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Authors: Jean Rabe

Tags: #Fantástico

El Dragón Azul (4 page)

BOOK: El Dragón Azul
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—Vaya, vaya —susurró la kender.

—De modo que el dragón tenía una garra muy grande —dijo Rig—. ¿Y qué? Ya lo sabíamos. Lo vimos de cerca cuando mató a Shaon. Vamos, Ampolla, necesitaré ayuda para llenar esto.

Desprendió un par de bolsas de cuero del cinturón y le tendió una a la kender. Pero Ampolla no le hizo el menor caso. Estaba absorta en la contemplación de la huella.

—Esta marca es demasiado grande —señaló Feril—. El dragón que mató a Shaon y a Dhamon no era lo bastante grande para dejar esta huella. No me creeréis, pero tengo la impresión de que nos hemos equivocado de cueva.

—Vaya, vaya —repitió Ampolla en voz aun más baja.

—Y la huella parece reciente. Calculo que sólo tiene un día —prosiguió la elfa.

—¿Entonces no estamos en la cueva del dragón
muerto? —
preguntó Rig con voz súbitamente baja. Tragó saliva y miró a Palin—. La lanza está en el barco. No creí que fuéramos a necesitarla en la guarida de un dragón muerto. Será mejor que salgamos de aquí antes de que sea demasiado tarde.

—Ya es demasiado tarde —bramó una voz desde la entrada de la cueva.

El pánico se apoderó de los cuatro amigos, que se volvieron como un solo ser hacia el hablante. La criatura tenía el color del barro cocido, con manchas aquí y allí. Su cuerpo con forma de dragón estaba prácticamente cubierto de escamas y piel, y en su vientre había zonas que parecían cúmulos de grava. Las alas correosas se asemejaban a las de un murciélago y su hocico era grande y puntiagudo, con una doble fila de dientes afilados que se abrían y cerraban amenazadoramente. Sus grandes ojos con forma de pera, del color del cielo de la noche, se posaron sobre los cuatro amigos.

La criatura sacudió su cola armada de púas, flexionó las garras de sus patas traseras y dio un paso al frente. No tenía patas delanteras; sólo un par de alas con púas en los extremos y un aspecto tan temible como las garras. Las alas extendidas debían de medir quince metros, y su cuello era tan fino y flexible como una serpiente gigantesca. Al aletear levantaba grandes nubes de arena del suelo.

—Un wyvern —observó Palin.

—Es el dragón marrón que mencionó el lagarto —dijo Feril.

—Nunca había visto nada semejante —añadió Ampolla con un dejo de temor en la voz.

—Por lo menos no es un dragón auténtico —señaló Rig, relajándose un poco—. Y es evidente que no pudo dejar esta huella. —Empuñó el alfanje, cuya hoja destelló a la luz del orbe de Palin—. Tampoco es tan grande como el que mató a Shaon. Podré cogerlo.

—¿Coger qué? —rugió la bestia—. ¿Robar algo? Amo furioso.

—Tenía entendido que los dragones alados no hablaban —susurró Palin a Feril.

—Y así es —respondió ella.

—¿Qué encontrar? —Otra voz, tan estridente como una tiza al rozar una pizarra, resonó en la cueva—. ¿Encontrar algo?

El cuarteto vio otro wyvern. Era casi idéntico al primero, aunque algo más pequeño. Moviendo la cola de delante atrás, asomó el cuello por encima del ala extendida de su compañero para ver mejor.

—Personas —dijo el wyvern más pequeño—. Encontrado personas. ¿Deberían estar aquí?

—No sé —respondió el otro—. No estar aquí cuando marchamos. Ahora sí. Cuando marchamos, calor. Ahora, frío. Personas venir entre frío y calor. Personas tontas.

Rig apretó la empuñadura de su alfanje. Sus oscuros ojos iban y venían de un wyvern al otro.

—La idea de buscar el tesoro del dragón fue espléndida —murmuró Feril al marino. Inclinó la cabeza hacia Palin—. Y tú dijiste que la guarida del dragón nos enseñaría unas cuantas cosas. Si me hubierais escuchado, ahora estaríamos de camino a Ergoth del Sur.

