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Authors: Patrick Süskind

Tags: #Relato

El contrabajo (2 page)

BOOK: El contrabajo
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Se defendió, como ya puede imaginarse. En París, tanto en el Conservatorio como en la Ópera, tocaron con el bajo de tres cuerdas hasta 1832. Como es bien sabido, en 1832 murió Goethe. Y entonces Cherubini lo suprimió. Luigi Cherubini. Un italiano, es cierto, pero de formación centroeuropea, musicalmente hablando. Estudió a Gluck, Haydn, Mozart. Era por entonces director general de música en París. Y se impuso. Ya puede imaginarse la que se armó. Un grito de indignación recorrió las filas de los contrabajos franceses cuando el italiano germanófilo les arrebató el bajo de tres cuerdas. A los franceses les gusta indignarse. En cuanto surge en alguna parte un ambiente revolucionario, los franceses hacen acto de presencia. Esto ocurrió en el siglo XVIII, continuó en el XIX y persiste en el XX, hasta nuestros días. Estuve en París a principios de mayo; hacían huelga los basureros y los empleados de metro, nos cortaban la electricidad tres veces al día y se manifestaron quince mil franceses. No puede imaginarse el aspecto que tenían después las calles. No había tienda en pie ni escaparates sin roturas, los coches estaban destrozados, carteles, papeles y toda clase de desperdicios yacían diseminados por el suelo sin que nadie los recogiera… daba miedo, se lo aseguro. Pues bien, entonces, en 1832, no les sirvió de nada. El contrabajo de tres cuerdas desapareció definitivamente. No era preciso que hubiera más de uno, lo admito, pero fue una lástima porque no cabe duda de que sonaba muchísimo mejor que… que éste…

Sacude su contrabajo
.

… Un registro menos extenso, pero mejor sonido…

Bebe
.

… Aunque, bien mirado, esto ocurre con frecuencia. Lo mejor desaparece, porque el paso del tiempo trabaja en contra suya. El tiempo lo arrasa todo. En este caso fueron nuestros clásicos los que eliminaron sin piedad todo cuanto se interpuso en su camino. No a sabiendas, hay que decirlo. Nuestros clásicos fueron de por sí hombres decentes. Schubert no habría sido capaz de perjudicar a una mosca y Mozart, aunque un tanto grosero, era una persona altamente sensible y no tenía nada de violento. Beethoven tampoco, a pesar de sus arrebatos de cólera. Para poner un ejemplo, destrozó varios pianos. Pero nunca un contrabajo, hay que reconocerlo en su favor, si bien es verdad que nunca tocó ninguno. El único buen compositor que tocó el contrabajo fue Brahms… o su padre. Beethoven no tocó jamás ningún instrumento de cuerda, sólo el piano, un detalle que hoy suele olvidarse. Al contrario de Mozart, que tocaba el violín casi tan bien como el piano. Que yo sepa, Mozart fue el único gran compositor que sabía tocar tanto sus propios conciertos de piano como sus propios conciertos de violín. Quizá también Schubert, pero sólo en caso de apuro. ¡En caso de apuro! No escribió ninguno y, además, no era un virtuoso. No. Schubert no era en absoluto un virtuoso. Ni por el tipo ni técnicamente. ¿Podría usted imaginarse a Schubert como un virtuoso? Yo no. Lo que sí tenía era una voz agradable, menos como solista que como miembro de un coro masculino. Durante un tiempo cantó cuartetos todas las semanas, con Nestroy, por otra parte. Es probable que usted no lo sepa. Nestroy como barítono bajo y Schubert como… pero todo esto no hace al caso. No tiene nada que ver con el problema que estoy describiendo. Me refiero a que, si a usted le interesa, puede encontrar en cualquier biografía la calidad de voz de Schubert. No necesito hablarle de ella. Al fin y al cabo, no soy ninguna oficina de información musical.

El contrabajo es el único instrumento que se oye mejor cuanto más alejado se encuentra, lo cual es problemático. Mire, tengo toda la habitación recubierta de placas acústicas, paredes, techo; suelo. La puerta es doble y está acolchada por dentro. Las ventanas son de un cristal especial y tienen marcos insonorizados. Me ha costado una fortuna, pero absorbe los ruidos en un 95 por ciento. ¿Oye algo de la ciudad? Vivo en el mismo centro de la ciudad. ¿No lo cree? ¡Un momento!

Va hacia la ventana y la abre. Entra una tremenda algarabía de coches, obras en construcción, recogida de basuras, máquinas perforadoras, etcétera
.

Grita
.

