Read El primer caso de Montalbano Online

Authors: Andrea Camilleri

Tags: #Policial, Montalbano

El primer caso de Montalbano (5 page)

BOOK: El primer caso de Montalbano
6.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Volveré esta tarde para soltarlo.

—¿Y si tengo que ir al servicio? ¡Me he tomado un diurético!

—Pídale a su mujer que lo ayude, y si la señora no lo ayuda tal como yo le aconsejaré que haga, no tendrá más remedio que mearse encima.

El jefe superior Bonetti-Alderighi estaba de mal humor y no se tomaba la menor molestia en ocultarlo.

—Le advierto, Montalbano, que ayer mantuve una reunión acerca del mismo asunto con sus compañeros de las demás comisarías. He preferido convocarlo a usted en solitario y dedicarle la mañana.

—¿Por qué a mí solo?

—Porque usted, y no se ofenda, a veces me parece que tiene serias dificultades para comprender el meollo de los problemas que le expongo. Aunque no creo que lo haga de mala fe.

Montalbano había comprobado hacía mucho tiempo que, simulando no estar en pleno uso de sus facultades mentales, el jefe superior lo dejaba en paz y sólo lo convocaba cuando no podía evitarlo. Esa vez se trataba de las medidas que deberían adoptar a propósito de los desembarcos clandestinos de inmigrantes ilegales. La conversación duró más de tres horas porque, de vez en cuando, Montalbano se sentía obligado a interrumpir a su interlocutor.

—No lo he entendido muy bien. Si tiene usted la amabilidad de repetirme...

Y el otro tenía la amabilidad de empezar de nuevo por el principio.

Cuando el jefe superior, desolado, le dio permiso para retirarse, el comisario se encontró en el pasillo con el
dottor
Lattes, apodado Latte e Miele, «leche y miel», por su forma de actuar falsa y empalagosa. Lattes lo agarró por un brazo y se apartó con él. Después se irguió de puntillas para susurrarle al oído:

—¿Ya se ha enterado de la novedad?

—No —contestó Montalbano, utilizando a su vez un tono de conjurado.

—He sabido en las alturas que nuestro señor jefe superior que tanto se lo merece va a ser trasladado muy pronto a otro destino. ¿Usted participaría en la adquisición de un bonito regalo de despedida, un detalle afectuoso, que a mi juicio podría consistir en...?

—... en todo lo que usted quiera —respondió, dejándolo plantado y reanudando su camino.

Salió de la Jefatura Superior cantando «La donna è mobile» de lo contento que se había puesto ante la noticia del inminente traslado de Bonetti-Alderighi.

Lo celebró en la
trattoria
San Calogero con una gigantesca parrillada de pescado.

Al final pudieron volver a reunirse a las cinco de la tarde.

—Hasta el momento, ése ha escrito
«Ecco d...»
. En mi opinión, la frase entera será
«Ecco Dio»
, «Aquí está Dios» —dijo sin preámbulos Montalbano.

—¡Oh, Virgen santísima! —exclamó Fazio.

—¿Por qué te preocupas?


Dottore
, a mí cuando se empieza a echar mano de motivaciones religiosas, me entra miedo.

—¿Qué te induce a suponer que la frase es ésa? —preguntó Augello.

—Antes de llamaros, he llevado a cabo una investigación telefónica y obtenido algunos datos del ayuntamiento. Hay cinco personas cuyo apellido comienza por «D» (concretamente D'Antonio, De Filippo, Di Rosa, Di Somma y Di Stasio) y que son propietarias de asnos. Dos los tienen en las afueras del pueblo. Sin embargo, nuestro hombre se ha ido a buscar el burro que deseaba matar junto al despeñadero. ¿Por qué? Pues porque el apellido de su dueño, De Dominici, empieza con dos des. Las cuales podrían equivaler, queriendo, a una «D» mayúscula.

—El razonamiento tiene su lógica —reconoció Augello.

