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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

Harry Potter y el Misterio del Príncipe (10 page)

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—¿Qué asignatura va a enseñarme, señor?

—Bueno, un poco de esto y un poco de aquello —contestó sin darle importancia.

Harry esperó, intrigado, pero el anciano profesor no le dio más detalles, así que preguntó otra cosa que también le tenía un poco preocupado.

—Si usted me da clases particulares, no tendré que ir a las de Oclumancia con Snape, ¿verdad?

—Con el profesor Snape, Harry. Pues no.

—Qué bien, porque eran un… —Se interrumpió antes de decir lo que en realidad pensaba.

—Creo que «fracaso» sería el término adecuado —aportó Dumbledore asintiendo con la cabeza.

—Bueno, eso significa que a partir de ahora no veré mucho al profesor Snape —observó el muchacho, sonriendo—, porque él no me dejará seguir estudiando Pociones a menos que haya conseguido un Extraordinario en el
TIMO
, y estoy seguro de no haberlo conseguido.

—No cuentes tus lechuzas antes de verlas llegar —le aconsejó Dumbledore con gravedad, y agregó—: Por cierto, es hoy cuando deberían llegar las lechuzas con las notas. Y ahora, dos cosas más, Harry, antes de que nos separemos.

»En primer lugar, de aquí en adelante quiero que siempre lleves contigo tu capa invisible, incluso dentro de Hogwarts. Por si acaso, ¿entendido? —Harry asintió—. Y en segundo lugar, has de tener en cuenta que mientras te alojes aquí, La Madriguera contará con las más sofisticadas medidas de seguridad de que dispone el Ministerio de Magia. Esas medidas han causado ciertos inconvenientes a Arthur y Molly; todo su correo, por ejemplo, es examinado en el ministerio antes de llegar aquí. A ellos no les importa, ya que su única preocupación es tu seguridad. Sin embargo, no los recompensarías debidamente si te jugaras el pellejo mientras estás con ellos.

—Entiendo —se apresuró a decir Harry.

—Muy bien. —El profesor abrió la puerta de la escobera y salió al jardín—. Veo luz en la cocina. No privemos más a Molly de la ocasión de lamentar lo delgado que estás.

5
Flegggrrr

Harry y Dumbledore se dirigieron a la puerta trasera de La Madriguera que, como era habitual, estaba rodeada de botas de lluvia viejas y calderos oxidados. Harry oyó el débil cloqueo de unas gallinas que dormían en otro cobertizo cerca de allí. Dumbledore dio tres golpes en la puerta y el chico vio moverse algo con precipitación detrás de la ventana de la cocina.

—¿Quién es? —preguntó la señora Weasley, nerviosa—. ¡Identifíquese!

—Soy yo, Dumbledore. Y traigo a Harry.

La puerta se abrió al instante. Allí estaba la señora Weasley, bajita, regordeta y con una vieja bata verde.

—¡Harry, querido! ¡Cielos, Albus, me has asustado! ¡Dijiste que no te esperáramos hasta mañana por la mañana!

—Hemos tenido suerte —repuso Dumbledore mientras hacía entrar al chico—. Slughorn resultó más fácil de persuadir de lo que imaginaba. Todo ha sido cosa de Harry, claro. ¡Ah, hola, Nymphadora!

La señora Weasley no estaba sola, pese a que ya era muy tarde. Una joven bruja, con cara en forma de corazón, pálida y con un desvaído pelo castaño, estaba sentada a la mesa con un tazón entre las manos.

—¡Hola, profesor! —saludó—. ¿Qué tal, Harry?

—¡Hola, Tonks!

Harry se fijó en que estaba muy demacrada y sonreía de manera forzada. Desde luego, su aspecto era bastante menos llamativo de lo habitual, pues solía llevar el pelo de color rosa chicle.

—Tengo que marcharme —se disculpó Tonks; se levantó y se echó la capa por los hombros—. Gracias por el té y por tu interés, Molly.

