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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (6 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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—Estaba reunido con el sire cuando llegó el mensaje.

Elena se arrodilló junto al cuerpo de Celia, con las alas apretadas contra las agujas de los pinos y contra las innumerables hojas aplastadas que llenaban el aire de un perfume verde empapado con la lluvia de la noche anterior. Frunció el ceño.

—¿Por qué llegó el mensaje a la Torre? Deberían habérselo remitido al Gremio.

—La directora del Gremio en persona llamó a Rafael cuando se dio cuenta de que tus hermanas podían estar involucradas. —El tono de Jason era calmado, tan calmado que Elena podría haber pensado que todo aquello le importaba un comino si no hubiera visto el fuego negro que reflejaban sus ojos antes de que él utilizara las sombras para ocultarse—. Nosotros llegamos antes de lo que podría haberlo hecho cualquier cazador.

Gracias, Sara, pensó Elena. Y después dejó a un lado todo lo demás. Celia merecía toda su atención.

—¿La sacaste del agua?

—Sí. Me pareció detectar un atisbo de vida.

Pero la chica estaba muerta, y su rostro reflejaba el horror de sus últimos momentos en la tierra. En vida, su piel debía de haber tenido un vibrante tono caramelo, pero en la muerte era de un apagado marrón grisáceo, ya que la sangre que circulaba por sus venas se había derramado a través de la carne desgarrada del cuello y del pecho.

—¿Han pasado el aviso a los criminalistas? —Puesto que los cazadores eran a menudo los primeros en encontrar a la víctima (o víctimas) de un vampiro, aprendían los protocolos básicos de la investigación de una escena del crimen durante los tres primeros años en la Academia del Gremio, y tenían autorización para inspeccionar los cadáveres. Sin embargo, el Gremio siempre tenía el buen tino de mantener informadas a las autoridades.

—La directora del Gremio aseguró que ella se encargaría de eso.

Elena se inclinó hacia delante para examinar el cuello. Intentaba ver solo las piezas, y no todo el conjunto. No quería ver a Celia, a la chica que había sido; solo quería ver un pedazo de cuello destrozado. Más abajo, un pecho que todavía estaba tan plano como el de un chaval había quedado reducido a un amasijo de carne.

—Se alimentó de forma frenética —murmuró—. Le atravesó la piel, la desgarró tanto que dejó al descubierto los huesos. —Nada inusual, salvo por el hecho de que Ignatius no era presa de la sed de sangre—. ¿Sabes por qué se alimentó de esa manera si estaba lúcido?

—La mayoría de los vampiros son bastante pulcros. —Las alas de Jason emitieron un leve susurro cuando el ángel las recolocó, y el sonido fue un bienvenido recordatorio de que el abrumador silencio de aquellos bosques no era la única realidad—. Es una cuestión de orgullo. Desgarrar un cuerpo no solo denota falta de control, también significa que un vampiro pierde a sus compañeras o compañeros voluntarios enseguida. No es el dolor lo que buscan los humanos que tienen un amante vampírico.

El destello de un recuerdo. La cabeza oscura de Dmitri inclinada sobre el cuello arqueado de una mujer a la que solo le faltaba ronronear su anhelo de un beso sangriento. Y después, en el Refugio, Naasir con sus ojos plateados y la esencia de un tigre a la caza; el gemido estremecido de una mujer.

—Ya… —Elena se puso en cuclillas y extendió las alas sobre el suelo del bosque—. ¿Puedes ayudarme a darle la vuelta?

Jason la ayudó en silencio.

La espalda de la chica, por lo que Elena pudo ver, no tenía ninguna marca.

—Esto bastará por ahora. Asistiré a la autopsia para asegurarme de que no he pasado nada por alto.

Oyeron ruidos entre los árboles mientras volvían a colocar el cadáver de Celia sobre la espalda con mucha delicadeza. Ruido de voces, de pasos. No le sorprendió que Jason se fundiera con las sombras, hasta que solo fue capaz de verlo porque sabía que estaba allí. A diferencia de Illium o de Rafael, al jefe de espionaje no le gustaba ser el centro de atención. Incluso el taciturno de Galen tenía amigos, una mujer a la que parecía amar, pero Elena nunca había visto a Jason con nadie que no estuviera relacionado con sus obligaciones.

—Me llegaron rumores de que habías vuelto… —una voz masculina conocida—, pero no los creí.

Elena alzó la vista y descubrió a un investigador de la escena del crimen, Luca Aczél, que intentaba por todo los medios ocultar lo mucho que le había sorprendido ver sus alas. Debido a su cabello veteado de canas, sus rasgos patricios y sus largos dedos de pianista, Elena siempre había pensado que Luca encajaría mejor en una junta directiva que en un lugar rodeado de violencia, pero no había duda de que realizaba su trabajo de manera brillante. Celia estaría en buenas manos.

—Luca. —Tras ponerse en pie, se apartó a un lado y le hizo un breve resumen de lo que había visto y hecho desde que llegó a la escena.