—Y si mi razonamiento tiene su lógica, la cosa cada vez resulta más fea y peligrosa. Con los fanáticos religiosos mejor no mantener tratos, tal como dice Fazio, porque son capaces de cualquier cosa.

—Si es como dices —añadió Mimì—, todavía comprendo menos qué quiere decir cuando escribe que se está contrayendo. Siempre he leído y oído que Dios se manifiesta en su grandeza, en su omnipotencia, en su magnificencia, jamás en su pequeñez. Contraerse, hasta que se demuestre lo contrario, significa empequeñecerse.

—Para nosotros ése es el significado, pero vete tú a saber cuál es para él.

—Además, se le podría dar otra interpretación —siguió Mimì tras una pausa de reflexión.

—Dínosla.

—Puede que quiera escribir
Ecco
, o sea «aquí tenéis», coma,
Dio
, y que después coja la pistola, se pegue un tiro y sanseacabó.

—Pero ¿cómo se las arregla para representar la coma? —objetó tímidamente Fazio.

—Es su problema —lo cortó Augello.

—Mimì, entre todas las bobadas que has soltado, la otra vez dijiste algo acertado. O sea, que mata en progresivo aumento. Y eso me preocupa: un pez, un pollo, un perro, una cabra, un asno. Y ahora ¿a qué animal le toca?

—Bueno, en determinado momento habrá de detenerse a la fuerza; en nuestras tierras no hay elefantes. —Sólo él se rió de su ocurrencia.

—Quizá sería mejor informar al jefe superior —dijo Fazio.

—Quizá sería mejor informar a la protectora de animales —replicó Mimì; cuando le entraban ganas de bromear y tomar el pelo, ya no conseguía contenerse.

La mañana del lunes 27 de octubre se presentó bastante asquerosa, con viento, relámpagos y truenos.

Montalbano, que había dormido mal a causa de un exceso de calamares y chipirones, en parte fritos y en parte aliñados con aceite y limón, decidió permanecer tumbado en la cama un poco más que de costumbre. Le había dado un ataque tan fuerte de mal humor que si alguien le hubiera dirigido la palabra, habría sido capaz de soltarle un guantazo. Total, en caso de que hubiese alguna novedad, buenos eran los de la comisaría para no correr a tocarle los cojones.

Se quedó dormido sin advertirlo y despertó sobre las nueve. ¿Sería posible? ¿A que tenía el teléfono desconectado? Fue a ver; todo estaba en orden. ¿A que los de la comisaría lo habían llamado y él no había oído los timbrazos?

—Hola, Catarella, soy Montalbano.

—Lo he reconocido enseguida por la voz,
dottori
.

—¿Ha habido alguna llamada?

—Para usted personalmente en persona, no, señor.

—¿Y para los demás?

—¿Y los demás quiénes serían,
Dottori
, y disculpe la pregunta?

—Augello, Fazio, Galluzzo, Gallo.

—No, señor
Dottori
, para ellos no.

—Pues entonces, ¿para quién?

—Ha habido una para mí,
Dottori
, pero primero tenía que saber si yo también soy los demás o no.

En cuanto llegó al despacho, aparecieron Augello y Fazio: estaban perplejos, no se había producido ningún aviso de asesinatos, ni de hombres ni de animales.

—¿Cómo es posible que se haya saltado un lunes? —se preguntó Fazio.

—A lo mejor le resultó imposible salir de casa, el tiempo ha sido muy malo, o quizá se encontraba mal o ha pillado la gripe; los motivos pueden ser muchos —dijo Mimì.

—O puede que haya hecho lo que tenía que hacer, pero todavía no se ha enterado nadie y por eso no nos han avisado —apuntó Montalbano.

