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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (29 page)

BOOK: Guardianas nazis
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«… porque había tres o cuatro centenares de mujeres allí. La señora Braunsteiner dijo a las mujeres que tenían que deshacerse de sus hijos porque los niños iban a ir a un campamento de verano donde obtendrían leche dos veces al día. Las madres no querían renunciar a sus hijos porque sabían lo que pasaría. La señora Braunsteiner comenzó a golpear a una mujer mayor con un niño, tanto que la señora se desplomó. La mujer había muerto y el niño estaba muerto. Nosotros tuvimos que apartarles y dejar que entrara nuestro vagón. Eso fue en junio».

Por último, una dentista de Varsovia, Danuta Czaykowska-Medryk, juró ante la Audiencia de Düsseldorf que había avistado a la acusada mientras escogía a mujeres que los médicos o bien habían pasado por alto o bien habían incluso descartado. Entonces llegaba Braunsteiner y las seleccionaba para ser gaseadas.

«En ese día, algunas mujeres polacas tiraban de las mujeres judías intentando esconderlas. Braunsteiner corrió hacia una de esas mujeres que quería ocultar una mujer judía y le pateó y le pegó»
[40]
.

En el mismo artículo se especifica que en ese mes la doctora Czaykowska-Medryk declaró haber visto a la guardiana agarrar a los niños y echarlos al camión para ser arrastrados a las cámaras de gas. «Una policía se negó a ayudar y Braunsteiner la golpeó en la cara», reseñó la exreclusa.

El primer contacto de la superviviente con su captora fue en febrero de 1943, cuando otra de las vigilantes les ordenó que llevasen arena y ladrillos. Entonces, «la supervisora Braunsteiner se acercó con un perro y nos hizo correr usando un látigo. Ella nos golpeaba con el látigo». Un mes más tarde la
Aufseherin
usó de nuevo la fusta para hacer que las presas se movieran más rápido en el entretanto que llevaban ladrillos y arena. No paraba de vociferarles: «¡más rápido, más rápido!» a la par que manejaba un látigo y un palo contra las piernas de las internas.

«Ella tenía una capa sobre su uniforme y un perro. Lo recuerdo claramente, porque ella fue la primera mujer con un perro. Era un perro policía, sin bozal, pero agarrado con una correa. (…) En su comando, el perro se tiraba hacia los prisioneros»
[41]
.

En otra ocasión la testigo detalló cómo una tarde
la Yegua
empezó a darle patadas tanto a ella como a otras reclusas del campamento. Eran coces frecuentes e inhumanas, de gran violencia, lo mismo que reflejaba su sobrenombre de
The Mare
.

Justo antes de abandonar el estrado la doctora polaca señaló a Hermine Braunsteiner Ryan como la exguardiana de la prisión. «El momento en el que entré, la reconocí». En ese preciso instante a la
Aufseherin
se le escuchó comentar a su marido que estaba sentado a su lado, «fácil de decir».

El próximo testimonio desgarrador es el de una polaca llamada Stella Kolin que había sido capturada en el gueto de Varsovia y enviada directamente al campamento de Majdanek. Un día del mes de mayo de 1943, la joven vio a su padre al otro lado de la alambrada que separaba el campo de las mujeres del de los hombres. Se acercó para abrazarlo, pero les distanciaba una valla doble electrificada. A pesar de que se estaba muriendo de hambre, Stella quiso darle su ración diaria de pan. Estaba demasiado delgado. Le tiró el pedazo en su dirección pero no logró alcanzarlo. Rebotó contra los cables. Entonces, empezó a sonar la aguda alarma en todo el campo.

«Casi de inmediato, yo estaba rodeada de guardias. Ellas me arrastraron delante de Hermine Braunsteiner, la peor de las bestias del campo. Me castigó a 25 latigazos y miró cómo una de las guardias llevaba a cabo el castigo con un látigo. Me desmayé después del noveno golpe.

Estoy tumbada en mi litera, medio muerta y sangrando. Tengo miedo de que si no voy mañana a trabajar, me enviará a la cámara de gas»
[42]
.

La imagen detallada y desoladora que estos testimonios aportaron sobre las condiciones de vida en este campo de concentración, fueron cruciales para conocer más de cerca el comportamiento de esta criminal nazi. También para no olvidar ninguno de sus despiadados asesinatos veinte años después de su primera puesta en libertad en 1951.

ERRORES EN EL PRIMER JUICIO

Analizando algunos de los casos de las vigilantes que participaron en la aniquilación de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, sale a relucir el analfabetismo de muchas de ellas —víctimas también del sistema alemán—. Aquella situación pareció inclinarlas a cumplir unas órdenes impensables en otro momento, pero que en ese instante eran imprescindibles si no querían engrosar la lista de muertos. Muchas declararon que lo hicieron obligadas, pero Hermine

Braunsteiner no pertenecía a esa mayoría.
La Yegua de Majdanek
disfrutaba haciendo el trabajo que le había proporcionado el nuevo orden ultraderechista. Quizá no sabía leer ni escribir correctamente, pero sí golpear, maltratar, vejar y asesinar sin ningún pudor a prisioneros indefensos.

