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Authors: Ken Follett

En el blanco (7 page)

BOOK: En el blanco
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Este echó un vistazo a la estancia contigua, fuertemente iluminada, que en tiempos había sido la sala de armas de la mansión y que ahora albergaba toda suerte de dispositivos de apoyo, incluida la unidad central de procesamiento del sistema telefónico. Cada uno de los miles de cables que allí se veían estaba claramente identificado mediante etiquetas indelebles y claras que permitían minimizar el tiempo de inactividad en caso de fallo técnico. Stanley asintió en señal de aprobación.

Todo aquello estaba muy bien, pensó Toni, pero Stanley ya sabía que se le daban bien las tareas de organización. La parte más importante de su trabajo era asegurarse de que nada peligroso salía del NBS4, y en eso había fallado.

Había momentos en los que no tenía ni idea de lo que estaba pensando Stanley, y aquel era uno de esos momentos. ¿Lamentaba la muerte de Michael Ross, temía por el futuro de la empresa o estaba furioso por el fallo de seguridad? Si así fuera, ¿la pagaría con ella, con el fallecido o con Howard McAlpine? Cuando Toni le enseñara lo que Michael había hecho, ¿la felicitaría por su rápida deducción o la despediría por haber consentido que ocurriera?

Se sentaron juntos delante de una pantalla, y Toni tecleó las instrucciones necesarias para reproducir las imágenes que quería enseñarle. La potente memoria del ordenador almacenaba las imágenes de veintiocho días consecutivos antes de borrarlas. Toni conocía el programa como la palma de su mano y lo manejaba con soltura.

Estando allí, sentada junto a Stanley, le vino a la memoria un absurdo recuerdo de cuando tenía catorce años. Había ido al cine con su novio y le había consentido que deslizara la mano por debajo de su jersey. El recuerdo le produjo una sensación de bochorno y se sintió ruborizar. Deseó que Stanley no se diera cuenta.

En la pantalla apareció la imagen de Michael llegando a la entrada del recinto y enseñando su pase al guardia de turno.

—La fecha y hora figuran a pie de pantalla —explicó Toni—. Eran las 14.27 del ocho de diciembre. —Toni tecleó nuevas instrucciones y la pantalla mostró un Volkswagen Golf de color verde deteniéndose en una plaza de aparcamiento. Un hombre delgado se apeó del coche y sacó una bolsa de deporte del asiento trasero—. Fíjate en esa bolsa —señaló Toni.

—¿Por qué?

—Hay un conejo en su interior.

—¿Cómo puede ser?

—Supongo que está sedado, y seguramente atado con firmeza. Recuerda que Michael Ross llevaba años trabajando con animales de laboratorio. Sabía cómo tenerlos tranquilos.

La siguiente secuencia mostraba a Michael enseñando su pase de nuevo en recepción. Una atractiva mujer paquistaní de unos cuarenta años entró en el vestíbulo principal.

—Esa es Mónica Ansari —dijo Stanley.

—Era su compañera ese día. Tenía que entrar a trabajar con los cultivos de tejidos, y él iba a hacer un chequeo rutinario de los animales.

Ambos enfilaron el pasillo que Toni y Stanley habían recorrido poco antes, pero en lugar de doblar a la altura de la sala de control siguieron de largo hasta la puerta del fondo. Era una puerta idéntica a todas las demás del edificio, con cuatro entrepaños y un pomo de cobre, salvo que por dentro era de acero. En la pared adyacente colgaba el símbolo internacional de peligro biológico, en amarillo y negro.

La doctora Ansari sostuvo una tarjeta de plástico ante el lector de bandas magnéticas y luego apoyó el índice de la mano izquierda en una pequeña pantalla. Hubo una pausa, mientras el ordenador comprobaba que su huella coincidía con la información del microchip incorporado a la tarjeta magnética. Así se aseguraban de que ninguna persona sin autorización utilizaba una tarjeta extraviada o robada. Mientras esperaba, la doctora Ansari miró a la cámara de televisión y remedó un saludo militar. Luego la puerta se abrió y cruzó el umbral, seguida por Michael.

Otra cámara los mostraba ahora en el interior de un pequeño vestíbulo. En la pared, una hilera de cuadrantes permitía controlar la presión atmosférica en el interior del laboratorio. Cuanto más se adentraba uno en el NBS4, más baja era la presión atmosférica. Este gradiente aseguraba que cualquier fuga de aire se produciría de fuera adentro, no al revés. Desde el vestíbulo, se dirigieron cada uno a sus respectivos vestuarios.

—Aquí es cuando saca el conejo de la bolsa —observó Toni—. Si su compañero de aquel día hubiese sido un hombre, el plan no habría funcionado. Pero le había tocado Mónica y, huelga decirlo, no hay cámaras en los vestuarios.

—Maldita sea, no podemos poner cámaras de seguridad en los vestuarios —protestó Stanley—. Nadie querría trabajar aquí.

—Exacto —asintió Toni—. Tendremos que pensar en otra cosa. Mira esto.