¿Oye esto? Es tan alto como el Tedéum de Berlioz. Bestial. Allí derriban el hotel y más cerca, en el cruce, se está construyendo desde hace dos años una estación de metro; por esta causa han desviado el tráfico hacia esta calle. Además, hoy es miércoles, día de recogida de basuras, de ahí estos golpes rítmicos… ¡Sí! Este estruendo, este ruido brutal alcanza casi los 102 decibelios. Sí. Lo he medido. Creo que ya es suficiente. Puedo cerrarla de nuevo…

Cierra la ventana. Silencio. Vuelve a bajar la voz
.

… Bien. Ahora ya no dice nada. ¿Verdad que es buena la insonorización? Uno se pregunta cómo viviría antes la gente. Porque no crea que antes había menos ruido que ahora. Wagner escribe que en todo París no pudo encontrar una sola vivienda, porque en todas las calles trabajaba un hojalatero y, según tengo entendido, París contaba ya entonces con más de un millón de habitantes, ¿no es verdad? Y un hojalatero… no sé si usted lo ha oído alguna vez, pero hace el ruido más infernal que puede escuchar un músico. ¡Una persona que golpea sin pausa un trozo de metal con un martillo! En aquella época, la gente trabajaba de sol a sol. Por lo menos así se dice. Y a ello hay que añadir el estruendo de los carruajes sobre el empedrado, las voces de los vendedores y los continuos altercados y revoluciones que, como es sabido, protagonizaba en las calles el pueblo de Francia, el pueblo llano, los sectores más plebeyos y vulgares. Por otra parte, a finales del siglo XIX se construyó un metro en París, así que no crea que antes reinaba mucha más quietud que hoy en día.

Dicho sea de paso, Wagner me inspira un gran escepticismo, pero esto es marginal.

Muy bien, ¡y ahora preste atención! Vamos a hacer una prueba. Mi bajo es un instrumento muy normal. Construido, aproximadamente, en 1910, con toda probabilidad en el sur del Tirol, longitud de la caja, 1.12, 1.92 hasta el caracol, longitud de las cuerdas, un metro doce. No es un instrumento excepcional, digamos que es de calidad media tirando a alta; hoy podría pedir por él ocho mil quinientos marcos y lo compré por tres mil doscientos. Una locura.

Bien. Ahora le tocaré un tono, cualquiera, digamos un
fa
grave…

Toca muy bajo
.

Ya. Esto ha sido
pianissimo
. Y ahora lo tocaré
piano

Toca un poco más alto
.

… No haga caso del roce. Tiene que oírse. Un tono puro, es decir, sólo la vibración sin el roce del arco, no existe en todo el mundo, ni siquiera en Yehudi Menuhin. Bien. Y ahora preste atención, porque voy a tocar entre
mezzoforte
y
forte
. Y como ya he dicho, la habitación está insonorizada…

Toca un poco más alto
.

… Bien. Y ahora esperemos un momento… Un poco más… Llegará enseguida…

Se oyen unos golpes en el techo
.

… ¡Ya! ¿Lo ha oído? Es la señora Niemeyer, que vive arriba. Cuando oye el mínimo ruido, golpea el suelo y entonces yo sé que he rebasado el límite del
mezzoforte
. Por lo demás, una mujer simpática. En cambio, aquí no suena demasiado alto para quienes están en la habitación, más bien discreto. Si ahora, por ejemplo, toco
fortissimo
… Un momento…

Ahora toca lo más alto que puede y grita para dominar el bajo atronador
.

… Se diría que no suena excesivamente alto, y sin embargo se oye arriba, en el piso encima del de la señora Niemeyer, y abajo, en la portería, e incluso en la casa vecina, desde donde no tardarán en llamar…

Bien. Esto es lo que llamo la fuerza de percusión del instrumento, producida por las vibraciones graves. Suele creerse que una flauta o una trompeta suena más fuerte, pero no es así. No hay fuerza de percusión. No hay expansión. No hay
body
, como dicen los americanos. Yo tengo
body
, o mejor dicho, mi instrumento tiene
body
. Y esto es lo único que me gusta de él. Aparte de esto, no tiene nada. Aparte de esto, es una catástrofe pura y simple.

Pone en el tocadiscos la obertura de Las Valquirias
.

La obertura de Las Valquirias.
Como cuando llega el tiburón blanco. El contrabajo y el
cello
tocan al unísono. De las notas correspondientes tocamos quizá el cincuenta por ciento. Esto…

Tararea el canto del bajo
.

