El misterio de la jungla negra (18 page)

Read El misterio de la jungla negra Online

Authors: Emilio Salgari

Tags: #Aventuras, Clásico

BOOK: El misterio de la jungla negra
11.14Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Y bien? —preguntaron al unísono el capitán y el sargento, corriendo a su encuentro.

—Todo se ha descubierto. ¡Saranguy es un
thug
!

—Cuenta, Nysa, quiero saberlo todo.

—He seguido sus huellas hasta la jungla —dijo Nysa —y al fin lo he visto. Caminaba rápidamente pero con precaución, volviéndose frecuentemente hacia atrás y aplicando a veces su oreja al terreno. Veinte minutos después le oí lanzar un grito y vi salir de un matorral a un indio. Era un
thug,
un auténtico estrangulados con el pecho tatuado y sus costados ceñidos por un lazo. No pude oír todo su diálogo pero Saranguy, antes de separarse, dijo en voz alta a su compañero: «Advierte a Kougli de que vuelvo al
bungalow
y de que dentro de pocos días tendrá su cabeza».

—¿Qué os decía, capitán? —preguntó Bharata.

Macpherson no respondió. Con los brazos convulsamente cruzados sobre el pecho, la faz hosca y la mirada llameante, preguntó:

—¿Quién es ese Kougli?

—No lo sé —respondió Nysa.

La mirada del capitán se volvió más torva todavía.

—Tengo un extraño presentimiento, Bharata —murmuró. —Creo que hablaban de mi cabeza.

—Pero nosotros, en su lugar, mandaremos al señor Kougli la de Saranguy.

—Pero primero es necesario hacerle hablar —dijo Macpherson.

—¿Se trata de hacerle hablar, capitán? —preguntó Nysa. —De eso me encargo yo. Bastará hacerle beber una limonada.

—¡Una limonada…! Estás loco, Nysa.

—¡No, capitán! —exclamó Bharata. —Nysa no está loco. Yo también he oído hablar de una limonada que desata la lengua.

—Es verdad —dijo Nysa. —Con unas pocas gotas de limonada mezclada con el jugo del
youma
y una píldora de opio se hace hablar a cualquier persona.

—Ve a preparar esa limonada —dijo el capitán. —Si logras tu intento te regalo veinte rupias.

El indio no se lo hizo repetir dos veces. Pocos instantes después volvía con tres grandes tazas de limonada. En una había hecho disolverse una píldora de opio y el jugo del
youma.

Ya era tiempo. Tremal-Naik había aparecido en el borde de la jungla, seguido por tres o cuatro buscadores de huellas.

Por su aspecto, el capitán comprendió que Negapatnan no había sido capturado.

—No importa —murmuró. —Saranguy hablará. Pongámonos en guardia, Bharata, para que ese farsante no sospeche nada. Y tú, Nysa, haz que inmediatamente pongan barras en la tronera de la bodega. Pronto tendremos necesidad de ello.

Tremal-Naik llegaba entonces ante el
bungalow.


¡Eh! ¡Saranguy! —gritó Bharata, inclinándose sobre el parapeto—, ¿cómo ha ido la caza?

Tremal-Naik dejó caer los brazos con un gesto de abatimiento.

—Nada, sargento —respondió. —Hemos perdido las huellas.

—Sube con nosotros; debemos saberlo todo.

Tremal-Naik, que no sospechaba nada, no se hizo repetir la invitación y poco después se presentó ante el capitán Macpherson, que se había sentado ante una mesita con las limonadas ante él.

—Y bien, mi bravo cazador —dijo el capitán con una sonrisa bondadosa: —¿ha desaparecido ese infame?

—Sí, capitán. Y sin embargo lo hemos buscado por todas partes.

—¿Y no ha permanecido nadie en el bosque?

—Sí, cuatro cipayos.

—¿Hasta dónde has ido tú?

—Hasta el extremo opuesto del bosque.

