Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (51 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CXXXV: Cómo se recogieron todas las mujeres y esclavas y esclavos de todo nuestro real que habíamos habido en aquello de Tepeaca y Cachula y Tecamachalco, y en Castil Blanco, y en sus tierras, para se herrar con el hierro que hicieron en nombre de Su Majestad, y de lo que sobrello pasó

Como Gonzalo de Sandoval hobo llegado a la villa de Segura de la Frontera de hacer aquellas entradas que ya he dicho, y en aquella provincia todos los teníamos ya pacíficos y no teníamos por entonces dónde ir a entrar, porque todos los pueblos de los rededores habían dado la obidiencia a Su Majestad, acordó Cortés, con los oficiales del rey, que se herrasen las piezas y esclavos que se habían habido para sacar su quinto después que se hobiese primero sacado el de Su Majestad; y para ello mandó dar pregones en el real e villa que todos los soldados llevásemos a una casa questaba señalada para aquel efeto a herrar todas las piezas que tuviesen recogidas, y dieron de plazo aquel día y otro, que se pregonó, y todos ocurrirnos con todas las indias y muchachas y muchachos que habíamos habido, que hombres de edad no curábamos dellos, que eran malos de guardar y no habíamos menester su servicio teniendo a nuestros amigos los tascaltecas. Pues ya juntas las piezas y echados el hierro, que era una tJ- como ésta, que quería decir guerra, cuando no nos catamos apartan el real quinto, luego sacan otro quinto para Cortés, y, demás desto, la noche antes cuando metimos las piezas, como he dicho, en aquella casa, habían ya escondido y tomado las mejores indias, que no pareció allí ninguna buena, y al tiempo de repartir dábamos las viejas y ruines. Y sobre esto hobo grandes murmuraciones contra Cortés y de los que mandaban hurtar y esconder las buenas indias, y de tal manera se lo dijeron al mesmo Cortés soldados de los de Narváez, que juraron a Dios que no había tal acaescido haber dos reyes en la tierra de nuestro rey y señor y sacar dos quintos. Y uno de los soldados que se lo dijeron fue un Juan Bono de Quexo; y más dijo, que no estarían en tierra semejante, y que lo haría saber en Castilla a Su Majestad y a los señores de su Real Consejo de Indias. Y también dijo a Cortés otro soldado muy claramente, que no bastó repartir el oro que se había habido en Méjico de la manera que lo repartió, y que cuando lo estaba repartiendo decía que eran trecientos mill pesos los que se habían allegado, y que cuando salimos huyendo de Méjico mandó tomar por testimonio que quedaban más de sieticientos mill, y que agora el pobre soldado que había echado los bofes, y estaba lleno de heridas por haber una buena india, y les habían dado enaguas y camisas, habían tomado y escondido las tales indias, y que cuando dieron el pregón para que se llevasen a herrar, que creyeron que a cada soldado volverían sus piezas, y que apreciarían qué tantos pesos valían y que como las apreciase pagasen el quinto a Su Majestad, y que no habría más quinto para Cortés, y decían otras murmuraciones peores que estas. Y desque Cortés aquello vio, con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia, que aquesto tenía por costumbre jurar, que de allí adelante que no se haría de aquella manera, sino que buenas o malas indias sacallas al almoneda, y la buena que se vendería por tal, y la que no lo fuese por menos precio, y de aquella manera no ternían que reñir con él; y puesto que allí en Tepeaca no se hicieron más esclavos, mas después en lo de Tezcuco casi que fue desta manera, como adelante diré. Y dejaré de hablar en esta materia y digamos otra cosa casi peor que esto de los esclavos, y es que ya he dicho en el capitulo CXXVIII, cuando la triste noche salimos huyendo de Méjico, cómo quedaba en la sala donde posaba Cortés muchas barras de oro perdido que no lo podían sacar más de lo que cargaron en la yegua e caballos, y muchos tascaltecas, y lo que hurtaron los amigos y otros soldados que cargarían dello; y como lo demás quedaba perdido en poder de los mejicanos, Cortés dijo delante de un escribano del rey que cualquiera que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba que se lo llevase mucho en buen hora por suyo, como se había de perder; y muchos soldados de los de Narváez cargaron de ello, y ansimismo algunos de los nuestros, y por sacallo perdieron muchos dellos las vidas , y los que escaparon con la presa que traían habían estado en gran riesgo de morir, y salieron llenos de heridas. Y como en nuestro real e villa de Segura de la Frontera, que así se llamaba, alcanzó Cortés a saber que había muchas barras de oro y que andaban en el juego, y como dice el refrán que el oro y amores eran malos de encubrir, mandó dar un pregón, so graves penas, que trayan a manifestar el oro que sacaron, y que les daba la tercia parte dello, y si no lo traen, que se lo tomaba todo. Y muchos soldados de los que lo tenían no lo quisieron dar, y algunos se lo tomó Cortés como prestado y más por fuerza que por grado, y como todos los más capitanes tenían oro y aun los oficiales del rey, muy mejor se calló lo del pregón, que no se habló en ello; mas paresció muy mal esto que mandó Cortés. Dejémoslo ya de más declarar, y digamos cómo todos los más capitanes y personas principales de los que pasaron con Narváez demandaron licencia a Cortés para se volver a Cuba, y Cortés se la dio, y lo que más acaescíó.