… Este susurro ascendente está formado en realidad por cinco o seis tonos. ¡Seis tonos diferentes! ¡A esta velocidad vertiginosa! Totalmente imposible de tocar. Hay que pasarlo por alto. No sabemos si Wagner lo entendió así. Probablemente no. En cualquier caso, le importaba un bledo. Despreciaba a la orquesta en general. De ahí el recubrimiento de Bayreuth, por pretendidas razones acústicas, pero en realidad por desprecio hacia la orquesta. Y sobre todo, porque le gustaba el ruido, la música teatral, ¿comprende?, los bastidores sonoros, el conjunto de la obra de arte. El tono individual no jugaba ningún papel. Por otra parte, ocurre lo mismo en la Sexta de Beethoven, o en el último acto de
Rigoletto…
Cuando se desencadena una tormenta, escriben en la partitura innumerables notas que ningún bajo del mundo ha podido tocar jamás. Ninguno. De hecho, sólo se nos exige una cosa: somos los que hemos de rendir el esfuerzo máximo. Después de un concierto estoy completamente empapado de sudor; nunca puedo ponerme dos veces la misma camisa. En el curso de una ópera pierdo por término medio dos litros de líquido; durante un concierto sinfónico, no menos de un litro. Conozco a colegas que corren por el bosque y se entrenan con pesas. Yo no. Pero un día me derrumbaré en medio de la orquesta y ya no me recuperaré jamás. Porque tocar el contrabajo es una cuestión de pura fuerza, la música no tiene nada que ver con ello. Por esto un niño no podría tocar nunca el contrabajo. Yo empecé a los diecisiete años. Ahora tengo treinta y cinco. No fue un acto voluntario, más bien algo parecido al embarazo de una doncella, por casualidad. Después de pasar por la flauta, el violín, el trombón y Dixieland. Pero de esto hace mucho tiempo, y desde entonces he rechazado el
jazz
. Por otra parte, no conozco a ningún colega que empezara a tocar el contrabajo voluntariamente. Y en cierto modo, no es de extrañar. Se trata de un instrumento muy poco manejable. En realidad, yo diría que el contrabajo es más un estorbo que un instrumento. No se puede acarrear, hay que arrastrarlo y, si se cae al suelo, se rompe. En el coche sólo cabe si se saca el asiento de la derecha, y entonces llena prácticamente el vehículo. En casa se lo encuentra uno por todas partes. Ocupa más sitio que… que un trasto inútil, ¿sabe? No es como un piano. Un piano es un mueble. Un piano se puede cerrar y dejar donde está. El contrabajo no. Está siempre en medio como… Tuve un tío que siempre se encontraba enfermo y siempre se quejaba de que nadie le hacía caso. Así es el contrabajo. Cuando vienen invitados, ocupa inmediatamente el primer término. Nadie habla de otra cosa que de él. Cuando uno quiere estar solo con una mujer, él lo presencia y lo vigila todo. Se intima con ella… y él observa. Siempre tiene uno la sensación de que se burla y ridiculiza el acto. Y esta sensación se transmite, como es natural, a la pareja, y entonces… ¡ya sabe usted lo cerca que están el amor físico y el ridículo y lo mal que se soporta este último! ¡Qué sordidez! Es imposible continuar. Discúlpeme…

Interrumpe la música y bebe
.

… Lo sé. Esto no viene a cuento. En el fondo, a usted no le importa nada. Quizá incluso le molesta. También debe tener sus propios problemas a este respecto. Pero yo tengo derecho a alterarme y a hablar por una
sola
vez con toda claridad, a fin de que nadie crea que los miembros de la orquesta nacional carecen de esta clase de problemas. ¡Porque yo no he poseído a ninguna mujer desde hace dos años y la culpa es de él! La última vez fue en 1978, cuando lo encerré en el cuarto de baño, pero no sirvió de nada porque su espíritu flotaba sobre nuestras cabezas como un
calderón

[2]
Cuando vuelva a poseer a una mujer —lo cual no es probable porque ya tengo treinta y cinco años, pero los hay más feos y, además, soy funcionario ¡y aún puedo enamorarme!…

¿Sabe…? Ya me he enamorado. O encaprichado, no lo sé. Y ella tampoco lo sabe. Es la… ya la he mencionado antes… la joven cantante del conjunto de la ópera que se llama Sarah… Es muy improbable, pero si… si alguna vez se presenta la ocasión, insistiré en que lo hagamos en su casa. O en un hotel. O fuera, en el campo, si no llueve…

