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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

Espadas contra la muerte (23 page)

BOOK: Espadas contra la muerte
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Fafhrd salió al instante de la cueva, tensó rápidamente su arco y puso en él una flecha larga como su brazo. Escudriño cuesta arriba, y en la cima, diminutas como insectos más allá de la mortífera punta de la flecha, había media docena de figurar con sombreros cónicos, claramente silueteadas contra la luz amarillo púrpura del alba. También parecían atareadas como insectos, manejando rabiosamente una bola blanca tan alta como ellos.

Fafhrd espiró a medias, se detuvo y sobó la flecha. Las diminutas figuras siguieron atareadas unos instantes con la gruesa bola, hasta que la más cercana se levantó convulsamente y cayó sobre la bola, la cual empezó a rodar cuesta abajo, llevando consigo al sacerdote negro atravesado por la flecha y acumulando nieve en su descenso. Pronto el sacerdote quedó sepultado bajo la corteza de nieve cada vez más gruesa, pero no sin que antes sus miembros bamboleantes hubieran cambiado el rumbo de la bola, de modo que se estrelló a una lanza de distancia con respecto a la entrada de la cueva.

Cuando se extinguió el estrépito, el Ratonero se asomó cautamente.

—He desviado la segunda avalancha observó Fafhrd tranquilamente—. Pongámonos en marcha.

El Ratonero se dispuso a rodear la colina, por un largo camino serpenteante que parecía traicionero a causa de la nieve y la roca resbaladiza, pero Fafhrd tuvo otra idea.

—No, iremos directamente a la cima, donde sus bolas de nieve nos han abierto un camino. Son demasiado astutos para esperar que sigamos ese camino.

Sin embargo, mantuvo una flecha colocada en el arco mientras subían por la cuesta rocosa y avanzaron con mucha cautela al aproximarse a la cima desierta. Un paisaje blanco, en el que estaban diseminados los puntos verdes del hielo, se extendía ante ellos, pero no vieron ninguna mancha oscura que se moviera por él, y tampoco había cerca de allí ningún lugar apto para ocultarse. Fafhrd destensó su arco y se echó a reír.

—Parece que han ahuecado el ala. Sin duda regresan a su montañita verde para calentarse. En cualquier caso, nos hemos librado de ellos.

—Sí, igual que nos libramos ayer comentó secamente el Ratonero—. La caída del asaltante no parece preocuparles lo más mínimo, pero sin duda están muertos de miedo porque has atravesado con una flecha a otro de ellos.

—De todos modos, suponiendo que fueran efectivamente siete sacerdotes negros, ya no quedan más que cinco.

Y precedió a su amigo por el otro lado de la colina, dando grandes y temerarias zancadas. El Ratonero le siguió lentamente, haciendo oscilar una piedra en la cazoleta de su honda, mirando incansable en todas direcciones. Cuando llegaron a la nieve la escudriñó en busca de huellas, pero no había ninguna en toda la extensión que abarcaba la mirada ni a un lado ni al otro. Una vez en el pie de la colina, Fafhrd le llevaba una delantera de un tiro de piedra, y para acortar la distancia el Ratonero apretó el paso, pero sin descuidar su vigilancia. Atrajo su atención un montículo de nieve que se alzaba delante de Fafhrd. Las sombras podrían haberle revelado si había alguien agazapado detrás, pero la neblina púrpura amarillenta ocultaba el sol, por lo que siguió vigilando el montículo al tiempo que apresuraba el paso. Llegó a la elevación y vio que no había nadie detrás casi en el mismo momento que llegaba a la altura de Fafhrd.

El montículo estalló en una dispersión de trozos de nieve apelmazada y apareció un hombrecillo negro de vientre voluminoso y colgante, el cual se lanzó contra Fafhrd con el brazo de ébano extendido y armado de un cuchillo dirigido al cuello del nórdico. Casi al mismo tiempo, el Ratonero se lanzó hacia delante haciendo girar su honda. La piedra, todavía en la cazoleta de la honda, alcanzó al atacante en pleno rostro. El cuchillo erró el golpe por unas pulgadas, y el atacante cayó al suelo. Fafhrd miró a su alrededor con tibio interés.

