Read La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (5 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
8.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

No era de extrañar que Jeffrey hubiera elegido aquel colegio para sus hijas.

Sin embargo, un vampiro había invadido aquel santuario, un vampiro con un matiz dulzón y enfermizo en su esencia.

Melaza requemada… y esquirlas de cristal; intensas notas de roble subyacentes.

Siguiendo aquel rastro, Elena volvió la cabeza hacia la ventana.

—Salió por ahí. —Pero ella abandonó la estancia por la puerta, a sabiendas de que las alas le impedirían salir por el mismo lugar. Con Rafael pisándole los talones, encontró una puerta y salió al exterior. Rodeó los muros cubiertos de hiedra hasta que se situó bajo la ventana.

Aquella sección del muro en particular no estaba cubierta por la enredadera de hojas verde oscuro.

—Este lugar tiene techos muy altos. —Y por esa razón, la ventana de la habitación de la tercera planta estaba situada a una distancia considerable del suelo—. ¿Cómo subió? —La mayoría de los vampiros no podía saltar tan alto. No obstante… Acercó la nariz al muro e inspiró con fuerza.

Cristales aplastados, hojas de roble.

Luego vio el rastro rojo que había junto al lugar donde había apoyado la mano derecha.

Apartó la mano y examinó la zona que rodeaba sus pies mientras hablaba.

—Subió y bajó como una jodida araña. —Solo había un reducido grupo de vampiros que pudieran realizar un truco como aquel—. Eso nos ayudará a identificarlo.

—Se llama Ignatius —dijo Rafael. El comentario desconcertó a Elena, que acababa de atisbar el líquido oscuro que había en la hierba—. Sentí que su mente se volvía roja como la sangre cuando la toqué.

Elena no tenía muy claro cuál era el alcance de Rafael, pero si había llegado a la mente de Ignatius, estaba claro que algo no andaba bien.

—No has podido ejecutarlo, ¿verdad?

Elena siguió el rastro por el césped recortado a la perfección y atravesó la enorme arcada situada en la parte central del edificio del colegio antes de internarse en los bosques, que por lo general proporcionaban un escenario de paz, pero que aquel día parecían una masa de vegetación amenazadora. Las hojas tenían un brillo apagado bajo un cielo que había cambiado el tono azul por un gris oscuro durante los minutos que ella había permanecido en el interior de la escuela.

Sin responder aquella sencilla pregunta, Rafael se elevó en el aire mientras ella rastreaba a Ignatius entre los árboles, donde sus alas no dejaban de engancharse con las ramas bajas y los arbustos espinosos. Molesta por tanto tirón, Elena las pegó aún más a su cuerpo, pero no aminoró la velocidad de sus pasos a través del bosque. Vaciló en cierto punto, convencida de que había detectado algo a su derecha, pero el rastro de roble y cristal era más intenso hacia delante.

Reprimió el impulso de girar para explorar la zona y empezó a seguir el rastro de nuevo. La silueta de alas negras de Jason apareció entre la oscuridad del bosque apenas cinco minutos después. Permanecía inmóvil como una piedra, protegiendo el cadáver que yacía junto a las plácidas aguas de un pequeño estanque.

La chica aún llevaba puesto el uniforme del colegio, y todo su cuerpo estaba empapado. La blusa debería haber sido blanca pero tenía un repugnante tono salmón, y estaba tan desgarrada como Elena sabía que lo estaría la carne que había debajo. Reprimió la pena que amenazaba con desviarla de su objetivo, pero no se acercó al cadáver. Su prioridad era rastrear al asesino, asegurarse de que ninguna otra chica acabara como una muñeca rota junto a un estanque que debería haber sido un lugar de juegos, no un baño macabro teñido de muerte y horror.

Tenías razón
, le dijo a Rafael,
el monstruo se bañó en el estanque y puso fin al rastro de esencias
.

Sin embargo, tenía que haber salido del agua en algún punto. Así pues, dejó que Jason continuara con su silenciosa vigilia y comenzó a caminar por las piedras cubiertas de musgo que rodeaban el estanque. El agua estaba turbia porque habían removido el cieno del fondo… y por otras cosas más siniestras.

Solo tardó un minuto en volver a encontrarlo. El rastro de la esencia era más tenue, tan empapado que solo quedaba el olor del roble, pero con eso bastaba. Elena se llenó los pulmones con el aire fresco del bosque y empezó a correr, decidida a dar caza al vampiro. El tipo era rápido, comprendió casi de inmediato al examinar los rastros que había dejado en las zonas de tierra empapada por la tormenta de la noche anterior. Por el contrario, ella no era tan ágil y rápida como antes, ya que no estaba acostumbrada a correr con alas.

Sin embargo, eso no era una desventaja. Aquel día no. El vampiro había aminorado el paso unos quinientos metros más adelante, probablemente porque supuso que el agua habría borrado su rastro. Y lo habría hecho si él hubiera tenido un poco más de cuidado. Con todo, Rafael le había dicho que el cadáver de la chica también estaba en el agua. Lo más seguro era que su asesino la hubiese arrastrado hasta allí porque no había sido capaz de dejar de alimentarse.