Si hay algo que él no soporta, es la lluvia; cuando llueve se encoge o, mejor dicho, se dilata, se empapa, no le gusta nada en absoluto. El frío tampoco. Cuando hace frío también se encoge y entonces hay que dejarle entrar en calor por lo menos dos horas antes de tocarlo. Cuando aún formaba parte de la orquesta de música de cámara, tocábamos en días alternos por la provincia, en castillos o iglesias o festivales de invierno… no se imagina lo numerosos que son. Pero a lo que iba: yo me veía obligado a salir horas antes que los demás, solo en el VW, para que mi bajo pudiera templarse en horribles posadas o en la sacristía, junto a la estufa, como un viejo enfermo. Sí, ata mucho. Y genera amor, puedo asegurárselo. Una vez nos quedamos atascados en diciembre del 74, entre Ettal y Oberau, en plena tormenta de nieve. Esperamos dos horas hasta la llegada de la grúa. Y yo le cedí mi abrigo y le calenté con mi propio cuerpo. Después, en el concierto, él estaba templado y yo incubaba una gripe muy grave. Permítame beber un poco.

No, realmente no se nace para contrabajo. El camino que lleva hasta este instrumento está lleno de rodeos, casualidades y desengaños. Puedo decirle que de los ocho contrabajos de la orquesta nacional, no hay ni uno solo a quien la vida no haya zarandeado y en cuyo rostro no queden huellas de los golpes que de ella ha recibido. Un ejemplo típico del destino de un contrabajo es el mío: padre dominante, funcionario, sin oído musical; madre débil, flauta, amante de la música; de niño idolatraba a mi madre; ésta amaba a mi padre; éste amaba a mi hermana pequeña; a mí no me amaba nadie… ahora hablo subjetivamente. Por odio hacia mi padre decido ser artista en vez de funcionario; y para vengarme de mi madre elijo el instrumento más voluminoso, menos manejable, menos apto para solos; y para ofenderla casi mortalmente y al mismo tiempo dar un puntapié a mi padre más allá de la tumba, me convierto también en funcionario: contrabajo en la orquesta nacional, tercer atril. Como tal, violo a diario en la figura del contrabajo, el mayor de los instrumentos femeninos —por su forma—, a mi propia madre, y esta eterna relación sexual simbólicamente incestuosa es, por supuesto, una continua catástrofe moral y esta catástrofe moral está escrita en el rostro de cada uno de nosotros, los contrabajos. Hasta aquí el aspecto psicoanalítico del instrumento, aunque conocerlo no ayuda mucho, porque… el psicoanálisis está acabado. Todos sabemos hoy en día que el psicoanálisis está acabado, y el propio psicoanálisis también lo sabe. En primer lugar, porque el psicoanálisis plantea más preguntas de las que es capaz de contestar, como una hidra —para poner un ejemplo gráfico— que se corta a sí misma la cabeza, y ésta es la contradicción interna e insoluble del psicoanálisis, que se estrangula a sí mismo, y en segundo lugar, porque el psicoanálisis es en la actualidad del dominio público. Todo el mundo lo conoce. De los ciento veintiséis miembros de la orquesta, más de la mitad van al psicoanalista. Como ve, lo que tal vez un siglo atrás habría sido o podido ser un descubrimiento científico sensacional, hoy en día es tan corriente que a nadie le extraña. ¿O se asombra usted de que actualmente un diez por ciento sufra depresiones? ¿Le asombra? A mí, no, ya ve. Y para esto no necesito ningún psicoanálisis. Habría sido mucho más importante —ya que tocamos este tema— que el psicoanálisis hubiera existido hace cien o ciento cincuenta años. Entonces nos habríamos ahorrado, por ejemplo, algunas cosas de Wagner. Ese hombre sí que era un terrible neurótico. Por ejemplo, una obra como
Tristán,
la mayor de todas las que compuso, ¿por qué la escribió? Pues sólo porque se entendía con la esposa de un amigo, que lo soportó durante años. Años enteros. Y este engaño, esta, llamémosla sórdida, relación le carcomió tanto por dentro que tuvo que transformarla en la mayor tragedia amorosa de todos los tiempos. Represión total a través de la sublimación total. «El deseo más sublime», etcétera, usted ya lo conoce. El adulterio aún era entonces un hecho extraordinario. Y ahora, ¡imagíneselo!, ¡Wagner habría confiado el asunto a un psicoanalista! Sí… una cosa es evidente: el Tristán no habría existido. No cabe duda, porque su neurosis no habría llegado a tanto. Por otra parte, Wagner pegaba a su mujer. A la primera, naturalmente. A la segunda, no, desde luego que no; pero a la primera le pegaba. En general, un hombre desagradable. Sabía ser muy cordial, encantador incluso. Pero era desagradable. Creo que no podía soportarse a sí mismo. Padecía frecuentes erupciones en la cara de pura… repugnancia. Sí, sí. Y no obstante, gustaba a las mujeres, gustó a muchas. Ejercía sobre ellas una gran atracción. Incomprensible…

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