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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción

Galápagos (11 page)

BOOK: Galápagos
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El macho dejaba de hacer aquello en lo que estaba tan ocupado, que era nada. Veía a la hembra. Apartaba los ojos, y volvía a mirarla, inmóvil, y en silencio. Los dos tenían voz, pero en ningún momento de la danza emitían sonido alguno.

La hembra miraba a un lado y a otro, y luego, accidentalmente, su mirada se cruzaba con la del macho. Estaban separados cinco metros o algo más.

Cuando Mary mostraba la película de la danza en la escuela secundaria, solía decir en este pasaje, como si estuviera hablando en nombre de la hembra:

—¿Qué puede querer de mí esta persona tan rara? ¡Realmente! ¡Qué extravagancia!

El macho alzaba una brillante pata azul. La extendía en el aire como un abanico de papel.

Mary Hepburn decía una vez más, personificando a la hembra:

—¿Qué puede ser eso? ¿Una de las maravillas del mundo? ¿Se cree que es el único pata azul de las islas?

El macho bajaba la pata y levantaba la otra, acercándose un paso a la hembra. Luego le mostraba la primera una vez más, y luego una vez más la segunda, mirándola fijamente a los ojos.

Mary decía en nombre de la hembra:

—Yo me largo.

Pero la hembra no se largaba. Parecía pegada a la lava mientras el macho le mostraba una pata y luego la otra sin dejar de acercársele todo el tiempo.

Entonces la hembra levantaba una de sus patas azules y Mary decía:

—¿Crees que tienes las patas tan bonitas? Mira esto si quieres ver una bonita pata. Sí, y tengo otra además.

La hembra bajaba una pata y levantaba la otra acercándose un paso al macho.

Mary callaba entonces. Ya no habría bromas antropomórficas. Seguir con el espectáculo corría ahora por cuenta de las aves. Acercándose entre sí con el mismo paso grave y majestuoso, sin que ninguno de los dos se apresurase o demorase, se encontraban por fin pecho contra pecho y pie contra pie.

En la escuela secundaria de Ilium, los alumnos no esperaban ver copular a las aves. La película era tan famosa, desde que Mary la había exhibido en el auditorio un mes de mayo, y luego años y años como una celebración educativa de la primavera, que todo el mundo sabía que no vería copular a las aves.

Lo que esas aves hacían frente a la cámara era sin embargo sumamente erótico. Ya pecho contra pecho y pie contra pie, erguían los cuellos sinuosos como astas de banderas. Echaban la cabeza atrás tanto como podían, y juntaban los largos cuellos y las mandíbulas. Entre las dos formaban una torre, una única estructura afilada en lo alto y posada sobre cuatro patas azules.

De este modo quedaba solemnizado el matrimonio.

No había más testigos, no había otro pájaro bobo que celebrara qué buena pareja hacían o lo bien que habían bailado. En la película que Mary Hepburn solía exhibir en la escuela —quizá la misma, pensaba Bobby King, que la señora Onassis y Rudolf Nureyev disfrutarían por la cadena educativa—, los únicos testigos eran los miembros de cerebro voluminoso del equipo de filmación.

El título de la película era
Apuntando al cielo,
el mismo nombre que daban los científicos de cerebro voluminoso al momento en que las cabezas de las dos aves señalaban en la dirección exactamente opuesta a la de la atracción de la gravedad.

Y la señora Onassis se sintió tan conmovida por esta película que hizo que su secretaria llamara a Bobby King la mañana siguiente y preguntara si no sería demasiado tarde para reservar dos camarotes exteriores en la cubierta principal del
Bahía de Darwin
y emprender ellos también «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».

20

Mary Hepburn solía conceder puntos adicionales a sus alumnos si escribían un pequeño poema o ensayo sobre esta danza nupcial. Aproximadamente la mitad de ellos entregaba algo, y de éstos poco más o menos la mitad consideraba que la danza era una prueba de que los animales veneraban a Dios. El resto de las respuestas tenía en cuenta otros aspectos. Un estudiante presentó un poema que Mary recordaría hasta el día de su muerte, y que le enseñó a Mandarax. El alumno se llamaba Noble Claggett, y moriría en la guerra de Vietnam; pero allí estaba su poema en el interior de Mandarax, y en compañía de fragmentos de algunos de los más grandes escritores que nunca hayan vivido. Era como sigue:

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Por supuesto te quiero;

tengamos pues un hijo

que dirá exactamente

lo mismo que sus padres.

Etcétera.