El resultado final era que, dado el pequeño tamaño del estanque, la sangre y la muerte lo habían contaminado tanto que habían anulado la capacidad del agua de destruir el rastro de los actos violentos y enfermizos del vampiro.

Buena chica, pensó Elena dirigiéndose a la niña que yacía inmóvil al cobijo de unas alas del color de la medianoche. Has marcado a ese cabrón incluso después de muerta.

Y ella le daría caza siguiendo aquella marca.

Después de media hora de carrera a lo largo de senderos serpenteantes que intentaban disimular el rastro y confirmaban que el vampiro razonaba, la luz del sol se transformó en una mancha débil y letárgica en lo alto, y Elena comenzó a sentir un pinchazo en el costado.

—Maldita sea… —No necesitaba que Galen, el sádico maestro de armas de Rafael, la machacara para saber que aún no estaba en plena forma para la caza.

Respiró hondo para aliviar el dolor y alzó la cabeza de manera brusca cuando la sombra de unas alas se deslizó por el suelo que había ante ella. Fue entonces cuando descubrió que Rafael volaba a una velocidad de vértigo hacia un punto situado justo detrás de la colina.

¿
Qué es lo que ves, arcángel
?

4

N
o hubo respuesta, tan solo la dolorosa dentellada del hielo en sus venas.

Furia.

Pura, violenta y fría, muy fría.

—Mierda.

Aceleró el paso y maldijo por enésima vez el hecho de no poder realizar un despegue vertical. Según le habían dicho, podía tardar años en aprender a hacerlo… quizá más, ya que ella no había tenido alas desde niña. Ni de coña, se dijo. Si tenía que pedirle a Galen que fuera a Nueva York y la torturara de nuevo todos los días durante el año siguiente para aprender a hacerlo, lo haría.

Rafael descendió en picado delante de ella, y para cuando Elena llegó jadeante a la parte más alta de la cima, él ya tenía agarrado por el cuello a un vampiro, con la ropa tan empapada que se le pegaba a la piel. El arcángel de Nueva York sujetaba a la aterrada criatura a más de medio metro del suelo. Los vasos sanguíneos palpitaban contra la piel de la criatura, que arañaba la mano que le rodeaba la garganta y lanzaba patadas al aire en un vano intento por escapar.

—No eres presa de la sed de sangre —oyó decir a Rafael con una voz tan nítida y afilada como una espada dispuesta a clavarse y descuartizar sin piedad alguna.

El instinto, sumado a lo que había aprendido sobre Rafael en el tiempo que llevaban juntos, le provocó un nudo de aprensión en la boca del estómago. Bajó con torpeza la pendiente de la cima sin preocuparse por el barro que le salpicaba los pantalones vaqueros y las alas, y contempló el rostro del vampiro. Los ojos enrojecidos del hombre estaban limpios… salvo por el terror que teñía sus profundidades. Su boca ofrecía un aspecto muy distinto. El marco de sangre seca que había sobrevivido a su baño improvisado convertía su cara en una máscara grotesca.

—¿Por qué? —preguntó Elena, empuñando unas dagas que no recordaba haber sacado de las vainas de los antebrazos—. ¿Por qué lo hiciste? —La imagen del cuerpo destrozado de la niña aparecía en su mente una y otra vez. Aquella chica podría haber sido Evelyn; podría haber sido Amethyst. Sus hermanas. Otra vez. La idea resonó en el interior de su cabeza hasta que casi no pudo oír otra cosa.

Rafael apretó con más fuerza la garganta del monstruo.

—La razón importa poco. —La sangre empezó a manar de uno de los ojos del vampiro. Una lágrima macabra.

—Espera. —Colocó una mano en el fibroso antebrazo de Rafael—. Tus vampiros no te desobedecen. No así. —Eran muy conscientes de la justicia brutal de sus castigos. El hecho de que aquel tal Ignatius hubiera hecho lo que había hecho a pesar de eso…

El vampiro empezó a arañar la mano de Rafael con las pocas fuerzas que le quedaban, como si supiera que una vez que le aplastara la garganta, el arcángel de Nueva York le arrancaría la cabeza y reduciría su cuerpo a cenizas. Rafael apartó como si fueran moscas aquellos dedos convertidos en garras. Su expresión estaba tan calmada que resultaba aterrador.

Rafael
… Elena lo intentó una vez más utilizando la conexión mental, con la esperanza de que aquello fuera capaz de penetrar la gruesa capa de hielo de su ira.
Necesitamos saber por qué
.

El arcángel la miró fijamente.

—Está bien.

Y ante la horrorizada mirada de Elena, el vampiro comenzó a sangrar… por todas partes. Fue como si sus poros entrasen en erupción debido a la presión extrema. Sabía lo que había hecho Rafael, sabía que había convertido la mente del asesino en confeti. Una vez completada la tarea, le arrancó la cabeza al vampiro con una única y eficiente vuelta de tuerca y convirtió las dos partes de su cuerpo en cenizas con el fuego de ángel azul. Aquel pulso de poder absoluto podía matar a un arcángel, de modo que el cuerpo del vampiro ni siquiera sobrevivió un segundo entero.

