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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (3 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—Bueno, sí, me doy cuenta de que es fastidioso, pero eres muy buena sorteándolos, ¿sabes? Por no mencionar la información que se obtiene sólo con estudiar la clase de mentiras que dice la gente. Y, ah… no-mentiras. Puede que algunas personas que no quieran hablar conmigo lo hagan contigo, por un motivo u otro.

Ella aceptó la justeza de sus argumentos con un pequeño gesto de la mano.

—Y… sería un auténtico alivio para mí tener a alguien con quien poder hablar con total libertad.

La sonrisa de ella se torció un poco.

—¿Hablar o desahogarte?

—Yo… ¡ejem!… sospecho que esto va a implicar un montón de lo segundo, sí. ¿Crees que podrás soportarlo? Podría ser una lata, además de aburrido.

—Sabes, sigues diciendo que tu trabajo es aburrido, Miles, pero se te han puesto los ojos brillantes.

Él se aclaró la garganta y se encogió de hombros, sin dar muestras del más mínimo arrepentimiento.

Ella aparcó la diversión y frunció el ceño.

—¿Cuánto tiempo crees que durará esto?

Él repasó los cálculos que sin duda ella había hecho ya. Faltaban seis semanas, día arriba o día abajo, para los nacimientos previstos. Su plan original de viaje los habría devuelto a la Mansión Vorkosigan con un cómodo mes de antelación. El Sector V estaba en dirección contraria a su situación actual respecto a Barrayar, si es que podía decirse que la red de puntos de salto que la gente empleaba para ir de acá para allá tenía alguna dirección. Varios días para llegar a la Estación Graf, más otras dos semanas de viaje al menos para llegar a casa desde allí, incluso en el más rápido de los correos rápidos.

—Si puedo resolver las cosas en menos de dos semanas, podremos llegar a casa a tiempo.

Ella dejó escapar una risa.

—Por mucho que me empeño en ser moderna y galáctica, me sigue pareciendo algo muy raro. Muchos hombres no están en casa cuando nacen sus hijos, pero eso de «mi madre estaba fuera de la ciudad el día que nací, así que se lo perdió» me parece… bueno, una queja más fundada.

—Si la cosa se retrasa, supongo que podría enviarte a casa sola, con una escolta adecuada. Pero yo también quiero estar presente.

Miles vaciló. «Es mi primera vez, maldición, claro que esto me está volviendo loco», era un comentario obvio que consiguió detener en sus labios. El primer matrimonio había dejado a Ekaterin marcada con cicatrices sensibles, ninguna de ellas física, y aquel asunto rozaba a varias de ellas. «Reformula la frase, oh, diplomático.»

—¿Es… por ser la segunda vez, es más sencillo para ti?

La expresión de ella se volvió introspectiva.

—Nikki fue un parto natural; naturalmente, todo fue más duro. Los replicadores eliminan muchos riesgos… Nuestros hijos pueden corregir todas sus trabas genéticas, no estarán expuestos a daños en el parto… Sé que la gestación en un replicador es mejor, más responsable en todos los aspectos. No se puede decir que los estemos descuidando. Y sin embargo…

Él le tomó la mano y se llevó los nudillos a los labios.

—A mí no me estás descuidando, te lo aseguro.

La propia madre de Miles era una ferviente defensora del uso de replicadores, por buenos motivos. Él se había reconciliado ahora, a la edad de treinta años, con los daños físicos que sufrió en el vientre materno por el ataque con soltoxina. Sólo su traslado de emergencia a un replicador le había salvado la vida. El veneno militar teratogénico lo había dejado pequeñito y con los huesos quebradizos, pero toda una agonía de tratamientos médicos durante la infancia había conseguido que pudiera funcionar casi plenamente, aunque no le había otorgado, ay, la estatura suficiente. La mayoría de sus huesos habían sido sustituidos por piezas sintéticas, literalmente pieza a pieza. El resto de los defectos, lo admitía, eran cosa suya. Que estuviera todavía vivo parecía casi un milagro, igual que haber conseguido ganarse el corazón de Ekaterin. Sus hijos no sufrirían esos traumas.

—Y si crees que vas a tenerlo lujosamente fácil, para sentirte adecuadamente virtuosa —dijo Miles—, bueno, espera a que salgan de esos replicadores.

Ella se echó a reír.

—¡Buen argumento!

—Bueno —suspiró él—. Quería que este viaje te mostrara las glorias de la galaxia, de la sociedad más elegante y refinada. Parece que en cambio me dirijo hacia lo que sospecho es el estercolero del Sector V, y la compañía de un puñado de mercaderes chillones y frenéticos, burócratas airados y militaristas paranoicos. La vida está llena de sorpresas. ¿Vienes conmigo, mi amor? ¿Por el bien de mi cordura?

Ella entornó los ojos, divertida.

—¿Cómo puedo resistirme a una invitación semejante? Por supuesto que iré —se puso seria—. ¿Violaría la seguridad si enviara un mensaje a Nikki diciéndole que nos retrasaremos?