Noble Claggett (1947-1966)

Algunos alumnos pedían permiso para escribir sobre alguna otra criatura de las Galápagos, y Mary, que era tan buena profesora, contestaba que sí, claro está. Y la alternativa favorita eran los expoliadores de los pájaros bobos, los grandes rabihorcados. Estos James Wait del mundo avícola se alimentaban del pescado que los pájaros bobos atrapaban, y el material para sus propios nidos lo sacaban de los nidos de los pájaros bobos. A cierta especie de alumno esto le parecía gracioso, y ese estudiante era casi invariablemente de sexo masculino.

Y un rasgo físico, singular, de los rabihorcados machos, también estaba destinado a atraer la atención de los varones humanos inmaduros, concentrados en la actividad eréctil de sus propios órganos sexuales. En la época del apareamiento los grandes rabihorcados machos intentaban atraer la atención de las hembras inflando un gran globo rojo en la base del cuello. En la época del apareamiento, y vista desde arriba, una bandada típica de rabihorcados parecía una enorme fiesta para niños humanos en la que cada uno de ellos hubiera recibido un globo rojo. De hecho, en esta época los grandes rabihorcados machos pavimentaban la isla, todos con la cabeza echada para atrás, los méritos maritales acrecentados por los pulmones a punto de reventar, mientras, en lo alto, las hembras volaban en grandes círculos.

Una por una las hembras se dejaban caer, habiendo escogido este o aquel otro globo rojo.

• • •

Cuando Mary Hepburn terminaba de mostrar la película sobre los grandes rabihorcados, y se levantaban las persianas de la clase y se encendían las luces, algunos alumnos, una vez más casi siempre de sexo masculino, solían preguntar, invariablemente, a veces de manera cínica, otras cómica, otras en fin amarga, pues odiaban a las mujeres y las temían:

—¿Siempre intentan las hembras escoger los más grandes?

De modo que Mary tenía pronta una respuesta tan coherente, palabra por palabra, como cualquiera de las citas almacenadas en Mandarax:

—Para responder a eso, tendríamos que entrevistar a las hembras de los rabihorcados, y que yo sepa nadie lo ha hecho hasta ahora. Algunas personas han consagrado su vida a estudiarlos, sin embargo, y según ellos las hembras en realidad eligen los globos rojos que señalan los sitios más adecuados para anidar. Esto tiene sentido en términos de supervivencia, como supongo entenderéis.

»Y esto nos retrotrae al misterio realmente profundo de la danza nupcial de los pájaros bobos de patas azules, que no parece tener conexión alguna con la supervivencia, la necesidad de anidar o pescar, ¿Por qué la ejecutan entonces? ¿Nos atreveremos a llamarla «religión»? Si carecemos de esa clase de coraje, ¿podríamos llamarla «arte» al menos?

»Vuestros comentarios, por favor.»

La danza de los pájaros bobos de patas azules, que la señora Onassis sintió de pronto deseos de ver en vivo, no ha cambiado un ápice en un millón de años. Tampoco han aprendido estas aves a tener miedo de nada. Tampoco han mostrado la más ligera inclinación a abandonar la aviación y hacerse submarinas.

En cuanto a la significación de la danza nupcial de los pájaros bobos de patas azules: estas aves son enormes moléculas de brillantes patas azules y no tienen ninguna posibilidad de elección. Por su propia naturaleza, les es preciso bailar exactamente como lo hacen.

Los seres humanos eran moléculas que podían ejecutar muchas especies de bailes, o negarse a bailar en absoluto, según se les antojara. Mi madre sabía bailar el vals, el tango, la rumba, el charleston, el lindy hop, el jitterbug, el watusi y el twist. Papá se negaba a bailar, como era su privilegio.

21

Cuando la señora Onassis dijo que quería ir en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza», todo el mundo también quiso ir, y Roy y Mary Hepburn fueron olvidados casi enteramente, con su lamentable pequeña cabina bajo la línea de flotación. A fines de marzo, King pudo presentar una lista de pasajeros encabezada por la señora Onassis y seguida por nombres casi tan fascinantes como el de ella: el doctor Henry Kissinger, Mick Jagger, Paloma Picasso, William F. Buckley, Jr., y, por supuesto, *Andrew MacIntosh, Rudolf Nureyev, Walter Cronkite, etcétera, etcétera. En la publicación que incluía la lista de pasajeros se decía que *Zenji Hiroguchi, que viajaba con el nombre de Zenji Kenzaburo, era un famoso experto en enfermedades de animales, para que pareciese así que estaba más o menos a la misma altura que los otros pasajeros.

En la lista no se incluyeron dos nombres por cuestión de delicadeza, con el fin de no plantear la embarazosa cuestión de quiénes eran, pues no eran nadie en absoluto: Roy y Mary Hepburn, con su lamentable pequeña cabina por debajo de la línea de flotación.

