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Authors: José Saramago

Tags: #Ciencia Ficción

La caverna (23 page)

BOOK: La caverna
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La primera media centuria en salir del horno fue la de los esquimales, que eran los que estaban más a mano, justo a la entrada. Una afortunada casualidad en la inmediata opinión de Marta, Como entrenamiento no podría tener mejor comienzo, son fáciles de pintar, más fáciles que éstos sólo las enfermeras, que van todas vestidas de blanco. Cuando las estatuillas se enfriaron del todo, las transportaron a las tablas de secado donde Cipriano Algor, armado con la pistola de pulverizar y resguardado tras el filtro de la máscara, metódicamente las cubrió con la blancura mate de la base. Para sus entretelas refunfuñó que no merecía la pena andar con eso tapándole la boca y la nariz, Bastaba que me pusiese a favor del viento, y la pintura se iría lejos, no me tocaría, pero luego pensó que estaba siendo injusto y desagradecido, sin olvidar que con este buen tiempo que hace no faltarán los días en que no corra ni un céfiro. Terminada su parte de trabajo, Cipriano Algor ayudó a la hija a colocar las pinturas, el recipiente de petróleo, los pinceles, los dibujos coloreados que servirán de modelo, trajo el banco donde ella se debería sentar, y apenas la vio dar la primera pincelada observó, Esto está mal pensado, con los muñecos puestos así en fila, como están, tendrás que desplazar constantemente el banco a lo largo de la plancha, te vas a cansar, Marcial me dijo, Qué le dijo Marcial, preguntó Marta, Que debes tener mucho cuidado, evitar las fatigas, A mí lo que me cansa es oír tantas veces la misma recomendación, Es por tu bien, Mire, si pongo ante mí una docena de muñecos, ve, están todos a mi alcance y sólo tendré que mudar el banco cuatro veces, además me viene bien moverme, y ahora que ya le he explicado el funcionamiento de esta cadena de montaje invertida, le recuerdo que no hay nada más perjudicial para quien trabaja que la presencia de los que no hacen nada, como en esta ocasión me parece que es su caso, No me olvidaré de decirte lo mismo cuando sea yo quien esté trabajando, Ya lo hizo, es decir, fue peor, me expulsó, Me voy, no se puede hablar contigo, Dos cosas antes de que se vaya, la primera es que si existe alguien con quien se puede hablar, es precisamente conmigo, Y la segunda, Deme un beso. Todavía ayer Cipriano Algor le pidió un abrazo al yerno, ahora es Marta quien pide un beso al padre, algo está sucediendo en esta familia, sólo falta que comiencen a aparecer en el cielo cometas, auroras boreales y brujas galopando en escobas, que Encontrado aúlle toda la noche a la luna, incluso no habiendo luna, que de un momento a otro el moral se vuelva estéril. Salvo que todo esto no sea más que un efecto de sensibilidades excesivamente impresionables, la de Marta porque está embarazada, la de Marcial porque está embarazada Marta, la de Cipriano Algor por todas las razones que conocemos y algunas que sólo él sabe. En fin, el padre besó a la hija, la hija besó al padre, a Encontrado le concedieron un poco de las atenciones que pedía, no se podrá quejar. Como se suele decir, aquí no ha pasado nada. Entró Cipriano Algor en la alfarería para comenzar el modelado de los trescientos muñecos de la segunda entrega, y Marta, bajo la sombra del moral, ante la mirada concienzuda de Encontrado, que ha regresado a sus responsabilidades de guardián, se prepara para acometer la pintura de los esquimales. No podía, se había olvidado de que primero era necesario lijar los muñecos, desbastarles la rebaba, las irregularidades de superficie, los defectos de acabado, después limpiarlos de polvo, y, como una desgracia nunca viene sola y un olvido en general recuerda otro, tampoco los podría pintar como pensaba, pasando de un color a otro, sucesivamente, sin interrupción, hasta la última pincelada. Se le vino a la cabeza la página del manual, ésa donde se explica con claridad que sólo cuando un color estuviere bien seco se podría aplicar el siguiente, Ahora, sí, me vendría bien una cadena de montaje en serio, dijo, los muñecos pasando ante mí de uno en uno para recibir el azul, otra vez para el amarillo, luego para el violeta, luego para el negro, y el rojo, y el verde, y el blanco, y la