—Por mí no te marches, por favor —dijo Dumbledore con cortesía—. No puedo quedarme, tengo que tratar asuntos urgentes con Rufus Scrimgeour.

—No, no, debo irme —insistió Tonks sin mirarlo a los ojos—. Buenas noches.

—¿Por qué no vienes a cenar este fin de semana, querida? Vendrán Remus y
Ojoloco

—No, Molly, de verdad… No obstante, muchas gracias. Buenas noches a todos.

Tonks se apresuró a pasar junto a Dumbledore y Harry y salió al jardín. Cuando se hubo alejado un poco de la casa, se dio la vuelta y desapareció. Harry tuvo la impresión de que la señora Weasley estaba preocupada.

—Bueno, Harry, nos veremos en Hogwarts —se despidió Dumbledore—. Cuídate mucho. A tus pies, Molly.

Le hizo una reverencia, siguió a Tonks y desapareció en el mismo lugar en que lo había hecho la bruja. La señora Weasley cerró la puerta que daba al jardín, ya vacío; luego, sujetando a Harry por los hombros, lo acercó al farol que había encima de la mesa para examinar su aspecto.

—Igual que Ron —dictaminó mirándolo de arriba abajo—. Parece que os hayan hecho un embrujo extensor. Ron ha crecido como mínimo diez centímetros desde la última vez que le compré una túnica del colegio. ¿Tienes hambre, Harry?

—Sí, un poco. —De repente se dio cuenta de lo hambriento que estaba.

—Siéntate, cielo. Te prepararé algo.

En cuanto se sentó, un gato rojizo y peludo de cara aplastada le saltó a las rodillas, se instaló allí y se puso a ronronear.

—¿Está Hermione aquí? —preguntó el muchacho, contento, mientras acariciaba a
Crookshanks
detrás de una oreja.

—¡Ah, sí, llegó anteayer! —respondió la señora Weasley antes de golpear con la varita mágica un gran cazo de hierro. El recipiente pegó un salto, se colocó encima de un fogón con un fuerte ruido metálico y empezó a borbotear—. Están todos acostados, claro. No te esperábamos hasta dentro de muchas horas. Toma… —Volvió a golpear el cazo, que se elevó, voló hacia Harry y se inclinó. La bruja deslizó un cuenco debajo del cazo para recibir el chorro de una espesa y humeante sopa de cebolla—. ¿Quieres pan, tesoro?

—Sí, gracias, señora Weasley.

Ella sacudió la varita por encima del hombro, y una barra de pan y un cuchillo volaron directamente hasta la mesa. Mientras la barra se cortaba por sí misma y el cazo de sopa volvía a posarse sobre el fogón, la anfitriona se sentó frente a su invitado.

—Así que has convencido a Horace Slughorn para que acepte el empleo.

Harry asintió con la cabeza porque tenía la boca llena de sopa.

—Nos daba clase a Arthur y a mí. Estuvo muchos años en Hogwarts; creo que empezó en la misma época que Dumbledore. ¿Te ha caído bien?

Harry, que ahora tenía la boca a rebosar de pan, se encogió de hombros y movió la cabeza sin definirse.

—Te entiendo perfectamente —dijo la señora Weasley con gesto de complicidad—. Cuando se lo propone es encantador, pero a Arthur nunca le ha caído muy bien. El ministerio está repleto de antiguos alumnos predilectos de Slughorn; siempre supo echar un cable a quien convenía, pero para Arthur nunca tuvo mucho tiempo. Por lo visto, no lo consideraba suficientemente prometedor. Pues bien, eso te demuestra que también él comete errores. No sé si Ron te lo habrá contado en alguna de sus cartas, porque es muy reciente… ¡A Arthur lo han ascendido!

Resultó evidente que llevaba rato muriéndose de ganas por revelar esa novedad. Harry se tragó una rebosante cucharada de sopa muy caliente y le pareció que le salían ampollas en el esófago.

