periódicos laboristas, suavizando la línea de la barbilla, lo caricaturizaban como típico aristócrata.

–Es un instrumento maravilloso –observó Parker.

–No es malo –dijo lord Peter–, pero Scarlatti requiere un clavicordio. El piano es demasiado moderno, pues sólo produce tonos exagerados. Y vamos a ver, Parker, ¿has llegado a alguna conclusión?

–El hombre que había en el baño –dijo Parker hablando metódicamente– no era una persona acomodada y cuidadosa de su aspecto. Era un trabajador sin empleo, pues lo perdió recientemente. Anduvo de un lado a otro buscando trabajo y sólo halló su propio fin. Alguien lo mató, lo lavó lo perfumó y lo afeitó para disfrazarlo y lo metieron en el baño de Thipps, sin dejar huella. Conclusión: el asesino es un hombre vigoroso, puesto que lo mató de un solo golpe en la nuca; frío, sereno y muy inteligente, puesto que consiguió perpetrar ese crimen sin dejar ninguna señal. Es, además, hombre rico y refinado. Tiene una imaginación pervertida y rara, como lo demuestran los dos detalles horribles de haber dejado el cadáver en un baño y adornado luego con unos lentes.

–Es un poema del crimen –dijo Wimsey–. Y debo añadir que tus dudas acerca de los lentes están ya aclaradas. Con toda evidencia nunca pertenecieron al cadáver.

–Pues eso origina otra duda, porque no podemos imaginar que el asesino se desprendiera de ellos, dejando una pista que quizá pudiera revelar su identidad.

–No hemos de suponer tal cosa. Creo, en cambio, que ese hombre posee una cualidad de la que suelen carecer los criminales, o sea el sentido del humor.

–De un humor fúnebre.

–Cierto. Pero el que sabe ser humorista en circunstancias tales, es un hombre terrible. Quisiera saber lo que hizo con el cadáver desde que lo asesinó hasta que lo hubo depositado en casa de Thipps. Pero hay otras cosas que conviene averiguar. ¿Cómo lo llevó allí? ¿Por qué? ¿Lo metió en la casa por la puerta, como opina Sugg? ¿O lo hizo pasar por la ventana, según creemos, basándonos en el débil indicio de una leve señal en el antepecho de la ventana? ¿Tiene cómplices el criminal? ¿Estarán comprometidos en eso Thipps o la doncella? No puedo dejar de tener en cuenta esta teoría por el hecho de que Sugg crea en ella, porque aun los más tontos pueden decir, a veces, la verdad. En caso contrario, ¿por qué eligieron a Thipps para darle esa pesada broma? ¿Tenía el asesino algún agravio con él? ¿Qué otras personas habitan en la casa? Es preciso averiguarlo. ¿Es posible que Thipps toque el piano a medianoche para molestar a los demás o perjudique la reputación de la escalera, llevando a su casa a damas de dudosa respetabilidad? ¿Podemos creer que otros arquitectos, que no han alcanzado el éxito, le tengan ojeriza? El caso es, Parker, que ha de existir algún móvil, porque no hay crimen que no lo tenga.

–A veces hay un loco… –sugirió Parker dudoso.

–En esa locura hay demasiado método. El criminal no ha cometido un solo error, a no ser que consideremos que lo es el haber dejado unos pelos en la boca del cadáver. De todos modos, el muerto no es Levy y el criminal no ha dejado casi ninguna huella que nos permita trabajar ni podemos adivinar el móvil del crimen. Además, nos falta averiguar el paradero de dos trajes. Si es Reuben, se marchó sin llevar puesta siquiera una hoja de parra y hay un individuo misterioso que sólo lleva unos lentes completamente inútiles, por lo que se refiere a la decencia. Tú no sabes cuánto siento no tener una buena excusa para encargarme oficialmente de este caso.

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