Luca se agachó junto al cuerpo. Con aquella luz, su piel parecía más oscura de lo habitual.

—¿El vampiro está muerto? —Había una dureza en sus ojos que habría sorprendido a muchos.

Elena conocía a Luca desde hacía mucho tiempo, lo había visto en muchos escenarios del crimen, y sabía que él siempre caminaba sobre el filo de la navaja en lo que se refería a mantener sus emociones apartadas de la horrible realidad del trabajo que realizaba.

—Sí.

—Bien. —Una pausa—. Menudo recibimiento has tenido, Ellie.

Elena le dio un toque a Luca en el hombro cuando pasó a su lado con la intención de examinar una vez más el escenario principal.

—Oye, Ellie… —Cuando ella se dio la vuelta, el investigador añadió—: Me alegra tenerte de vuelta, sean cuales sean las circunstancias.

Las palabras, su sincera aceptación, significaban mucho para ella.

—No he olvidado que te debo un trago.

—Ahora son dos… Los intereses son un asco.

Cinco minutos más tarde, el cambio de luz pareció trasladar todo a otra época. Una época en la que ella no se encontraba en una habitación saturada de violencia mientras los criminalistas trabajaban con rigurosa meticulosidad a su alrededor. Daba igual que el asesino hubiera sido capturado y castigado, aún había que procesar la escena a fin de realizar un informe, tanto para los archivos del Gremio como para los de la oficina forense.

Si en el futuro los padres de Celia exigían saber qué se había hecho para hacerle justicia a su pequeña hija, habría respuestas para ellos. Nada que aliviara el dolor de la herida, nada que les devolviera la risa de su hija, pero respuestas al fin y al cabo.

Del mismo modo que Elena tuvo un informe que leer cuando creció lo suficiente como para solicitarlo.

Tras descartar aquel doloroso recuerdo, echó un vistazo a la estancia y recorrió con la mirada las siluetas azules de los dos técnicos. Conocía a uno de ellos, pero al otro no lo había visto en la vida. Ambos estuvieron a punto de tragarse la lengua cuando la vieron entrar, pero Wesley había aligerado el ambiente diciendo:

—¿Puedo hacerte una foto? —Un destello de dientes blancos en contraste con una piel negra como la noche—. Así podré venderles a los reporteros una exclusiva y conseguir el dinero suficiente para pagar las cuotas del colegio de unos hijos que todavía no tengo.

—Detesto echar por tierra tus esperanzas, pero lo más probable es que mis fotos ya estén colgadas en algún lugar. Las alumnas… —replicó a modo de explicación cuando los ojos castaño claro del hombre se llenaron de confusión.

—Vaya, mierda…

Hasta ahí había llegado la conversación. Wesley y su colega, Dee, realizaron su trabajo con una eficiencia que denotaba mucho tiempo trabajando en equipo, el suficiente como para conseguir acompasarse. Elena se mantuvo en el centro de la estancia, ahogándose en los ecos de la violencia. Una de las literas tenía las sábanas empapadas de sangre, cuyo color rojo se había convertido en un marrón apagado que no lograba silenciar la maldad que había invadido aquel lugar. Había más sangre —de procedencia arterial, a juzgar por el patrón de las salpicaduras— en la pared de su derecha, cerca de la puerta.

Wesley estaba de pie junto a aquella misma pared.

—¿Has visto esto, Ellie?

—Sí. —Elena giró en círculo y descubrió gotas de sangre en el suelo y en la pared que había cerca de la ventana. Apretó la mano en un puño—. Dee, ¿podrías hacerme un favor? Solo será un segundo.

La rubita se puso en pie con el pincel para buscar huellas dactilares en la mano.

—Claro. ¿Qué necesitas?

—Sitúate al lado de la puerta. —Elena esperó a que la mujer hiciera lo que le había pedido—. Agáchate un poco. Eso es. —Se acercó y observó las salpicaduras—. Esa es más o menos la altura que tendría Celia.

Tras enderezarse, la investigadora echó un vistazo a su espalda y los pómulos se marcaron contra una piel que aún no había perdido la palidez del invierno.

—El cabrón acabó con ella aquí y salpicó la pared.

—En ese caso, ¿de quién es la sangre de la cama? —Wesley, que se había acercado a la litera, levantó el colchón con manos cuidadosas—. Está empapado hasta abajo. No es posible que la chica tuviese tanta sangre en su interior después de manchar la pared de esa forma.

Maldición…

—Llama a tu gente. Diles que hay que volver a examinar el estanque.

Un vampiro de la edad de Ignatius (que parecía tener al menos unos sesenta años) podría haber acarreado sin problemas a dos niñas. O podría haber dejado a una en el bosque, donde los ángeles, desde las alturas, no la verían. Y Elena la había pasado por alto porque estaba concentrada en el asesino.

Wesley ya había cogido su teléfono móvil.

—¿Vas a seguir el rastro?