—¡Cuánto me alegro! —exclamó lagrimeando.

—Qué bueno eres —replicó ella con una sonrisa radiante, seguramente creyendo que los llorosos ojos de Harry se debían a la emoción de la noticia—. Sí, Rufus Scrimgeour ha creado varias oficinas nuevas, en vista de la actual situación, y Arthur dirige la Oficina para la Detección y Confiscación de Hechizos Defensivos y Objetos Protectores Falsos. ¡Es un cargo importante; ahora tiene diez personas a sus órdenes!

—¿Y a qué se dedica exactamente?

—Pues verás, con el pánico desatado a causa de Quien-tú-sabes, han salido a la venta todo tipo de artilugios, cosas que en teoría protegen de él y los
mortífagos
. Ya puedes imaginarte qué clase de cosas: pociones presuntamente protectoras que en realidad son salsa de carne con una pizca de pus de
bubotubérculos
, o instrucciones para realizar embrujos defensivos que de hecho provocan la caída de las orejas… Bueno, en general los inventores suelen ser personas como Mundungus Fletcher. No han trabajado en su vida y se aprovechan de lo asustada que está la gente, pero de vez en cuando surge algo feo de verdad. El otro día Arthur confiscó una caja de chivatoscopios embrujados que, casi con toda seguridad, fueron colocados por un
mortífago
. Como verás, es un trabajo importante, y yo no me canso de repetirle a mi marido que es una tontería que eche de menos las bujías, las tostadoras y todos esos cachivaches de los
muggles
—concluyó frunciendo el entrecejo, como si Harry hubiera insinuado que era lógico echar de menos las bujías.

—¿Dónde está el señor Weasley? ¿Aún no ha vuelto del trabajo?

—No, todavía no. La verdad es que se está retrasando un poco. Dijo que llegaría alrededor de la medianoche.

La señora Weasley miró un gran reloj de pared que se sostenía precariamente en lo alto del montón de sábanas que había en el cesto de la colada, en un extremo de la mesa. Harry lo reconoció de inmediato: tenía nueve manecillas, cada una con el nombre de un miembro de la familia escrito, y normalmente colgaba de la pared del salón de los Weasley, aunque su nueva ubicación indicaba que la señora Weasley había decidido llevárselo consigo de un lado a otro de la casa. Todas las manecillas señalaban las palabras «Peligro de muerte».

—Lleva algún tiempo así —comentó ella con un tono despreocupado que no resultó muy convincente—; desde que regresó Quien-tú-sabes. Supongo que ahora todo el mundo está en peligro de muerte… no sólo nuestra familia. Pero como no conozco a nadie que tenga un reloj como ése, no puedo comprobarlo. ¡Oh! —Señaló la esfera del reloj. La manecilla del señor Weasley se había movido y señalaba la palabra «Viajando»—. ¡Ya viene!

Y en efecto, instantes después llamaron a la puerta trasera. La señora Weasley se levantó presurosa y corrió a abrir; con una mano sobre el pomo de la puerta y una mejilla pegada a la madera, preguntó en voz baja:

—¿Eres tú, Arthur?

—Sí —respondió la cansada voz del señor Weasley—. Pero eso lo diría aunque fuera un
mortífago
, cariño.

—¿Y ahora cómo sé si…?

—¡Venga, Molly, hazme la pregunta!

—Está bien, está bien. ¿Cuál es tu mayor ambición?

—Entender cómo se mantienen en el aire los aviones.

Ella asintió e hizo girar el pomo de la puerta, pero al parecer el señor Weasley lo estaba sujetando desde el otro lado, porque la puerta no se abrió.

—¡Molly! ¡Antes tengo que hacerte yo la pregunta!

—De verdad, Arthur, esto es una tontería…

—¿Cómo te gusta que te llame cuando estamos a solas?

