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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Prefecto

BOOK: El Prefecto
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Una montaña rusa que cierra el oscuro y turbulento universo de Espacio Revelación; una novela de suspense interestelar en la que nada ni nadie es lo que parece…

Tom Dreyfus es uno de los mejores prefectos de Panoplia, el cuerpo de policía de la multifacética sociedad utópica de Glitter Band, un vasto remolino de hábitats espaciales que orbitan el planeta Yellowstone. En este momento, su trabajo es su vida.

Se produce un grave ataque asesino contra un hábitat de Glitter Band. Cuando Dreyfus comienza a revolver en los asuntos de personas muy poderosas, lo que descubre es mucho más grave que un mero asesinato: existe una OPA hostil secreta por parte de Aurora, una enigmática figura, para quien los habitantes de Glitter Band ya no deberían llevar las riendas de su propio destino.

Alastair Reynolds

El prefecto

Espacio revelación #5

ePUB v1.0

Chotonegro
05.06.12

Título original:
The prefect

©2007, Alastair Reynolds

Traducción: Olga Marín Sierra

Ilustración de cubierta: Chris Moore

ISBN: 978-84-9800-527-1

Editor original: Chotonegro (v1.0)

ePub base v2.0

A mis padres, por cuarenta años de amor y estímulo.

1

Thalia Ng sintió que su peso aumentaba cuando el ascensor descendió a toda velocidad por el radio de la rueda desde el muelle de atraque del hábitat. Se dejó arrastrar al suelo e intentó calcular el punto en el que la fuerza aparente alcanzaba un g estándar. Thalia deseó que aquel no fuera uno de esos hábitats que insistía en tener una gravedad puritanamente elevada, como si estuviera de algún modo mejorando moralmente por tambalearse bajo dos ges. El cinturón que llevaba en las caderas, equipado con el látigo cazador y las herramientas de análisis del núcleo de voto, ya le pesaba demasiado.

—Thalia —dijo Dreyfus en voz baja mientras el ascensor se detenía—, intenta no parecer tan nerviosa.

Ella se alisó el dobladillo de la túnica.

—Lo siento, señor.

—Lo harás bien.

—Ojalá hubiera tenido más tiempo, señor. Para leer con detenimiento el informe sobre Casa Perigal, quiero decir.

—Se te informó de nuestro destino en cuanto salimos de Panoplia.

—Pero solo fue hace una hora, señor.

Dreyfus la miró con su ojo derecho casi cerrado.

—¿Cuál es tu índice de velocidad de lectura?

—Tres, señor. Nada excepcional.

Dreyfus tomó un sorbo del café del termo que había traído consigo desde la nave. Thalia lo había conjurado para él: negro como el alquitrán, como le gustaba a su jefe.

—Supongo que era un archivo de sumario bastante largo.

—Más de mil párrafos, señor.

—Bueno, no necesitas saber nada que no te enseñaran durante tu formación.

—Eso espero. De todos modos, no he podido evitar darme cuenta de…

—¿Qué? —preguntó Dreyfus en voz baja.

—Su nombre aparece por todo el archivo de sumario, señor.

—Caitlin Perigal y yo hemos tenido nuestras diferencias. —Esbozó una sonrisa forzada—. Y estoy seguro de que intentará recordármelo por todos los medios.

—No lo dude —respondió Sparver, el otro prefecto de campo ayudante en el grupo de confinamiento.

Dreyfus puso su ancha mano sobre el hombro de Thalia.

—Recuerda que estás aquí para hacer una cosa: conseguir pruebas. Sparver y yo nos encargaremos de cualquier otra distracción.

Cuando se abrieron las puertas del ascensor, sintieron una fuerte bofetada de calor y humedad. El aire estaba invadido por una nube de vapor hasta donde alcanzaba la mirada. Se encontraban frente a la entrada de una enorme cueva excavada en el toroide rocoso de la llanta de la rueda. La mayor parte de la superficie visible consistía en piscinas de agua dispuestas en niveles sutilmente diferentes, conectados por un ingenioso sistema de canales y conductos. Había personas bañándose, nadando o jugando en el agua. La mayoría estaban desnudos. Había humanos de base y personas que distaban mucho de ser humanas. Había figuras elegantes y diligentes que tal vez no fueran en absoluto personas.