La herida en la frente del atacante era tan profunda que no había duda de que había traspasado el umbral de la muerte, pero el Ratonero se quedó mirándole durante largo tiempo.

—Sí, es un hombre de Klesh —dijo en tono meditativo—, pero más gordo, armado contra el frío. Es extraño que hayan venido hasta un lugar tan lejano para servir a su dios.

Alzó la vista y, sin alzar el brazo, hizo girar velozmente su honda..., como haría un bravucón en un lugar solitario a guisa de advertencia a los merodeadores.

—Quedan cuatro—dijo, y Fafhrd asintió silenciosa y serenamente.

Durante toda aquella jornada cruzaron el Yermo Frío, con la atención en vilo, pero sin que hubiera más incidentes. Se entabló un viento helado y el Ratonero se cubrió boca y nariz con la capucha. Incluso Fafhrd, natural de tierras frías, se arrebujó cuanto pudo en su manto.

Cuando el cielo adquiría una coloración ocre oscuro e índigo, Fafhrd se detuvo de improviso, tensó el arco y disparó una flecha. Por un momento el Ratonero, que estaba un poco molesto por la actitud meditabunda de su camarada, pensó que el nórdico disparaba a la nieve, pero ésta saltó, revelando cuatro pezuñas grises, y el Ratonero se dio cuenta de que Fafhrd había derribado a un cuadrúpedo de pelaje blanco. Se lamió ávido los labios ateridos, mientras Fafhrd desangraba y destripaba con destreza el animal y se lo echaba al hombro.

Un poco más adelante había un afloramiento de roca negra Fafhrd lo contempló un momento y luego extrajo una pequeña hacha que llevaba sujeta al cinto y golpeó cuidadosamente la roca con la parte superior del mango. El Ratonero recogió en su manto los fragmentos grandes y pequeños que se desprendieron. Podía palpar su untuosidad y ya se sentía caldeado por la mera idea de la magnífica llama que producirían.

Más allá de las rocas había un risco bajo en cuya base se abría la boca de una cueva ligeramente resguardada por una roca alta situada a unas dos longitudes de lanza. El Ratonero experimentó una deliciosa sensación reconfortante mientras seguía a Fafhrd hacia el invitador orificio negro. Aterido por el frío, dolorido a causa de la fatiga y muerto de hambre, había temido que hubieran de pasar la noche a la intemperie y contentarse con los huesos de las aves que cenaron la noche anterior. Ahora, en un espacio de tiempo asombrosamente coreo, habían encontrado alimento, combustible y abrigo. Todo tan maravillosamente conveniente...

Y entonces, mientras Fafhrd rodeaba la roca protectora y caminaba hacia la boca de la cueva, una idea cruzó por la mente del Ratonero: todo aquello era demasiado conveniente. Sin pensarlo más, dejó caer el carbón y se abalanzó hacia su compañero, el cual cayó al suelo de bruces. Un dardo pasó zumbando por encima de su cabeza y produjo un débil chasquido al chocar con la roca. Sin pausa, el Ratonero corrió a la boca de la cueva, al tiempo que desenvainaba su espada «Escalpelo». Al entrar en la cueva, se ladeó un poco a la izquierda, luego de súbito a la derecha y se pegó a la pared rocosa, azotando la oscuridad con su espada mientras trataba de adaptar la vista a la negrura.

Frente a él, al otro lado de la entrada, la cueva se doblaba formando un codo, y el Ratonero vio con sorpresa que su extremo no estaba a oscuras, sino débilmente iluminado por una luz pulsátil que no parecía la del fuego ni la del crepúsculo exterior. En todo caso, se parecía al brillo antinatural que habían visto allá en los Huesos de los Antiguos.