—En absoluto. Pero envíalo desde la
Kestrel
. Llegará más rápido.

Ella asintió.

—Nunca había estado tanto tiempo sin él. Me pregunto si se habrá sentido solo.

Nikki se había quedado, por la parte familiar de Ekaterin, con cuatro tíos y un tío abuelo más las correspondientes tías, un puñado de primos, un pequeño ejército de amigos y su abuela Vorsoisson. Por parte de Miles, con el extenso personal de la Mansión Vorkosigan y sus extensas familias, el tío Iván y el tío Mark y todo el clan Koudelka como refuerzo. A punto de aparecer estaban sus embobados abuelos adoptivos Vorkosigan, que tenían pensado llegar después de Miles y Ekaterin para la fiesta del nacimiento, pero que ahora podrían hacerlo antes que ellos. Ekaterin tal vez tuviera que adelantarse, si Miles no conseguía resolver aquel lío a tiempo, pero desde luego no podría ser por una definición racional de la palabra «solo».

—No veo cómo —dijo Miles sinceramente—. Seguro que tú lo echas más de menos a él que él a nosotros. Si no, nos habría enviado algo más que esa nota con un monosílabo que sólo nos alcanzó cuando llegamos a la Tierra. Los niños de once años suelen estar bastante centrados en sí mismos. Desde luego, yo lo estaba.

Ella alzó las cejas.

—¿Sí? ¿Y cuántas notas le has enviado a tu madre en los dos últimos meses?

—Es un viaje de luna de miel. Nadie espera que… De todas formas, ella siempre echa un vistazo a mis informes de seguridad.

Las cejas permanecieron alzadas. Miles añadió prudentemente:

—Le enviaré un mensaje desde la
Kestrel
también.

Fue recompensado con una sonrisa maternal. Ahora que lo pensaba, tal vez debería incluir a su padre en la dirección, aunque no podía decir que sus padres no compartieran sus misivas, ni que no se quejaran igualmente por su escasez.

Una hora de leve caos completó su traslado a la nave correo del Imperio de Barrayar. Los correos rápidos ganaban la mayor parte de su velocidad a costa de su capacidad de carga. Miles se vio obligado a renunciar a todo el equipaje que no fuera esencial. Todo lo demás, y era bastante, junto con un sorprendente volumen de objetos de recuerdo, continuaría viaje hasta Barrayar con la mayor parte de su séquito: la doncella personal de Ekaterin, la señorita Pym, y para gran pesar de Miles, los dos soldados de apoyo de Roic. Se le ocurrió demasiado tarde, cuando Ekaterin y él ocuparon su nuevo camarote compartido, que tendría que haber mencionado lo estrechitos que estarían. Había viajado en naves similares tan a menudo durante sus años en SegImp, que no le afectaban sus limitaciones…, uno de los pocos aspectos de su antigua carrera en que la pequeñez de su cuerpo había resultado una ventaja.

Así que, después de todo, pasó el resto del día en la cama con su esposa, principalmente debido a la ausencia de otro tipo de asiento. Plegaron el camastro superior para tener espacio y se sentaron en extremos opuestos, Ekaterin para leer en silencio un visor manual, Miles para zambullirse en la caja de Pandora de informes del frente diplomático que había anunciado Gregor.

No llevaba ni cinco minutos de estudio cuando murmuró un «¡Ja!».

Ekaterin indicó su disposición a ser interrumpida mirándolo con un recíproco «¿Hum?».

—Acabo de darme cuenta de por qué la Estación Graf me sonaba familiar. Nos dirigimos al Cuadrispacio, por Dios.

—¿Cuadrispacio? ¿Es un sitio donde ya has estado?

—No, personalmente no. —Aquello iba a requerir más preparación política de lo que esperaba—. Aunque una vez conocí a una cuadri. Los cuadrúmanos son una raza de humanos desarrollados mediante bioingeniería hace doscientos o trescientos años. Antes de que volvieran a descubrir Barrayar. Se suponía que tenían que ser habitantes en permanente caída libre. Fuera cual fuese el plan original de sus creadores, se fue por la borda cuando se introdujeron las nuevas tecnologías gravitatorias, y acabaron siendo una especie de refugiados económicos. Después de un puñado de viajes y aventuras, acabaron por asentarse como grupo en lo que en aquella época era el confín del Nexo de agujero de gusano. Eran belicosos con las demás razas entonces, así que deliberadamente eligieron un sistema sin planetas habitables, pero con considerables recursos asteroidales y cometarios. Planeaban mantenerse apartados, supongo. Naturalmente, el Nexo explorado ha crecido a su alrededor desde entonces, así que ahora reciben algunos intercambios foráneos con naves de servicio y proporcionan instalaciones de tránsito. Lo cual explica por qué nuestra flota fue a atracar allí, aunque no lo que sucedió después. La ah… —vaciló—. La bioingeniería incluyó un montón de cambios metabólicos, pero la alteración más espectacular fue un segundo conjunto de brazos donde deberían tener las piernas. Lo cual, hum, les viene realmente bien en caída libre. Más o menos. A menudo he deseado tener un par de brazos de más, cuando actuaba en el vacío.