Dreyfus se sacó un par de gafas redondeadas del bolsillo de su túnica y frotó la condensación de las oscuras lentes con la manga. Thalia entendió la señal, sacó las suyas y tomó nota de los cambios que vio. Muchas de las personas desnudas estaban ahora enmascaradas o vestidas, o al menos parcialmente ocultas tras unos bloques de color movedizos o tras un plumaje ilusorio. Algunos habían cambiado de forma y de tamaño. Otros incluso se habían vuelto invisibles, aunque la silueta parpadeante que aparecía en las sombras delataba su presencia. Unas estructuras luminosas en forma de ramas (Thalia no sabía si eran esculturas o alguna forma de visualización de datos relacionada con un juego psicológico en curso) gravitaban sobre el complejo de piscinas.

—Aquí viene el comité de bienvenida —dijo Dreyfus.

Algo se dirigió hacia ellos a grandes zancadas por un camino que serpenteaba entre las piscinas. Aparecieron unas torneadas piernas de mujer con medias sosteniendo una bandeja de bebidas. A medida que las piernas se acercaban, oyeron el repiqueteo de unos tacones altos que caminaban con una precisión neurótica. El líquido de las copas no se movió ni un ápice.

Thalia se puso la mano en el cinturón.

—Tranquila —dijo Dreyfus entre dientes.

La sirvienta se detuvo ante ellos.

—Bienvenidos a Casa Perigal, prefectos —dijo con voz chillona—. ¿Les apetece tomar algo?

—Gracias —respondió Thalia—, pero deberíamos…

Dreyfus dejó la taza de café en el suelo y pasó la mano por la bandeja, indeciso.

—¿Qué nos recomienda?

—El tinto es aceptable.

—Tinto, entonces.

Cogió una copa y se la puso lo bastante cerca de los labios como para oler el aroma. Thalia cogió otra. Solo Sparver se abstuvo, pues a su metabolismo no le sentaba bien el alcohol.

—Síganme, por favor. Los llevaré ante la matriarca.

Siguieron a las piernas a través de la cueva, serpenteando entre las piscinas. Si al principio parecía que su llegada había pasado inadvertida, aquel privilegio había terminado. Thalia sintió un hormigueo en la nuca por la incómoda atención que les estaban prestando.

Subieron a una de las piscinas más elevadas, donde cuatro peces de hierro decorativos vomitaban agua por la boca abierta. Había tres adultos flotando en el agua, cubiertos hasta el pecho de espuma perfumada. Dos eran hombres. Thalia reconoció el rostro de la tercera, Caitlin Perigal, por el archivo del sumario. Sus hombros y sus brazos eran musculosos, y terminaban en unas elegantes manos entrelazadas con las uñas pintadas de color verde fuerte. Llevaba el cabello adornado con una pluma de pavo real. Ninfas y sátiros verdes murmullaban alrededor de su cabeza.

—Prefectos —dijo con la calidez del helio superfluido.

—Matriarca Perigal —respondió Dreyfus, que se había situado a pocos centímetros del borde de la piscina—. Mis compañeros son los prefectos de campo ayudantes Sparver Bancal y Thalia Ng. Nosotros ya nos conocemos, por supuesto.

Perigal miró con languidez a sus dos compañeros.

—El gordo con cara de dormido es Tom Dreyfus —explicó.

Uno de ellos, un hombre de aspecto aristocrático y cabello largo y cano, examinó a Dreyfus a través de sus escrutadores ojos grises. Llevaba un plumaje que le daba un aire de cuadro impresionista.

—¿Vuestros caminos se han cruzado antes, Caitlin?