La mañana de aquel lunes, Montalbano, Augello y Fazio la pasaron prácticamente corriendo a la centralita en cuanto oían el teléfono, lo que dio lugar a que Catarella se quedara empapado de sudor frío, pues no comprendía todo aquel interés. El nerviosismo de los tres aumentaba de hora en hora hasta el extremo de que, para evitar alguna violenta discusión, el comisario decidió irse a comer a casa. A casa y no a la
trattoria
, pues el sábado había encontrado una nota de su asistenta Adelina: «
Totori
, el lunes le priparo la pasta
ncasciatta
».

¡La pasta
'ncasciata
! Un plato que a cada bocado le arrancaba un gemido de placer, pero con el cual Adelina raras veces lo agasajaba, pues exigía mucho tiempo de preparación.

Aprovechando que el viento había amainado, comió en la galería entre relámpagos y truenos. Pero delante de aquel regalo de Dios que él saboreaba no sólo con el paladar sino con todo el cuerpo, podía mandar tranquilamente al carajo el mal tiempo. Puesto que el señor ministro, en su infinita bondad, permitía al llamado ciudadano libre fumar en su casa, encendió el televisor y sintonizó Retelibera, que a aquella hora emitía el telediario, se repantigó en el sillón y encendió un pitillo.

Se le estaban cerrando los ojos y pensó que tal vez una siesta de media horita le sentaría bien. Se inclinó para apagar el televisor, extendió el brazo y se quedó paralizado con el culo en suspenso en el aire: en la pantalla acababa de aparecer un elefante muerto; la cámara mostró una lenta panorámica a lo largo de la cabeza de la bestia y enfocó un ojo destrozado por un proyectil. Montalbano subió el volumen.

—... absolutamente inexplicable —dijo la voz en
off
de Nicolò Zito, un periodista amigo suyo—. El Circo de las Maravillas llegó a Fiacca el sábado por la mañana y ofreció su primer espectáculo esa misma noche. El domingo, aparte de la sesión matinal para los niños, dio una representación vespertina y otra nocturna. Todo se desarrolló con normalidad. Sobre las tres de la noche, el señor Ademaro Ramirez, director del circo, despertó a causa de unos insólitos barritos procedentes de la jaula de los elefantes, que está situada muy cerca de su caravana. Se levantó, se acercó hasta allí y vio que uno de los tres elefantes estaba tumbado en una posición anormal, mientras que los otros dos se mostraban muy alterados. En aquel momento llegó la domadora, despertada también por los barritos, que tuvo que hacer un gran esfuerzo para calmar a los dos animales, peligrosamente agitados. Cuando consiguió entrar en la jaula, la mujer se dio cuenta de que el elefante tumbado en el suelo, llamado «Alacek», estaba muerto a causa de un solo disparo de pistola efectuado con extrema precisión y frialdad en el ojo izquierdo.

Apareció la imagen de la domadora, una hermosa rubia, llorando desesperada. Volvió a oírse la voz en
off
del periodista mientras las cámaras enfocaban a otros animales del circo.

—Detalle inquietante: Adragna, el comandante de carabineros que dirige las investigaciones, ha encontrado en el interior de la jaula un trocito de papel cuadriculado en el cual figuraba escrita la enigmática frase: «Estoy a punto de terminar de contraerme». Las investigaciones acerca del misterioso episodio...

Montalbano apagó el televisor. Lo primero que hizo fue llamar a Mimì Augello.

—¿Sabes que en nuestras tierras también hay elefantes?

—Pero ¿qué...?

—Después te lo explico. Dentro de una hora como máximo en la comisaría.

A continuación llamó a Fazio.

—Han matado un elefante.

—¿Está de guasa?

—No estoy para bromas. En Fiacca, pertenecía a un circo. Han encontrado la nota. Creo que tú eres amigo del comandante Adragna.

—Es mi compadre.

—Muy bien, acércate a Fiacca, y si tu compadre ha hallado la bala, pídele que te la preste durante un día. Ah, y ya que estás, a ver si te da también la nota.