Le pasó el visor y mostró la imagen de un cuadrúmano, vestido con un pantalón corto amarillo chillón y una camiseta, que se abría paso por un corredor a baja gravedad con la velocidad y agilidad de un mono que se mueve por las copas de los árboles.

—Oh —murmuró Ekaterin, recuperando rápidamente el control de sus rasgos—. Qué, uh… interesante. —Al cabo de un instante, añadió—: Parece práctico para su entorno.

Miles se relajó un poco. Fueran cuales fuesen las reacciones de Ekaterin a las mutaciones que estuviera viendo, serían derrotadas por su férreo control de los buenos modales.

Lo mismo, desgraciadamente, no parecía cumplirse con los otros miembros del Imperio ahora retenidos en el sistema de los cuadris. La diferencia entre mutación perniciosa y modificación benigna o provechosa no era admitida fácilmente por los barrayareses del campo. Teniendo en cuenta que un oficial se refería a ellos como «horribles arañas mutantes» en su informe, estaba claro que Miles podía añadir tensiones raciales a la mezcla de complicaciones hacia las que se dirigían a toda máquina.

—Te acostumbras a ellos rápidamente —la tranquilizó.

—¿Dónde conociste a uno, si se mantienen apartados?

—Hum… —Tendría que mentir un poco—. Fue en una misión de SegImp. No puedo hablar de eso. Pero se dedicaba a la música, nada menos. Tocaba percusión con los cuatro brazos. —Intentó remedar el gesto y acabó golpeándose dolorosamente los codos contra la pared del camarote—. Se llamaba Nicol. Te habría gustado. La sacamos de un buen apuro. Me pregunto si llegaría a casa. —Se frotó el codo y añadió, esperanzado—: Apuesto a que las técnicas de jardinería en caída libre de los cuadris te resultarán interesantes.

Ekaterin sonrió.

—Sí, desde luego.

Miles regresó a sus informes con la incómoda certeza de que no iba a ser una misión en la que convenía zambullirse sin preparación. Añadió mentalmente revisar la historia de los cuadris en su lista de estudios para los dos días siguientes.

2

—¿Tengo recto el cuello?

Los fríos dedos de Ekaterin trabajaron con profesionalidad el cuello de la camisa de Miles; él reprimió el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Ahora sí.

—El hábito hace al Auditor —murmuró él.

El pequeño camarote carecía de comodidades como un espejo de cuerpo entero; tenía que usar a cambio los ojos de su esposa. Pero no lo consideraba una desventaja. Ella se apartó todo lo que pudo, medio paso hasta la pared, y lo miró de arriba abajo para comprobar el efecto de su uniforme de la Casa Vorkosigan: túnica marrón con el blasón de la familia bordado en plata en el alto cuello, puños bordados de plata, pantalones marrones con una tira de plata, altas botas de montar. En su tiempo, la clase Vor había estado formada por soldados de caballería. Ahora no había caballos en Dios sabía cuántos años luz, eso estaba claro.

Él tocó su comunicador de muñeca, para sincronizarlo con el que ella llevaba, aunque el de Ekaterin era más típico de una dama Vor, con un brazalete ornamental de plata.

—Te haré una señal cuando esté preparado para volver y cambiarme. —Indicó con la cabeza el sencillo traje gris que ella había colocado ya sobre la cama. Un uniforme para las mentes militares, ropa civil para los civiles. Y que el peso de la historia de Barrayar, once generaciones de condes Vorkosigan a su espalda, compensaran su baja estatura, su pose levemente encorvada. No necesitaba mencionar sus defectos menos visibles.

—¿Qué debo ponerme yo?

—Como tendrás que tragarte todo el paseo, algo práctico. —Sonrió perversamente—. Ese vestido rojo de seda será lo bastante atractivo para nuestros anfitriones de la Estación.

—Sólo para la mitad masculina, amor —señaló ella—. ¿Y si el jefe de seguridad es una cuadrúmana? ¿Se sienten los cuadrúmanos atraídos por los planetarios?

—Una sí, al menos —suspiró él—. De ahí el problema… Partes de la Estación Graf están a cero-ge, así que querrás llevar pantalones o calzas en vez de las faldas al estilo barrayarés. Algo con lo que puedas moverte.

—Oh. Sí, ya veo.

Llamaron a la puerta del camarote, y oyeron la tímida voz del soldado Roic.

—¿Milord?

—Ya voy, Roic.

Miles y Ekaterin intercambiaron sus sitios (al encontrarse a la altura del pecho de ella, Miles le robó al pasar un abrazo agradablemente animado), y él salió al estrecho pasillo de la nave correo.

Roic vestía una versión ligeramente más sencilla del uniforme de la Casa Vorkosigan de Miles, como correspondía a su estatus de vasallo y hombre de armas.

—¿Quiere que empaquete sus cosas para trasladarles a la nave insignia barrayaresa, milord? —preguntó.

—No. Vamos a quedarnos en el correo.

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