bendición final, esa que trae dentro todos los colores del arco iris, Que Dios te ponga la virtud, que yo, por mi parte, ya hice lo que pude, y no será tanto la virtud adicional de Dios, sujeto como cualquier común mortal a olvidos e imprevistos, la que contribuya a la coronación de los esfuerzos, sino la conciencia humilde de que si no conseguimos hacerlo mejor es simplemente porque de tal no somos capaces. Argumentar con lo que tiene que ser es siempre una pérdida de tiempo, para lo que tiene que ser los argumentos no pasan de conjuntos más o menos casuales de palabras que esperan recibir de la ordenación sintáctica un sentido que ellas mismas no están seguras de poseer. Marta dejó a Encontrado mirando por los muñecos y, sin más debates con lo inevitable, fue a la cocina a buscar la única hoja de lija fina que sabía que había en casa, Esto se gasta en un instante, pensó, tendré que comprar unas cuantas más. Si hubiese atisbado por la puerta de la alfarería, vería que las cosas tampoco allí estaban ocurriendo bien. Cipriano Algor presumió ante Marcial de haber inventado unos cuantos trucos para aligerar la obra, lo que, desde un punto de vista, por decirlo así, global, era verdad, pero la rapidez no tardó en mostrarse incompatible con la perfección, de lo que resultó un número de figuras defectuosas mucho mayor que el verificado en la primera serie. Cuando Marta volvió a su trabajo ya los primeros estropeados estaban instalados en la estantería, pero Cipriano Algor, hechas las cuentas entre el tiempo que ganaba y los muñecos que perdía, decidió no renunciar a sus fecundos aunque no irreprensibles ni nunca explicados trucos. Y así fueron pasando los días. A los esquimales siguieron los payasos, después salieron las enfermeras, y pronto los mandarines, y los asirios de barbas, y finalmente los bufones, que eran los que estaban junto a la pared del fondo. Marta bajó en el segundo día al pueblo a comprar dos docenas de hojas de lija. Era en este establecimiento donde Isaura había comenzado a trabajar, como Marta sabía desde que la visitó tras el perturbador encuentro, emocionalmente hablando, se entiende, que la vecina tuviera con el padre. Estas mujeres no se ven mucho, pero tienen motivos de sobra para que se conviertan en grandes amigas. Con discreción, de modo que las palabras no llegasen a los oídos del dueño de la tienda, Marta le preguntó a Isaura si se sentía bien en ese trabajo y ella respondió que sí, que se sentía bien, Una se habitúa, dijo. Hablaba sin alegría, pero con firmeza, como si quisiese dejar claro que el gusto nada tenía que ver con la cuestión, que fue la voluntad, y sólo ella, la que pesó en su decisión de aceptar el empleo. Marta recordaba palabras oídas tiempo atrás, Cualquier trabajo mientras pueda seguir viviendo aquí. La pregunta que Isaura hizo después, a la vez que enrollaba las hojas de lija, blandamente como es aconsejable, la entendió Marta como un eco, distorsionado pero aun así reconocible, de aquellas palabras, Y por su casa, cómo están todos, Cansados, con mucho trabajo, pero en general bien, Marcial, pobrecillo, tuvo que trabajar en el horno su día de descanso, supongo que todavía andará con los riñones arrasados. Las hojas de lija estaban enrolladas. En tanto que recibía el dinero y le daba la vuelta, Isaura, sin levantar los ojos, preguntó, Y su padre. Marta sólo consiguió responder que el padre estaba bien, un pensamiento angustioso le atravesó de súbito el cerebro, Qué va a hacer esta mujer con su vida cuando nos vayamos. Isaura se despedía, tenía que atender a otro cliente, Dé recuerdos, dijo, si en aquel momento Marta le hubiese preguntado, Qué va a hacer con su vida cuando nos vayamos, tal vez respondiese como hace poco, sosegadamente, Una se habitúa. Sí, oímos decir muchas veces, o lo decimos nosotros mismos, Uno se habitúa, lo dicen, o lo decimos, con una serenidad que parece auténtica, porque realmente no existe, o todavía no se ha descubierto, otro modo de expresar con la dignidad posible nuestras resignaciones, lo que nadie pregunta es a costa de qué se habitúa uno. Marta salió de la tienda casi deshecha en lágrimas. Con una especie de remordimiento desesperado, como si estuviese acusándose de haber engañado a Isaura, pensaba, Pero ella no sabe nada, ni siquiera sabe que estamos a punto de irnos de aquí.

