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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (3 page)

BOOK: El Dragón Azul
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—¡Calla! —protestaron Palin y Rig casi al unísono.

La kender hizo un puchero, hundió los talones en la arena y miró fijamente al lagarto de cola ensortijada que a su vez miraba con atención a Feril.

—Eres muy listo —silbó la kalanesti.

—Muy, muy listo —añadió el lagarto. Se sentó sobre las pequeñas patas traseras y admiró el terso rostro cobrizo y los ojos brillantes de la elfa—. Soy la criatura más lista de este maravilloso desierto.

—Apuesto a que sabes mucho de lo que sucede aquí.

—Lo sé todo —respondió el lagarto hinchando su pequeño pecho.

—¿Qué sabes del Dragón Azul?

—¿Azul? —El lagarto extendió la cola un instante y parpadeó con expresión perpleja—. ¿Marrón como el barro?

—Azul como el cielo —corrigió Feril.

El lagarto se enfrascó en sus pensamientos.

—¿Un lagarto muy, muy grande? —Feril asintió en silencio—. ¿Con alas de pájaro?

—Sí; el dragón que vuela.

—Haz como yo y no te acerques al lagarto muy, muy grande —aconsejó la criatura de la cola ensortijada—. O te devorará muy, muy rápidamente.

Ampolla tiró de la pernera del pantalón de Rig.

—Me pregunto si Feril le ha dicho al lagarto que esto fue idea tuya. Los demás habríamos preferido ir a Ergoth del Sur en busca del Blanco. Tú tienes la lanza de Dhamon y podrías matarlo.

—Es
mi
lanza.

—Ahora sí —admitió Ampolla—. Pero hace muchos años pertenecía a Sturm Brightblade, que la usó en la Guerra de la Lanza. Luego fue propiedad de unas personas que la desarmaron y guardaron las piezas como recuerdo. Después Dhamon y Palin volvieron a armarla y perteneció a Dhamon hasta su muerte. Tendrías que haberla traído contigo por si nos topamos con algún dragón. No deberías haberla dejado en el barco con Groller y Jaspe. Quizá tengamos que ir a Ergoth del Sur, después de todo.

—Claro que iremos a Ergoth del Sur —dijo Rig con énfasis.

—De acuerdo, pero aun así creo que deberías haber traído la lanza.

Rig suspiró y murmuró:

—Oye, Ampolla: yo no sé usar la lanza. ¿Contenta?

—Yo creía que sabías usar cualquier arma. Feril dice que eres un arsenal andante.

—Sé usar espadas, dagas, garrotes, boleadoras y un par de armas más. Pero una lanza es algo muy distinto. Es pesada y exige usar las dos manos. Primero quiero practicar un poco, familiarizarme con ella. Si utilizara un arma que no conozco bien, podría hacer más mal que bien.

—En otras palabras, no quieres que Palin sepa que no sabes usar la lanza. Por eso hablas en voz baja; para que él no se entere.

—Ampolla... —gruñó Rig.

—En fin. ¿Para qué ibas a cargar con una lanza tan grande en el desierto? Sólo te haría sentir más calor, sudar y ponerte de mal humor. ¿Sabes? Deberías dársela a alguien que sepa usarla. Quizá a Groller o incluso a...

—Es mi lanza —repitió el marinero—. Tendré tiempo de sobra para practicar en el camino a Ergoth del Sur. Varias semanas o incluso meses.

—Deberíamos emprender viaje a Ergoth del Sur ahora mismo.

—Ya he dicho que lo haremos, pero sólo después de que encontremos la guarida del Dragón Azul. El dragón mató a Shaon, y también a Dhamon mientras agonizaba. Dicen que los dragones tienen grandes tesoros. Y me propongo llevarme todo lo que pueda.

—Bueno, nunca he participado en la búsqueda de un tesoro —dijo Ampolla con alegría—. A pesar del calor, será muy emocionante. Aunque me sorprende que Palin haya aceptado el plan. Él sí que quería ir a Ergoth del Sur.

Rig suspiró.

—Palin ha aceptado porque soy el capitán del barco y me necesita para llegar a Ergoth del Sur.

—He aceptado porque creo que estudiar la guarida de un dragón muerto nos ayudará a aprender muchas cosas sobre los dragones —corrigió Palin—. Podría darnos pistas de cómo vencer a los que siguen vivos.

—Eso siempre y cuando encontremos la guarida —terció Ampolla—. Los pájaros con los que habló Feril esta mañana no resultaron de gran ayuda. Y ahora este lagarto... Bueno; vaya a saber lo que dice.

—Chist —dijo Feril—. No me dejáis oír a mi amiguito.

—El lagarto muy, muy grande se lo come todo —prosiguió la criatura de cola ensortijada—. Come camellos y...

—No volverá a comer nada —silbó Feril—. Está muerto. Lo mató un amigo mío.

El lagarto cerró los ojos y su lengua de color rojo oscuro flameó, cosa que Feril interpretó como una señal de alivio.

—Estoy muy, muy contento de que haya muerto.

—Queremos ver dónde vivía.

