Read Historia de los griegos Online

Authors: Indro Montanelli

Tags: #Historia

Historia de los griegos

BOOK: Historia de los griegos
3.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

 

La contribución de Grecia a la civilización occidental es vasta y fascinadora. Indro Montanelli, reconocido especialista en el tema, ofrece una visión casi periodística de la vida política y sociocultural del mundo griego, y permite conocer una serie de hechos y circunstancias hasta ahora mantenidas en segundo plano por la Historia tradicional.

Indro Montanelli

Historia de los griegos

ePUB v1.1

chungalitos
01.05.12

Título original:
Storia dei greci

Indro Montanelli, 1959

A los lectores

Me sería más fácil enumerar los vicios y defectos de este libro que sus méritos y cualidades.

Antes de escribirlo, sabía que llegaría fatalmente a tal conclusión, pero lo escribí igualmente porque me divertía hacerlo, porque espero que alguien se divertirá leyéndolo y porque pienso que, pese a todas sus lagunas, llenará aquella, mucho mayor, que nuestros profesores olvidaron colmar: narración sencilla, relato cordial.

La he llamado
Historia de los griegos
porque, a diferencia de la de Roma, es una historia de hombres, más que una historia de pueblo, de nación o de Estado.

Por esto he reducido a lo esencial la trama de los acontecimientos políticos para dar preferencia a tos que determinaron el desarrollo de la civilización y jalonaron sus grandes etapas. En este libro, los poetas y los filósofos cuentan más que los legisladores y los caudillos, la huella dejada por Sócrates y Sófocles me parece más profunda que la dejada por Temístocles y Epaminondas.

No pretendo haber dicho algo nuevo ni haber dado, a lo que ya es sabido, una interpretación original.

Y ni siquiera me lo había propuesto. Mi ambición ha sido la de proporcionar a los lectores un medio para acercarse sin fatiga, y sobre todo sin aburrimiento, a tos antiguos griegos.

Espero haberlo logrado.

I
NDRO
M
ONTANELLI

Milán, septiembre de 1959.

Primera parte
Entre historia y leyenda
CAPÍTULO UNO

Minos

Hace unos sesenta años que un arqueólogo inglés, llamado Evans, hurgando en ciertas tiendecitas de anticuarios, en Atenas, halló algunos amuletos femeninos provistos de jeroglíficos que nadie logró descifrar,

A fuerza de conjeturas, estableció que debían proceder de Creta, se fue allí, compró una parcela de terreno en el lugar donde se creía que estaba sepultada la ciudad de Cnosos, contrató a una cuadrilla de excavadores, y después de dos meses de labor topó con el resto del palacio de Minos, el famoso Laberinto.

Poetas e historiadores de la Antigüedad, desde Homero hasta nuestros días, habían dicho que la primera civilización griega había nacido, no en Micenas, o sea en el continente, sino en la isla de Creta, y que había tenido la máxima floración en tiempos del rey Minos, doce o trece siglos antes de Jesucristo. Minos, contaban, había tenido varias mujeres que habían intentado en vano darle un heredero: de sus entrañas no nacían más que serpientes y alacranes. Tan sólo Pasifae, por fin, logró darle hijos normales, entre ellos Fedra y la rubia Ariadna. Desgraciadamente, Minos ofendió al dios Poseidón, quien se vengó haciendo que Pasifae se enamorase de un toro, pese a ser éste un animal sagrado. A satisfacer ésta su pasión la ayudó un ingeniero llamado Dédalo, llegado a la isla procedente de Atenas, de donde tuvo que huir por haber matado por celos a un sobrino suyo. De aquel connubio nació el Minotauro, extraño animal, mitad hombre y mitad toro. Y a Minos le bastó con mirarle para comprender con quién le había engañado su mujer.

Ordenó entonces a Dédalo que construyese el Laberinto para alojar en él al monstruo, pero dentro dejó prisioneros también al constructor con su hijo Ícaro. No era posible encontrar el camino para salir de aquel intrincamiento de corredores y galerías. Pero Dédalo, hombre de infinitos recursos, construyó para sí y para su chico unas alas de cera, con las que ambos huyeron elevándose en el cielo. Ebrio de vuelo, Ícaro olvidó la recomendación de su padre de no acercarse demasiado al sol: la cera se derritió, y él se precipitó al mar. No obstante su tremendo dolor, Dédalo aterrizó en Sicilia, adonde llevó las primeras nociones de la técnica.

