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Authors: James Dashner

Tags: #Fantasía, #Ciencia ficción

El corredor del laberinto (8 page)

BOOK: El corredor del laberinto
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—¿Diferente? ¿A qué te refieres? ¿Y qué tiene que ver con los laceradores? ¿Es lo que Gally quería decir con que te «pican»?

—Shhh —Chuck se puso un dedo en la boca.

Thomas casi gritó de frustración, pero permaneció en silencio. Ya haría que Chuck se lo contara más tarde, quisiera el niño o no.

Alby y Newt habían llegado al gentío y se abrieron camino hacia delante para quedar justo al lado de las puertas que daban a la Caja. Todo el mundo estaba en silencio y, por primera vez, Thomas notó los chirridos y el traqueteo del ascensor que subía, lo que le hizo recordar la pesadilla que había sido su viaje el día anterior. Le envolvió la tristeza, casi como si estuviera reviviendo aquellos breves minutos terribles al despertar en la oscuridad y haber perdido la memoria. Sentía lástima por quienquiera que fuese el chico nuevo, pues iba a pasar por lo mismo que él.

Un ruido sordo anunció que el extraño ascensor había llegado.

Thomas observó, a la espera, cómo Newt y Alby se colocaban el uno enfrente del otro, junto a las puertas del hueco, para separar la rendija que había en el cuadrado de metal, justo en medio. Los dos tiraron de los sencillos asideros en forma de gancho que había pegados a ambos lados. Con un chirrido, las puertas se abrieron y una polvareda se levantó en el aire por la piedra de alrededor.

Se hizo un silencio absoluto entre los clarianos. Cuando Newt se inclinó para mirar con más detenimiento el interior de la Caja, el débil balido de una cabra a lo lejos resonó en el patio. Thomas se inclinó hacia delante todo lo que pudo con la esperanza de echarle un vistazo al recién llegado.

Con una repentina sacudida, Newt volvió a ponerse derecho, con la cara arrugada por la confusión.

—Hostia… —musitó, mirando a su alrededor nada en concreto.

Para entonces, Alby también había echado una ojeada y había tenido una reacción similar:

—¡Qué fuerte! —murmuró, casi en trance.

Un coro de preguntas inundó el aire cuando todos empezaron a echarse hacia delante para mirar por la pequeña abertura.

«¿Qué ven ahí abajo? —se preguntó Thomas—. ¡¿Qué ven?!».

Sintió una ligera punzada de miedo, parecida a la que había experimentado aquella mañana, cuando caminó hacia la ventana para ver el lacerador.

—¡Esperad! —gritó Alby para que se callara todo el mundo—. ¡Esperad!

—Bueno, ¿qué pasa? —le preguntó alguien.

Alby se levantó.

—Dos novatos en dos días —respondió casi en un suspiro—. Y ahora, esto. En dos años no ha habido nada diferente, y ahora esto —entonces, por alguna razón, miró directamente a Thomas—. ¿Qué pasa aquí, verducho?

Thomas se le quedó mirando, confundido, con la cara roja como un pimiento y el estómago encogido.

—¿Cómo voy a saberlo yo?

—¿Por qué no nos dices qué coño hay ahí abajo, Alby? —gritó Gally.

Hubo más murmullos y otro empujón hacia delante.

—¡Callaos, pingajos! —chilló Alby—. Díselo, Newt.

Newt bajó la vista hacia la Caja una vez más y luego miró a la multitud, serio.

—Es una chica —dijo.

Todos empezaron a hablar a la vez y Thomas sólo pudo captar algunos fragmentos sueltos:

—¿Una chica?

—¡Me la pido!

—¿Cómo es?

—¿Cuántos años tiene?

Thomas se ahogaba en un mar de confusión. ¿Una chica? Ni siquiera se había planteado por qué en el Claro sólo había chicos y no chicas. Lo cierto es que ni había tenido tiempo de darse cuenta.

«¿Quién es? —se preguntó—. ¿Por qué…?».

Newt volvió a hacerles callar:

—Eso no es todo —dijo, y señaló hacia la Caja—. Creo que está muerta.

• • •

Un par de chicos cogió unas cuerdas hechas de enredaderas y bajó a Alby y a Newt hacia el interior para que pudieran rescatar el cuerpo de la chica. Una atmósfera de sorpresa afectaba a la mayoría de los clarianos, que daban vueltas con caras de circunstancias, dando patadas a las rocas sueltas, sin apenas decir palabra. Nadie se atrevía a admitir que se moría de ganas de ver a la chica, pero Thomas suponía que todos tenían tanta curiosidad como él.

Gally era uno de los jóvenes que sujetaban las cuerdas, preparado para sacar a los que ahora se encontraban en la Caja. Thomas se fijó en él. Tenía los ojos llenos de algo oscuro, casi una fascinación enfermiza, y aquel brillo hizo que de repente Thomas estuviera más asustado que hacía unos minutos.