—Podría haber sido peor —terció la kender—. Podríamos habernos topado con más dragones... o con el que dejó esa huella.

—Eso me da ánimos —dijo el marino.

—Dejar de hablar. Rendirse —insitió el wyvern más grande. Fijó la vista en Rig—. Arrojar rama brillante. Ahora.

—¡No! —rugió Rig.

Sus pies levantaron una nube de arena cuando cruzó la distancia que lo separaba de la bestia más grande. Alzando la cuchilla por encima de su cabeza, la arrojó con un movimiento basculante y atravesó la piel del vientre del wyvern. El corte no era muy profundo, y el gruñido que emitió la criatura no fue de dolor sino de sorpresa.

—No rendirse —observó el más pequeño, aparentemente impasible ante el ataque de Rig—. ¿Qué hacer ahora? —preguntó a su compañero—. ¿Hacer algo?

—Coger personas —respondió el dragón más grande mientras esquivaba el segundo ataque de Rig—. Entregar álamo.

—Entregar a Tormenta sobre Krynn al regresar —exclamó el otro—. Idea buena.

«Tormenta sobre Krynn», esbozó Palin con los labios.

—¡Estamos en la guarida de Khellendros! ¡Tenemos que salir de aquí!

—¿Khellendros? ¿El señor supremo de los dragones? —gritó Ampolla.

Metió la mano enguantada en uno de sus saquitos y rebuscó con los dedos entre los múltiples objetos del interior. Por fin se vio recompensada y sacó una honda. La kender la cargó con el siguiente objeto que encontró —una nuez—, sujetó la honda encima de su cabeza y arrojó el proyectil. La nuez voló hacia el wyvern más pequeño y le dio en el hocico.

—¡Personas hacer daño!

Palin procuró abstraerse de los sonidos circundantes y se concentró en el orbe que tenía en la mano. Observó cómo los colores se intensificaban y el calor aumentaba en la palma de su mano. Cuando el orbe se calentó tanto que comenzó a quemar, el hechicero lo dejó caer al suelo y continuó concentrándose en él.

Al mismo tiempo, Feril se arrojó sobre su estómago, extendió las manos y retiró frenéticamente la arena hasta que sus dedos tocaron la piedra fría. Palpó la superficie pulida, dura, antigua y poderosa. Cerró los ojos y dejó volar los sentidos hasta filtrarse en la piedra y fundirse con ella. La elfa se sintió fuerte y pesada, floja, imperturbable y primitiva. Percibió la arena sobre la roca, los pies de sus compañeros, el calor del fuego mágico de Palin y las garras de los wyverns.

Sé como el agua,
pidió a la roca.
Fluye conmigo.

Feril sintió que la piedra respondía a sus órdenes mentales y se volvía blanda como arcilla. Se esforzó para hundir los dedos en la piedra.

—Más blanda —insistió—. Fluye como el agua. Deprisa. —Muy pronto obtuvo su recompensa y pudo hundir las manos en la piedra líquida, fresca y espesa como el barro. Sus dedos trabajaron afanosamente para crear un arroyo de líneas ondulantes—. Ahora apártate de mí. Corre como un río.

—Fuego hacer daño. No gustar —protestó el wyvern más pequeño.

Palin había transformado el orbe en una auténtica hoguera y una llamarada alcanzó al dragón más pequeño, chamuscándole el pecho y un ala. La criatura batía frenéticamente las alas para apagar el fuego y refrescarse. El hechicero volvió a concentrarse en las llamas y ordenó a otra lengua de fuego que atacara al wyvern. Sus estridentes chillidos resonaron en la caverna.

—¡Personas no rendirse! —gritó el wyvern más pequeño—. Personas hacer daño. Quemarnos. ¿Todavía coger?