Mientras, en el Laberinto seguía girando el Minotauro, exigiendo cada año siete muchachas y siete jóvenes para comérselos. Minos se los hacía entregar por los pueblos vencidos en las guerras. Se los reclamó también a Egeo, rey de Atenas. El hijo de éste, Teseo, por bien que príncipe heredero, pidió formar parte de aquellos hombres, con el propósito de matar al monstruo, desembarcó en Creta con las demás víctimas y, antes de internarse en el Laberinto, sobornó a Ariadna, la cual le entregó un ovillo de hilo para que, desenrollándolo, le permitiera volver a encontrar el camino de salida. El valeroso joven logró su intento, salió afuera y, fiel a la promesa que le había hecho, se casó con ella y se la llevó. Pero en Naso la abandonó dormida en la playa y prosiguió el viaje solo con sus compañeros.

Los historiadores modernos habían recusado esta historia como inventada de raíz, y hasta ahora acaso tenían razón. Y aun habían acabado negando que en Creta hubiese florecido, dos mil años antes de Jesucristo y mil antes que en Atenas, la gran civilización que le atribuía Homero. Y en eso se equivocaban ciertamente.

Atraídos por los descubrimientos de Evans, arqueólogos de todo el mundo —entre ellos los italianos Paribeni y Savignoni—, acudieron a los lugares, iniciaron otras excavaciones, y pronto de las entrañas de la tierra salieron los monumentos y documentos de aquella civilización cretense que, por el nombre del rey Minos, fue llamada
minoica.

Todavía hoy los estudiosos se están peleando acerca de su origen, pues unos consideran que vino de Asia y otros de Egipto. De todos modos, fue con certeza la primera que se desenvolvió en una tierra europea, alcanzó altas cimas e influyó en la que después se formaría en Grecia y en Italia. Fue en Creta donde Licurgo y Solón, los dos más grandes legisladores de la Antigüedad, buscaron el modelo de sus Constituciones, donde nació la música coral adoptada por Esparta, donde vivieron y trabajaron los primeros maestros de la escultura, Dipeno y Chili.

Estudiando las excavaciones, los competentes han dividido la civilización minoica en tres
eras,
y cada una de éstas en tres
períodos.
Dejémosles en estas distinciones demasiado sutiles para nosotros, y contentémonos con comprender globalmente en qué consistía la vida cretense de hace cuatro mil años. Por el modo con que son representadas en sus pinturas y bajorrelieves, eran gentes más bien bajas y delgadas, de piel color pálido las mujeres y bronceada la de los hombres, hasta el punto que les llamaban
Foinikes,
que quiere decir «pieles rojas». Éstos se tocaban con turbantes y aquéllas con sombreros que podrían muy bien reaparecer en cualquier exhibición de moda contemporánea en París o en Venecia. Unos y otras tenían un ideal de belleza triangular, pues llevaban túnicas estrechamente ceñidas en el talle. Y las mujeres dejaban sus senos al descubierto, lo que hace pensar que solían tenerlos prósperos. Una de ellas, según aparece en una pintura, es tan coqueta y provocativa, que los arqueólogos, pese a su proverbial austeridad, la han llamado
La parisienne.

En un principio, Creta debió de estar dividida en varios Estados o reinos que guerreaban con frecuencia entre sí. Pero en un momento dado, Minos, más hábil y fuerte que los demás, redujo a sumisión los rivales y unificó la isla, dándole por capital su ciudad, Cnosos. ¿Era Minos su nombre personal, o el que se daba al cargo que ostentaba, como en Roma se llamaba
César
y en Egipto
Faraón?
No se sabe. Sábese solamente que quien ejecutó aquella obra de unificación y al que la leyenda atribuye a Pasifae como esposa con todas las desdichas que ésta le acarreó, vivió y reinó trece siglos antes de Jesucristo, cuando en todo el resto de Europa no brillaba aún el más remoto fuego de civilización.