Aquel valor y arrojo ante el más débil le otorgó uno de los honores más importantes para todo empleado de las
Waffen-SS
: la
Kriegsverdienstkreuz Zweiter Klasse
(Cruz de Segunda Clase por Servicios en la Guerra) que recibían todos los que cumplían tres años de servicio. Para sus superiores Braunsteiner tenía mucha valía y su merecimiento fue aplaudido de forma unánime por el resto de camaradas. Su nuevo trofeo le sirvió para aumentar, si cabe, su mala fama y para no levantar el pie del acelerador respecto a sus feroces costumbres. Se puede decir que 1943 fue uno de sus mejores años, laboralmente hablando. Para sus víctimas, el demonio vestido de mujer.

No obstante, el destino le tenía preparado una nueva sorpresa. Con la llegada del ejército soviético a Majdanek, la evacuación tenía que ser inminente. En enero de 1944 deciden trasladarla de nuevo al campo de concentración de Ravensbrück para ejercer esta vez como
Oberaufseherin
. Su área de actuación sería el subcampo de Genthin con unas 700 reclusas bajo su responsabilidad. Entre sus compañeros se encontraba la doctora Elsa Oberhauser, juzgada tiempo después por inyectar a los presos ácido fenólico en las venas. Había encontrado una buena forma de asesinarlos. Braunsteiner siempre negó que hiciera este tipo de experimentos médicos durante su estancia.

Durante el año que la supervisora nazi dirigió su pequeña «parcela», las aberraciones y crímenes no cesaron. Pero nadie hacía ninguna objeción, por lo que Braunsteiner continuó machacando física y psicológicamente a sus internas. Según testimonios posteriores, un látigo era su fiel compañero de juegos.

Dicen que cuando un barco se hunde los primeros en salir corriendo son las ratas… Este fue el caso de Hermine. Cuando vio que los aliados ya se iban acercando, temió por su vida y decidió escapar. Huyó junto a otros alemanes hacia el oeste y estuvo desaparecida desde mayo de 1945 hasta que fue arrestada con otros civiles por las tropas estadounidenses. Pocos meses después fue puesta en libertad —imagino que por desconocimiento— y puso rumbo a Viena. Trabajó como mujer de la limpieza para un antiguo jefe hasta que en mayo de 1946, fue apresada de nuevo y trasladada a Alemania bajo custodia británica por los crímenes de guerra cometidos en Ravensbrück. Nadie se refirió jamás a los asesinatos perpetrados en el campo de Majdanek.

Como nadie la acusó oficialmente de ningún delito ni la llamó como testigo, permaneció en la cárcel hasta el 18 de abril de 1947. Una vez más quedaba libre, pero poco después volvía a ser capturada. Tantas idas y venidas tuvieron su fruto. Se celebra el juicio en la localidad austríaca de Graz, que la condena por cometer tortura, malos tratos de prisioneros y crímenes contra la humanidad y la dignidad humana en Ravensbrück. Insisto en que nadie habló nunca sobre Majdanek. Por ello fue sentenciada a tres años de prisión donde ingresó el 7 de abril de 1948.

Entre los testimonios que pudieron escucharse sobre la acusada me gustaría destacar los siguientes:

«Hermine Braunsteiner trató a los internos muy mal, los golpeaba en cualquier ocasión o los perros se cebaban con ellos y rasgaban en pedazos los cuerpos de los presos… Ella golpeó a mujeres mayores con un látigo de cuero con plomo en la punta.

Ella zurró a una mujer hasta que perdió el conocimiento por haber comprado un trozo de pan a gente que trabajaba fuera del campo, en contra de las reglas del campamento»
[43]
.

«Hermine Braunsteiner propinó golpes y patadas a los prisioneros con la mano y con el pie (calzado con botas) sin mirar donde les pegaba. Algunos de los presos sangraban por la nariz (después) le golpeaba con su puño. Uno puede decir con seguridad que ella daba palizas todos los días.

Cada vez que uno pasaba por el cuarto de la ropa se la podía oír maldiciendo a los prisioneros y verla golpearles»
[44]
.

Cuando llegó el turno de la acusada, ella intentó negar todas las acusaciones escuchadas hasta el momento y afirmó, sin ningún pudor, lo siguiente:

«Algunas de las personas (los prisioneros) se comportaban de tal manera que no podía evitar golpearles en la cabeza con el fin de detener sus peleas y discusiones.

En aquel momento no pensé que un día yo sería responsable de golpear en la cabeza, porque yo era demasiado joven para esa tarea. Yo quería renunciar pero ya no tenía la posibilidad de hacerlo.

Yo era consciente de que Majdanek era uno de los supuestamente llamados campos de exterminio donde las mujeres eran exterminadas en las cámaras de gas. Sin embargo, yo no tenía nada que ver con eso y yo no podía hacer nada contra ello».