—Debes de estar cansado. Bebe esa limonada, que te hará bien, Al hablar así le tendió la taza. Tremal-Naik la vació de un trago —Dime algo, Saranguy —volvió a hablar el capitán. —¿Crees que haya
thugs
en el bosque?

—No creo —respondió Tremal-Naik.

—¿No conoces a ninguno de esos hombres?

—¡Conocer yo… a esos hombres! —exclamó Tremal-Naik, inquieto y aturdido.

—Sin embargo me han dicho que te han visto hablar con un indio sospechoso.

Tremal-Naik le miró sin responder. Poco a poco sus ojos se habían inflamado y resplandecían como dos carbones ardiendo su faz se había obscurecido y se habían alterado sus facciones.

—¿Qué tienes que decir? —preguntó el capitán Macpherson con acento ligeramente burlón.

—¡
Thugs
! —balbuceó el cazador de serpientes agitando locamente los brazos y estallando en una carcajada—. ¿Qué yo he hablado con un
thug
?

—Atención —murmuró Bharata al oído del capitán. —La limonada está haciendo sus efectos.

—Adelante, habla —insistió Macpherson.

—Sí, recuerdo, he hablado con un
thug
en el borde de la floresta, ¡Ah…! ¡ah…! Y creían que yo buscaba a Negapatnan. Qué estúpidos… ¡ah…! ¡ah…! ¿Seguir yo a Negapatnan? Yo que tanto he trabajado para ayudarlo a escapar… ¡ah…! ¡ah…!

Y Tremal-Naik, presa de una especie de alegría febril, irresistible, comenzó a reír como un idiota sin saber lo que decía.

—¡Saranguy! —continuó el pobre ebrio, siempre riendo. —Yo no soy Saranguy… ¡Qué estúpido eres, amigo mío, al creer que yo llevo el nombre de Saranguy! Yo soy Tremal-Naik… Tremal-Naik de la jungla negra, el cazador de serpientes. ¿No has estado nunca en la jungla negra? Peor para ti; no he visto nada más bello. ¡Oh, qué estúpido eres, qué estúpido!

—Soy justamente un estúpido —dijo el capitán conteniéndose a duras penas—. ¡Ah! ¿Tú eres Tremal-Naik? ¿Y por qué has cambiado de nombre?

—Para alejar cualquier sospecha. ¿No sabes que yo quería entrar a tu servicio?

—¿Y por qué?

—Los
thugs
lo querían así. Me han dado la vida y me darán también a la Virgen de la pagoda… ¿Conoces tú a la Virgen de la pagoda? No, y peor para ti. Es bella, sabes, muy bella.

—¿Y dónde está esa Virgen de la pagoda?

—Lejos de aquí, muy lejos.

—¿Pero dónde?

—Eso tampoco lo sé yo.

—¿Y quién la tiene?

—Los
thugs,
pero me la darán por esposa. Yo soy fuerte, valiente. Haré todo lo que ellos quieran con tal de tenerla. Mientras tanto Negapatnan ha sido liberado.

—¿Y qué debes hacer ahora?

—¡Ah…! ¡ah…! Debo… ¿comprendes…? llevarles una cabeza… ¡Ah…! ¡ah…! Me haces reír como un loco.

—¿Por qué? —preguntó Macpherson, que iba de sorpresa en sorpresa oyendo aquellas revelaciones.

—Porque la cabeza que debo cortar… ¡ah…! ¡ah…! ¡es la tuya…!

—¿Y a quién debes llevarla?

—¡A Suyodhana!

—¿Y quién es ese Suyodhana?

—Es el jefe de los
thugs.

—¿Y dónde se le puede encontrar?

—¿Dónde quieres que esté si no es en Raimangal?

El capitán Macpherson lanzó un grito y luego volvió a caer en su silla murmurando:

—¡Ada…! ¡Por fin estás salvada…!

LAS FLORES QUE ADORMECEN

Cuando Tremal-Naik volvió en sí se encontró encerrado en un estrecho subterráneo iluminado por un pequeño tragaluz defendido por una doble fila de gruesos barrotes, y fuertemente atado a dos anillos de hierro incrustados en un poste.

