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Authors: Flora Davis

Tags: #Ensayo, Psicología, Referencia

La comunicación no verbal (10 page)

BOOK: La comunicación no verbal
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La potencia de la mirada fija ha sido reconocida a través de la historia de la humanidad, y en muchas culturas diferentes existen leyendas sobre el "mal de ojo", mirada que ocasiona perjuicios a la persona que la recibe. En tabletas de arcilla atribuidas al tercer milenio a. C. hay referencias sobre una deidad que poseía el "mal de ojo".

El sabio judío Rab, en el tercer siglo d. C. sostenía que el noventa y nueve por ciento de las muertes se producían por el "mal de ojo". La gente creía que algunas veces estos extraños poderes oculares se adquirían en un pacto con el diablo, y en otras oportunidades que era una maldición que caía sobre un inocente. Se decía que el Papa Pío IX, electo en 1846, era el poseedor inocente de dicha condición maligna. Se consideraba que su bendición era indefectiblemente fatal.

También ha existido la creencia paralela de que usar una larga mirada fija servía de magia protectora, y hasta 1947 los barcos que navegaban por el Mediterráneo solían llevar pintados ojos protectores. En 1957 se presentó ante la comisión del Congreso el caso de un empresario norteamericano que había contratado los servicios de una persona para que cada tanto mirara de cierta manera a sus empleados, una muda amenaza que los impulsaba a trabajar más intensamente.

¿Por qué existe el tabú sobre la mirada fija? Por supuesto puede explicarse como parte de la herencia biológica que compartimos con otros primates. Experimentos con bebés recién nacidos han demostrado que la primera reacción visual que experimentan se produce ante un par de ojos o cualquier otra configuración similar, un par de puntos sobre una cartulina blanca que se asemeje a dos ojos; algunos científicos consideran esto como una evidencia de que la respuesta humana a la mirada es innata. Sin embargo, existe otra explicación posible. El lugar hacia donde mira una persona nos indicará cuál es el objeto de su atención. Cuando un hombre (o un mono) mira fijamente a otro, indica que su atención está concentrada en él pero no proporciona señales de cuáles son sus intenciones, lo que ya de por sí es suficiente para hacer que un primate se sienta nervioso. Esto explica asimismo, por qué ciertas personas se sienten tan incómodas frente a un ciego. Su comportamiento ocular no les brinda ninguna clave acerca de sus intenciones.

A pesar de que todas las culturas desaprueban a la persona que mira fijo, algunas son más estrictas que otras. El psicólogo Silvan Tomkins ha señalado que la mayoría de las sociedades consideran tabú el exceso de intimidad, de sexo, o de libre expresión en las emociones. Este exceso varía de una cultura a otra. Sin embargo, desde que existen estos tres tabúes, también existe el tabú acerca del contacto ocular, ya que destaca la intimidad, expresa y estimula las emociones, y es un elemento importante en la exploración sexual. Los norteamericanos interpretan el contacto ocular prolongado como un signo de atracción sexual que debe ser escrupulosamente evitado, excepto en las circunstancias íntimas apropiadas. Es fácil para un hombre denotar intenciones sexuales con los ojos: una larga mirada a los pechos, a las nalgas o a los genitales; una mirada escudriñadora de arriba abajo que desviste a quien la recibe o simplemente mirando directamente a los ojos. Tal vez el hecho de que el contacto ocular activa la excitación sexual tan rápidamente, sea la causa de ese episodio tan común en cualquier esquina: el hombre que mira provocativamente a una mujer, quien baja la vista en una inmediata actitud defensiva. Se enseña a los niños a no mirar fijamente los senos o los genitales. Rara vez se les explica claramente; sin embargo, lo aprenden. En muchas, sino en todas las sociedades, las niñas reciben un entrenamiento más estricto que los varones acerca de "dónde no deben mirar". La conexión entre el sexo y el contacto ocular es en realidad muy fuerte. Desde hace mucho tiempo se considera que el exceso sexual causa debilidad en la vista y ceguera.

Cuando dos personas se miran mutuamente a los ojos, comparten una sensación de placer por estar juntas, o de enojo, o bien ambas se excitan sexualmente. Podemos leer el rostro de otra persona sin mirar sus ojos, pero cuando los ojos se encuentran no solamente sabremos cómo se siente el otro, sino que él sabrá que nosotros conocemos su estado de ánimo.

De alguna manera, el contacto ocular nos hace sentir —vivamente— abiertos, expuestos y vulnerables. Tal vez ésa sea una de las razones que induce a la gente a hacer el amor a oscuras, evitando la única clase de contacto (el ocular) que es el que más tiende a profundizar la intimidad sexual.