Y luego esta lista algo cercenada se convirtió en la lista oficial. De modo que cuando Aerolíneas Ecuatorianas envió un telegrama a cada miembro de la lista notificándoles que habría un vuelo especial para todo el que por casualidad estuviera en Nueva York la noche anterior a la partida del
Bahía de Darwin,
Mary Hepburn no se contaba entre los notificados. Unas limusinas los recogerían en cualquier sitio de la ciudad en que se encontraran y los llevarían al aeropuerto. Cada uno de los asientos del avión podía convertirse en cama, y los asientos para turistas fueron reemplazados por mesas de cabaret y una pista de baile, donde una compañía del Baile Folklórico Ecuatoriano ejecutaría danzas características de varias tribus indias, incluyendo la danza del fuego de los furtivos kanka-bonos. Se servirían comidas de
gourmet
acompañadas de vinos dignos de los mejores restaurantes de Francia. Todo esto sería libre de cargo, pero Roy y Mary Hepburn nunca lo supieron.

Sí, y no recibieron la carta que el doctor José Sepúlveda de la Madrid, el presidente de Ecuador, les envió en junio a todos los demás y en la que se los invitaba a un desayuno de gala en honor de los pasajeros en el Hotel El Dorado, seguido de un desfile en el que irían en floridas carrozas tiradas por caballos, desde el hotel hasta el muelle, donde embarcarían.

Tampoco recibió Mary el telegrama que King envió a todo el mundo el primero de noviembre, en el que reconocía que las nubes de tormenta que aparecían en el horizonte económico eran en verdad alarmantes. La economía del Ecuador, sin embargo, parecía todavía sólida, por lo que no había razones para creer que el
Bahía de Darwin
no navegase tal como había sido planeado. Lo que no decía la carta, aunque King lo sabía, era que la lista de pasajeros había quedado reducida casi a la mitad. Las cancelaciones habían llegado de virtualmente todos los países allí representados, con excepción del Japón y los Estados Unidos. De modo que casi todos los que aún tenían intención de viajar se encontrarían en ese vuelo especial desde la ciudad de Nueva York.

Y entonces la secretaria de King entró en el despacho para decirle que acababa de escuchar por radio que el Departamento de Estado aconsejaba a los ciudadanos norteamericanos que no viajaran al Ecuador en las presentes circunstancias.

De modo que eso fue lo que sucedió con lo que King consideraba el mejor trabajo de todos los que había hecho. Sin saber nada de arquitectura naval, había conseguido que un barco fuera más atractivo convenciendo a los propietarios de que no lo llamaran, como habían pensado,
Antonio José de Sucre,
sino
Bahía de Darwin.
Había transformado lo que habría sido mera rutina, un viaje de dos semanas a las islas, en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza». ¿Cómo había hecho semejante milagro? Simplemente no dándole nunca otro nombre que el de «Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza».

Si, como ahora le parecía evidente a King, el
Bahía de Darwin
no se hacía a la mar en «el Crucero del Siglo para el Conocimiento de la Naturaleza» al mediodía del día siguiente, algunos efectos colaterales de la campaña persistirían un tiempo. Había enseñado a la gente abundante historia natural en los folletos de publicidad sobre las maravillas que verían la señora Onassis, el doctor Kissinger, Mick Jagger, etcétera, etcétera. Había creado dos nuevas celebridades: Robert Pépin, que King había declarado «el más grande
chef
de Francia» después de contratarlo como jefe de cocina en el viaje inaugural, y el capitán Adolf von Kleist, capitán del
Bahía de Darwin,
con su narizota y el aire de estarle escondiendo al mundo una indecible tragedia personal, y que en los reportajes televisivos resultó ser un comediante de primera.

King tenía en sus archivos la transcripción del desempeño del capitán en
El espectáculo de esta noche
del que era estrella Johnny Carson. En ese espectáculo, como en todos los demás, el capitán estaba deslumbrante en el uniforme blanco y dorado que tenía derecho a llevar como almirante de la Reserva Naval Ecuatoriana. La transcripción era como sigue:

• • •

C
ARSON
: «Von Kleist», de algún modo, no suena a apellido sudamericano.

C
APITÁN
: Es inca… en verdad es uno de los apellidos incas más corrientes, como «Smith» o «Jones» en inglés. Ya habrá leído las crónicas de los conquistadores españoles, que destruyeron el imperio inca por ser tan anticristiano.

C
ARSON
: ¿Sí…?

C
APITÁN
: Supongo que las habrá leído.

C
ARSON
: Las tengo en mi mesa de noche junto con
Éxtasis y yo,
la autobiografía de Hedy Lamarr.

C
APITÁN
: Entonces sabrá que uno de cada tres indios quemados por herejes se llamaba von Kleist.

C
ARSON
: ¿Son grandes las fuerzas navales ecuatorianas?

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