Al principio creyó que era presa de un feo sueño, pero en seguid; se convenció de que estaba realmente prisionero.

Un vago temor se apoderó de él, que tantas veces había dado prueba de un valor sobrehumano.

Trató de reordenar sus ideas, pero en su cerebro reinaba una confusión que no lograba disipar. Se acordaba vagamente de Negapatnan, de su fuga, de la limonada, pero aquí cesaban sus recuerdos.

—¿Quién puede haberme traicionado? —se preguntó, estremeciéndose.

Hizo un esfuerzo para levantarse, pero en seguida volvió a caer había oído abrirse una puerta.

—¿Quién es? —preguntó.

—Soy yo, Bharata —respondió el sargento adelantándose.

—¡Al fin! —exclamó Tremal-Naik. —Me explicarás ahora por que motivo me encuentro aquí prisionero.

—Porque ahora sabemos que eres un
thug.

—¡Yo un
thug…
!

—Si, Saranguy. Te hemos dado a beber el
youma
y lo has confesado todo.

Tremal-Naik le miró espantado. Se acordaba de la limonada que el capitán le había hecho beber.

—¿Quieres salvarte? —preguntó Bharata después de un breve silencio.

—Habla —dijo Tremal-Naik con voz entrecortada.

—Confiesa todo y quizás el capitán te perdonará la vida.

—No puedo: matarán a la mujer que amo.

—Escúchame, Saranguy. Ahora ya sabemos que los
thugs
tienen su sede en Raimangal, pero ignoramos cuántos son y dónde se esconden. Si nos lo dices quizás no mueras.

—¿Y qué haréis con todos aquellos
thugs?
—preguntó Tremal-Naik con voz ahogada.

—Los fusilaremos a todos.

—¿Aunque entre ellos haya mujeres?

—Las mujeres antes que nadie —declaró el sargento.

—¿Por qué…? ¿Qué culpa tienen?

—Son más terribles que los hombres. Representan a la diosa Kalí.

Tremal-Naik se cogió la frente con las manos clavándose las uñas en la piel. Sus ojos miraban extraviados y su rostro estaba muy pálido, casi ceniciento, y el pecho se le levantaba impetuosamente.

—Si se concediese la vida a una de esas mujeres… quizás hablaría.

—Es imposible, porque cogerlas vivas costaría torrentes de sangre. Las ahogaremos a todas como bestias feroces en el subterráneo. Una pregunta más, ¿quién es esa mujer?

—No puedo decirlo —respondió el cazador de serpientes.

—Está bien —terminó el sargento. —Dentro de tres o cuatro días te llevaremos a Calcuta.

Una viva conmoción alteró las facciones del prisionero. Siguió con su mirada al sargento que se alejaba y luego sus ojos se fijaron en la tronera.

—Es preciso huir esta noche —murmuró, —o todo se habrá perdido.

Transcurrió la jornada sin que ocurriese nada nuevo. Al mediodía y por la tarde le llevaron al prisionero una amplia escudilla de
curri
(arroz condimentado con salsa picante) y una copa de
tody
(vino extraído de un árbol).

Apenas se ocultó el sol tras la floresta y se hizo la oscuridad en la bodega, Tremal-Naik respiró. Permaneció tranquilo durante tres largas horas, previendo la posibilidad de que entrase alguien. Luego se puso activamente a trabajar para intentar la evasión.

Los indios son famosos por su forma de atar a las personas y se —necesita una gran práctica para deshacer sus nudos complicadísimos.

Por fortuna para él, poseía una fuerza prodigiosa y buenos dientes.

Con una sacudida aflojó una cuerda que le impedía inclinar la cabeza y luego, pacientemente, sin preocuparse del dolor, aproximó una de sus muñecas a la boca y se puso a trabajar con los dientes, cortando, royendo, deshilachando.

Cuando logró romper la cuerda, fue cosa de un momento el desembarazarse de las otras ataduras.

Se puso en pie estirando los miembros entumecidos y luego se aproximó a la tronera y miró al exterior.