Capítulo CXXXVI: Cómo demandaron licencia a Cortés los capitanes y personas más principales de los que Narváez había traído en su compañía para se volver a la isla de Cuba, y cortés se la dio, y se fueron, y de cómo despachó cortés embajadores para Castilla y para Santo Domingo y Jamaica, y lo que sobre cada cosa acaesció

Como vieron los capitanes de Narváez que ya teníamos socorros, así de los que vinieron de Cuba como los de Jamaica que había enviado Francisco de Garay para su armada, según lo tengo declarado en el capítulo que dello habla, y vieron que los pueblos de la provincia de Tepeaca estaban pacíficos, después de muchas palabras que a Cortés dijeron, con grandes ofertas y ruegos, le suplicaron que les diese licencia para se volver a la isla de Cuba, pues se lo había prometido. Y luego Cortés se la dio y aun les prometió que si volvía a ganar la Nueva España y ciudad de Méjico que al Andrés de Duero, su compañero, que le daría mucho más oro que le había de antes dado, y ansí hizo ofertas a los demás capitanes, en especial Agustín Bermúdez, y les mandó dar matalotaje, que en aquella sazón había, que era maíz y perrillos salados y pocas gallinas, y un navío de los mejores. Y escribió Cortés a su mujer, que se decía doña Catalina Juárez, la Marcaída, y a Juan Juárez, su cuñado, que en aquella sazón vivía en la isla de Cuba, y les envió ciertas barras y joyas de oro y les hizo saber todos los desmanes y trabajos que nos habían acontescido, y cómo nos echaron de Méjico. Dejemos esto y digamos las personas que demandaron licencia para volver a Cuba, que todavía iban ricos; fueron Andrés de Duero y Agustín Bermúdez, Juan Bono de Quexo, y Bernaldino de Quesada y Francisco Velázquez el Corcovado, pariente del Diego Velázquez, gobernador de Cuba, y Gonzalo Carrasco, el que vive en la Puebla, que después se volvió a esta nueva España, y un Melchor de Velasco, que fue vecino de Guatimala, y un Jiménez, que vive en Guajaca, que fue por sus hijos, y el comendador Leonel de Cervantes, que fue por sus hijas, que después de ganado Méjico las casó muy honradamente; e se fue uno que se decía Maldonado, natural de Medellín, questaba doliente; no digo Maldonado el que fue marido de doña María del Rincón, ni por Maldonado el Ancho, ni otro Maldonado que se decía Álvaro Maldonado el Fiero, que fue casado con una señora que se decía María Rias; y también se fue un Vargas, vecino de la Trinidad, que le llamaban en Cuba Vargas el Galán, no digo Vargas el que fue suegro de Cristóbal Lobo, vecino que fue de Guatimala; y se fue un soldado de los de Cortés que se decía Cárdenas, piloto. Aquel Cárdenas fue el que dijo a un su compañero que cómo podíamos reposar los soldados teniendo dos reyes en esta Nueva España. Éste fue a quien Cortés dio trecientos pesos para que se fuese a su mujer e hijos; y por excusar prolijidad de ponelles todos por memoria, se fueron otros muchos que no me acuerdo bien sus nombres. Y cuando Cortés les dio la licencia, dijimos que para qué se la daba, pues que éramos pocos los que quedábamos, y respondió que por excusar escándalos e importunaciones, y que ya víamos que para la guerra algunos de los que se volvían no lo eran, y que valía más estar solo que mal acompañado. Y para les despachar del puerto envió Cortés a Pedro de Alvarado, y en habiéndolos embarcado que se volviese luego a la villa. Y digamos agora que también envió a Castilla a Diego de Ordaz, y Alonso de Mendoza, natural de Medellín de Cáceres, con ciertos recaudos de Cortés, que yo no sé otros que llevase nuestros, ni nos dio parte de cosa de los negocios que enviaba tratar con Su Majestad, ni lo que pasó en Castilla yo no lo alcancé saber, salvo que a boca llena decía el obispo de Burgos, delante del Diego de Ordaz, que así Cortés como todos los soldados que pasamos con él éramos malos y traidores, puesto que Ordaz respondía muy bien por todos nosotros. Y entonces le dieron al Ordaz una encomienda de señor Santiago y por armas el volcán