Jean Paul Sartre sugirió una vez que el contacto visual es lo que nos hace real y directamente conscientes de la presencia de otra persona como ser humano, que tiene conciencia e intenciones propias. Cuando los ojos se encuentran se nota una clase especial de entendimiento de ser humano a ser humano. Una chica que tomaba parte en manifestaciones políticas declaró que le advirtieron que en caso de enfrentarse a un policía, debía mirarlo directamente a los ojos. Si lograba que él la considerase como otro ser humano, tenía más posibilidades de ser tratada como tal. En situaciones en que debe mantenerse una intimidad mínima, por ejemplo, cuando un mayordomo atiende a un convidado, o cuando un oficial reprende a un soldado, el subordinado tratará de evitar el contacto visual manteniendo la mirada directamente hacia el frente.

Las diferencias interculturales relativas al comportamiento visual son considerables y algunas veces importantes. El antropólogo Edward Hall ha observado que los árabes se paran muy cerca para conversar y se miran intensamente a los ojos mientras hablan. Por otra parte, existen sociedades en el Lejano Oriente donde se considera de mala educación mirar a la otra persona mientras se conversa. Para los norteamericanos, la mirada prolongada de los árabes resulta irritante; pero evitar los ojos totalmente como lo hacen en el Lejano Oriente, representa un síntoma de enfermedad. Los norteamericanos encuentran que la etiqueta de los ingleses es algo extraña, ya que éstos, a no ser que estén muy cerca, fijan intensamente los ojos en los de su interlocutor. Los ingleses realizan menos movimientos con la cabeza ya que sus parpadeos y la mirada fija señalan que están prestando atención. La costumbre norteamericana es variar continuamente la dirección de la mirada de un ojo a otro o apartar totalmente los dos del rostro. Esta forma de mirar en lugares públicos varía de un país a otro. "Mi primer día en Tel Aviv fue perturbador" —narra un viajero—. "La gente no sólo me miraba fijamente sino que lo hacía de arriba abajo. Me preguntaba si no estaba despeinado, o tenía el cierre del pantalón bajo, o simplemente parecía demasiado norteamericano... Finalmente una amiga me explicó que los israelíes no consideraban extraño mirar fijo a una persona en la calle. En Francia se admite que un hombre mire abiertamente a una mujer por la calle. Más aun, las mujeres francesas suelen quejarse de que se sienten incómodas en las calles de Norteamérica, como si repentinamente se hubieran tornado invisibles.

En Norteamérica las reglas son diferentes. El sociólogo Erwin Goffman ha explicado que en los lugares públicos los norteamericanos se otorgan "desatención civil", es decir, que incluyen visualmente al otro para que comprenda que se lo percibe, pero no demasiado para no parecer curiosos o entrometidos. En la calle se adopta una forma especial de mirar al otro cuando se está a una distancia de dos metros y medio aproximadamente, durante ese tiempo se hacen gestos, y cuando el otro pasa, se bajan los ojos para "mitigar las luces", como lo describe Goffman. Posiblemente éste es el más leve de los rituales, pero se usa constantemente en nuestra sociedad.

Los norteamericanos piensan que mirar fijo en público es una intromisión en la intimidad, y ser sorprendido en esta actitud es embarazoso. La mayoría de las personas se enfrenta con el problema de no saber hacia dónde mirar cuando comparten con otra un espacio pequeño como el ascensor. Por otra parte, cuando uno debe reunirse con otra persona a la que no se conoce en un lugar público, el tabú de la mirada facilita el medio de descubrirla: seguramente, violando la regla dirigirá una mirada interrogante. Los homosexuales dicen que con frecuencia pueden ubicar a otro homosexual en un lugar público simplemente porque éste les llama la atención con la mirada.

Las películas también tienen en cuenta el tabú de la mirada fija. Una de las diferencias más notables entre las películas comerciales y familiares es que en éstas últimas la gente mira directamente a la cámara, como reconociendo la presencia del auditorio. Algunas veces esta regla ha sido violada con muy buen resultado. En las primeras escenas del "Satiricón" de Fellini, dos apuestos jóvenes vagan entre un hormiguero humano poblado de personajes tan extraños y monstruosos que apenas parecen seres humanos. La sensación de pesadilla que brinda la escena se intensifica de manera notable porque a medida que la cámara se mueve, uno de los monstruos se aproxima y se asoma directamente a través de la pantalla, envolviendo a la audiencia de una manera inesperada y notablemente incómoda.

La mayoría de los encuentros comienzan con el contacto visual. Como gesto de apertura tiene distintas ventajas; puede ser poco comprometido si el que mira no necesita asumir la responsabilidad por el contacto, contrariamente a lo que sucedería si el saludo fuera verbal. No obstante, según Goffman, cuando un norteamericano permite que otro capte su mirada, se subordina a lo que pueda sobrevenir. Ésa es la razón por la que las camareras desarrollan una cierta habilidad que permite que su mirada no sea captada mientras están muy ocupadas. Los niños aprenden esta actitud particular sobre el contacto visual desde muy temprano. Cuando mi hijo tenía solamente dos años, y viajaba en el asiento posterior del' auto, estaba ansioso por quejarse y giraba constantemente su cabeza hacia mí, pero no decía una palabra hasta que lograba captar mi mirada.