Dos veces se olvidaron de dar de comer al perro. Recordando sus tiempos de indigencia, cuando la esperanza en el día de mañana era el único condumio que tenía para las muchas horas en que el estómago ansiaba alimento, Encontrado no reclamó, se desinteresó de sus obligaciones de vigilante, se echó al lado de la caseta, es de la sabiduría antigua que cuerpo tumbado aguanta mucha hambre, a la espera, paciente, de que uno de los dueños se diese una palmada en la cabeza y exclamase, Diablos, nos olvidamos del perro. No es caso de extrañar, estos días hasta de ellos mismos se han olvidado. Pero gracias a esa total entrega a las respectivas tareas, robando horas al sueño, aunque Cipriano Algor nunca hubiese dejado de protestar a Marta, Tienes que descansar, tienes que descansar, gracias a ese esfuerzo paralelo los trescientos muñecos que salieron del horno estaban lijados, cepillados, pintados y secos, todos ellos, cuando llegó el día en que Cipriano Algor iría a buscar al yerno al Centro, y los otros trescientos, secos y aplomados en su barro crudo, sin defectos visibles, estaban, también ellos, con ayuda del calor y de la brisa, libres de humedad y preparados para la cochura. La alfarería parecía descansar de una gran fatiga, el silencio se había echado a dormir. A la sombra del moral, padre e hija miraban los seiscientos muñecos alineados en las tablas y les parecía que habían producido obra aseada. Cipriano Algor dijo, Mañana no trabajo en la alfarería, Marcial no tendrá que verse solo con la faena toda del horno, y Marta dijo, Creo que deberíamos descansar algunos días antes de lanzarnos a la segunda parte del pedido, y Cipriano Algor preguntó, Qué tal tres días, y Marta respondió, Será mejor que nada, y Cipriano Algor volvió a preguntar, Cómo te sientes, y Marta respondió, Cansada, pero bien, y Cipriano Algor dijo, Pues yo me siento como nunca, y Marta dijo, Será a esto a lo que solemos llamar satisfacción del deber cumplido. Al contrario de lo que podría haber parecido, no había ninguna ironía en estas palabras, lo que en ellas rezumaba era tan sólo un cansancio al que apetecería llamar infinito si no fuera de tal manera manifiesta y desproporcionada la exageración del calificativo. Al fin y al cabo no era tanto del cuerpo de lo que ella se sentía cansada, mas de asistir impotente, sin recurso, al desconsuelo amargo y a la mal escondida tristeza del padre, a sus altibajos de humor, a sus patéticos remedos de seguridad y de autoridad, a la afirmación categórica y obsesiva de las propias dudas, como si creyese que de esa manera se las conseguiría quitar de la cabeza. Y estaba esa mujer, Isaura, Isaura Madruga, la vecina del cántaro, a quien el otro día no respondió nada más que Está bien a la pregunta que ella murmuró con los ojos bajos, mientras contaba las monedas, Y su padre, cuando lo que debería haber hecho era tomarla de un brazo, subir con ella a la alfarería, entrar con ella a donde el padre trabajaba, decir, Aquí está, y después cerrar la puerta y dejarlos ahí dentro hasta que las palabras les sirviesen para algo, ya que los silencios, pobre de ellos, no son más que eso mismo, silencios, nadie ignora que, muchas veces, hasta los que parecen elocuentes han dado origen, con las más serias y a veces fatales consecuencias, a erradas interpretaciones. Somos demasiado medrosos, demasiado cobardes para aventurarnos a un acto así, pensó Marta contemplando al padre que parecía haberse dormido, estamos demasiado presos en la red de las llamadas conveniencias sociales, en la tela de araña de lo apropiado y de lo inapropiado, si se supiese que yo había hecho algo así en seguida me dirían que echar una mujer a los brazos de un hombre, la expresión sería ésa, es una absoluta falta de respeto por la identidad ajena, y para colmo una irresponsable imprudencia, quién sabe lo que les puede suceder en el futuro, la felicidad de las personas no es una cosa que hoy se fabrica y mañana todavía podamos tener