questaba entre Guaxocingo y cerca de Cholula, y lo que negoció adelante lo diré según lo supimos por carta. Dejemos esto aparte y diré cómo Cortés envió Alonso de Avila, que era capitán y contador desta Nueva España, y juntamente con él envió a otro hidalgo que se decía Francisco Álvarez Chico, que era hombre que entendió de negocios, y mandó que fuesen con otro navío para la isla de Santo Domingo a hacer relación de todo lo acaescido a la Real Audiencia que en ella residía y a los frailes jerónimos questaban por gobernadores de todas las islas, que tuviesen por bueno lo que habíamos hecho en las conquistas y el desbarate de Narváez, y cómo había hecho esclavos en los pueblos que habían muerto españoles, y se habían quitado de la obidiencia que habían dado a nuestro rey y señor, y que así entendía hacer en todos los más pueblos que fueron de la liga y nombre de mejicanos, y que les suplicaba que hiciesen relación dello en Castilla a nuestro gran emperador, y tuviesen en la memoria los grandes servicios que siempre le hacíamos, y que por su intercesión y de la Real Audiencia y frailes jerónimos fuésemos favorescidos con justicia contra la mala voluntad y obras que contra nosotros trataba el obispo de Burgos y arzobispo de Rosano. Y también envió otro navío a la isla de Jamaica por caballos y yeguas, y el capitán que en él fue se decía Fulano de Solís, que después de ganado Méjico le llamamos Solís el de la Huerta, yerno de uno que se decía el bachiller Ortega. Bien sé que dirán algunos curiosos letores que sin dineros que cómo enviaba a Diego de Ordaz a negocios a Castilla, pues está claro que para Castilla y para otras partes son menester dineros, y que ansimismo enviaba a Alonso de Ávila a Francisco Álvarez el Chico a Santo Domingo, a negocios, y a a isla de Jamaica por caballos y yeguas. A esto digo que como al salir de Méjico como salimos huyendo la noche por mí muchas veces memorada, que como quedaban en la sala muchas barras de oro perdido en un montón, que todos los más soldados apañaban dello, en especial los de a caballo, y los de Narváez mucho mejor, y los oficiales de Su Majestad, que la tenían en poder y cargo, llevaron los fardos hechos; y demás desto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios tascaltecas por mandado de Cortés, y fueron los primeros que salieron en las puentes, vista cosa era que salvarían muchas cargas dello, que no se perdería todo en la calzada, y como nosotros los pobres soldados que no teníamos mando, sino ser mandados, en aquella sazón procurábamos de salvar nuestras vidas y después de curar nuestras heridas, no mirábamos en el oro si salieron muchas cargas dello en las puentes o no, ni se nos daba mucho por ello. Y Cortés con algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de los tascaltecas que lo sacaron, y tuvimos sospecha que los cuarenta mill pesos de las partes de los de la Villa Rica que también lo hobo, y echó fama que lo habían robado, y con ello envió a Castilla a los negocios de su persona, y a comprar caballos, y a la isla de Santo Domingo a la Audiencia real; porque en aquel tiempo todos se callaban con las barras de oro que tenían, aunque más pregones habían dado. Dejemos esto, y digamos como ya estaban de paz todos los pueblos comarcanos de Tepeaca, acordó Cortés que quedase en la villa de Segura de la Frontera por capitán un Francisco de Orozco con obra de veinte soldados questaban heridos y dolientes y con todos los más de nuestro ejército fuimos a Tascala; y se dio orden que se cortase madera para hacer trece bergantines para ir otra vez a Méjico, porque hallábamos por muy cierto que para la laguna sin bergantines no la podíamos señorear, ni podíamos dar guerra ni entrar otra vez por las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras vidas, el que fue maestro de cortar la madera y dar el gálibo, y cuenta razón como habían de ser veleros y ligeros para aquel efeto y los hizo fue un Martín López, que ciertamente, demás de ser un