—Sí, pero alguien debe hablar con la directora del colegio, descubrir…

Una nueva esencia llenó la habitación. Una esencia erótica y deliciosa teñida de sensualidad decadente. Aquel aroma era un cebo, una trampa diseñada para atrapar únicamente a una cazadora nata. Y Dmitri sabía muy bien cómo utilizarlo en su provecho.

5

E
l instinto guió a Elena hasta el pasillo para reunirse con el líder de los Siete de Rafael. El vampiro, con sus ojos color chocolate y su cabello negro, estaba ataviado con lo que parecía un traje de mil dólares procedente de alguna tienda de moda del estilo de Zegna: un conjunto de negro sobre negro con una corbata de color ámbar que resaltaba muchísimo el tono bronceado de su piel. No obstante, Elena sabía muy bien que aquel color no se debía al sol.

—He oído… —dijo Dmitri en cuanto Elena llegó a su lado, y por una vez su voz no traslucía el menor rastro de insinuaciones sexuales. Era la voz propia del hombre a quien ella había imaginado una vez: un guerrero endurecido en cientos de batallas, empuñando una cimitarra con antiguas runas talladas en la misma superficie del arma. También mantenía su esencia a raya, se dio cuenta Elena. Habló de nuevo antes de que ella pudiera mediar palabra—… que debes volver a la Torre.

Elena frunció el ceño. El día que Dmitri empezara a darle órdenes, el patinaje sobre hielo sería una actividad regular en el infierno. En parte se debía al más puro espíritu de contradicción, ya que el vampiro había dejado claro como el agua que la consideraba un punto débil en la armadura de Rafael; pero otra parte se debía al instinto de supervivencia. Porque en el instante en que Dmitri decidiera que no solo era una debilidad, sino también débil, dejaría de pincharla de vez en cuando para abalanzarse sobre ella.

Rafael lo mataría por eso, pero tal y como Dmitri le había dicho una vez, ella seguiría estando muerta. Así pues, Elena cruzó los brazos y afianzó los pies en el suelo.

—El segundo cadáver podría…

El vampiro alzó una mano para interrumpir sus palabras.

—Rafael no actúa con normalidad.

Intercambiaron una mirada de peligroso entendimiento.

—¿Ha entrado en estado Silente?

Una vez, aquel terrorífico estado sin emociones lo había convertido en un monstruo, y ella se había visto obligada a dispararle para defenderse. A Elena le bastaba recordarlo para asustarse.

—No. —Una única palabra, pero muy precisa—. Pero no se comporta como de costumbre.

—No —convino Elena. Rafael era un arcángel; podía llegar a ser implacable con sus castigos, pero también era increíblemente inteligente. No debería haber hecho falta que ella le recordara que necesitaban saber por qué Ignatius había hecho lo que había hecho. Eso era algo que el Rafael que ella conocía habría considerado mucho antes de llegar a la ejecución. Sin embargo, aquel día parecía ser presa de una furia ilimitada—. ¿Lo has visto así antes?

—No. Y lo conozco desde hace casi mil años.

Elena inspiró con fuerza. A pesar de que a Dmitri se le daba muy bien ocultar el poder que encerraba en su interior, ella sabía que era un vampiro antiguo. Con todo, no había llegado a imaginarse cuánto.

—¿Este lugar tiene alguna terraza que pueda utilizar como punto de despegue? —Investigaría el misterio de Dmitri más tarde. Ahora debía llegar hasta su arcángel.

—Hay una pequeña arriba. Si te pones de pie sobre la barandilla, podrías coger el impulso necesario para elevarte. —Señaló una escalera que Elena no había visto hasta aquel momento—. Organizaré la búsqueda del segundo cuerpo —dijo cuando ella subió el primer escalón—, y me aseguraré de que los técnicos forenses sepan que tienes que echar un vistazo a los restos.

Elena apretó la mano sobre la balaustrada. Las vidas de dos familias inocentes estaban a punto de hacerse añicos, pedazos que jamás volverían a formar un conjunto completo.

—¿Y mis hermanas? —preguntó, luchando contra el impulso mental de regresar al horrible pasado de otra familia, de una familia que se había roto para siempre en una pequeña cocina residencial hacía casi dos décadas—. ¿Y las otras niñas?

—Se las han llevado a casa. Tu padre envió un coche para recoger a tus hermanas. Se marcharon hace quince minutos. —No había ni rastro de sarcasmo, ningún intento de desconcertarla con aquella esencia suya.

Tanta contención por parte de Dmitri preocupó mucho más a Elena que cualquier cosa que pudiera haber dicho.

Dejó en sus manos la tarea de localizar el segundo cadáver y se dirigió a lo que resultó ser una especie de estudio artístico. El lugar estaba rodeado por gigantescas ventanas, diseñadas para aprovechar la luz del sol. Sin embargo, aquel día no había calidez, no se veía el resplandor dorado del sol. El mundo del exterior tenía un tétrico tono gris, y la atmósfera parecía sofocada por su pesadumbre.

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