seguridad de que sigue durando, un día encontramos por ahí desunido a alguno de los que habíamos unido y nos arriesgamos a que nos digan La culpa fue suya. Marta no quiso rendirse ante este discurso de sentido común, fruto consecuente y escéptico de las duras batallas de la vida, Es una estupidez perder el presente sólo por el miedo de no llegar a ganar el futuro, se dijo a sí misma, y luego añadió, Además no todo tiene que suceder mañana, hay cosas que sólo pasado mañana, Qué has dicho, preguntó el padre rápidamente, Nada, respondió, he estado quietecita y callada para no despertarlo, No dormía, Pues me parecía que sí, Dijiste que hay cosas que sólo pasado mañana, Qué extraño, yo he dicho eso, preguntó Marta, No lo he soñado, Entonces lo he soñado yo, me habré dormido y despertado en seguida, los sueños son así, sin pies ni cabeza, o mejor tienen cabeza y tienen pies, pero casi siempre los pies van hacia un lado y la cabeza hacia otro, es lo que explica que los sueños sean tan difíciles de interpretar. Cipriano Algor se levantó, Se acerca la hora de recoger a Marcial, pero estaba pensando que tal vez valga la pena ir un poco más pronto y pasar por el departamento de compras, así aviso de que los primeros trescientos ya están acabados y coordinamos la entrega, Es una buena idea, dijo Marta. Cipriano Algor se mudó de ropa, se puso una camisa limpia, se cambió de zapatos, y en menos de diez minutos estaba entrando en la furgoneta, Hasta luego, dijo, Hasta luego, padre, vaya con cuidado, Y vuelva con más cuidado todavía, excusas decirlo, Sí, todavía con más cuidado, porque son dos, Es lo que siempre digo y siempre he de decir, contigo no se puede discutir ni argumentar, encuentras respuesta para todo. Encontrado vino a preguntarle al dueño si esta vez podría ir con él, pero Cipriano Algor le dijo que no, que tuviese paciencia, las ciudades no son lo mejor para los perros.

Uno más después de tantos, el viaje no habría tenido historia de no ser por el inquieto presentimiento del alfarero de que algo malo estaba a punto de suceder. Casualmente se acordó de lo oído a la hija, hay cosas que sólo pasado mañana, unas cuantas palabras sueltas, sin causa ni sentido aparentes, que ella no había sabido o no había querido explicar, Dudo de que estuviese durmiendo, pero no comprendo qué le habrá inducido a sugerir que soñaba, pensó, y en seguida, como continuación de la frase recordada, dejó que su pensamiento prosiguiese por aquel mismo camino y comenzara a entonar dentro de la cabeza una letanía obsesiva, Hay cosas que sólo pasado mañana, hay cosas que sólo mañana, hay cosas que ya hoy, después retomaba la secuencia invirtiéndola, Hay cosas que ya hoy, hay cosas que sólo mañana, hay cosas que sólo pasado mañana, y tantas veces lo fue repitiendo y repitiendo que acabó por perder el sonido y el sentido, el significado de mañana y de pasado mañana, le quedó sólo en la cabeza, como una luz de alarma encendiéndose y apagándose, Ya hoy, ya hoy, ya hoy, hoy, hoy, hoy. Hoy, qué, se preguntó con violencia, intentando reaccionar contra el absurdo nerviosismo que hacía que le temblaran las manos sobre el volante, estoy yendo a la ciudad para recoger a Marcial, voy al departamento de compras a informar de que la primera parte del pedido está lista para ser entregada, todo lo que estoy haciendo es habitual, es corriente, es lógico, no tengo motivo de inquietud, y voy conduciendo con cuidado, el tráfico es fluido, los asaltos en la carretera han acabado, por lo menos no se ha oído hablar de ellos, luego nada podrá sucederme que no sea la monotonía de siempre, los mismos pasos, las mismas palabras, los mismos gestos, el mostrador de compras, el subjefe sonriente o el maleducado, o el jefe, si no está reunido y tiene el capricho de recibirme, después la puerta de la furgoneta que se abre, Marcial que entra, Buenas tardes, padre, Buenas tardes, Marcial, qué tal te ha ido el trabajo esta semana, no sé si a diez días se les