—El agujero del lagarto es oscuro y muy, muy apestoso. Huele como la muerte.

—¿Has estado allí?

—Sólo una vez. Entré a cazar escarabajos, pero me marché enseguida. Apesta. Se me quitaron las ganas de comer escarabajos.

—¿Nos llevarás allí?

—No. —El lagarto arrugó su nariz escamosa, extendió la cola y se volvió hacia el sudeste—. El lagarto muy, muy grande vivía por allí. Cerca de las rocas que tocan el cielo. Una larga caminata desde aquí: dos, tres, cuatro días. Pero no será tan larga para ti. Quizás un solo día. —Miró las largas piernas de Feril—. Me alegro mucho de que haya muerto. Ven a correr conmigo por la arena. Busquemos jugosos saltamontes.

Feril negó con la cabeza.

—Hoy no tengo tiempo. —Se incorporó, se sacudió la arena de las rodillas y miró a la criatura que se alejaba reptando.

—¿Sabía algo de la guarida del dragón? —preguntó Rig.

El marinero se enjugó el sudor de la frente y bebió un largo sorbo de agua del odre.

—Por aquí —respondió Feril señalando en la dirección que había indicado el lagarto—. Seguidme.

* * *

Poco después del ocaso los cuatro se detuvieron a descansar. No encontraron dónde resguardarse y se contentaron con sentarse en el suelo, junto a una duna. A Palin le dolían las piernas por la caminata y le escocían los pies, pues los granos de arena se filtraban constantemente en sus sandalias de cuero. Las finas prendas de color verde claro ahora estaban oscuras de sudor y se le adherían al cuerpo. Cerró los ojos y procuró pensar en algo fresco.

—¿Estás segura de que por aquí se llega a la guarida? —Rig se tendió a un par de metros de Palin y miró a la kalanesti.

—Sí; en esta dirección.

—¿Cuánto falta para llegar? —El marinero se quitó la camisa. Su oscura piel brillaba de sudor, e intentó en vano secarla con la camisa empapada. Luego volvió a ponérsela—. Llevamos todo el día andando. Es probable que hablar con los animales no sea la mejor manera de encontrar la guarida del dragón.

—¿Se te ocurre una idea mejor? Este viaje fue idea tuya, Rig Mer-Krel —le recordó Feril—. Si no te hubieras empeñado en descubrir la guarida del dragón y en hacerte rico, estaríamos... —Feril se interrumpió, pero pensó: «Estaríamos en Ergoth del Sur, mi patria... hasta que el Dragón Blanco se mudó allí».

Feril dio la espalda a los dos hombres y se concentró en el viento cálido que le acariciaba la cara. Soportaba el calor mucho mejor que los quejicas de sus compañeros. Como buena Elfa Salvaje, estaba habituada a los caprichos de la naturaleza y, en lugar de protestar por las temperaturas extremas, sabía disfrutar de ellas. Contempló el sol que descendía poco a poco, una bola brillante que teñía el desierto de un pálido tono rojo anaranjado. Era una vista fascinante y por un momento deseó que Dhamon estuviera allí para compartirla con ella.

—Al menos cuando lleguemos a Ergoth del Sur no sudaremos —dijo Ampolla. Se llevó la mano enguantada a la cabeza y comenzó a arreglarse el copete. Se mordió el labio inferior y, cuando comenzaron a dolerle los dedos, decidió dejar el cabello como estaba—. Me pregunto si hará mucho frío. Supongo que éste no será tan intenso como aquí el calor. Me estoy ahogando en mi propio sudor.

El marinero sonrió. Era su primera sonrisa desde la muerte de Shaon. Apuró el segundo odre de agua, se recostó sobre la duna y cerró los ojos. Se preguntó qué pensaría Shaon de su viaje por el desierto en busca de la madriguera donde había vivido el dragón que la había matado.

El sonido de un aleteo interrumpió sus pensamientos, y miró hacia una elevación del terreno situada a varios metros de distancia. Un buitre se había posado allí y los observaba, mientras otros pájaros planeaban en círculos a su alrededor.

Feril modeló afanosamente un trozo de arcilla, haciendo una escultura en miniatura del pájaro. Se concentró en los olores y los sonidos del desierto, y su mente flotó en el viento cálido en dirección al buitre. Se concentró más y más, hasta establecer una conexión a través de la distancia y penetrar en los pensamientos del pájaro.

¿Moriréis pronto?,
graznó el buitre, y los estridentes sonidos resonaron en la cabeza de Feril.
Mi estómago ruge de hambre, pero vosotros podréis llenarlo.

Feril negó con la cabeza.

Me propongo vivir mucho tiempo.

Los humanos no viven mucho tiempo con este calor si no tienen camellos,
graznó el pájaro.
Pronto os desplomaréis y no volveréis a levantaros. Pronto despediréis el dulce olor de la muerte y nosotros nos daremos un banquete.

Te gusta el olor de la muerte.

Aunque era una afirmación, Feril vio que el pájaro inclinaba la cabeza en señal de asentimiento.

Es muy dulce,
graznó.

Entonces es posible que conozcas un sitio cercano donde ese olor está muy concentrado, ¿no es cierto?