La siguiente toma provenía de una cámara situada en el interior del laboratorio y mostraba varias jaulas de conejos superpuestas y cubiertas por una funda de plástico aislante transparente. Toni congeló la imagen.

—¿Podrías explicarme a qué se dedican exactamente los científicos en este laboratorio?

—Claro. Nuestro nuevo fármaco combate eficazmente muchos virus, pero no todos. En este experimento lo estábamos probando contra el Madoba-2, una variante del Ébola que causa una fiebre hemorrágica letal en los conejos y los seres humanos. Primero inoculamos el virus a dos grupos de conejos, y luego inyectamos el fármaco a uno de esos grupos.

—¿Qué habéis descubierto?

—Que en el caso de los conejos el fármaco no vence al Madoba-2. Ha sido un pequeño chasco, y es casi seguro que tampoco podrá curar este tipo de virus en los humanos.

—Pero eso no lo sabíais hace dieciséis días.

—Exacto.

—En tal caso, creo que entiendo qué estaba intentando hacer Michael.

Toni presionó una tecla para descongelar la imagen. Una silueta enfundada en un traje de aislamiento azul claro y casco con pantalla entró en el campo visual y se detuvo junto a la puerta para embutir los pies en un par de botas de goma. Luego estiró el brazo para coger una manguera amarilla enroscada sobre sí misma que colgaba del techo y la conectó a una entrada de aire acoplada a su cinturón. La manguera empezó a bombear aire y el traje se fue inflando hasta parecer el muñeco de Michelin.

—Ese es Michael —informó Toni—. Se cambió antes que Mónica, así que de momento está solo en el laboratorio.

—No debería pasar, pero pasa —observó Stanley—. La regla de las dos personas se respeta, pero no en todo momento. Merda. —Stanley tenía la costumbre de decir palabrotas en italiano, lengua que había aprendido de su mujer. Toni hablaba español, y por lo general entendía lo que él decía.

En la pantalla, Michael se acercó a las jaulas de los conejos, moviéndose con deliberada lentitud en el incómodo traje de aislamiento. Le daba la espalda a la cámara y, por unos instantes, el traje inflado ocultó lo que estaba haciendo. Luego se apartó de las jaulas y dejó caer algo sobre una de las mesas de acero inoxidable del laboratorio.

—¿Has notado algo raro? —preguntó Toni.

—No.

—Tampoco lo hicieron los guardias de seguridad que controlaban los monitores. —Toni trataba de defender a su gente.

Si Stanley no había visto lo que había pasado, difícilmente podría culpar a los guardias por no haberlo hecho—.Vuelve a mirar la secuencia. —Toni retrocedió un par de minutos y congeló la imagen en el momento en que Michael entraba en escena— Hay un conejo en esa jaula de arriba a la derecha.

—Sí, lo veo.

—Fíjate bien en Michael. Lleva algo debajo del brazo.

—Sí... envuelto en la misma tela azul de los trajes.

Toni pasó las imágenes deprisa y volvió a detenerse en el preciso instante en que Michael se apartaba de las jaulas.

—¿Cuántos conejos ves ahora en la jaula de arriba a la derecha?

—Dos, maldita sea. —Stanley no daba crédito a sus ojos—. Creía que tu teoría era que Michael se había llevado un conejo del laboratorio. ¡Lo que me acabas de enseñar es cómo introduce uno!

—Un sustituto. De lo contrario, sus compañeros se habrían dado cuenta de que faltaba un conejo.

—Vale, pero entonces ¿por qué lo hace? ¡Para salvar a un conejo, tiene que condenar a otro a una muerte segura!

—Suponiendo que pensara de modo coherente, y quizá sea mucho suponer, me imagino que creería que el conejo al que salvó tenía algo especial.

—Por el amor de Dios, todos los conejos son iguales.

—No para Michael, sospecho.

Stanley asintió.

—Tienes razón. Quién sabe qué le estaría pasando por la cabeza a estas alturas del campeonato.

Toni volvió a avanzar las imágenes.

—Cumplió con sus funciones como de costumbre: comprobó que hubiera agua y comida en las jaulas, se aseguró de que los animales siguieran vivos y fue tachando las tareas realizadas de su lista. Mónica entró poco después, pero se fue a un laboratorio aparte, a trabajar en sus cultivos de tejidos, así que no podía verlo. Michael se fue a la sala contigua, al laboratorio principal, para ocuparse de los macacos y luego regresó. Ahora fíjate bien.

Michael desconectó su manguera de aire, corno era natural antes de trasladarse de una sala a otra dentro del NBS4. El traje retenía aire fresco suficiente para tres o cuatro minutos, y si empezaba a agotarse la pantalla del casco se empañaba, advirtiendo así al usuario. Michael entró en la pequeña habitación que albergaba la cámara refrigeradora, donde se conservaban las muestras vivas de virus. Al ser la zona más segura de todo el edificio, era asimismo el lugar donde se guardaban todas las existencias del valiosísimo nuevo fármaco antiviral. Michael marcó una combinación de números en el panel digital de la cámara refrigeradora. Gracias a la cámara de seguridad instalada en el interior de la misma, vieron cómo seleccionaba dos dosis de fármaco antiviral, previamente medidas e introducidas en jeringas desechables.