puede llamar semana, pero no conozco otra manera, Como de costumbre, dirá él, Acabamos la primera serie de muñecos, ya he establecido la entrega con el departamento de compras, diré yo, Cómo está Marta, preguntará él, Cansada, pero bien, responderé yo, y estas palabras también las andamos diciendo constantemente, no me extrañaría nada que cuando transitemos de este mundo hacia el otro todavía consigamos encontrar fuerzas para responder a alguien que se le ocurra la imbécil idea de preguntarnos cómo nos sentimos, Muriendo, pero bien, es lo que diremos. Para distraerse de la compañía de los aciagos pensamientos que se empeñaban en importunarlo, Cipriano Algor experimentó prestarle atención al paisaje, lo hacía como último recurso porque sabía muy bien que nada tranquilizador le podría ser ofrecido por el deprimente espectáculo de los invernaderos de plástico extendidos más allá de lo que alcanza la vista, a un lado y a otro, hasta el horizonte, como mejor se distinguía desde lo alto de la pequeña loma por donde la furgoneta en este momento trepaba. Y a esto llaman Cinturón Verde, pensó, a esta desolación, a esta especie de campamento soturno, a esta manada de bloques de hielo sucio que derriten en sudor a los que trabajan dentro, para mucha gente estos invernaderos son máquinas, máquinas de hacer vegetales, realmente no tiene ninguna dificultad, es como seguir una receta, se mezclan los ingredientes adecuados, se regula el termostato y el higrómetro, se aprieta un botón y poco después sale una lechuga. Claro que el desagrado no le impide a Cipriano Algor reconocer que gracias a estos invernaderos tiene verduras en el plato durante todo el año, lo que él no puede soportar es que se haya bautizado con la designación de Cinturón Verde un lugar donde ese color, precisamente, no se encuentra, salvo en las pocas hierbas que se dejan crecer en el lado de fuera de los invernaderos. Serías más feliz si los plásticos fuesen verdes, le preguntó de sopetón el pensamiento que se afana en el rellano inferior del cerebro, ese inquieto pensamiento que nunca se da por satisfecho con lo que se ha pensado y decidido en el del rellano de arriba, pero Cipriano Algor, a esta pregunta pertinentísima, prefirió no darle respuesta, hizo como que no la había oído, quizá por un cierto tono impertinente que las preguntas pertinentes, sólo por haber sido hechas, y por mucho que se pretenda enmascarar, automáticamente toman. El Cinturón Industrial, semejante, cada vez más, a una construcción tubular en expansión continua, a un armazón de tubos proyectado por un furioso y ejecutado por un alucinado, no mejoró su disposición, aunque, algo es algo, de lo malo lo menos malo, su inquieto y turbio presentimiento haya pasado a rezongar en sordina. Notó que la alineación visible de los barrios de chabolas estaba ahora mucho más cerca de la carretera, como un hormiguero que volviera al carril después de la lluvia, pensó, encogiéndose de hombros, los asaltos a los camiones no tardarían en recomenzar, y, en fin, haciendo un esfuerzo enorme para separarse de la sombra que venía sentada a su lado, entró en el tránsito confuso de la ciudad. Todavía no era la hora de recoger a Marcial, tenía tiempo de sobra para ir al departamento de compras. No solicitó hablar con el jefe, bien sabía que el asunto que llevaba no era más que un pretexto para que lo tuvieran presente, un recado de paso para que no se olvidaran de que existía, de que a unos treinta kilómetros de allí había un horno cociendo barro diligentemente, y una mujer pintando, y su padre moldeando, todos con los ojos puestos en el Centro, y no me vengan a decir que los hornos no tienen ojos, los tienen sí señor, si no los tuviesen no sabrían lo que están haciendo, son ojos, lo que pasa es que no se parecen a los nuestros. Le atendió el subjefe del otro día, aquel simpático y sonriente, Qué le trae hoy por aquí, preguntó, Las trescientas figurillas están hechas, venía a preguntarle cuándo