Pero antinatural o no, tenía la ventaja de siluetear al antagonista del Ratonero. El individuo, que estaba en cuclillas, parecía sujetar algo que era más bien un cuchillo curvo que una cerbatana. Cuando el Ratonero saltó hacia él, se escabulló a lo largo del codo y dobló la esquina de donde salía el brillo pulsátil. El asombro del Ratonero fue en aumento, pues ahora no sólo percibía un calor creciente a medida que avanzaba, sino también humedad en el aire. Dobló la esquina. El sacerdote negro, que se había detenido algo más allá, le atacó, pero el Ratonero estaba preparado para esto y «Escalpelo» alcanzó a su adversario limpiamente en el pecho, en su mismo centro, traspasándole mientras el cuchillo curvo golpeaba inútilmente el aire vaporoso.

Por un instante el sacerdote fanático intentó avanzar a lo largo de la delgada hoja, hasta acercarse lo suficiente al Ratonero para golpearle, pero en seguida el atroz resplandor se extinguió en sus ojos y se desplomó, mientras el Ratonero extraía la hoja con repugnancia.

El herido retrocedió tambaleándose hacia el brillo vaporoso, y el Ratonero pudo ver que éste procedía de un pequeño hoyo a escasa distancia. Gimiendo y vomitando sangre, el negro se deslizó por el hoyo y desapareció. Se oyó el ruido de un cuerpo al chocar con rocas, una pausa, un débil chapoteo y luego nada en absoluto, excepto el suave y distante burbujeo, el hervor que, como pudo ver el Ratonero, salía constantemente de aquel agujero..., hasta que llegó Fafhrd, tardíamente y pisando fuerte.

—Sólo quedan tres —le informó tranquilamente el Ratonero—. El cuarto se está cociendo en el fondo de ese pozo. Pero esta noche deseo una cena a base de asado, no de cocido, y además, no tengo un tenedor lo bastante largo, así que ve a buscar las piedras que he dejado caer.

Fafhrd puso objeciones al principio, mirando casi con superstición el hoyo por donde salía el vapor, e instó a su compañero para ir en busca de otro alojamiento. Pero el Ratonero arguyó que pasar la noche en la cueva ahora vacía y fácilmente explotable era mucho mejor que arriesgarse a una emboscada en la oscuridad exterior. Para alivio del Ratonero, Fafhrd accedió tras haberse asomado al pozo en busca de posibles asideros que pudieran ayudar a un atacante vivo 0 cocido. El hombrecillo no deseaba abandonar aquel lugar agradablemente humeante.

Hicieron una fogata contra la pared externa de la cueva y cerca de la entrada, de modo que nadie pudiera entrar sin que las llamas revelaran su presencia. Tras haber dado cuenta del hígado asado y unos cuantos pedazos de carne dura y chamuscada, y arrojado los huesos al fuego, donde chisporrotearon alegremente, Fafhrd se apoyó en la pared rocosa y le pidió al Ratonero que le dejara ver el ojo de diamante.

El Ratonero accedió a regañadientes, experimentando de nuevo repugnancia por el círculo alquitranoso que rodeaba a la piedra de brillo gélido. Tenía la sensación de que Fafhrd iba a hacer algo desacertado con la piedra, aunque no sabía qué. Pero el nórdico se limitó a mirarla un momento, casi perplejo, y luego se la guardó en su bolsa. El Ratonero empezó a objetar,. pero Fafhrd le replicó secamente que era su propiedad común. Al hombrecillo de gris no le quedó más remedio que estar de acuerdo.

Habían decidido montar guardia por turnos, Fafhrd el primero. El Ratonero se cubrió con su manto y apoyó la cabeza en una almohada formada por la bolsa y la capucha dobladas. El fuego de carbón llameaba y el extraño brillo del pozo latía débilmente. El Ratonero encontraba decididamente agradable hallarse entre el calor seco del primero y la húmeda tibieza del último, ambos especiados por el gélido aire exterior. Observaba el juego de las sombras con los ojos entrecerrados. Fafhrd estaba sentado entre el Ratonero y las llamas, tenía los ojos bien abiertos, alerta, y su voluminosa figura era tranquilizadora. El último pensamiento del Ratonero antes de dormirse fue que estaba bastante contento de que Fafhrd tuviera el diamante, pues así su almohada era mucho menos irregular.