Perigal se revolvió en el agua con la musculosa cola de sirena que le habían injertado en lugar de las piernas. Thalia se tocó el botón lateral de las gafas para comprobar que la cola era real, no una alucinación.

—Parece que la misión de Dreyfus en la vida es encontrar oscuros canales legales para acosarme —respondió Perigal.

Dreyfus no se inmutó.

—Me limito a hacer mi trabajo. No es culpa mía que te empeñes en formar parte de él.

—¿Que me empeño, dices?

—Eso parece. Por cierto, bonita cola. ¿Qué les ha ocurrido a tus piernas?

Perigal hizo un gesto con la cabeza para llamar a la bandeja andante.

—Las conservo como tema de conversación.

—Contra gustos no hay nada escrito.

—Exacto. —Perigal se inclinó hacia delante y endureció el tono de voz—. Bueno, basta de cumplidos. Realiza tu inspección, haz lo que tengas que hacer, y luego lárgate de mi hábitat.

—No he venido a inspeccionar el hábitat —dijo Dreyfus.

Thalia no pudo evitar ponerse tensa. Aquel era el momento que había estado temiendo y anticipando a la vez.

—¿Entonces, qué? —preguntó Perigal.

Dreyfus se sacó una tarjeta del bolsillo de la túnica, se la puso delante de la cara y entrecerró los ojos. Miró brevemente a Thalia y a Sparver antes de comenzar a leer:

—Caitlin Perigal, como matriarca de este hábitat, se la acusa de una violación del proceso democrático de categoría cinco. Se alega que ha manipulado el aparato electoral para beneficiar a su hábitat.

A Perigal se le enrojecieron las mejillas de indignación. Murmuró algo, pero Dreyfus levantó una mano silenciadora y prosiguió su declaración.

—Mientras la investigación esté en marcha, su hábitat permanecerá cerrado. Todo tráfico físico entre Casa Perigal y el resto del sistema, incluida Ciudad Abismo, queda suspendido a partir de ahora. No se permitirá recibir ni enviar transmisiones. Cualquier intento de violación de estas sanciones será contrarrestado con fuerza destructiva. Esto es definitivo y vinculante. —Dreyfus hizo una pausa, luego bajó la tarjeta—. El confinamiento entra en vigor a partir de este momento.

Se hizo un incómodo silencio, roto solo por el suave chapaleteo del agua contra un lado de la piscina.

—Es una broma, ¿verdad? —dijo finalmente el hombre de ojos grises mirando a Perigal esperanzado—. Por favor, dime que es una broma.

—Así que esas tenemos —dijo la matriarca—. Siempre supe que jugabas sucio, Dreyfus, pero nunca imaginé que caerías tan bajo.

Dreyfus colocó la tarjeta al lado de la piscina.

—Este es un resumen del caso que se ha abierto contra ti. A mí me parece irrefutable, pero, bueno, solo soy un humilde prefecto de campo. —Se tocó la barbilla con un dedo, como si acabara de recordar algo—. Ahora necesito que me hagas un pequeño favor.

—Estás loco.

—Ten la amabilidad de emitir una interrupción de prioridad a todos tus ciudadanos e invitados. Diles que ha entrado en vigor un confinamiento y que están a punto de perder contacto con el universo exterior. Recuérdales que esta situación podría durar hasta un siglo. Diles que si desean enviar pensamientos o mensajes a sus seres queridos fuera de Casa Perigal, disponen de seiscientos segundos para hacerlo.

Se volvió hacia Thalia y Sparver y bajó la voz, pero no lo bastante como para que Perigal no pudiese oírlo.

—Ya saben lo que tienen que hacer, ayudantes. Si alguien les pone trabas o se niega a cooperar, están autorizados a practicar la eutanasia.

El tránsito de la llanta se movía con rapidez y contrarrestaba la gravedad centrífuga de la rueda, que giraba con lentitud. Thalia se sentó junto a Sparver, y se puso a cavilar.

—No es justo —dijo.

—¿El qué?

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