Todo había ocurrido tan rápido que Elena aún seguía contemplando el lugar donde había estado el vampiro cuando Rafael se volvió hacia ella. El tenue brillo de sus alas no auguraba nada bueno. La parte más primitiva de su cerebro, más animal que humana en su determinación por sobrevivir, liberó en su organismo una descarga de adrenalina mezclada con terror. ¡Huye!, le dijo aquella vocecilla. ¡Huye!

Porque cuando un arcángel resplandecía, la gente moría.

Pero Rafael no era solo un arcángel. Era su arcángel.

Se quedó donde estaba mientras él se acercaba para inclinarse y rozarle la oreja con los labios.

—Alguien le contó que yo había muerto —Un tono frío. Palabras tranquilas que a Elena le pusieron los nervios de punta—, que ya no había necesidad de controlar sus deseos. —Retrocedió un paso y alzó un dedo para colocarle un mechón de pelo por detrás de la oreja.

La dulzura de aquel gesto no la tranquilizó. No cuando la furia que percibía en él era como una hoja de acero contra su garganta.

—Eso no tiene sentido. —Le costaba trabajo mantener su voz firme. Sí, aquel hombre era suyo, pero lo cierto era que solo lo conocía a nivel superficial—. Incluso en el caso de que se hubiera tragado algo así, ¿por qué vino aquí, a este lugar? —No era tan egocéntrica como para pensar que aquel asunto estaba relacionado con ella. No, el objetivo era Rafael, pero ella era el punto más débil de las defensas del arcángel—. Está demasiado lejos de la ciudad para ser algo más que una localización específica.

Los ojos de Rafael tenían un brillo metálico, una expresión que Elena no podía descifrar. El arcángel había vivido más de un millar de años, y su personalidad poseía tantas facetas que Elena tardaría una eternidad en verlas todas. En aquel momento, resultaba obvio que intentar razonar con él sería lo mismo que darse de cabezazos contra una pared hecha de espadas afiladas.

Solo la haría sangrar.

Después de respirar hondo, Elena hizo un gesto hacia el lugar donde había visto a Jason.

—Necesito examinar el cadáver, asegurarme de que no hubo nada extraño en el asesinato. —Parecía un sencillo caso de voracidad salvaje, pero después de lo ocurrido año y medio atrás, no pensaba dar nada por sentado.

Rafael extendió las alas, cuyo resplandor resultaba doloroso bajo aquella luz tenue y apagada.

—Me informarás de eso más tarde. Dmitri está a punto de llegar. Él se encargará de arreglar el lío del colegio.

Ascendió un instante después y Elena lo siguió con la vista. No le importaba la orden; eran amantes, sí, pero en aquellos instantes ella actuaba como una cazadora y él la trataba como tal. Puesto que no tenía la menor intención de renunciar a su puesto en el Gremio, aquello le venía bien.

Lo que le preocupaba era la distancia que el arcángel había puesto entre ellos, una distancia que la había llevado de vuelta a la azotea en la que se conocieron, donde Rafael no era un hombre que llevaba su reclamo de ámbar, sino un inmortal que podía aplastarla con un simple pensamiento. Un inmortal que la había obligado a colocar la mano sobre una afilada hoja de acero hasta que su sangre oscura comenzó a derramarse sobre las baldosas del suelo.

—No vamos a volver a hablar de eso, arcángel —murmuró mientras su mano se flexionaba ante aquellos recuerdos—. Si crees que sí, te vas a llevar toda una sorpresa.

Se dio la vuelta y regresó con Jason a través del sendero lleno de maleza. El silencio de aquella zona de bosque resultaba escalofriante. Era como si los pájaros lloraran la pérdida de una vida joven y vibrante. Cuando llegó junto al cadáver, la furia oprimía su garganta. Daba igual que el monstruo que le había robado la vida a la joven Celia hubiera sido ejecutado, que se hubiera hecho justicia. Ella seguía muerta; sus sueños habían acabado para siempre.

Jason se encontraba en la misma posición que la última vez que lo había visto, como un guardián de piedra, y ahora que Elena sabía lo que debía buscar, fue capaz de distinguir la empuñadura de la espada negra que el ángel llevaba sujeta a la espalda, oculta tras sus alas azabache.

—No esperaba verte aquí —le dijo en un intento por demorar lo que debía hacer a continuación.

Jason dio un paso atrás para dejar que se acercara al cadáver. Aquel movimiento permitió que el tatuaje tribal del lado izquierdo de su cara quedara iluminado por un instante, hasta que el ángel volvió a inclinar la cabeza hacia las sombras que lo envolvían como una capa. A pesar de que tenía el rostro despejado porque se había recogido el cabello en una coleta, Elena solo podía ver el brillo de sus ojos.

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
8.25Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

White Heat by Brenda Novak
The Grey Pilgrim by J.M. Hayes
Darkling by R.B. Chesterton
Henry V as Warlord by Seward, Desmond
Magic Binds by Ilona Andrews
The King's Blood by S. E. Zbasnik, Sabrina Zbasnik
Arthur Britannicus by Paul Bannister
Manhounds of Antares by Alan Burt Akers