No pasaron ni tres años desde la sentencia interpuesta por la Corte de Austria, cuando en virtud de una amnistía legislativa general de la Republica austríaca, el resto de la condena que faltaba por cumplir fue cancelada oficialmente. Los crímenes perpetrados por Braunsteiner fueron «perdonados».

Tras su salida de la prisión en abril de 1950 Hermine se dedica a trabajar para restaurantes y hoteles de Viena. Fueron siete años intentando ocultar su nombre y su pasado.

En 1958 mientras trajinaba como camarista en un motel, conoce al que posteriormente sería su marido, Russel Ryan, un mecánico estadounidense cuatros años menor que ella que estaba de vacaciones. La pareja se enamora locamente y en el mes de octubre deciden emigrar a Nueva Escocia. Unos días después de su llegada al país contraen matrimonio.

Ryan tiene que viajar habitualmente a Nueva York mientras que Braunsteiner trabaja para un granjero canadiense, así que primero se mudan a Canadá para después hacerlo a los Estados Unidos. En abril de 1959 arriban a Nueva York y la
Oberaufseherin
obtiene una visa permanente de residente en el país. Se convierte en Hermine Ryan.

EN EL PAÍS DE LAS OPORTUNIDADES

La nueva ama de casa norteamericana y su marido se instalan en el barrio de Maspeth en Queens donde compran una casa. A pesar de no tener hijos, el matrimonio lleva una vida del todo apacible. Ella trabaja en una fábrica de tejidos y él continúa como mecánico. Unos años después, concretamente el 19 de enero de 1963, Hermine ya es oficialmente ciudadana estadounidense.

Los días transcurren sin complicaciones, eran una pareja feliz. Pero la dicha les iba a durar bien poco. El infatigable cazanazis Simon Wiesenthal, director de la Federación de las víctimas judías del régimen ario en Viena, había seguido su pista por medio mundo hasta dar con ella en el barrio de Queens.

Era el año 1964 cuando Wiesenthal declara que los cargos de asesinato contra la guardiana aún estaban pendientes ante la Audiencia Provincial de Graz (Austria). Así se lo hizo saber mediante cartas enviadas desde Viena a las autoridades israelitas en Tel Aviv y al servicio de inmigración de EEUU. Pero a sabiendas de que deportar a una ciudadana norteamericana sería una tarea cuanto menos difícil, Wiesenthal decide alertar al periódico
The New York Times
sobre los hechos y les explica que una excriminal nazi podía estar viviendo en Queens con un hombre de apellido Ryan. El rotativo asigna a uno de sus reporteros, Joseph Lelyveld, para buscar a la tal «señora Ryan» y hablar con ella. Logran encontrarla fácilmente.

El 17 de julio de 1964
The New York Times
publicó la noticia bajo el siguiente titula
R:
"Former nazi camp guard is now a housewife in Queens" (Exguardia de campo de nazi ahora es una ama de casa en Queens).

«La mujer cumplió una condena de prisión por sus actividades en otro campo de concentración. Pero aquí el Servicio de Inmigración y Naturalización dijo que cuando entró en los Estados Unidos, ella negó que hubiese sido declarada culpable de un delito. La mujer, antes conocida como Hermine Braunsteiner, ya es ciudadana americana. Ella vive en Maspeth, Queens, con su marido Russell Ryan. Cuando fue entrevistada sobre el informe de sus actividades durante la guerra, la Señora Ryan estaba pintando en la casa, que recientemente había comprado en la 52-11 72d Street con su marido, un trabajador de construcción».

La noticia corrió como la pólvora en todo Nueva York y Hermine Ryan fue descubierta y expuesta ante la opinión pública como
la Yegua de Majdanek
. El interés que suscitó el caso llevó a los medios de comunicación de todo el mundo a escribir sobre el tema durante varios años. Aquella mujer de huesos grandes, mandíbula ancha y pelo rubio canoso con la que se había encontrado el reportero del
The New York Times
, era en realidad una criminal de guerra.

Cuando el periodista inició su rueda de preguntas acerca de su pasado en los campos de concentración, Braunsteiner respondió en un marcado acento inglés:

«Todo lo que hice es lo que hacen los guardias en los campamentos ahora. En la radio solo hablan de paz y de libertad.

Muy bien. Después de 15 o 16 años, ¿por qué molestan a la gente?

Yo fui castigada lo suficiente. Estuve en la cárcel durante tres años. Tres años, ¿te lo puedes imaginar? ¿Y ahora quieren algo de nuevo de mí?».

Su presente se había parado y el pasado volvía de nuevo a llamar a su puerta. El suplicio que le impusieron no había sido lo suficientemente justo para todo el sufrimiento causado. Intentó narrar que había permanecido un año en Majdanek, de los cuales ocho meses los había pasado enferma en la enfermería del campamento, y que después de la guerra fue apresada por los británicos otros ochos meses y puesta en libertad poco después. Pero los hechos hablaban por si solos.

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