—Supongo que la dosis pequeña debía de ser para el conejo, y la grande para él —puntualizó Tony—. Al igual que tú, esperaba que el fármaco resultara eficaz para combatir el Madoba-2.Tenía intención de curar al conejo y de paso inmunizarse a sí mismo.

—Los guardias podían haber visto cómo se llevaba el fármaco de la cámara.

—Pero no tenía por qué parecerles sospechoso. Michael tenía permiso para manipular su contenido.

—Podían haberse dado cuenta de que no apuntaba nada en el libro de registro.

—Quizá, pero recuerda que hay un solo guardia para treinta y siete pantallas, y no tienen experiencia en procedimientos de laboratorio.

Stanley masculló algo ininteligible.

—Michael debió pensar que nadie se daría cuenta de la discrepancia hasta la auditoría anual, y que incluso entonces la achacarían a un error administrativo. No sabía que yo planeaba hacer una inspección aleatoria.

En la pantalla de televisión, Michael cerró la cámara refrigeradora y volvió al laboratorio de los conejos, donde volvió a conectarse a la manguera.

—Ha terminado sus tareas —explicó Toni—. Ahora vuelve a las jaulas de los conejos. —Una vez más, la espalda de Michael no permitía ver lo que estaba haciendo—. Aquí es cuando saca a su conejo preferido de la jaula. Creo que lo mete en un traje hecho a medida para él, seguramente a partir de otro viejo.

Michael se volvió a medias, ofreciendo su perfil izquierdo a la cámara. Mientras se dirigía a la salida parecía llevar algo debajo del brazo derecho, pero no se veía con claridad.

Todo el que salía del NBS4 tenía que pasar por una ducha química que descontaminaba el traje, y luego darse una ducha normal antes de vestirse.

—El traje habría protegido al conejo de la ducha química —observó Toni—. Supongo que después tiraría el traje del conejo al incinerador. La ducha de agua no podía hacer ningún daño al animal. Luego, en el vestuario, metería al conejo en la bolsa de deporte. Cuando salió del edificio, los guardias lo vieron con la misma bolsa con la que había entrado, y no sospecharon nada.

Stanley se recostó en su silla.

—Maldita sea —dijo—. Habría jurado que era imposible.

—Se llevó el conejo a casa. Creo que el animal pudo morderle cuando le inyectó el fármaco. Entonces se lo inyectó a sí mismo pensando que estaría a salvo. Pero se equivocó.

Stanley parecía abatido.

—Pobre chico —se lamentó—. Pobre insensato.

—Ahora ya sabes tanto como yo —concluyó Toni. Lo observaba, a la espera del veredicto. ¿Habría llegado a su fin aquella etapa de su vida? ¿La pondría de patitas en la calle en plena Navidad?

Stanley la miró con franqueza.

—Hay una medida de seguridad obvia que habría impedido que esto ocurriera.

—Lo sé —se adelantó ella—. Registrar los objetos personales de todo el que entra y sale del NBS4.

—Exacto.

—He dado orden de que se haga desde esta mañana.

—A buenas horas.

—Lo siento —se disculpó Toni. Seguro que la echaba, lo veía claro—. Me pagas para impedir que ocurran estas cosas. Te he fallado. Supongo que querrás que dimita.

Stanley parecía irritado.

—El día que quiera despedirte, lo sabrás enseguida.

Toni se lo quedó mirando de hito en hito. ¿La había indultado?

El rostro de Stanley se destensó.

—De acuerdo, eres una persona concienzuda y te sientes responsable de lo ocurrido, aunque ni tú ni nadie más podía haber previsto algo así.

—Podía haber establecido el control obligatorio de los objetos personales.

—Seguramente yo lo habría vetado, con el argumento de que molestaría al personal.

—Ah.

—Así que te lo diré una sola vez. Desde que has entrado a trabajar aquí, este lugar es más seguro que nunca. Eres condenadamente buena, y no pienso dejarte escapar. Así que, por favor, basta ya de flagelarte.

De pronto, Toni se sintió desfallecer de alivio.

—Gracias —acertó a decir.

—Tenemos por delante un día de mucho ajetreo, así que pongámonos manos a la obra cuanto antes.

Stanley salió de la habitación.

Toni cerró los ojos y suspiró de alivio. Se había salvado. «Gracias», pensó.

08.30

Miranda Oxenford pidió un capuchino vienes coronado por una pirámide de nata montada. En el último momento, pidió también un trozo de pastel de zanahoria. Metió el cambio como pudo en el bolsillo de la falda y llevó su desayuno hasta la mesa donde su delgada hermana Olga la esperaba sentada ante un doble exprés y un cigarrillo. El local estaba decorado con guirnaldas de papel y un árbol de Navidad titilaba por encima de la tostadora eléctrica, pero alguien con un aguzado sentido irónico había puesto los Beach Boys como música ambiental, y sonaba «Surfin’ USA».

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