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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Ciencia ficción, Novela

Inmunidad diplomática (9 page)

BOOK: Inmunidad diplomática
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—Intento de soborno a un oficial —sugirió Miles.

—La verdad es que todavía no he mencionado esto a Watts. —Cuando Miles alzó las cejas, Bel añadió—: ¿Querías más complicaciones legales?

—Ah… no.

Bel hizo una mueca.

—Eso pensaba. —El hermafrodita hizo una pausa, como para reordenar sus ideas—. Volviendo a los idiotas. Tu alférez Corbeau, para empezar.

—Sí. Esa petición suya de asilo político ha hecho vibrar todas mis antenas. Cierto, tenía algunos problemas por presentarse tarde, pero, ¿por qué está intentando desertar de pronto? ¿Qué relación tiene con la desaparición de Solian?

—Ninguna, por lo que he podido saber. Llegué a conocer al tipo antes de que todo se fuera a hacer gárgaras.

—¿Sí? ¿Cómo y dónde?

—Socialmente. ¿Qué pasa con los que tenéis flotas segregadas sexualmente que hace que todos desembarquéis locos perdidos? No, no te molestes en contestar a eso, creo que todos lo sabemos. Pero las organizaciones militares exclusivamente masculinas que tienen esa costumbre por motivos culturales o religiosos llegan a la Estación de permiso como una horrible combinación de niños que salen del colegio y convictos que escapan de la cárcel. Lo peor de ambos, en realidad: el juicio de los niños combinado con la privación sexual de… No importa. Los cuadris se echan a temblar cuando os ven venir. Si no gastarais dinero con tanta despreocupación, creo que las estaciones comerciales de la Unión votarían todas por manteneros en cuarentena a bordo de vuestras naves y dejar que os murierais de asco.

Miles se frotó la frente.

—Volvamos al alférez Corbeau, ¿quieres?

Bel sonrió.

—No lo habíamos dejado. Bueno, pues. Ese paleto barrayarés, en su primer viaje a la deslumbrante galaxia, sale de su nave y, como tiene instrucciones, según entiendo, de ampliar sus horizontes culturales…

—Es correcto.

—Se va a ver el Ballet Minchenko, que es digno de contemplar, en cualquier caso. Deberías verlo mientras estás en la estación.

—¿No es, hum, sólo bailarinas exóticas?

—No en el sentido de anuncio-de-sexo-para-los-trabajadores. Ni siquiera en el ultraclasista sentido sexual del Orbe Beta de formación académica.

Miles consideró, y luego reconsideró, mencionar su encuentro en el Orbe de las Delicias Celestiales con Ekaterin durante su luna de miel, posiblemente la parada más peculiarmente útil de su itinerario… «Concéntrate, milord Auditor.»

—Es exótico, y son bailarinas, pero es arte auténtico, de verdad… Es inenarrable. Una tradición de doscientos años de antigüedad, la joya de esta cultura. El chaval tuvo que haberse enamorado a primera vista. Fue la subsiguiente persecución con todas las armas dispuestas (en sentido metafórico, esta vez) lo que se salió un poco de madre. El soldado de permiso que se encoña locamente de una chica local no es nada nuevo, pero lo que realmente no comprendo es qué vio en él Garnet Cinco. Quiero decir, es un joven mono y tal, pero… —Bel sonrió con picardía—. Demasiado alto para mi gusto. Por no mencionar que es demasiado joven.

—Garnet Cinco es la bailarina cuadri, ¿no?

—Sí.

Era muy curioso que un barrayarés se sintiera atraído por una cuadrúmana: el prejuicio cultural profundamente arraigado contra todo lo que oliera a mutación tendría que haber jugado en contra. ¿Había obtenido Corbeau, por parte de sus compañeros y superiores, menos indulgencia de lo que podía esperar un joven oficial en una situación semejante?

—Y tu relación con todo esto es… ¿cuál?

¿Había hecho Bel un gesto de aprensión?