Establecer un contacto visual o verse impedido de hacerlo puede cambiar enteramente el significado total de una situación. El hombre que corre a tomar el ómnibus y llega en el preciso momento en que el conductor cierra la puerta y arranca mirando hacia la carretera, se sentirá de manera muy diferente si las puertas se cierran y el conductor prosigue su camino mirándolo fijo. Las reglas de la etiqueta establecen una gran diferencia entre no saludar a una persona simulando no verla, o no hacerlo luego de mirarla y negarse a reconocerla. Esto último representa una ofensa mucho mayor.

El comportamiento visual es tal vez la forma más sutil del lenguaje corporal. La educación nos prepara desde pequeños, enseñándonos qué hacer con nuestros ojos y qué esperar de los demás. Como resultado de esto, si un hombre esquiva la mirada, si se encuentra con la mirada de otra persona, o si no lo hace, produce un efecto totalmente desproporcionado al esfuerzo muscular que ha realizado. Aun cuando el contacto visual sea efímero, como generalmente lo es, la suma de tiempo acumulado en mirar tiene cierto significado.

Los movimientos de los ojos, por supuesto, determinan qué es lo que ve una persona. Los estudios sobre la comunicación han demostrado el hecho inesperado de que estos movimientos también regulan la conversación. Durante el cotidiano intercambio de palabras, mientras la gente presta atención a lo que se dice, los movimientos de los ojos producen un sistema de señales de tráfico hablado que indican al interlocutor su turno para hablar.

Este descubrimiento fue hecho en Gran Bretaña en un estudio realizado por el doctor Adam Kendon. Llevaron al laboratorio un par de estudiantes que no se conocían; les pidieron que se sentaran y trabaran relación, y luego los filmaron mientras conversaban. A pesar de que entre los estudiantes variaba enormemente el tiempo insumido en mirar a su compañero —la escala iba desde el veintiocho hasta más del setenta por ciento del tiempo—, el patrón que surgió era muy claro.

Imaginémonos dos personas que se encuentran en un corredor. Llamémoslos John y Alison. Una vez realizados los estudios preliminares, Alison inicia la conversación. Comenzará por no mirar a John; luego cuando la conversación toma ritmo vuelve a mirarlo cada tanto, generalmente cuando se detiene al final de una frase u oración. Cuando ella lo hace, él asiente con la cabeza o murmura "aja..." o indica de alguna otra manera que la está escuchando y ella vuelve sus ojos hacia otro lado. Sus miradas hacia él duran tanto tiempo como los intervalos sin mirarlo, pero no lo hace cuando duda o comete errores en la conversación. Cuando concluye lo que quiere expresar, le dirige una larga mirada significativa. Todo parece indicar, que de no hacerlo así, John sin saber que es su turno para hablar, dudará o permanecerá en silencio.

Cuando John inicia la conversación y Alison lo escucha, ella lo mira más tiempo que la vez anterior. La mirada de Alison hacia otro lado es breve y dura muy poco tiempo.

Cuando sus ojos se encuentran con los de él, asiente o efectúa alguna señal que le hace comprender a John que ella le está prestando atención.

No es difícil comprender la lógica de este comportamiento. Alison mira hacia otro lado cuando comienza la conversación, y cuando duda, para evitar distraerse mientras ordena sus pensamientos. Vuelve sus ojos hacia John, de vez en cuando, para asegurarse que él la escucha y ver cómo reacciona, o tal vez para solicitarle permiso para continuar. Mientras él habla, ella lo mira constantemente para demostrarle que le presta atención, que es educada y respetuosa. La importancia del comportamiento visual como "señal de tráfico" durante una conversación, se demuestra claramente cuando ambos interlocutores usan anteojos oscuros; se notan muchas más interrupciones y pausas prolongadas de las que hay normalmente.

En su estudio Kendon descubrió que cuando una persona interroga a otra, suele mirarla directamente a los ojos a no ser que se trate de una pregunta algo atrevida o que se refiera a algún tema que tenga ansiedad por conocer. Si el que escucha se sorprende ante algo que ha dicho su compañero, también tiende a mirarlo si se trata de algo agradable, o a desviar los ojos hacia otro lado si el que habla expresa algo desagradable, repugnante u horrible, a menos que ambos compartan una misma emoción, en cuyo caso el que escucha pestañeará bajando los ojos. Sin embargo Kendon recalca que todas estas generalidades se aplican a una conversación relativamente formal; presume que las personas en sus propios hogares o las que se conocen muy bien, no se comportarán de esta manera.

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