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Authors: Daphne Uviller

Tags: #Chick lit, Intriga

El hotel de los líos (35 page)

BOOK: El hotel de los líos
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—Papá, no —murmuré.

Impelida por la idea de que, como eran mis padres, podía hacerlo, les había explicado la implicación de Lucy en el caso de Summa-Recherché, y al hacerlo había revelado mucho más de lo conveniente. Sabía que, en parte, le contaba secretos a mi madre para compensarla por todo lo que no podía confiarle sobre mí misma. Sin embargo, el que una de mis mejores amigas se hubiera visto directa y profundamente afectada por aquel caso, el que hubiera contribuido a que la ciudad la contratara para ofrecer consejo y ayuda a las familias implicadas y el que hubiera conocido a la madre biológica de sus hijos, era demasiado para guardármelo para mí sola.

La frente alta, la barbilla cuadrada y los ojos achinados de Zelda Herman les sentaban estupendamente a Alan y Amanda, pero lo cierto era que ella había demostrado un interés nulo en comprobarlo con sus propios ojos, así que Lucy y Leonard podían contarse entre las víctimas que habían tenido suerte. Ninguna de las familias cuyos hijos habían sido engendrados con óvulos en teoría anónimos tenía el menor deseo de ponerse en contacto con las madres biológicas. Pero a muchas de las donantes —o, más a menudo, a sus padres— la noticia de que sus óvulos habían sido fertilizados las había dejado hechas polvo y lo que vino después fue un circo de tres pistas en el que habían participado los tribunales, la comunidad de psicólogos profesionales y, como es natural, los medios de comunicación. Lo único bueno que había salido de todo aquello había sido la oportunidad de que Lucy reanudara su carrera profesional.

Mi padre señaló el lugar, al otro lado de la calle Perry, donde Mercedes, en su salón, sujetaba una pizarra.

—¿Qué demonios está haciendo?

Agarré los binoculares de la mesa que teníamos detrás, guardados allí con ese propósito concreto.

«D acaba de llegar. Vamos en un minuto.»

—¡Fantástico! —dijo mi padre mientras yo garabateaba la respuesta en la pizarra de Lucy—. En la época del SMS, esto es pura poesía.

—No sé si yo lo llamaría así —dije mientras levantaba la pizarra: «Corred, no puedo quedarme mucho»—. Pero es divertido. Es como hablar por unas latas unidas por una cuerda.

Observamos a Mercedes mientras trataba de inclinarse para recoger los binoculares y finalmente se decantaba por ponerse en cuclillas.

—Menos mal que no es violoncelista —reflexionó mi padre—. ¿Qué hacen las violoncelistas cuando se quedan embarazadas?

Mercedes y Dover se habían pasado al bando de las babas. A Mercedes le faltaban sólo tres meses para, en sus propias palabras, empezar a pasar por la criada. Pero claro, sólo ella era capaz de resultar totalmente sexy en pleno embarazo. Sin duda conseguiría que la maternidad pareciera algo glamuroso y romántico.

—Mira qué figura —comentó mi padre con reverencia mientras Mercedes se volvía de lado para guardar la pizarra. Me sentí incómoda. Era la clase de comentario nada sutil que solía utilizar mi madre. Me apoyó pesadamente las manos en los hombros.

—Oh, Zephyr…

—¿Qué? —pregunté preparándome para lo inevitable.

Titubeó, algo tan impropio en él que levanté la cara y le miré.

—Cuando tus amigos comienzan a desaparecer, cuando tu cuerpo te traiciona de una manera nueva cada día, cuando tu memoria se vuelve, por decirlo de un modo simpático, caprichosa, al menos…, al menos te quedan los hijos.

Asentí y puse las manos sobre las suyas, mientras pensaba que ojalá pudiera borrar la melancolía que mi madre y él siempre sentirían y que yo estaba aprendiendo poco a poco —muy poco a poco— a esquivar.

—Pero por otro lado —hablé con el tono más alegre que pude sin parecer frívola—, eso quiere decir que me queda más o menos hasta los setenta años para disfrutar de la vida sin tener seres dependientes a mi cuidado.

Me apretó los hombros.

—Las chicas os enorgullecéis tanto de ser tan responsables, tan capaces, tan de fiar… ¿Qué sentido tiene ser así si nadie depende de ti?

Lo pensé.

—Mucha gente depende de mí —le recordé—. Mamá y tú. Mis amigas. A veces Gid. Mis compañeros de trabajo, mi jefa…

—Yo.