—¡No coger! —respondió el wyvern más grande. Distraído por el fuego y por su compañero, la criatura no advirtió que Rig se le acercaba. El marino volvió a arrojar su alfanje y esta vez la hoja produjo un corte profundo que dejó una franja de sangre negra en el vientre del dragón. La bestia rugió, arremetió con la cabeza y sus fauces estuvieron a punto de cerrarse sobre el cuerpo de Rig, pero el ágil marinero se salvó por los pelos dando un salto hacia atrás.

—¡Matar personas! —gritó el wyvern más pequeño mientras atacaba con la cola.

La punta con púas derribó a Rig, cuya espada chocó ruidosamente contra el suelo.

El marinero reprimió un grito mientras una punzada de dolor se extendía desde la púa al centro de su pecho y regueros de fuego y hielo le recorrían el cuerpo de arriba abajo. Rig se dobló hacia adelante, sacudido por unos temblores incontrolables.

—¡No ser justo! ¡El oscuro ser mío! —aulló el wyvern más grande mientras apartaba a su compañero y se acercaba a Rig.

—¡Mío también! —protestó el pequeño. Balanceó otra vez la cola e hirió el hombro de Rig—. ¡Compartir! ¡Después el del fuego! —gritó, mientras esquivaba una de las llamaradas de Palin y azotaba el pecho de Rig con la cola de púas.

Esta vez el marino no pudo reprimir los gritos. Se revolcó sobre la piedra, consumido por las oleadas alternas de frío y calor.

—Mío para comer. —Los labios del wyvern más grande se curvaron en un amago de sonrisa. Su cuello de serpiente se dobló hacia adelante, en dirección al desesperado marinero. Abrió la boca, pero la cerró de inmediato porque una lluvia de piedrecillas cayó sobre su hocico.

—¡Deja en paz a Rig! —gritó la kender, buscando otro proyectil en la bolsa. Volvió a cargar la honda y de inmediato arrojó una andanada de botones y guijarros brillantes a los dragones. Luego corrió junto a Rig y comenzó a arrastrarlo fuera del alcance de la bestia.

—¡Odiar dolor! —gritó la criatura más grande, y su grave voz retumbó entre los muros de la caverna—. ¡Dolor! ¡Dolor! Coger a la pequeña.

—¡No poder! —gritó el más pequeño—. La cueva atraparme. No poder moverme.

Como lava líquida, la piedra fluía alejándose de Feril y rodeando a Palin, Rig y Ampolla y rezumaba entre las garras del dragón.

—Endurécete —ordenó Feril—. Vuelve a ser dura. —Respiraba aguadamente por el agotamiento, pero sintió que la piedra por fin respondía y volvía a su estado sólido. Entonces Feril se arrodilló, sacudió la cabeza para aclarar los sentidos y vio cómo un rayo del fuego de Palin caía sobre el más grande de los wyverns. Las llamas envolvieron por completo la cabeza de la bestia, cuyos gritos resonaron, ensordecedores, en el espacio cerrado de la caverna. El olor a carne quemada era insoportable.

Consciente de que los wyverns ya no representaban amenaza alguna, Palin dejó de concentrarse en el orbe y las llamas se apagaron.

La kender miró la cara del wyvern más grande e hizo una mueca de asco al ver trozos de hueso asomando bajo la mandíbula inferior. La bestia continuaba gruñendo de dolor y sacudiendo la cola hacia ellos, pero la kender y el marinero estaban fuera de su alcance.

Palin ayudó a levantarse a Rig. Miró las heridas del marinero y palpó con suavidad la zona circundante, que estaba hinchada.

—Creo que es una especie de veneno —dijo—. Deberíamos haber traído a Jaspe. Él sabría qué hacer.

—¿Qué haremos con ellos? —La kender miró a los wyverns atrapados.

—Son abominaciones de la naturaleza —declaró Feril—. Morirán aquí. Larguémonos antes de que llegue el dragón.

—Esta vez no voy a discutir —respondió Rig. Otra oleada de calor recorrió sus extremidades, y el marinero apretó los dientes. A continuación sintió un frío intenso y comenzó a temblar como una hoja—. Me siento muy mal —murmuró y cayó inconsciente junto a Palin.