—Nicol toca el arpa y el dulcémele en la orquesta del Ballet Minchenko. ¿Te acuerdas de Nicol, la música cuadrúmana que rescatamos durante aquella operación que casi se fue al garete?

—Recuerdo a Nicol vivamente.

Y también, al parecer, la recordaba Bel.

—Deduzco que llegó a salvo a casa, después de todo.

—Sí —la sonrisa de Bel se volvió más tensa—. Ella también te recuerda vivamente, lo que no es de extrañar…, almirante Naismith.

Miles se quedó callado un instante. Por fin, dijo cautelosamente:

—¿La, ah… la conoces bien? ¿Puedes persuadirla para que sea discreta u ordenárselo?

—Vivo con ella —dijo Bel sin más—. Nadie necesita ordenarle nada. Es discreta.

«Oh. Eso aclara muchas cosas…»

—Pero es amiga íntima de Garnet Cinco, que está muertecita de pánico con todo esto. Está convencida, entre otras cosas, de que el mando barrayarés quiere fusilar a su novio en cuanto le ponga las manos encima. El par de matones que envió Vorpatril para recoger a vuestra oveja perdida, evidentemente…, bueno, se pasaron de rudos. Fueron insultantes y brutales, para empezar, y a partir de ahí todo fue cuesta abajo. He oído la versión sin resumir.

Miles hizo una mueca.

—Conozco a mis paisanos. Puedes dar por sabidos los detalles desagradables, gracias.

—Nicol me ha pedido que haga lo que pueda por su amiga y el amigo de su amiga. Le prometí hacer algo. Es esto.

—Comprendo —Miles suspiró—. No puedo prometer nada todavía. Excepto escuchar a todo el mundo.

Bel asintió y apartó la mirada. Al cabo de un instante, el herm dijo:

—Este cargo tuyo de Auditor Imperial… Ahora eres una rueda importante en la maquinaria barrayaresa, ¿no?

—Algo así —dijo Miles.

—La Voz del Emperador; suena importante. La gente te escucha, ¿verdad?

—Bueno, los barrayareses lo hacen. El resto de la galaxia —Miles levantó una comisura de la boca— tiende a pensar que es algo propio de un cuento de hadas.

Bel se encogió de hombros, como pidiendo disculpas.

—Los de SegImp son barrayareses. Bueno. La cuestión es que he llegado a querer este lugar…, la Estación Graf, el cuadrispacio. Y a esta gente. Me gustan mucho. Creo que entenderás por qué, si tengo oportunidad de llevarte a dar una vuelta. Estoy pensando en establecerme aquí de manera permanente.

—Esto está… bien —dijo Miles. «¿Adónde quieres ir a parar, Bel?»

—Pero si hago un juramento de ciudadanía aquí…, y llevo pensándomelo algún tiempo, quiero hacerlo sinceramente. No puedo ofrecerles un falso juramento, ni lealtades divididas.

—Tu ciudadanía betana nunca se interpuso en tu carrera en los Mercenarios Dendarii.

—Nunca me pediste que actuara en la Colonia Beta.

—¿Y si lo hubiera hecho?

—Yo… me habría enfrentado a un dilema. —Bel extendió la mano en una súplica—. Quiero empezar de cero, sin ninguna atadura secreta que me agarre. Dices que SegImp es tu instrumento personal ahora. Miles…, ¿puedes por favor volver a despedirme?

Miles se echó hacia atrás y se mordió los nudillos.

—Que te aparte de SegImp, quieres decir.

—Sí. De todas las antiguas obligaciones.

Miles resopló. «¡Pero nos eres tan valioso aquí!»

—Yo… no sé.

—¿No sabes si tienes poder? ¿O no sabes si quieres utilizarlo?

Miles contemporizó.

—Este asunto de tener poder ha resultado más extraño de lo que esperaba. Uno podría pensar que más poder te da más libertad, pero he descubierto que en mi caso es al revés. Cada palabra que sale de mi boca tiene un peso que nunca había tenido antes, cuando era el Loco Miles el charlatán, buscavidas de los Dendarii. Nunca tenía que ir con pies de plomo como ahora. Es… puñeteramente incómodo, a veces.

