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Authors: José García Abad

Tags: #Política

El Maquiavelo de León (3 page)

BOOK: El Maquiavelo de León
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¡Un tío que lleva una semana en La Moncloa, que es para estar cagado!

Es un tópico entre los compañeros del partido asegurar que de pequeño se cayó en un bidón de lexatin como Obélix, el personaje de René Goscinny, lo hiciera en una marmita con una pócima secreta. Demetrio Madrid, primer presidente socialista de Castilla y León, se refiere a lo mismo, añadiendo a lo de frío el matiz de «calculador»:

—Yo le veo como si siempre llevara encima una regla de cálculo. Su estilo es el de la regla de cálculo. En eso no ha cambiado. Su obsesión es ejercer el control; tiene una gran dificultad para delegar. El ha llevado siempre todo de forma muy personal.

Carme Chacón, la ministra de Defensa asegura que «a José Luís no le corre sangre por las venas, sino agua». Un amigo suyo, con quien suele irse de pesca, lo confirma:

—«Es frío y distante. Mientras estás hablando con él notas cuándo no le interesa algo. Yo lo noto perfectamente en la mirada, en cómo deja de mirarme, y a veces le digo: “Dejo de hablarte, José”. Y es que se abstrae, está en otras preocupaciones. Ha conseguido una técnica muy depurada porque, aunque no esté allí, sino volando en sus asuntos, no deja de ponerte buena cara en todo momento».

El talante «frío» del líder socialista complica mucho la tarea de dibujar sus círculos de poder. Tampoco en esto tiene mucho que ver con Felipe. A éste, andaluz hasta la médula, al principio al menos, le gustaba el trato de amigos. Sin embargo, Zapatero es castellano, serio, hasta aburrido, y en este carácter es más parecido a Aznar.

Sólo se olvida de todo cuando pesca, aunque cada vez tiene menos ocasión de hacerlo.

—Tenía previsto ir algún día a finales de junio —me dice su amigo—, lo tenía ya todo planeado y lo había hablado con Según [Segundo Martínez], su jefe de seguridad, que también es de León, es babiano, pero como siempre al final surge algo, no pudo, y como lo pasa mal cuando tiene previsto ir y no puede, pues ya ni se lo plantea.

Me fío del testimonio de José Manuel Otero Lastres, profesor de Derecho Mercantil de Zapatero, quien, como decano de la Facultad de Derecho de León, firma su contrato como profesor asociado. Otero conoce a su alumno cuando éste, con 22 años, estudia el último curso de la carrera y ya entonces le pronostica que será presidente del Gobierno. Otero, que actualmente enseña en la Universidad de Alcalá de Henares y ejerce de mercantilista en un próspero despacho madrileño, define al presidente como muy templado.

—Nunca le verás una reacción violenta. Es un hombre tranquilo. Yo creo que es genético. Su padre es así, pero algo más visceral que él, y su hermano Juan, también. Se parece en eso más a la madre que al padre, una mujer muy tranquila, muy sosegada, muy guapa. El es casi una réplica de la madre.

Jesús Quijano, «Chuchi» para los amigos, que fuera su jefe de filas como secretario general del PSOE de Castilla y León, y quien le metió en la Ejecutiva Federal en 1997, amigo con quien Zapatero pescaba truchas, le califica de «reservón». Y añade:

—No derrocha afectos ni confidencias. La contención es quizás el rasgo predominante de su carácter. Es sereno, impasible el ademán, frío y de una notable estabilidad psicológica; más intuitivo que analítico. Al término de una de las reuniones que manteníamos entonces en el PSOE regional, un compañero me cogió del brazo y dio rienda suelta a su exasperación: «Joder, yo le he dicho todo y él no me ha dicho nada». Lo cierto es que escucha más que habla. En una reunión normal yo hablaba 45 minutos y él, como mucho, un cuarto de hora. Tiene una habilidad especial.

La escucha o la apariencia de que te escucha es una de sus normas de estilo que más cuida. Así se lo confesó, recién elegido secretario general, a un periodista: «La mejor forma de aprender es escuchar a la gente. Escuchar, escuchar, escuchar… ésa es la clave. En ese sentido, soy una esponja».

José Andrés Torres Mora, su jefe de gabinete en Ferraz, le regaló un tablero de ajedrez con el que ha sido fotografiado muchas veces para ilustrar su estrategia calculada. No creo que Zapatero sea aficionado al ajedrez. Es, en efecto, más intuitivo que analítico, y su estilo me parece más próximo al «juego de los chinos», pues es muy diestro para saber lo que el adversario esconde en el puño y tiene grandes ventajas en el póquer o el mus, por su capacidad para lanzar faroles. José Manuel Otero, su profesor, coincide en señalar su impasibilidad, aunque aclara:

—A mí no puede engañarme: Se controla muy bien, pero yo le conozco la cara perfectamente. Cuando está contrariado, cierra los labios y se le forman dos hoyitos.