De dar crédito a Homero, Creta tenía el esplendor de noventa ciudades, algunas de las cuales competían con la capital en cuanto a población, desarrollo y riqueza. Festo era el gran puerto donde se concentraba el comercio marítimo con Egipto: Palaikastro era el barrio residencial; Gurnia el centro manufacturero y la «capital moral», como hoy lo es Milán en Italia; Hagia Tríada, residencia estival del rey y del Gobierno, según demuestra la villa real desenterrada. Las casas son de dos, de tres, y hasta de cinco plantas, con escaleras interiores bien acabadas. Y en las pinturas y bajorrelieves que adornan las paredes se ve a los inquilinos varones jugando al ajedrez bajo la mirada aburrida del ama de casa, que teje lana. Suelen estar de regreso de cacerías, y a sus pies yacen, fatigados, los animales que les han ayudado a ojear el oso o el jabalí: canes ágiles y delgados, semejantes a lebreles, y gatos salvajes que debían ser deliberadamente instruidos para ese cometido. Otro deporte en el que destacaban los cretenses era el pugilato. Los de peso ligero se batían con las manos desnudas, y también usaban los pies para golpearse, como aún ahora hacen los siameses; los de peso medio usaban casco y los de peso pesado también guantes.

El dios de aquella gente se llamaba Vulcano, y correspondía al que entre los griegos fue Zeus y con los romanos Júpiter. Era un personaje omnipotente e iracundo, y cuando se ponía tonto sus fieles invocaban a la diosa Madre, como quien dice a la Virgen María, para que le calmase. La gran fuerza de Minos, en tanto que rey, fue la de descender de aquél, o por lo menos, de haber logrado hacérselo creer a sus súbditos. Cuando publicaba una ley decía que Vulcano se la había sugerido la noche anterior, y cuando requisaba un quintal de trigo o un hato de ovejas, decía que era para hacerle un regalo a Vulcano. Estos regalos, naturalmente, el dios se los dejaba en depósito a Minos, que había hecho construir por sus ingenieros inmensos apriscos en el palacio real para conservarlos; y eran lo que los impuestos entre nosotros, pues en Creta, donde no se conocía el dinero, los tributos se pagaban en especies al dios, no al Gobierno.

Era un pueblo de guerreros, navegantes y pintores. Y a estos últimos debemos el hecho de haber podido reconstruir en parte su civilización que, precisamente bajo Minos, alcanzó la más alta cima. No se consigue comprender qué cosa provocó su decadencia, que, a juzgar por las ruinas, debió de ser muy rápida. ¿Fue un terremoto seguido de incendios lo que en un momento determinado destruyó Cnosos con sus bellos palacios y teatros? Por las excavaciones diríase que casas y tiendas fueron sorprendidas repentinamente por la muerte, mientras sus moradores se hallaban en plena y normal actividad.

Es probable que esta decadencia hubiese comenzado mucho tiempo antes y que alguna catástrofe hubiese precipitado su conclusión. Muchos signos revelan que la de Creta, nacida seguramente bajo el signo del estoicismo siete u ochocientos años antes, era ya en tiempos de Minos una civilización epicúrea, o sea agradable y llena de pus como un forúnculo maduro. Los bosques de cipreses habían desaparecido, el malthusianismo había ocasionado vacíos en la población y el colapso de Egipto enrareció el comercio. Tal vez, como remate de tantas desdichas, hubo también un terremoto. Pero es más probable que la desventura definitiva fuese en forma de invasión; la de los aqueos, que precisamente por aquellos años habían caído sobre el Peloponeso desde Tesalia, haciendo de Micenas su capital. En Creta lo destruyeron todo, hasta el idioma, que bajo Minos no era ciertamente el griego, como demuestran las inscripciones que han perdurado.

BOOK: Historia de los griegos
3.94Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Carlton Club by Stone, Katherine
Tomorrow's Garden by Amanda Cabot
Murder at the Mansion by Janet Finsilver
Winter Soldier by Iraq Veterans Against the War, Aaron Glantz
PhoenixKiss by Lyric James
Round the Clock by Girard, Dara