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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (46 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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Eres joven, Rafael. Aún no has aprendido a elegir tus batallas
.

Se preguntó si Lijuan creía de verdad que un día se pondría de su lado, si su demencia llegaba hasta aquellos extremos. Pero no dijo nada, porque la necesitaba calmada en aquel momento. Quizá Caliane fuera muy poderosa, pero Lijuan seguía siendo una fuerza que podría destruir el mundo.

—Neha —murmuró con un hilo de voz—. ¿Qué sabes de ella?

—Últimamente visita más a su pareja —susurró Lijuan mientras Titus y Charisemnon intercambiaban comentarios incisivos—. Quizá desee concebir otro hijo.

—Rafael —dijo Titus, apartando la mirada del arcángel que siempre conseguía sacarlo de quicio—. Tú y tu gente sois los únicos que tenéis permiso para atravesar sus escudos y entrar en su ciudad.

—Mantendré la vigilancia —respondió el arcángel.

Aquella responsabilidad no podía recaer sobre nadie más. Después de lo que había descubierto en Amanat, el arcángel de Nueva York sabía que albergaba en su interior el potencial de hacer lo que no había sido capaz de hacer cuando era joven. Esta vez, si Caliane se convertía en un monstruo, su hijo sería el que acabara con ella.

Cuando regresó a casa, regresó a los brazos de una mujer que le recordaba que, sin importar lo que ocurriera, había saboreado la vida. Una vida que ningún otro arcángel conocería jamás.

—Rafael —le dijo ella mientras se encontraban en la terraza más alta del hogar que compartían—. ¿Vendrías conmigo a un sitio?

—A cualquier sitio.

Un asentimiento brusco. Sin decir ni media palabra más, extendió aquellas alas del color de la noche y del alba, y remontó el vuelo con él a su lado. Se dirigieron a Brooklyn, donde aterrizaron junto a una silenciosa hilera de unidades de almacenaje.

Elena ya había ido a aquel lugar con la directora del Gremio, y ahora lo había elegido a él como acompañante. Cuando se conocieron, quizá se habría tomado aquello como un insulto. Ahora era capaz de entender que Elena necesitaba sus amistades para sobrevivir y prosperar en aquella nueva vida a la que se había lanzado de cabeza.

—Yo lo haré. —Rafael levantó la puerta cuando ella retiró el candado.

Elena respiró hondo y dio un paso hacia el interior. Rafael casi podía percibir los sentimientos encontrados que la desgarraban. Cuando se volvió hacia él y le tendió la mano, él permitió que lo obligara a entrar en aquel espacio reducido, algo que ningún ángel se habría planteado siquiera en condiciones normales. Y cuando ella le pidió que cerrara la puerta, lo hizo sin rechistar.

Elena encendió la única bombilla que había en el almacén un instante después.

—¿Ves esto? —Acarició con los dedos una manta desgastada de color naranja—. Era mi mantita. —Una sonrisa trémula—. No iba a ninguna parte sin ella. —Se sentó en el suelo y dejó las alas apoyadas sobre el cemento frío.

Rafael se puso en cuclillas a su lado. La escuchó y la observó mientras ella doblaba con cuidado la manta y se la colocaba en el regazo, y luego abría una caja de cartón llena a rebosar de cosas de su infancia. Le mostró los dibujos que había hecho en el colegio, los juguetes con los que se había entretenido cuando era una niña.

—Guardaremos todo esto para nuestros hijos —murmuró Rafael mientras sujetaba una sólida abeja de madera con ruedas de la que había que tirar con una cuerda.

Elena soltó una carcajada.

—¿Para nuestros hijos?

Él nunca se lo había preguntado con anterioridad, pero en aquel momento enarcó una ceja.

—¿Te gustaría tener un bebé, Elena?

—Me preocuparía por él, o por ella, todo el tiempo. —Había pesadillas en sus ojos—. No quiero ni imaginar el terror que sentiría.

Rafael pensó en la infancia de Elena, en el bautizo de sangre que había sufrido. No obstante, ella lo sorprendió justo cuando iba a hablar.

—Pero tú eres el único hombre con el que me imagino teniendo críos… Eres lo bastante imponente como para tranquilizarme.

Rafael le cubrió las mejillas con las manos cuando ella se puso en pie y la acarició con el pulgar.

—Es probable que tardemos mucho tiempo en tener hijos. —Los ángeles no eran ni de lejos tan fértiles como los humanos—. Tendremos tiempo de sobra para acostumbrarnos a la idea.

—Practicaré con Zoe. Pobre niña… —Tras aquel comentario risueño, se acercó a otra caja y la abrió.

Y se quedó paralizada.

Rafael se situó a su lado y vio cómo levantaba un edredón de complicado diseño para llevárselo a la nariz. Inhaló con fuerza.

—Si me esfuerzo, casi puedo recordar su aroma cuando venía a darme el beso de buenas noches. —Un susurro pronunciado en voz tan baja que resultó casi inaudible—. Gardenias con un toque de una esencia mucho más rica y sensual.