Mientras se dirigía en su automóvil a la comisaría, pensó que había algo que no encajaba. Si su teoría era acertada, y él creía que lo era, el asesino de animales necesitaba un nombre que empezara por «i». Entonces, ¿qué pintaba el Circo de las Maravillas? Y hasta el nombre del elefante empezaba por «a». ¿Entonces?

La respuesta la obtuvo casi de inmediato. En la fachada lateral de una de las primeras casas de Vigàta había un gran cartel multicolor. De soslayo le pareció ver la imagen de un payaso. Se detuvo, bajó y fue a mirar. Era la publicidad del Circo de las Maravillas y debía de llevar varios días allí, pues estaba un poco deteriorada a causa del mal tiempo. Anunciaba la llegada del circo a Vigàta el 20 de noviembre. Demasiado tarde para el asesino.

Pero había también un calendario de la gira por la provincia; a través de ese medio, el hombre que se creía Dios o pensaba guardar alguna relación con él había averiguado la fecha de las representaciones en Fiacca. En el cartel destacaba la lista de las atracciones: en segundo lugar figuraba en letras doradas el nombre de Irina Ignatievic, estrella del Circo de Moscú y domadora de elefantes.

La letra «i» que debería colocarse después de la «D».

El hombre que se creía Dios o pensaba guardar alguna relación con él había leído el cartel y había actuado expeditivamente. ¿Qué mejor ocasión podría tener?

Pero aprovechar aquella ocasión no debía de haberle resultado muy fácil, los riesgos que entrañaba eran enormes y su magnitud podía dar al traste con sus planes. Habría bastado con la presencia de un vigilante nocturno o el desquicio de los animales ante la cercanía de un desconocido. Sin embargo, había entrado en un circo de noche, o por lo menos en las primeras horas de la madrugada, y había conseguido matar un elefante. ¿Era un loco que actuaba al azar, a la buena de Dios, sin orden ni concierto, o era un loco de otra especie, perteneciente a la categoría de los meticulosos y metódicos? Todo permitía suponer que jamás dejaba nada al azar.

Además, había que considerar el progresivo aumento de tamaño de las llamadas «víctimas». Seguramente ese hecho tenía un significado, encerraba un mensaje que había que descifrar. Después del asesinato de la cabra, él había pensado con cierta inquietud que le tocaría a un hombre. En cambio, en lugar de eso, el loco había matado un asno. Y después había pasado a un elefante. Ahora bien, entre una cabra y un elefante había espacio suficiente para el cuerpo de un hombre. No lo había hecho. ¿Por qué? ¿Por escasa consideración hacia los hombres? No; a los hombres les dejaba cada vez una nota en la que informaba del estado de su contracción, fuera lo que eso fuese, lo cual quería decir que a los hombres los tomaba en consideración, y de qué manera. Los advertía de un acontecimiento inminente. Puede que el loco disparara contra un hombre el lunes siguiente y ello debido a que lo situaba en la cúspide de la pirámide del reino animal. Así tendría que ser sin duda: la próxima vez le tocaría a un ser humano. En efecto, a diferencia de los otros animales, el hombre está dotado de razón. Y ese hecho lo vuelve superior. O por lo menos así se sigue creyendo, a pesar de todas las pruebas en sentido contrario que los propios hombres jamás han dejado de exhibir a lo largo de su secular historia.

5

La reunión empezó más tarde de lo previsto porque Fazio había encontrado mucho tráfico en el camino de vuelta de Fiacca. Nada más entrar en el despacho, le entregó dos balas al comisario.

BOOK: El primer caso de Montalbano
6.87Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Wishful Drinking by Carrie Fisher
False Angel by Edith Layton
Brothers by Bond by Brenda Cottern
Things Lost In The Fire by Katie Jennings
Ticker by Mantchev, Lisa
Energized by Mary Behre
Dianthe Rising by J.B. Miller
Laid and Leveraged by Alison Ford