buen soldado en todas las guerras, sirvió muy bien a Su Majestad en esto de los bergantines, y trabajó en ellos como fuerte varón. Y me parece que si por desdicha no viniere en nuestra compañía de los primeros, como vino, que hasta enviar por otro maestro a Castilla se pasara mucho tiempo o no viniera ninguno, según el gran estorbo que en todo nos ponía el obispo de Burgos. Volveré a nuestra materia, y digamos agora que cuando llegamos a Tascala era fallescido de viruelas nuestro gran amigo y leal vasallo de Su Majestad Maseescasi, de la cual muerte nos pesó a todos, y Cortés lo sintió tanto, como él decía, como si fuera su padre, y se puso luto de mantas negras
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, y ansimismo muchos de nuestros capitanes y soldados. Y a sus hijos y parientes del Maseescasi, Cortés y todos nosotros les hacíamos mucha honra, y porque en Tascala había diferencias sobre el mando y cacicazgo, señaló y mandó que lo fuese un su hijo legítimo del mesmo Maseescasi, porque así lo había mandado su padre antes que muriese; y aun dijo a sus hijos y parientes que mirasen que no saliesen del mando de Malinche y de sus hermanos, porque ciertamente éramos los que habíamos de señorear estas tierras; y les dijo otros muchos buenos consejos. Dejemos ya de contar del Maseescasi, pues es ya él muerto, y digamos del Xicotenga el Viejo y de Chichimecatecle y de todos los más caciques de Tascala que se ofrescieron de servir a Cortés ansí en cortar la madera para los bergantines como para todo lo demás que les quisiesen mandar en la guerra contra mejicanos. Cortés les abrazó con mucho amor y les dio gracias por ello, especialmente a Xicotenga el Viejo y a Chichimecatecle, y luego procuró que se volviese cristiano, y el buen Xicotenga de buena voluntad dijo que lo quería ser. Con la mayor fiesta que en aquella sazón se pudo hacer en Tascala le bautizó el padre de la Merced y le puso nombre don Lorenzo de Vargas. Volvamos a decir de nuestros bergantines; que el Martín López se dio tanta priesa en cortar la madera con la gran ayuda de indios que le ayudaban, que en pocos días la tenía ya toda cortada y señalada su cuenta en cada madero para qué parte y lugar había de ser, según tienen sus señales los oficiales maestros y carpinteros de ribera; y también le ayudaba otro buen soldado que se decía Andrés Núñez, y un viejo carpintero questaba cojo de una herida, que se decía Ramírez el Viejo. Y luego despachó Cortés a la Villa Rica por mucho hierro y clavazón de los navíos que dimos al través, y por anclas y velas y jarcias y cables y estopa y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó venir todos los herreros que había, y a un Hernando de Aguilar que era medio herrero, que ayudaba a machar; y porque en aquel tiempo había en nuestro real tres hombres que se decían Aguilar, llamamos a este Hernando de Aguilar Majahierro; y envió por capitán a la Villa Rica por los aparejos que he dicho para mandallo traer a un Santa Cruz, burgalés, regidor que después fue de Méjico, persona muy buen soldado y diligente; y hasta las calderas para hacer brea y todo cuanto de antes habían sacado de los navíos trujo con más e mill indios que todos los pueblos de aquellas provincias, enemigos de mejicanos, luego se los daban para traer las cargas. Pues como no teníamos pez para brear, ni aun los indios lo sabían hacer, mandó Cortés a cuatro hombres de la mar que sabían de aquel oficio que en unos pinares cerca de Guaxalcingo, que los hay buenos, fuesen a hacer la pez