Nos volvimos y allí estaba Gregory. Su mera aparición me hizo sentir como si mi sangre hubiera dejado todo lo que estaba haciendo y regresara corriendo al corazón.

—Muchacho —dijo mi padre mientras separaba las manos de mi cuerpo para darle una afectuosa palmada—. Dime una cosa. Cuando ves a esa preciosa criatura de allí… —Señaló a Mercedes, al otro lado de la calle.

—¡Papá! —bramé, consternada.

—Está preciosa —reconoció Gregory con toda naturalidad. Exploré sus facciones, como hacía siempre en los últimos tiempos, en busca de algún indicio de resentimiento. Como de costumbre, no lo encontré—. Las Chicas Sterling lo hacen todo con estilo —añadió con generosidad.

Le cogí la mano y se la estreché. Gregory había vuelto con
Hitchens
y conmigo con una sola condición: yo debía considerar la posibilidad de cambiar de idea. No es que fuese a hacerlo, pero dejaría de definirme como una persona segura al cien por cien de que no iba a tener hijos. Así que, por Gregory, había accedido a ello. Por él, había dicho adiós al campamento de verano de las certezas. No era un gran hito en los anales de los sacrificios, pero para mí había sido un reajuste mental de proporciones importantes.

Para mi sorpresa, en lugar de sentirme nerviosa o enfadada, una parte de mí que ni siquiera sabía que estuviera retraída se había abierto ante aquella perspectiva recién adoptada. Hasta mi amistad con Macy se había vuelto más fácil. Si antes sospechaba de sus motivos, moralmente irreprochables, para renunciar a la maternidad —¡miedo a la intimidad!—, ahora comprendía que mis suspicacias estaban arraigadas en la incomodidad que me provocaba mi propia decisión. La capacidad de hacer las paces con la incertidumbre, de aceptar los finales abiertos, había traído consigo una visión más clara de mí misma, una libertad que no había anticipado y una sensación de madurez ganada a pulso.

—¿Eso es un… lanzador de malvaviscos? —preguntó Leonard mientras señalaba con admiración nada disimulada la pequeña catapulta que Gregory tenía a los pies. Leonard no solía iniciar conversaciones y el hecho de que se hubiera dejado atraer desde el otro lado de su salón resultaba notable.

—Técnicamente hablando, es un fundíbulo en miniatura —puntualizó Gregory guiñándome un ojo. La idea de que había estado a punto de separarme de él para siempre hizo que se me encogiera el corazón.

—¿Es que os dirigís a una cruzada? —preguntó mi padre.

—Apuesto a que sé adónde vais —dijo Leonard con la respiración entrecortada—. Vais a la batalla con malvaviscos de la guerra de Secesión que organizan bajo el puente de Brooklyn, ¿verdad? —Le brillaban los ojos y saltaba a la vista que el regreso a la ciudad no había supuesto ningún sacrificio para él—. Siempre he querido ir —reveló con tono de nostalgia—. No sabéis la cantidad de lanzadores distintos que diseña la gente con PVC. Si fuera yo, fabricaría un cañón neumático…

—Seguro que el año que viene, Leonard —le consolé.

—¿Vamos? —sugirió Gregory mientras recogía el lanzador y extendía un brazo—. Aún tenemos que comprar munición.

—¿Vais a usar malvaviscos de tamaño natural o de los pequeños? —preguntó Leonard con el cejo fruncido mientras sopesaba mentalmente los pros y contras de cada variedad.

Gregory me miró.

—Aún no lo hemos decidido —le confesé a Leonard con voz alegre—. Vamos a ver qué encontramos.

— FIN —

Agradecimientos

Tengo que dar las gracias por la oportunidad que me han brindado de continuar con las aventuras de Zephyr. Kerri Buckley, un joven editor que posee el talento, la pasión y la ética de trabajo de un veterano, es el responsable de que haya sido posible, en la misma medida que Jane von Mehren, Melissa Possick, Kathy Lord, Kelly Chian, Beck Stvan, Caroline Cunningham, Marisa Vigilante, Sonya Safro, Kate Miciak y el resto del personal de Random House (Estados Unidos) con su entusiasmo. Y una vez más, con todo mi corazón, quiero expresar toda mi gratitud para la más amable y profesional de las agentes, Tracy Brown.

Para mí es casi imposible escribir en casa, donde siempre existe la tentación de ocuparse de un par de cosillas antes de ponerse manos a la obra. Así que quiero dar las gracias al generoso personal de Babycakes Café y a Ken Kraft, de The Crafted Kup de Poughkeepsie, Nueva York, por abrirme las puertas de sus establecimientos y servirme incontables tazas de café. También tengo que dar las gracias a los compañeros de trabajo de mi marido por no sorprenderse (demasiado) cuando me presentaba en su oficina, cargada con mi portátil, para tener una cita literaria con mi media naranja.

