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Authors: Mónica G. Álvarez

Tags: #Histórico, #Drama

Guardianas nazis (8 page)

BOOK: Guardianas nazis
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Contrario a lo que podamos pensar y tras cumplir un periodo de cuatro años en prisión, finalmente las autoridades norteamericanas deciden liberar a Ilse Koch. Nuevamente la envían al sistema legal de Alemania del Este.

Para evitar la posibilidad de la doble incriminación, ella sería juzgada por presuntos delitos cometidos contra ciudadanos alemanes, cargos que además nunca se incluyeron en el juicio por los crímenes de guerra de Dachau de 1947. Curiosamente, incluso antes de que Ilse fuese liberada de la cárcel de Landsberg, las autoridades de Alemania Occidental ya iniciaron la preparación de un nuevo caso legal en su contra.

Último juicio en Ausgburg

Aunque Ilse Koch fue puesta en libertad por Estados Unidos en la prisión militar de este país en Munich, esta no duró mucho, ni siquiera cinco minutos. A su salida la policía alemana ya la estaba esperando para ser escoltada en un vehículo oficial hasta la Prisión de la Mujer del Estado de Baviera en Aichach, a unos treinta kilómetros al noroeste de Augsburg. La viuda del comandante de Buchenwald se mostraba sonriente tras su «liberación», pero veremos que no le esperaba un futuro prometedor.

El 17 de octubre de 1950 comienza un nuevo proceso contra la terrible Frau y con él un nuevo espectáculo. Su entrada al Palacio de Justicia de Augsburg fue tranquila y con expresión sonriente pese al gran número de medios de comunicación acreditados para la ocasión. De hecho, la propia Koch improvisó unas declaraciones en medio del pasillo donde insistió en su inocencia y negó que hubiese dado a luz a un hijo fuera del matrimonio en la prisión de Landsberg.

Doscientos cuarenta testigos pasaron por el estrado del Tribunal para volver a explicar concienzudamente las perversiones, abusos, suplicios y asesinatos que ocurrieron en Buchenwald a manos de la nuevamente acusada,
Commandeuse
. Era tanta la presión soportada por la detenida que una semana antes de Navidad, Ilse estalló y gritó a sus compañeras de Aichach: «¡Soy culpable! ¡Soy una pecadora!».

La
Zorra de Buchenwald
comenzaba a desmoronarse. La revista
Time
publicó un artículo que explicaba que durante aquel frenesí Ilse habría destrozado los muebles de la celda y farfullado sobre el cielo, el infierno y el pecado. Aquella histeria le pasaría factura durante la vista manteniéndola como ausente hasta el final.

El día del juicio final llegó. Pero Koch no se encontraba en disposición de acudir ante el Tribunal. Un nuevo ataque de histeria la había dejado sin fuerzas. En la fría mañana del 15 de enero de 1951 y sin la presencia de la procesada la sala enmudeció al escuchar al presidente de la Corte, Georg Maginot, leer el veredicto:

«culpable de un cargo de incitación al asesinato, un cargo de incitación a la tentativa de asesinato, cinco cargos de incitación al maltrato físico severo de los presos, y dos de maltrato físico. Ilse Koch, condenada a cadena perpetua con trabajos forzados en la prisión de mujeres de Aichach».

El Dr. Alfred Seidl, abogado de Ilse, apeló la sentencia ante el tribunal supremo alemán que tardó un año en tramitarla. En abril de 1952 la Corte Suprema de Alemania se negó a anular el veredicto de Augsburg. Frau Koch había perdido la batalla y con ello el resto de su vida.

Su triste final

Catorce años después de aquella apelación, concretamente en octubre de 1966 y a los sesenta años de edad, Ilse Koch a través de su abogado, hace un último intento por recuperar lo que supuestamente era «suyo». Presenta una demanda contra el gobierno de Baviera para cobrar los seguros de vida de su difunto marido que la tienen a ella como beneficiaria. Pero no consigue nada.

Durante ese tiempo Uwe Köhler, el hijo que Ilse dio a luz mientras estaba en prisión, se enteró de quién era y empezó a visitarla regularmente para alegría de la criminal. Pero el 1 de septiembre de 1967, a los sesenta y un años de edad, Ilse decide poner fin a su vida ahorcándose con las sábanas de su cama en la prisión de Aichach.

Como cada sábado, su vástago estaba esperando su turno para entrar a verla. Cuando Uwe dio el nombre de su madre, uno de los funcionarios le informó de la triste noticia. No se lo podía creer. Tan solo había dejado una última carta que decía: «Ich kann nicht anders. Der Tod ist für mich eine Erlösung» (No hay otra salida para mí, la muerte es la única liberación).