Desde el fondo del hueco se oyó la voz de Alby, que avisaba de que ya estaban listos, y Gally y unos cuantos más empezaron a tirar de la cuerda. Tras unos resoplidos, sacaron a rastras el cuerpo sin vida de la chica, por el borde de la puerta, hacia uno de los bloques de piedra que formaban el suelo del Claro. De inmediato, todos corrieron hacia delante y el grupo se reunió a su alrededor, donde el entusiasmo se palpaba en el aire. Pero Thomas se quedó atrás. Aquel inquietante silencio le puso los pelos de punta, como si acabaran de abrir una tumba recién cavada.

A pesar de su curiosidad, Thomas no se molestó en intentar abrirse camino para echar un vistazo; los cuerpos estaban demasiado pegados entre sí. Pero había alcanzado a verla antes de que le bloquearan el paso. Era delgada, pero no muy pequeña. Por lo que había visto, quizá medía un metro sesenta y ocho. Parecía tener unos quince o dieciséis años y tenía el pelo negro como la brea. Pero lo que más le había llamado la atención era su piel: pálida, blanca como las perlas.

Newt y Alby salieron como pudieron de la Caja tras la muchacha; luego se abrieron camino hasta el cuerpo sin vida y la multitud volvió a aglomerarse detrás, impidiéndole a Thomas verlos. Tan sólo unos segundos más tarde, el grupo volvió a separarse y Newt señaló a Thomas directamente.

—Novato, ven aquí —dijo, sin molestarse en ser educado.

El corazón de Thomas le saltó a la garganta y las manos le empezaron a sudar. ¿Qué querrían de él? Las cosas no paraban de ponerse cada vez peor. Se obligó a caminar hacia delante, tratando de parecer inocente sin actuar corno alguien que es culpable pero intenta parecer lo contrario.

«Cálmate —se dijo a sí mismo—. No has hecho nada malo».

No obstante, tenía la extraña sensación de que quizá sí lo hubiera hecho sin darse cuenta.

Los chicos que bordeaban el camino hasta Newt y la chica le fulminaron con la miraba mientras él pasaba por su lado, como si fuera el responsable de todo aquel lío del Laberinto, el Claro y los laceradores. Thomas se negó a mantener contacto visual con ninguno de ellos, por miedo a parecer culpable.

Se acercó a Newt y a Alby, que estaban arrodillados junto a la chica. Thomas, que no quería mirarles a los ojos, se concentró en la muchacha; a pesar de su palidez, era muy guapa. Más que guapa. Preciosa. De pelo sedoso, piel impecable, labios perfectos y piernas largas. Le ponía enfermo pensar de aquel modo sobre una chica que estaba muerta, pero no podía apartar la vista.

«No tendrá este aspecto durante mucho más tiempo —pensó con el estómago revuelto—. No tardará en empezar a pudrirse». Le sorprendió tener un pensamiento tan morboso.

—¿Conoces a esta chica, pingajo? —preguntó Alby como si le fastidiara.

Thomas no se esperaba aquella pregunta.

—¿Que si la conozco? ¡Desde luego que no! No conozco a nadie. Salvo a vosotros.

—Eso no es… —empezó a decir Alby, y luego se detuvo con un suspiro frustrado—. Me refiero a que si te resulta familiar. ¿Tienes la sensación de haberla visto antes?

—No. Nada.

Thomas cambió de postura, bajó la vista hacia sus pies y, después, volvió a mirar a la chica. Alby arrugó la frente.

—¿Estás seguro?

Daba la impresión de que no se creía una palabra de lo que Thomas le decía. Casi parecía enfadado.

«¿Por qué se le ha ocurrido que tengo algo que ver con esto?», pensó. Miró tranquilo a los ojos llenos de ira de Alby y contestó del único modo que sabía:

—Sí. ¿Por qué?

—¡Foño! —refunfuñó Alby mientras miraba a la chica—. No puede ser una coincidencia. Dos días, dos verduchos, uno vivo y otro muerto.

Entonces las palabras de Alby comenzaron a tener sentido y el pánico se apoderó de Thomas.

—No creerás que yo… —ni siquiera pudo terminar la frase.

—Corta, verducho —intervino Newt—. No estamos diciendo que hayas matado a la puñetera chica.

A Thomas la cabeza le daba vueltas. Estaba seguro de que nunca la había visto antes, pero entonces le surgió una ligera duda.

—Os juro que no me resulta nada familiar —insistió de todos modos. Ya había tenido suficientes acusaciones.

—¿Estás…?

De pronto, antes de que Newt pudiera acabar, la chica se sentó. Mientras respiraba hondo, sus ojos se abrieron de golpe y parpadeó, mirando a la multitud que la rodeaba. Alby soltó un chillido y se cayó hacia atrás. Newt dio un grito ahogado y un salto para apartarse de ella a trompicones. Thomas no se movió; siguió con la vista clavada en la joven, paralizado por el miedo.