—Pensaba que te encantaría.

—Yo pensaba lo mismo.

Bel se echó hacia atrás, relajándose. No volvería a pedírselo, no de momento, al menos.

Miles tamborileó con los dedos sobre la fría superficie cristalina de la mesa.

—Si detrás de este lío no hay nada más que sobreexcitación y falta de juicio, y no es que con eso no baste, todo se limita a la desaparición del encargado de seguridad de la flota komarresa, Solian…

El comunicador de muñeca de Miles sonó. Se lo llevó a los labios.

—¿Sí?

—Milord —sonó la voz de Roic, en tono de disculpa—. Vamos a atracar de nuevo.

—Bien. Gracias. Vamos para allá. —Se levantó de la mesa—. Tenemos que hablar con Ekaterin antes de volver allí y seguir fingiendo. Roic y ella tienen ambos una autorización de seguridad completa, por cierto; les hace falta para vivir tan cerca de mí. Los dos tienen que saber quién eres, y que pueden confiar en ti.

Bel vaciló.

—¿Tienen que saber que soy de SegImp? ¿Aquí?

—Deberían saberlo, por si hay una emergencia.

—Me gustaría bastante que los cuadris no supieran que he estado vendiendo información a los planetarios, ¿sabes? Tal vez resulte más seguro que tú y yo seamos simples conocidos.

Miles se le quedó mirando.

—Pero Bel, ella sabe perfectamente bien quién eres. O quién eras, al menos.

—¿Qué, le has estado contando a tu esposa batallitas de operaciones encubiertas? —Claramente desconcertado, Bel frunció el ceño—. Una de esas reglas que siempre se aplican a los demás, ¿no?

—Se ganó el derecho a estar informada, no se le dio sin más —dijo Miles, un poco envarado—. ¡Pero Bel, te enviamos una invitación de boda! O… ¿la recibiste? SegImp me notificó que fue entregada…

—Oh —dijo Bel, confundido—. Eso. Sí. La recibí.

—¿Llegó demasiado tarde? Incluía un billete de viaje… Si alguien se lo quedó, lo mandaré despellejar…

—No, el billete llegó también. Hace como año y medio, ¿verdad? Podría haber ido, si me hubiera esforzado un poquito. Llegó en un momento embarazoso para mí. Una especie de momento bajo. Acababa de dejar Beta por última vez y estaba en mitad de un trabajito para SegImp. Buscar un sustituto habría sido difícil. Era un esfuerzo en una época en que más esfuerzos… Pero te deseé lo mejor, con la esperanza de que por fin fueras feliz —sonrió sin alegría—. Otra vez.

—Encontrar a la lady Vorkosigan adecuada… fue la suerte más grande y más rara que nunca tuve —suspiró Miles—. Elli Quinn tampoco vino a la boda. Aunque envió un regalo y una carta. —Ambos inexplicablemente tarde.

—Hum —dijo Bel, con una leve sonrisa. Y añadió, con un poco de picardía—: ¿Y la sargento Taura?

—Ella sí que asistió. —Miles sonrió a su pesar—. Espectacularmente. Tuve un golpe de genialidad y puse a mi tía Alys a cargo de vestirla de civil. Las mantuvo a las dos felizmente ocupadas. Todo el viejo contingente Dendarii te echó de menos. Elena y Baz estuvieron allí, con su nuevo bebé, ¿te lo imaginas? También vino Arde Mayhew. Así que el principio de toda la aventura estuvo muy bien representado. Fue buena cosa que la boda no fuera multitudinaria. Ciento veinte invitados son pocos, ¿no? Era la segunda boda de Ekaterin, ¿sabes?… Ella era viuda.

Y estaba tremendamente nerviosa. Su estado, la noche antes de la boda, recordó a Miles la tensión nerviosa previa al combate que había visto en los soldados que se enfrentaban no a su primera, sino a su segunda batalla. La noche después de la boda… Bueno, eso fue mucho mejor, gracias a Dios.