Rafael extendió la mano para tocar la colcha y notó el suave zumbido del poder.

—Elena…

Ella levantó la vista de inmediato al detectar el tono extraño de su voz, y el peso de sus recuerdos se aligeró durante una fracción de segundo.

—¿Qué pasa?

Sus ojos adquirieron un sorprendente color cobalto mientras frotaba con los dedos el suave tejido de algodón.

—Hay poder en esto; el tipo de poder que solo acompaña a la sangre.

—Estaba en mi cama —recordó ella con el ceño fruncido—. Hasta que Jeffrey empaquetó todas las cosas de mi madre un invierno, mientras yo estaba en el internado, esta colcha cubría mi cama. Slater nunca entró en esa habitación. No puede haber sangre ahí. —Era evidente que no deseaba que la maldad hubiera mancillado aquello también.

—No, no es la sangre de Slater. —Rafael apartó los dedos de la colcha para acariciarle el ala—. Es la sangre del artífice.

Elena pasó el dedo sobre las pequeñas puntadas.

—Ella hacía los edredones a mano, y es probable que se pinchara con la aguja más de una vez.

Aquella esencia había desaparecido mucho tiempo atrás, enterrada bajo los efluvios de las gardenias que utilizaba para mantener las mantas frescas.

Al ver que Rafael no decía nada, sintió un escalofrío en la espalda.

—Este tipo de sangre —murmuró el arcángel—, este tipo de poder residual… no es algo mortal.

—Pues te aseguro que mi madre era de lo más mortal. —Elena la había visto muerta, con la cara pálida y sus hermosos ojos risueños ciegos para siempre.

Rafael le cubrió la nuca con la mano.

—Cuando eras humana, una vez conseguiste expulsarme de tu mente. Debería haberte resultado imposible.

—Rafael, ella no era un ángel. Y tampoco un vampiro. Solo queda una posibilidad.

—Eso no es del todo cierto. —Sin apartar los ojos de la colcha, añadió—: Los vampiros con menos de doscientos años pueden engendrar hijos. Y esos hijos son mortales.

Elena parpadeó, perpleja. Miró primero la manta y después a él. Su vida había cambiado de eje a una velocidad vertiginosa.

—¿Me estás diciendo que tengo parte de vampiro?

—No, Elena. Eras mortal antes de convertirte en ángel. Pero tu madre tenía en su sangre algo lo bastante poderoso como para sobrevivir a su muerte. Hay un vampiro en algún punto de tu árbol genealógico.

—Necesito sentarme. —Pero lo que hizo fue apoyarse sobre Rafael, con la manta apretada contra el pecho—. Mi padre… no puede enterarse. —Jeffrey odiaba a los vampiros. Solo había aceptado a Harrison por los negocios que mantenía con la familia del marido de Beth—. Creo que eso lo destrozaría.

—No tiene por qué enterarse. —Rafael le apartó el cabello de la cara—. Veamos más cosas de tu infancia… Ya habrá tiempo de sobra para lo demás.

—Sí.

Luego, cuando el ser más poderoso de la ciudad y del país se arrodilló a su lado y extendió un ala sobre las suyas con mucha ternura, Elena le mostró las brillantes y alegres piezas de la vida que había llevado antes de que Slater Patalis la rompiera en un millar de pedazos. A su vez, él le contó lo mucho que había corrido por las calles llenas de flores de Amanat y que había sido el niño mimado de toda una ciudad.

—Cuéntame más cosas —le pidió Elena, encantada.

Rafael nunca le había revelado aquellos recuerdos a ningún ser vivo, pero le dijo a Elena lo que quería saber. A cambio, ella compartió con él la alegría que había sentido al ser la tercera hermana de cuatro, la única lo bastante pequeña para librarse de las reprimendas y lo bastante mayor para disfrutar de los privilegios que siempre se le habían negado a la menor.

Mucho después, mientras permanecían junto a los acantilados de su hogar para contemplar la extraña belleza del horizonte de Manhattan cuando caía la noche, Elena le dio un beso en la mandíbula y le entregó otro regalo.

—Ella vive, Rafael. Hay esperanza.

Esperanza. Un concepto mortal.

Por ti, Elena, aceptaré que esa esperanza pueda no ser algo absurdo
.

—Bueno, ya sabes que nosotros los mortales, o los que lo fuimos hasta hace poco, tenemos cierta tendencia a ser absurdos. —Una sonrisa arrebatadora—. Eso hace la vida más interesante.

—En ese caso, ven, cazadora del Gremio. —La rodeó con los brazos y se elevó hacia el cielo frío de la noche.
Ya es hora de hacer de tu vida algo muy interesante
.

Ella se echó a reír, juguetona, y luego soltó un suspiro mientras él la llevaba hacia el océano.

Knhebek, Rafael
.

Y él supo que, sin importar lo que ocurriera cuando los pálidos rayos del sol del amanecer cayeran sobre la tierra, nada los derrotaría.

Knhebek, hbeeebti
.

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