Aún no había salido la luna, pero el cielo estaba espléndidamente estrellado. Por la tronera entraban soplos de aire fresco oloroso por el perfume de mil flores distintas.

No se oía ningún ruido en el exterior, ni se distinguía alma viviente en la zona visible para él.

El prisionero agarró una de las barras y la sacudió furiosamente; la curvó, pero no la arrancó.

—La fuga por aquí es imposible —murmuró.

Miró a su alrededor buscando un objeto cualquiera que pudiera ayudarle a arrancar las barras pero no encontró ninguno.

Se aproximó a la puerta, pero se detuvo de repente. Había llegado a sus oídos un sordo maullido que venía del exterior.

Volvió su cabeza hacía la tronera y la vio ocupada por una masa obscura, en medio de la cual brillaban dos puntos luminosos, verduzcos.

La esperanza surgió en su mente.

—¡Darma…! ¡Darma…! —murmuró con voz trémula de emoción.

El tigre lanzó un segundo rugido, sacudiendo las barras de hierro. El prisionero se acercó a la tronera y agarró las zarpas del fiero animal.

—Bravo, Darma —exclamó, —sabía que vendrías a encontrar a tu amo. Ahora ya no temo al capitán ni a su sargento.

Dejó la tronera y se fue a una esquina donde había visto un trozo de papel roto. Lo alisó con cuidado, se mordió un dedo haciendo brotar unas gotas de sangre y con una astilla que arrancó del poste escribió rápidamente las siguientes líneas:

He sido traicionado y me han encerrado en una prisión cerca de la de Negapatnan. Socorredme pronto o todo está perdido.

Tremal-Naik.

Retornó a la tronera, enrolló el papel y lo ató con un cordel al cuello del tigre.

—Ve, Darma, vuelve con los
thugs
—le dijo. —Tu amo corre un gran peligro.

La fiera sacudió la cabeza y partió con toda rapidez.

Pasó una larga hora. Tremal-Naik, agarrado a las barras, esperaba ansiosamente el retorno de Darma, presa de mil temores.

De pronto en el fondo de la llanura distinguió al tigre que se aproximaba con saltos gigantescos.

—¿Y si lo descubren? —murmuró, temblando.

Afortunadamente Darma pudo llegar hasta la tronera sin haber sido descubierto por los centinelas. En el cuello llevaba un gran envoltorio que Tremal-Naik, con bastantes apuros, logró hacer pasar entre las barras.

Lo abrió. Contenía una carta, un revólver, un puñal, municiones, un lazo y dos ramilletes de flores cuidadosamente encerrados en dos recipientes de cristal.

—¿Qué significan estas flores? —se preguntó sorprendido.

Abrió la carta, la puso ante un rayo de luna que penetraba por la tronera y leyó:

Estamos rodeados por algunas compañías de cipayos, pero uno de los nuestros sigue a Darma. Nos amenazan graves peligros y tu evasión es necesaria.

Uno a las armas dos ramilletes de flores. Las blancas adormecen, las rojas combaten el efecto de las blancas.

Duerme a los centinelas y ten cerca de ti las rojas. Una vez libre, asalta la habitación y córtale la cabeza al capitán.

Nagor señalará su presencia con el silbido de costumbre y te ayudará. Apresúrate.

Kougli

Quizás otra persona se hubiera espantado al leer aquella carta, pero no Tremal-Naik. En aquel momento supremo se sentía tan fuerte como para poder asaltar la casa incluso sin la ayuda de Nagor.

Escondió las armas y las municiones bajo un montón de tierra y volvió a la tronera.

—Vete, Darma —le dijo. —Corres un gran peligro.

Other books

Precious Gifts by Danielle Steel
Covet by Tracey Garvis Graves
Holland Suggestions by John Dunning
Guilt Trip by Maggy Farrell
The Toll Bridge by Aidan Chambers
Holding a Tender Heart by Jerry S. Eicher
Justice for the Damned by Ben Cheetham
Good People by Ewart Hutton