El anhelo y el pesar habían ensombrecido el rostro de Bel durante esta descripción de viejos amigos alzando una copa por nuevos comienzos. Luego la expresión del herm se endureció.

—¿Baz Jesek, de vuelta en Barrayar? —dijo—. Alguien debió de resolver sus problemillas con las autoridades militares barrayaresas, ¿no?

Y si Alguien podía resolver los problemas de Baz con SegImp, tal vez ese mismo Alguien podría resolver los de Bel. Bel ni siquiera tuvo que decirlo en voz alta.

—Los viejos cargos por deserción resultaban una tapadera demasiado buena cuando Baz estaba activo en operaciones especiales para retirarlos, pero la necesidad de tapadera había quedado obsoleta —dijo Miles—. Baz y Elena están los dos fuera de los Dendarii también. ¿No te has enterado? Todos vamos a ser historia.

«Todos los que salimos con vida, al menos.»

—Sí —suspiró Bel—. Hay una cierta cordura en dejar atrás el pasado y seguir adelante. —El herm alzó la cabeza—. Si el pasado te deja, claro. Así que no compliquemos esto con tu gente, ¿quieres?

—Muy bien —accedió Miles, reacio—. Por ahora, mencionaremos el pasado, pero no el presente. No te preocupes: ellos serán, ah, discretos.

Desactivó el cono de seguridad situado sobre la pequeña mesa de conferencias y abrió las puertas. Tras llevarse la muñeca a los labios, murmuró:

—Ekaterin, Roic, podéis entrar en la sala de oficiales, por favor.

Cuando los dos llegaron, Ekaterin sonriendo expectante, Miles dijo:

—Hemos tenido buena suerte. Aunque el práctico Thorne trabaja ahora para los cuadrúmanos, es un viejo amigo mío de una organización en la que trabajé en mis días de SegImp. Podéis confiar en lo que Bel tenga que decir.

Ekaterin le tendió la mano.

—Me alegro de conocerlo por fin, capitán Thorne. Mi marido y sus viejos amigos me han hablado muy bien de usted. Creo que le echaron mucho de menos.

Con aspecto decididamente desconcertado, pero aceptando el saludo, Bel le estrechó la mano.

—Gracias, lady Vorkosigan. Pero no uso ese viejo rango de capitán aquí. Práctico Thorne, o llámeme sólo Bel.

Ekaterin asintió.

—Y, por favor, llámame Ekaterin. Oh… en privado, supongo —miró a Miles, interrogándolo en silencio.

—Muy bien —dijo Miles. Su gesto incluyó a Roic, que observaba atentamente—. Bel me conoció bajo otra identidad. Por lo que se refiere a la Estación Graf, acabamos de conocernos. Pero nos caemos estupendamente, y el talento de Bel para tratar con planetarios difíciles tiene su compensación.

Roic asintió.

—Comprendido, milord.

Miles los condujo hasta la bodega de atraque, donde el jefe de máquinas de la
Kestrel
esperaba para llevarlos de vuelta a la Estación Graf. Advirtió que otro motivo más para que el nivel de acceso de seguridad de Ekaterin fuera tan alto como el suyo era que, según los informes históricos de varias personas y su propio testimonio, él hablaba en sueños. Hasta que Bel se tranquilizara con respecto a la situación, decidió que probablemente lo mejor era no mencionar este detalle.

Dos cuadris de seguridad de la Estación les esperaban en la bodega de carga. Como aquélla era la sección de la Estación Graf que contaba con campos gravitatorios generados artificialmente para la comodidad y la salud de sus visitantes y de los residentes planetarios, la pareja ocupaba asientos personales flotantes con el escudo de Seguridad de la Estación en los costados. Los flotadores eran gruesos cilindros, de diámetro apenas mayor que la anchura de los hombros de un hombre, lo que causaba el efecto de que las personas cabalgaran en bañeras levitatorias o, tal vez, en el mortero volador mágico de la Baba Yaga del folklore barrayarés.

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