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. Pasemos adelante, y puesto que no va muy a propósito de la materia en questaba hablando, que me han preguntado ciertos caballeros curiosos que conocían muy bien a Alonso de Ávila, que cómo siendo capitán , y muy esforzado, y era contador de la Nueva España, y siendo belicoso y su inclinación dado más para guerras que no para ir a solicitar negocios con los frailes jerónimos questaban por gobernadores de todas las islas, que por qué causa le envió Cortés, teniendo otros hombres que fueran más acostumbrados a negocios, como era un Alonso de Grado, o un Joan de Cáceres el Rico y otros que me nombraron. A esto digo que Cortés le envió al Alonso de Ávila porque sintió dél ser muy varón, y porque osaría responder por nosotros conforme a justicia, y también le envió por causa que como el Alonso de Ávila había tenido diferencias con otros capitanes y tenía gran atrevimiento de decir a Cortés cualquiera cosa que vía que convenía decille, y por excusar ruidos y por dar la capitanía que tenía a Andrés de Tapia, y la contaduría Alonso de Grado, como luego se la dio, por estas razones le envió. Volvamos a nuestra relación. Pues viendo Cortés que ya era cortada la madera para los bergantines y se hablan ido a Cuba las personas por mi nombradas, que eran de los de Narváez, que los teníamos por sobrehuesos, especialmente poniendo temores que siempre nos ponían, que no seríamos bastantes para resistir el gran poder de mejicanos, cuando oían que decíamos que habíamos de ir a poner cerco sobre Méjico, y libre de aquellas zozobras, acordó Cortés que fuésemos con todos nuestros soldados para la ciudad de Tezcuco, y sobrello hobo grandes e muchos acuerdos, porque unos soldados decían que era mejor sitio y acequias y zanjas para hacer los bergantines en Ayocingo, junto a Chalco, que no en la zanja y estero; y otros porfiábamos que mejor sería en Tezcuco, por estar en parte y sitio cerca de muchos pueblos, y que teniendo aquella ciudad por nosotros, desde allí haríamos entradas en las tierras comarcanas de Méjico, y puestos en aquella ciudad tomaríamos el mejor parescer como sucediesen las cosas. Pues ya estaba acordado lo por mí dicho, viene nueva y cartas, que trujeron soldados, de cómo había venido a la Villa Rica un navío de Castilla, y de las islas de Canaria, de buen porte, cargado de muchas mercaderías, escopetas, pólvora y ballestas, e hilo de ballestas, y tres caballos, y otras armas, y venia por señor de la mercadería y navío un Joan de Burgos, y por maestre un Francisco de Amedel, y venían trece soldados. Y con aquella nueva nos alegramos en gran manera; y si de antes que supiésemos del navío nos dábamos priesa en la partida para Tezcuco, mucho más nos dimos entonces; porque luego le envió Cortés comprar todas las armas y pólvora y todo lo más que traía, y aun el mismo Joan de Burgos y el Medel y todos los pasajeros que traía se vinieron luego por donde estábamos, con los cuales rescebimos contento viendo tan buen socorro y en tal tiempo. Acuérdome que entonces vino un Joan del Espinar, vecino que fue de Guatimala, persona que fue muy rico, y también vino un vizcaíno que se decía Monjaraz, tío que se decía ser de Andrés de Monjaraz; también vino un Sagredo, tío de una mujer que se decía la Sagreda questaba en Cuba, naturales de la villa de Medellín, y Gregorio de Monjaraz, soldados questaban con nosotros y padre de una mujer que después vino a Méjico, que se decía la Monjaraza, muy hermosa mujer. E traigo esto aquí a la memoria por lo que adelante diré, y que jamás fue el Monjaraz a guerra ninguna, ni entrada con nosotros, porque andaba doliente en aquel tiempo, e ya questaba muy bueno y sano e presumía de valiente, cuando teníamos puesto cerco a Méjico dijo el Monjaraz que quería ir a ver cómo batallábamos con los mejicanos, porque no tenía a los mejicanos por valientes; y fue y se subió en un alto cu como torrecilla, y nunca supimos cómo ni de qué manera le mataron los indios en aquel mismo día. Y muchas personas dijeron, que le habían conoscido en la isla de Santo Domingo, que fue permisión divina que muriese aquella muerte, porque había muerto a su mujer, muy honrada y buena persona, sin culpa ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacía maleficio. Quiero ya dejar de contar cosas pasadas, y digamos cómo fuimos a la ciudad de Tezcuco y lo que más pasó.

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