quiere que las traiga, Cuando quiera, mañana mismo, Mañana no sé si podré, mi yerno estará en casa de día libre, aprovecha para ayudarme a cocer los otros trescientos, Entonces pasado mañana, lo más deprisa que pueda, se me ha ocurrido una idea que quiero poner en práctica rápidamente, Se refiere a mis muñecos, Exactamente, se acuerda de que le había hablado de un sondeo, Me acuerdo, sí señor, ése sobre la situación previa a la compra y la situación resultante del uso, Felicidades, tiene buena memoria, Para mi edad no está mal, Pues esta idea, por cierto ya aplicada en otros casos con resultados muy apreciables, consistirá en distribuir entre un determinado número de potenciales compradores, de acuerdo con un universo social y cultural que será definido, una cierta cantidad de figuras, y averiguar después qué opinión les ha merecido el artículo, lo digo así para simplificar, el esquema de nuestras preguntas es más complejo, como debe suponer, No tengo experiencia, señor, nunca he encuestado ni nunca me han encuestado, Estoy pensando en utilizar para el sondeo estos sus primeros trescientos, selecciono cincuenta clientes, facilito gratis a cada uno la colección completa de seis y en pocos días conoceré la opinión que se han formado sobre el producto, Gratis, preguntó Cipriano Algor, quiere decir que no me los va a pagar, De ningún modo, querido señor, el experimento corre de nuestra cuenta, seremos nosotros, por tanto, los que asumamos los costes, no queremos perjudicarlo. El alivio que sintió Cipriano Algor hizo que se retirara, de momento, la preocupación que irrumpió bruscamente en su espíritu, esto es, Qué sucederá si el resultado del muestreo me fuese adverso, si la mayoría de los clientes inquiridos, o todos ellos, resolviesen las preguntas todas en una única y definitiva respuesta, Esto no interesa. Se oyó a sí mismo diciendo, Gracias, no sólo por educación, también por justicia tenía que darlas, pues no todos los días aparece alguien tranquilizándonos con la benévola información de que no quiere nuestro perjuicio. La inquietud había vuelto a morderle en el estómago, pero ahora era él mismo quien no dejaba salir la pregunta de la boca, se iría de allí como si llevara en el bolsillo una carta sellada para ser abierta en alta mar y en la que su destino ya estaba apuntado, trazado, escrito, hoy, mañana, pasado mañana. El subjefe había preguntado, Qué le trae hoy por aquí, después dijo, Mañana mismo, después concluyó, Entonces que sea pasado mañana, es cierto que las palabras son así, van y vuelven, y van, y vuelven, y vuelven, y van, mas por qué estaban éstas aquí esperándome, por qué salieron conmigo de casa y no me dejaron durante todo el camino, no mañana, no pasado mañana, sino hoy, ahora mismo. De súbito Cipriano Algor detestó al hombre que se encontraba ante él, este subjefe simpático y cordial, casi afectuoso, con quien el otro día pudo conversar prácticamente de igual a igual, salvadas, claro está, las obvias distancias y diferencias de edad y condición social, ninguna, según le pareció entonces, impedimento para una relación fundada en el respeto mutuo. Si te clavan una navaja en la barriga, al menos que tengan la decencia moral de mostrarte una cara en consonancia con la acción asesina, una cara que rezume odio y ferocidad, una cara de furor demente, incluso de frialdad inhumana, pero, por el amor de Dios, que no te sonrían mientras te están rasgando las tripas, que no te desprecien hasta ese punto, que no te den esperanzas falsas, diciendo por ejemplo, No se preocupe, esto no es nada, con media docena de puntos estará como antes, o, Deseo sinceramente que el resultado del sondeo le sea favorable, pocas cosas me darían mayor satisfacción, créame. Cipriano Algor asintió vagamente con la cabeza, con un gesto que tanto podría significar sí como no, que tal vez ni significado tenga, después dijo, Tengo que ir a recoger a mi yerno.

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