Hay coincidencia general en que Zapatero está encantado de haberse conocido; en que tiene un altísimo concepto de sí mismo y de sus capacidades, porque todo, hasta lo más peliagudo, le parece fácil; está «tirado» para él. Quienes le conocen se dividen entre quienes sostienen que es «soberbio» y quienes lo niegan, asegurando que, en todo caso, puede decirse que es «vanidoso».

A José Bono, competidor suyo por la secretaría general del partido, que fue ministro suyo y que cuando charlo con él es presidente del Congreso de los Diputados, no le importa que añada su nombre a su opinión:

—Zapatero no es soberbio, es una persona normal. Felipe González estaba a la altura de los dioses. Tengo una carta de José Luís, suya de puño y letra, con motivo del accidente del helicóptero Cougar en Afganistán, cuando murieron 17 soldados, una carta sencilla y humana que es, parta mí, la prueba del nueve de su humanidad, de que no es nada soberbio. Es una carta muy humana. Le dije a mi mujer que parecía como si primero la hubiera escrito y luego la hubiera pasado a limpio. Es una carta hermosa. Lo que quizás tenga José Luís es el lógico deseo de ser valorado, una pátina que algunos podrían calificar de vanidosa, pero nada soberbia. Soberbio es el que desprecia a quien considera inferior y eso no lo es el presidente. ¿Vanidad? Hombre… todos queremos que nos digan lo fistos que somos.

Un ex ministro sostiene que no es ni vanidoso ni soberbio, sino un esnob:

—Como tal se comporta en su juventud leonesa y así sigue comportándose; se le nota en numerosos detalles, como el tipo de mujeres que elige para ministras: altas, delgadas, rubias y con mechas: Teresa Fernández de la Vega, Salgado, Garmendia, Aído… Ello refleja un toque machista. Ni se le ha pasado por la cabeza nombrar como ministra a una mujer baja y gordita.

Un miembro de la Ejecutiva añade un detalle:

—Su arma más terrible es el silencio. Nunca te dice que no, pero si se calla, y sobre todo si prolonga su silencio, estás perdido. Un silencio de un minuto o treinta segundos no hay quien lo soporte, sobre todo en una conversación telefónica.

Unos y otros admiten que en su trato es deferente y cordial y que, aunque escucha mucho, no es seguro que «registre» lo que le cuentan y, desde luego, rara vez cambia de opinión. «Escucha el rollo que le colocamos con amable estoicismo y sigue a lo suyo», me cuenta un financiero.

José Manuel Entrecanales, presidente de Acciona, le visitó cuando presidía Vodafone con la intención de saber su opinión sobre un asunto, pero apenas hubo diálogo, sino un monólogo a cargo del empresario.

—Me dio buena impresión porque escuchaba. Pero salí enfadado conmigo mismo. Yo no solo he venido a contarle mi opinión —me decía cuando acabó la entrevista—. Yo quería enterarme de lo que me contara él. Le conté mi vida, mis preocupaciones, mi ideario de arriba abajo, lo que estaba bien, lo que estaba mal y él me miraba y asentía, escuchaba y me daba cuerda. Y yo pensé: estoy hablando demasiado y me callé para que él hablara, pero él solo escuchaba. Cuando me callaba yo, se hacía el silencio. Un largo silencio. A Aznar le pasaba lo mismo. Con Felipe González pasaba lo contrario: por lo visto, era mucho más abierto a dar su opinión, hasta el punto de que a veces es difícil colocar la tuya, aunque yo a Felipe no le he conocido personalmente hasta mucho después, como ex presidente.

La siguiente vez que Entrecanales se encontró con el presidente a solas lo hizo en su condición de presidente de Endesa. Zapatero quería saber su opinión sobre el cierre de la central de Garoña y Entrecanales lo que pensaba al respecto el presidente, pero éste no soltó prenda: «Salí sin saber qué iba a hacer».

Son muchos los que me aseguran que es caprichoso. Uno de sus amigos de León, que ocupa un cargo en Madrid, matiza:

—¿Caprichoso? No estoy seguro. ¿Frío? Puede ser… Es duro como un pedernal, pero es persona. Cuando cesa a gente de sus cargos yo sé que lo pasa mal, muy mal. Y es que todos necesitamos que nos quieran. Jordi Sevilla me confirma que Zapatero lo pasa mal cuando cesa o veta:

—Un ritual de los congresos del partido es quedarse hasta las seis de la mañana pergeñando la Ejecutiva. José Luís decide que no quiere meter a nadie de la gente de Balbás [cabecilla de un grupo de socialistas con el que negociaba prebendas y famoso por montar el «tamayazo» que le quitó al PSOE el gobierno de la Comunidad de Madrid], ni siquiera al valenciano José Luís Ábalos, que le había ayudado mucho en Valencia. Zapatero le dice a Caldera, hombre clave de Nueva Vía hoy defenestrado: «Oye Jesús, díselo tú, que a mí me da corte». Y Jesús, a quien no le corta nada, se lo dice. Luego trató de compensarle proponiéndolo para secretario general de los socialistas valencianos, pero no lo consiguió; los valencianos eligieron a Joan Ignasi Pía. Ya sabes cómo es el PSOE de Valencia. Lo pasa mal, pero no le tiembla el pulso para cesar ni para negar un nombramiento. Le niega a Alfonso Guerra la presidencia del Congreso de los Diputados, que era su ilusión para retirarse por lo más alto, y se la da al opositor de ambos, de Zapatero y de Guerra, José Bono. Y antes, en 2000, le había negado a Juan Carlos Rodríguez Ibarra el puesto de vicesecretario general del PSOE, a pesar de la elocuencia del extremeño:

«José Luís, ya sabes, la Ejecutiva es muy débil y yo te puedo arreglar la cosa con la vieja guardia y cerramos filas, etc.». Y Zapatero dice que no, lo que el extremeño ha valorado en público y en privado positivamente:

«Al decirme que no, ha demostrado que tiene coraje. Ha probado que tiene cojones, pues su situación entonces era muy difícil». Le alabó sus cojones, pero, tras la negativa del presidente, el extremeño no le dejó pasar una: el congreso del que salió Zapatero como secretario general se celebró en julio de 2000 y, en el Comité Federal reunido en enero de 2001, Ibarra le da dos meses «para enderezar el rumbo del partido». Era cuando el pacto antiterrorista y «la oposición leal» que encabronaba a Felipe, a la vieja guardia y a la gente que pedía guerra.

Desde entonces ha adquirido práctica en los ceses y muestra menos incomodidad, con algunas excepciones. Le debió resultar especialmente difícil cargarse a Jesús Caldera, aunque es probable que le tuviera reservada una bala de plata, como ha hecho con casi todos los que le apoyaron en la Nueva Vía. No olvida que el salmantino tenía más relevancia que él mismo cuando se formó este grupito y que aspiraba a ser el candidato a la secretaría general.

La forma de cesarle es una muestra de otro de sus rasgos de carácter, entre irónico y prepotente. Caldera, que tiene la suficiente confianza con su ex amigo para hablarle con claridad, le pide explicaciones:

—¿Por qué me cesas, José Luís? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

José Luís se lo explica:

—Por tu política inmigratoria.

—Será por la tuya.

Y José Luís le aclara con sonrisa maquiavélica:

—Por eso, Jesús, por eso.

Y en efecto, para eso están los ministros, para saltar como un fusible para que no se queme el jefe. Pero José Luís, que a pesar de su sonrisa estaba pasando un mal rato, le endulza la píldora:

—Jesús, créeme, tengo que cesarte pero te recuperaré más adelante. No lo dudes, seguiré contando contigo.

Y hasta ahora.

Y es que otra de las características suyas es el escaso valor que concede a su palabra. No es un hombre de palabra. La palabra es para muchos castellanos lo mis sagrado; le dan más valor que a la firma de un contrato. Por lo menos entre los castellano-leoneses, entre la gente de Castilla la Vieja, según la anterior organización territorial de España. Hago la distinción entre las dos Castillas porque en Guadalajara, hoy en Castilla-La Mancha y ayer en Castilla la Nueva, es popular el dicho «en Guadalajara lo que se dice por la noche no vale por la mañana». Mariano Rajoy, Artur Mas y otros dirigentes de la oposición han dicho y repetido que Zapatero les ha engañado. Jordi Pujol asegura que «ha engañado primero a media humanidad, después a la otra media y finalmente a toda la humanidad».

Engañar a la oposición es casi obligado, va en el sueldo de dirigente del partido gobernante, pero engañar a su propia gente, a Caldera, a Sevilla, a Maragall y a tantos otros, está más feo.

Muy feo fue el engaño a Manuel Chaves, a quien tanto debe. Fue un elemento clave para salir adelante en los primeros momentos, en la política de oposición tan denostada por la vieja guardia, y fue, en general, la bisagra entre el Antiguo Testamento del felipismo y el Nuevo Evangelio del leonés. Es además el presidente del PSOE, su historia viva, como en tiempos de González lo fuera Ramón Rubial, el hombre de Indalecio Prieto. Ahora Zapatero necesitaba al hombre histórico, a la bisagra con Felipe González.

El astuto leonés quería afrontar «el cambio» en Andalucía, donde Manolo Chaves llevaba demasiado tiempo gobernando. Así que necesitaba apartar a éste, aunque en Andalucía, donde la continuidad del gobierno socialista parece asegurada, el «territorio comanche» según la gente del PP, hay que andar con pies de plomo en los cambios. La transición se haría allí en dos fases: primero había que sustituir a Chaves por otro veterano, José Antonio Griñán, que era el vicepresidente de la Junta y en la segunda fase, a la que se procedería en el momento oportuno, quería colocar una de sus chicas jóvenes, de las zapateristas incondicionales, concretamente a Mar Moreno.

Estos eran sus planes. Para llevarlos a la práctica llama a Chaves:

—Oye, Manolo, tú vas a ser el gran político del gobierno. Vas a controlar los asuntos más delicados, los problemas territoriales, eterna pesadilla nacional. Tú estás para la gran política y no te voy a enredar con los tediosos menesteres del Ministerio de Administraciones Públicas, del coñazo de los funcionarios y todo eso. Tú, Manolo, como yo, a la política, a la gran política.

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