—Tendrás que ayudarme a llevarlo —dijo Palin a la elfa—. Una vez fuera, podremos...

El hechicero no pudo acabar su frase, pues un rayo le dio en la espalda y los arrojó a él y al marinero varios metros más adelante. En el preciso momento en que aterrizaron en el suelo cubierto de arena, se oyó un pequeño trueno.

—¡Dracs! —exclamó Ampolla mientras buscaba otra vez su honda.

Feril se volvió a tiempo para ver una criatura emergiendo de un oscuro túnel en el fondo de la caverna. Tenía forma de hombre y unos ojos inquietantes, y estaba cubierto de minúsculas escamas azul zafiro que brillaban a la luz del fuego de Palin. Una cresta de escamas triangulares se extendía desde la coronilla, a lo largo de la espalda y hasta la punta del corto rabo, y unas alas ligeramente curvas se abrían desde los omóplatos. La criatura agitó las alas con suavidad y se elevó a un metro del suelo de la caverna.

Feril había encontrado criaturas semejantes unas semanas antes, cuando aún estaba con Dhamon, y sabía que no era fácil vencerlas.

—¡Coger a personas malas! —ordenó el wyvern más grande al drac.

—¡Matar personas! —gritó el más pequeño.

El drac sonrió, dejando al descubierto una ristra de dientes blancos como perlas de los que salían pequeño rayos, que también brotaban de las garras de sus manos y sus pies, y corrió hacia la kalanesti.

Entonces Ampolla soltó el cordón de la honda y bañó al drac con coloridos trozos de piedra y metal. Aunque la criatura no sufrió ningún daño, se sorprendió y se acuclilló en el suelo de la cueva.

La elfa aprovechó los preciosos segundos conseguidos por la kender para correr hacia el alfanje caído de Rig. En el preciso momento en que oía el crepitar del segundo rayo, cerró la mano sobre la empuñadura del arma. Ampolla gritó al recibir el impacto de un rayo que salió de las garras del drac y que la lanzó contra la pared de la caverna.

—¡Perversa criatura! —bramó la elfa al tiempo que arremetía contra el drac. El arma le pesaba mucho, pero la blandió del mismo modo que había visto hacer al marinero, levantándola por encima de la cabeza a la par que cargaba. Cuando estuvo cerca la balanceó en el aire y luego la dejó caer con todas sus fuerzas. La hoja atravesó el omóplato del drac, y sus brazos se agitaron e intentaron cogerla mientras Feril liberaba el alfanje.

Esta vez apuntó al cuello. La hoja descendió con suma rapidez y prácticamente decapitó a la bestia. El drac resistió durante unos instantes y finalmente estalló en una bola de crepitantes rayos. Feril cerró los ojos, pero ya era demasiado tarde. Deslumbrada y con el cuerpo dolorido, dio un paso atrás y tanteó con la mano libre, buscando el muro de la caverna.

—¿Te encuentras bien, Ampolla? —preguntó la kalanesti.

—No —respondió la kender—. Me duele todo el cuerpo.

—¿Puedes andar?

—Sí; pero Palin y Rig no. Creo que están vivos, pero no se mueven.

—Continúa hablando —ordenó Feril—. Me guiaré por el sonido de tu voz. Tendrás que ayudarme a sacarlos de aquí. —Comenzaba a ver retazos de color: el gris de la piedra, el blanco de la arena, el rojo del fuego de Palin, que seguía ardiendo. Sin embargo, los colores se fundían entre sí—. Será difícil, Ampolla.

—¿Difícil? Querrás decir imposible. Los dos son muy corpulentos.

Mientras caminaba hacia la kender, Feril procuraba concentrarse, enfocar los objetos. Pero de repente se detuvo en seco e inclinó la cabeza. Había oído un aleteo a su espalda; tenue, pero inconfundible. Se volvió a tiempo para ver un borroso arco de luz que avanzaba a su encuentro, procedente de una sombra azul: otro drac. Lo seguían otras cuatro manchas azules.

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