Pese a la tenue luz del farol, Harry se dio cuenta de que la señora Weasley se había puesto como un tomate, e incluso él mismo notó un calorcillo en las orejas y el cuello, y empezó a tragarse la sopa a toda prisa golpeando el cuenco con la cuchara para hacer el mayor ruido posible.

—Flancito mío —susurró ella, muerta de vergüenza.

—Correcto. Ahora ya puedes dejarme entrar.

La señora Weasley abrió la puerta y su marido entró. Era un mago delgado, pelirrojo y con calva incipiente; llevaba unas gafas con montura de carey y una larga y polvorienta capa de viaje.

—Sigo sin entender por qué tenemos que hacer esto cada vez que llegas a casa —protestó ella, todavía ruborizada, mientras lo ayudaba a quitarse la capa—. ¿No ves que un
mortífago
podría sonsacarte la respuesta para hacerse pasar por ti?

—Ya lo sé, corazón, pero es el procedimiento ordenado por el ministerio, y yo tengo que dar ejemplo. ¿Qué huele tan bien? ¿Sopa de cebolla?

El señor Weasley se dio la vuelta hacia la mesa, animado.

—¡Harry! ¡No te esperábamos hasta mañana!

Se estrecharon la mano y luego el señor Weasley se sentó en una silla al lado de Harry. Su esposa le sirvió un cuenco de sopa humeante.

—Gracias, Molly. Ha sido una noche agotadora. Algún idiota se ha puesto a vender
metamorfomedallas
. Te las cuelgas del cuello y puedes cambiar de apariencia a tu antojo. ¡Cien mil disfraces por sólo diez galeones!

—¿Y qué pasa en realidad cuando te las cuelgas?

—En la mayoría de los casos sólo te vuelves de un color naranja muy feo, pero a un par de incautos también les han salido verrugas con forma de tentáculos por todo el cuerpo. ¡Como si en San Mungo no tuvieran ya bastante trabajo!

—Me suena a la clase de cosas que Fred y George encontrarían graciosas —especuló la señora Weasley—. ¿Estás seguro, Arthur, de que…?

—¡Claro que lo estoy! ¡A los chicos no se les ocurriría hacer algo así ahora que la gente está tan asustada y necesitada de protección!

—¿Es por culpa de las
metamorfomedallas
que llegas tarde?

—No. Ha sido por un caso muy desagradable de embrujo con efectos secundarios producido en Elephant and Castle, pero afortunadamente el Grupo de Operaciones Mágicas Especiales ya lo había solucionado cuando nosotros llegamos.

Harry contuvo un bostezo tapándose la boca con la mano.

—¡A la cama! —ordenó la señora Weasley, que no se dejaba engañar—. Te he preparado la habitación de Fred y George; allí podrás estar a tus anchas.

—¿Cómo es eso? ¿Dónde están?

—En el callejón Diagon. Viven en el pisito que hay encima de su tienda de artículos de broma. He de admitir que al principio no me pareció bien, ¡pero da la impresión de que realmente ese par tienen olfato para los negocios! Vamos, querido, tu baúl ya está arriba.

—Buenas noches, señor Weasley —se despidió Harry al tiempo que retiraba la silla.
Crookshanks
saltó con agilidad de su regazo y se escabulló.

—Buenas noches, Harry.

Al salir de la cocina, el chico advirtió que la señora Weasley le echaba otro vistazo al reloj. Las nueve manecillas volvían a señalar las palabras «Peligro de muerte».

El dormitorio de Fred y George estaba en el segundo piso. La señora Weasley apuntó su varita hacia una lámpara que había en la mesilla de noche; se encendió al instante y bañó la habitación con un agradable resplandor dorado. Había un gran jarrón de flores en el escritorio situado delante de la pequeña ventana, pero su perfume no lograba disimular un persistente olor a pólvora. Gran parte del suelo la ocupaban montones de cajas de cartón cerradas y sin marcar, entre las que se hallaba el baúl que contenía el material escolar de Harry. La habitación parecía utilizarse como almacén provisional.

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