Se despertó al oír una extraña voz suave. Vio que el fuego había menguado y, por un momento aterrador, pensó que un extraño había penetrado de algún modo en la cueva, quizá musitando unas palabras hipnóticas para hacer dormir a su compañero. Entonces se dio cuenta de que la voz era la misma que había utilizado Fafhrd la noche anterior, y que el nórdico contemplaba el ojo de diamante como si en la brillante superficie se sucedieran visiones ilimitadas, y lo mecía lentamente de un lado a otro. Aquel movimiento hacía que los rayos resplandecientes de la gema sincronizaran con el resplandor pulsátil de un modo que al Ratonero no le gustó.

—La sangre de Nehwon —murmuraba Fafhrd, en un tono que era casi un cántico— todavía late fuertemente bajo su arrugada piel de roca, y de las heridas en las montañas todavía brota cálida y pura. Pero necesita sangre de héroes antes de que pueda adoptar la forma de los hombres.

El Ratonero se levantó, cogió a Fafhrd por el hombro y le agitó suavemente.

—Aquellos que adoran realmente a Nehwon —siguió diciendo Fafhrd en trance, como si nada ocurriera—, vigilan las heridas de sus montañas, aguardan y rezan por el gran día del cumplimiento, cuando Nehwon despierte de nuevo, esta vez en forma humana, y se libre del veneno llamado hombres.

El Ratonero le agitó con violencia y Fafhrd se despertó sobresaltado..., pero afirmó que había estado despierto codo el tiempo y que el Ratonero había sufrido una pesadilla. Se rió de las protestas de su amigo y negó rotundamente que hubiese hablado. Tampoco quiso entregarle el diamante, que guardó e n el fondo de su bolsa, bostezó por dos veces y se quedó dormido mientras el Ratonero seguía reconviniéndole.

La guardia del Ratonero no fue agradable. En lugar de su confianza anterior en aquel escondrijo rocoso, ahora percibía el peligro en todas las direcciones y escudriñaba con tanta frecuencia el pozo vaporoso como la entrada negra más allá de los carbones ardientes, entreteniéndose con vívidas imágenes de un sacerdote cocido que de alguna manera lograba llegar contorsionándose hasta él. Entretanto, la parte más lógica de su mente se ocupaba en la teoría inquietante y plausible de que la capa cálida más interna de Nehwon estaba realmente celosa .del hombre, y que la colina verde era uno de aquellos lugares donde el interior de Nehwon trataba de librarse de su jubón rocoso y convertirse en invencibles gigantes de piedra viva con forma humana. Los sacerdotes negros kleshitas serían adoradores de Nehwon deseosos de la destrucción de todos los demás hombres. Y el ojo de diamante, lejos de ser un botín valioso e inocuo, de algún modo estaba vivo y trataba de encantar a Fafhrd con su mirada resplandeciente y conducirle a una oscura condenación.

Por tres veces el Ratonero trató de quitarle la gema a su camarada, la tercera de ellas rasgando el fondo de la bolsa del nórdico. Pero aunque el Ratonero sabía que era el ratero más hábil de Lankhmar, aunque quizá le faltaba un poco de práctica, en cada ocasión Fafhrd apretó con fuerza la bolsa contra su costado, murmuró tercamente en sueños y apartó de un certero manotazo la mano indagadora del Ratonero. Este pensó en apoderarse del ojo de diamante a la fuerza, pero le detuvo la convicción de que esto provocaría una resistencia peligrosa en el nórdico. Lo cierto era que tenía fuerces recelos acerca del estado en que despertaría su camarada.

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