Irma Grese. El ángel de Auschwitz

«Los prisioneros tenían que formar de a cinco.

Era mi deber que lo hicieran así. Entonces

venía el doctor Mengele y hacía la selección.»

Irma Grese

«Ha sido descrita como la peor mujer de todo el campo. No había crueldad que no tuviese relación con ella. Participaba regularmente en las selecciones para la cámara de gas, torturando a discreción. En Belsen, continuó con el mismo comportamiento, igualmente público. Su especialidad era lanzar perros contra seres humanos indefensos». Estas graves acusaciones recogidas en las actas del juicio de Bergen-Belsen en 1945, corresponden a Irma Grese, supervisora de los campos de concentración nazis en Auschwitz, Bergen y Ravensbrück, que martirizó a cientos de sus reclusas hasta causarles la muerte. Irónicamente la apodaron
El ángel de Auschwitz
, apelativo que a ella particularmente le enorgullecía.

Durante la celebración del litigio Grese mantuvo una actitud que oscilaba entre la indiferencia y el desprecio. Las decenas de testimonios confirmando su perversión y sadismo provocaban en ella una apatía aún más profunda. A pesar de su corta edad, tan solo tenía 22 años, el 13 de diciembre de 1945 fue condenada y ejecutada en la horca por los aliados.

Irma Ilse Ida Grese nació en Wrechen el 7 de octubre de 1923 en el seno de una familia desestructurada. Su padre, Alfred Grese, un lechero disidente del Partido Nazi se había quedado viudo después de que su mujer se suicidase en 1936. Dos años más tarde de la muerte de su madre, Irma decidió dejar los estudios. Nada le motivaba. Tenía quince años y el único interés que mostraba era su especial fanatismo por la
Bund Deutscher Mädel
(Liga de la Juventud Femenina Alemana), que su padre no aprobaba. Aun así, antes de iniciar su carrera en las
Waffen-SS
, la joven estuvo empleada durante seis meses como jornalera en una granja y otros seis como dependienta en una tienda de Luchen. Después consiguió un puesto de limpiadora en un hospital en Hohenlychen, donde permaneció dos años y al intentar graduarse como enfermera, la Oficina de Trabajo no se lo permitió alegando que no era apta para el puesto. Pese a ello, el director del centro, el doctor Karl Gebhardt —acusado de realizar experimentos quirúrgicos a prisioneros de los campos de concentración de Ravensbrück y Auschwitz y juzgado en el Doctor's Trial de Nuremberg— la animó a que no decayera. Al fin y al cabo, se había autoproclamado su tutor durante su estancia en el hospital y esta impresionada quinceañera había sucumbido a las fauces de su reputación e influencia.

Durante los dos años que Grese se rindió al encanto y poder de Gebhardt muy poco se sabe sobre las tareas encomendadas en el sanatorio. De hecho, fue el propio médico quien al ver, como decía, el afán de Grese por su trabajo, le insistió para que contactase con uno de sus amigos de Ravensbrück. No quería que desperdiciara su talento y quizá allí lo verían tanto como él.

En marzo de 1941 Irma arribó al campamento para reunirse con el colega de Gebhardt. Sin embargo, le emplazaron a que regresase seis meses después, una vez cumplida la mayoría de edad. Pero no lo hizo hasta un año y medio más tarde. Durante ese tiempo Grese trabajó en una lechería en Fürstenberg.

Si hay un rasgo que caracteriza a Irma Grese y que supo aprovechar muy bien es el de la belleza física. La suya era excepcional. Rubia de ojos claros y de dulzura aparente, su rostro escondía una personalidad sombría y tétrica que hacía estremecer a todo aquel que se acercase a ella. Muchos la admiraban como si de una actriz de cine se tratase. Se pasaba horas y horas delante del espejo y se mofaba de estrenar constantemente ropa nueva que mandaba tejer y coser a su modista. Llegó a tener los armarios atiborrados de vestidos procedentes de las casas más importantes de París, Viena, Praga, Ámsterdam y Bucarest. Tal era la atención que generaba a su alrededor e incluso entre los propios presos que un superviviente de Kalocsa llegó a afirma
R:

«Hubo una mujer bellísima llamada Grese que iba en bici. Miles y miles de personas permanecieron allí arrodilladas en un calor sofocante, y ella se deleitaba mirándonos».

Nada debía interponerse entre Grese y su futuro en las dependencias de las SS, ni siquiera ser madre y formar una familia. La propia Olga Lengyel, deportada judía que logró salvarse de las garras de la muerte, ratificaba en su libro
Los hornos de Hitler
que cuando Irma se quedó embarazada ordenó a otra confinada, una antigua doctora húngara llamada Gisella Perl, que le practicase un aborto. Esta temía tanto a Grese que la ayudó y aunque le prometió pagarle un abrigo a cambio de su silencio, la prenda jamás llegó a sus manos.