Sus brillantes ojos azules se movían arriba y abajo a la vez que respiraba hondo. Los rosados labios le temblaban mientras no paraba de farfullar algo indescifrable. Entonces, dijo una frase con una voz apagada e intranquila, pero clara:

—Todo va a cambiar.

Thomas permaneció mirando fijamente, asombrado, mientras los ojos de la joven se ponían en blanco y se caía de espaldas al suelo. Su puño derecho salió disparado al aire, rígido, después de que ella se quedara en silencio, apuntando hacia el cielo. Tenía asido un trozo de papel enrollado.

Thomas intentó tragar saliva, pero tenía la boca demasiado seca. Newt se acercó corriendo y le separó los dedos para coger el papel. Con las manos temblorosas, lo desplegó; luego se dejó caer de rodillas y estiró la nota sobre el suelo. Thomas se colocó a su lado para echar un vistazo.

Garabateadas en el papel, con letras negras y gruesas, había siete palabras:

Ella es la última.

No llegarán más.

Capítulo 9

Un extraño instante de completo silencio se cernió sobre el Claro. Fue como si un viento sobrenatural hubiera barrido el sitio y se hubiera llevado consigo todo el sonido. Newt había leído el mensaje en voz alta para los que no podían ver el papel, pero, en vez de estallar la confusión, todos los clarianos se quedaron sin habla.

Thomas esperaba gritos y preguntas, discusiones. Pero nadie dijo ni una palabra. Todos los ojos estaban fijos en la chica, que ahora se encontraba allí tumbada como dormida, con el pecho subiendo y bajando por su suave respiración. Al contrario de lo que habían pensado al principio, estaba muy viva.

Newt se puso de pie y Thomas esperó una explicación, una voz de la razón, una presencia tranquilizante. Pero lo único que hizo fue estrujar la nota en su puño; las venas se le hincharon bajo la piel mientras la apretaba. A Thomas se le cayó el alma a los pies. No sabía por qué, pero aquella situación le inquietaba muchísimo.

Alby ahuecó las manos alrededor de la boca:

—¡Mediqueros!

Thomas se preguntó qué significaría aquella palabra; sabía que la había oído antes. Entonces le apartaron con un golpe brusco. Dos chicos mayores se abrieron paso entre la multitud. Uno era alto, con el pelo cortado al ras y una nariz del tamaño de un limón gordo. El otro era bajo y unas canas le cubrían ya las sienes. Thomas esperaba que le dieran un poco de sentido a todo aquello.

—¿Y qué hacemos con ella? —preguntó el más alto con una voz mucho más aguda de lo que Thomas esperaba.

—Y yo qué sé —respondió Alby—. Vosotros dos sois los mediqueros; averiguadlo.

«Los mediqueros —repitió Thomas en su cabeza, y una luz se apagó— deben de ser lo más parecido que tienen a los médicos».

El bajo ya estaba en el suelo, arrodillado junto a la chica, tomándole el pulso, inclinado para escucharle el latido del corazón.

—¿Quién iba a decir que Clint iba a ser el primero en montárselo con ella? —gritó alguien entre el gentío y se oyeron varias carcajadas—. ¡Yo soy el siguiente!

«¿Cómo pueden bromear? —pensó Thomas—. La chica está medio muerta». Se le revolvió todo por dentro.

Alby entrecerró los ojos y su boca esbozó una sonrisa apretada que no parecía tener nada que ver con el humor.

—Si alguien toca a esta chica —dijo—, pasará la noche durmiendo con los laceradores en el Laberinto. Está prohibido, no preguntéis —hizo una pausa y se dio la vuelta describiendo un lento círculo, como si quisiera que cada uno de ellos le viera la cara—. ¡Más vale que no la toque nadie! ¡Nadie!

Fue la primera vez que a Thomas le gustó oír algo de lo que salía de la boca de Alby.

El chico bajo al que habían llamado mediquero —Clint, si estaba en lo cierto— se levantó al acabar de examinarla.

—Parece que está bien. La respiración y las pulsaciones son normales. Aunque el latido del corazón es un poco lento. Vete tú a saber, pero creo que está en coma. Jeff, llevémosla a la Hacienda.

Su compañero, Jeff, se acercó para cogerla por los brazos mientras Clint la sujetaba por los pies. Thomas deseó poder hacer algo más aparte de mirar. Conforme pasaban los segundos, cada vez dudaba más de que lo que había dicho antes fuera cierto. Sí que le resultaba familiar. Sentía una conexión con ella, aunque era imposible que le viniera nada a la cabeza. Aquella idea le ponía nervioso y miró a su alrededor, como si alguien hubiese podido oír sus pensamientos.

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