No habría podido escribir este libro sin la niñera de mis hijos, Jackie Ryan, una generosa, responsable y divertida jovencita, además de una soberbia narradora con mérito propio. La seguridad de que mis otras creaciones recibían cariño, diversión y cuidados representó la diferencia entre poder escribir y no poder hacerlo.

Quiero enviar un enorme agradecimiento a Tom Comiskey, mi antiguo compañero en la CIE (y ahora miembro de la junta de Interior de Nueva York), quien respondió a mis extrañas preguntas sobre Glocks y órdenes judiciales (y una docena de minucias más) de manera rápida y concienzuda. He alterado muchos detalles en aras de la ficción. Cualquier inexactitud que pueda contener el libro es culpa mía (y, en la mayoría de los casos, deliberada).

Como siempre, tengo una ilimitada deuda de gratitud con mi madre —cuyas rápidas respuestas a mis preguntas constituyeron el grueso de mi «investigación» jurídica—, con mi fallecido padre y con mis suegros, gracias a los cuales he podido ganarme la vida como escritora. Una vez más, mis amigas me han dejado usar (y retorcer) sus propias historias: quisiera dar especialmente las gracias a Jessica Orkin y a Anna Groos por ayudarme con detalles de todas clases, desde la moda hasta la profesión médica; a Amanda Robinson por leerse el manuscrito en los lejanos confines de Escocia; a Nava Atlas, Jenny Nelson y Gail Upchurch por ser mis nuevos compañeros de escritura; y a Tracey Bagley White por hacerme sentir como en casa cuando estaba lejos de ella.

Y por supuesto, gracias también a mi amor verdadero, Sacha Spector. Aún no puedo creer la suerte que tengo.

Sobre la autora

Daphne Uviller
fue conserje del edificio de su familia en el West Village durante diez largos años. También ha sido editora de libros de poesía de
Time Out New York
y coeditora de la antología
Only Child
. Los artículos, críticas y reseñas de Daphne —cuyos temas van del colectivo judío de bomberos a las operaciones de reducción de mama— han aparecido en
The Washington Post, The New York Times, Newsday, The Forward, New York, Oxygen, Allure
y
Self
. Daphne, que constituye la tercera generación de residentes del edificio del West Village, vive actualmente con su marido y sus dos hijos en el piso que ocupó durante su infancia.

Es autora de
Sueños de una chica de ciudad
, publicado con gran éxito por Esencia.

Encontrarás más información sobre la autora y su obra en:
www.daphneuviller.com

Notas del traductor

[1]
Ledge significa «repisa» en inglés.

[2]
Hellen Keller fue una autora, activista política y oradora estadounidense sordociega.

[3]
Christopher Hitchens es un escritor y periodista británico ateo, cuya obra más famosa es Dios no es bueno.

[4]
Tambor es el nombre del conejo que aparece en la película Bambi.

[5]
Bernie Madoff fue el presidente de la firma de inversión que lleva su nombre. Acusado de cometer el mayor fraude llevado a cabo por una sola persona, en junio de 2009 fue sentenciado a ciento cincuenta años de prisión.

[6]
«Persona estúpida», en hebreo.

[7]
Literalmente, «judías». En sentido figurado, «nada».

[8]
«Tontería, disparate», en hebreo. Se aplica también a las personas que dicen tonterías.

[9]
«Persona despreciable», en hebreo.

[10]
«Hacer el tonto, perder el tiempo», en hebreo.

[11]
Bufé sueco tradicional.

[12]
Reality show en el que se produce intercambio de esposas —y ocasionalmente de maridos— durante dos semanas.

[13]
«Transpirar», en hebreo. En este contexto, el término hace referencia a un baño en el que se somete el cuerpo o parte de él a la acción del vapor de agua o de otro líquido caliente.

[14]
Humpty Dumpty es un personaje representado como un huevo antropomórfico.

[15]
Alude a Zelda Sayre, quien fue esposa del escritor Scott Fitzgerald.

[16]
Juego de palabras en inglés imposible de traducir sin que se vea perjudicado el sentido.

[17]
Palabra del alemán que significa «regodearse maliciosamente con un percance que le ocurre a otra persona».

[18]
La ley Miranda se fundamenta en el principio de inocencia, según el cual nadie está obligado a declarar en su propia contra.

[19]
Emperador carolingio (795-855).

[20]
«Cobarde», en hebreo.

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