Quizá esa frialdad fue el motivo por el que en marzo de 1942 y a la edad de 18 años, finalmente Irma Grese lograse entrar como voluntaria en el campo de Ravensbrück, tras un intento previo fallido. Allí empezaría su entrenamiento.

Hasta entonces el gobierno del
Führer
no le había permitido acercarse lo suficiente. De hecho, su nueva tarea como administrativa en la Oficina de Trabajo del Tercer Reich no hizo las delicias de su familia; más bien, al contrario. Su padre estaba tan furioso con ella que la echó de casa tras aparecer vestida con el uniforme de las SS durante un permiso. La muchacha había experimentado una transformación significativa, la adhesión a la causa nazi merecía más respeto que su propia familia.

Ravensbrück, con capacidad para 20.000 prisioneras, se había convertido en su nuevo hogar y sus camaradas en su verdadero linaje. Fue allí donde además de ocuparse de la «administración» del centro se familiarizó con las arduas labores que se practicaban en el recinto. En aquel lugar formaban a todo el personal femenino de las SS, cerca de 3.500 mujeres, que después pasaban a supervisar otros campos. De aquí salieron guardianas tan sádicas como Ilse Koch, Hidelgard Neumann, Dorothea Binz o María Mandel.

Tras este periodo de aprendizaje, en marzo de 1943 Irma Grese fue trasladada a Auschwitz y asignada al
Konzentrationslager
(KL) de Birkenau, donde en un primer momento realizó labores de control de provisiones, manejo de correo y de la
Strassenbaukommando
, el comando de la unidad de carreteras. Aún no había cumplido los veinte años y su carrera seguía en ascenso. En otoño de ese mismo año Grese fue nombrada SS
Oberaufseherin
(supervisora) con un sueldo de 54 marcos al mes, unos 28 euros.

LA BESTIA BELLA

Irma Grese era la segunda mujer de más alto rango en el campamento después de María Mandel, lo que suponía que estaba a cargo de unas 30.000 reclusas de origen judío, en su mayoría polacas y húngaras.

Las nuevas responsabilidades de la joven nazi incluían el control directo de las presas, así como la selección de las condenadas a la cámara de gas. Bien es cierto que durante su juicio y haciendo gala de un cinismo auténticamente brillante Irma siempre negó este hecho señalando que solo tuvo noticias de dichas ejecuciones en masa por boca de las propias reas.

«Los prisioneros tenían que formar de a cinco. Era mi deber que lo hicieran así. Entonces, venía el Dr. Mengele y hacía la selección»
[7]
.

Pese a que inculpase a Mengele con el que supuestamente mantenía una estrecha relación sentimental, la realidad no era tal y como la pintaba. Durante el proceso de selección Irma Grese, el «Dr. Muerte» y la vigilante Margot Drechsler decidían quién vivía y quién no.

«Estas mujeres fueron incluso más crueles que Mengele… Las selecciones se hicieron de la siguiente manera: primero, las mujeres desnudas se refregaban delante de Mengele con los brazos en alto; y después delante de Greze y Drechsler. Mengele hizo las primeras selecciones, mientras las mujeres pudieron seleccionar también a la gente que Mengele dejó de seleccionar.

El Dr. Mengele nos seleccionaba a menudo, y como yo estaba bastante en forma me eligió entre las fuertes, pero Grese dijo que no le gustaba la manera cómo andaba, así que el Dr. Mengele me llamó de nuevo y me envió al búnker y cuando volví a pasar, una vez más me dio un bofetón»
[8]
.

Los múltiples testimonios de las supervivientes se acumulaban para describir con todo lujo de detalles las barbaridades realizadas por la que decidieron llamar el
Ángel de Auschwitz, la Bestia Bella
o
la perra de Belsen
. Estos calificativos tan solo hacían acrecentar su mala fama en todo el campo. Su excesiva impiedad llevó a Irma Grese a ser acusada de asesinatos y torturas.

Por lo que aseguran los testigos, este ser «caído» del cielo se paseaba por los pabellones con su uniforme impecable, su pelo rubio milimétricamente colocado, unas pesadas y relucientes botas altas, un látigo y una pistola. Durante su recorrido la acompañaban sus perros, siempre hambrientos y furiosos, que Irma utilizaba a su gusto. Una de sus diversiones era lanzar a estas fieras contra las reclusas para que fueran devoradas. Otro de sus
modus operandi
consistía en asesinar a las internas pegándoles un tiro a sangre fría. Los abusos sexuales y las vejaciones a niños constituían prácticas habituales.

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