* * *

Cuando asomaron las primeras estrellas, los cuatro amigos divisaron una inmensa colina rocosa. Se extendía sobre la arena como la espina dorsal de una bestia semienterrada y en algunos sitios alcanzaba los quince metros de altura.

—Las rocas que tocan el cielo —murmuró Feril, recordando las palabras del lagarto de cola ensortijada—. La guarida del dragón está aquí.

Palin se acercó a ella y enfiló hacia la entrada de una cueva sorprendentemente ancha y profunda. Parecía una inmensa y oscura sombra proyectada por la colina y estaba prácticamente oculta bajo el cielo de la noche. Incluso a la luz del día debía de ser difícil de distinguir entre las sombras.

El marinero arqueó las cejas.

—No veo huellas de dragón.

—El viento —dijo Feril señalando la arena que se arremolinaba a sus pies—. Las ha cubierto igual que cubre las nuestras.

—Si es que había huellas que cubrir —dijo Rig—. ¿Cómo sabemos que el buitre te ha dicho la verdad? Puede que no sea más listo que el lagarto. —Miró al hechicero—. Si aquí fuera está oscuro, dentro lo estará más.

—Podríamos esperar hasta mañana —sugirió Feril.

Palin estaba agotado; pero, por mucho que quisiera descansar, deseaba aun más poner fin a esa aventura, regresar al
Yunque
y escapar de aquel horrible calor. El hechicero cerró los ojos y se concentró hasta percibir la energía a su alrededor y sentir el pulso mágico de la tierra.

En su juventud este pulso era fuerte y poderoso, un don divino fácil de captar y capaz de dar vida a los más grandiosos hechizos. Ahora, en cambio, era como un susurro en el viento, detectable sólo por un hábil hechicero. Los grandes encantamientos requerían fuerza de voluntad y perseverancia. La mente de Palin absorbió la energía natural y la canalizó hacia la palma de su mano, donde la doblegó y le dio forma para crear una variación del hechizo del fuego.

—¡Guau! —exclamó Ampolla.

El hechicero abrió los ojos. En su mano había un resplandeciente orbe de luz, brillante pero no más caluroso que el aire del desierto. La bola emitía alternativamente reflejos blancos, anaranjados y rojos, semejantes a las llamas de una hoguera. La rudimentaria creación mágica funcionaba mejor que una lámpara.

—Veamos qué dejó aquí el dragón —dijo Palin mientras se dirigía a la cueva.

En el interior, el aire quieto estaba impregnado del nauseabundo olor de la muerte. Era tan intenso, que a Palin se le saltaron las lágrimas. Junto a la entrada había montoncillos desperdigados de huesos rotos y pieles de animales. Palin se arrodilló a examinarlos.

—Camellos —indicó—. Sólo una criatura muy grande podría comer camellos.

Se incorporó y se adentró en las profundidades de la cueva, donde el aire era rancio pero no tan hediondo. Descendió por la escarpada cuesta del suelo de piedra y penetró en una cámara inferior de más de cien metros de ancho. La luz del orbe apenas alcanzaba a alumbrar los muros y el techo, y no podía disipar las sombras que cubrían las grietas y protuberancias de las rocas.

—¡Nunca había estado en una cueva tan grande! —exclamó Ampolla—. ¿Por dónde empezaremos? ¡Palin, mira eso!

La kender estaba junto a un afloramiento de piedra y señalaba un punto del suelo del que habían barrido la arena. Palin vio unos profundos surcos en la roca que parecían formar un dibujo, y retiró más arena para ver el dibujo completo. Ampolla lo ayudó durante unos instantes, pero luego corrió a mirar otra cosa. Palin creyó reconocer en parte del diagrama los signos de un encantamiento de transformación que había visto con anterioridad.

—Es curioso que un dragón se fíe de esta clase de magia —reflexionó en voz alta—. Los dragones tienen un poder arcano innato.

Estudió el dibujo con atención. La línea curva representaba cambio y renacimiento. La línea ondulada transversal estaba salpicada de polvo de oro y simbolizaba fuerza y energía, mientras que el círculo lleno de cera que atravesaba la media luna significaba...

—¡Palin! —llamó Feril, que se encontraba a unos metros de distancia. Ella y Ampolla estaban de rodillas, mirando algo en la arena. Sobre sus cabezas había una grieta en el techo de la caverna, y el hechicero vio que la arena se filtraba por ella y caía como copos de nieve—. Deberías ver esto.

La urgencia en la voz de la kalanesti hizo que Palin abandonara el examen del dibujo.

Rig, que había estado ocupado en medir la cueva, se reunió con los demás.

—Es parte de una huella gigantesca —observó, mirando por encima del hombro de la elfa—. Eso significa que tus amigos animales tenían razón: estamos en la madriguera del Dragón Azul. También significa que seguiré bajando hasta encontrar el tesoro. Os dije que el viaje no sería muy largo.

La elfa hizo una mueca de disgusto y señaló una depresión en el suelo.

—Ésa debe de ser la marca de la garra, y, por la posición, yo diría que es el dedo más pequeño de la pata delantera derecha.

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