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Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3 (8 page)

BOOK: La dama del arcángel: El Gremio de los Cazadores 3
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«Mis amantes siempre han sido guerreras.»

Eso le había dicho Rafael al principio.

Elena apartó la boca de sus labios con un gesto brusco y giró la cabeza hacia un lado para recuperar el aliento. Rafael le sujetó el pelo con más fuerza y amenazó con retorcérselo para obligarla a volverse. Elena le bloqueó el brazo con el suyo.

Una blanca tempestad ártica los envolvió, tan potente y cegadora que a Elena le dio la impresión de que tenía los ojos abiertos y no cerrados.

—Rafael —dijo mientras luchaba por respirar pese a la tremenda y cortante presión del ambiente—, si no vas a desconectar ese poder, dame mis armas.

Una pausa.

¿
Por qué iba a darte tus armas
? Un susurro aterciopelado en su mente.

—Porque… —Elena tenía la impresión de que algo estrujaba sus pulmones hasta dejarlos vacíos—… no eres de los que disfrutan de las mujeres que no pueden defenderse. Te gustan las guerreras, ¿recuerdas?

Risas en su cabeza, aunque teñidas con un toque de inclemencia que hizo que su miedo cobrara vida propia.

A mi parecer, existe algo exquisitamente placentero en tener a una guerrera indefensa y vulnerable ante mí
.

Era el miedo lo que recorría ahora las venas de Elena. En aquella criatura no quedaba nada del hombre al que ella conocía, nada a lo que pudiera apelar o recurrir, nada con lo que pudiera razonar.

—Pues menudo desafío, ¿no crees? —murmuró mientras luchaba con la cazadora que había en ella, con esa parte que le decía que clavara las uñas en aquellos ojos asombrosos, que le desgarrara las alas, que hiciera cualquier cosa para liberarse—. Fui yo quien corrió a tus brazos.

Unos labios recorrieron su cuello y el puño que le sujetaba el cabello le inclinó la cabeza hacia un lado. Elena notó sus dientes, y más abajo, la durísima presión de su erección. Aquello, comprendió de repente, era real. Era salvaje y terrenal. Tomó una decisión rápida y le dijo en un susurro:

—Tómame, Rafael. Apodérate de tu guerrera. —Las palabras habían sido deliberadas, un recordatorio de los vínculos que había entre ellos.

El arcángel se quedó paralizado.

¿
Te rindes, después de todo
?

Elena le echó la cabeza hacia atrás con las manos que había enterrado en su cabello y lo besó a su manera. Un beso que era todo calor y pasión salvaje… y también amor. Un amor que crecía cada vez más en su corazón.

Todo este rollo del poder resulta de lo más sexy… Pero te quiero dentro de mí, grande y duro. Ahora
.

Rafael le dio un apretón en el muslo.

Elena

Elena sintió un vuelco en el corazón. Porque conocía aquella voz, aquel tono.

Rafael… Te necesito
.

Era el único al que le había dicho aquello, el único que se había ganado su confianza.

—Te necesito.

Con un estremecimiento del enorme cuerpo que la mantenía aplastada contra la pared, la dentellada glacial del poder masculino se convirtió en una caricia ardiente similar a un millar de besos suaves sobre su piel, y un instante después, el descarado extremo de su pene empezó a presionar contra la entrada de su cuerpo. Elena cogió aire antes de que el arcángel reclamara sus labios y se sujetó con fuerza mientras él la embestía con ímpetu aunque con cuidado, sin detenerse hasta que estuvo enterrado hasta el fondo en su interior.

Elena arqueó la espalda ante la violenta acometida de placer. Él aprovechó el movimiento para juguetear con sus pechos, para mordisquear, lamer y succionar hasta que ella empezó a rotar las caderas en movimientos apremiantes y a clavarle las uñas en los hombros.

—Deja ya de provocar, arcángel.

Otra pausa… y de pronto Rafael se convirtió en la encarnación de la exigencia masculina. Su cuerpo se transformó en algo duro, húmedo y muy físico bajo las manos de Elena. La cazadora abrió los ojos, enfrentó su mirada y descubrió un azul infinito y avasallador justo antes de que él la acometiera con la experiencia propia de un ser que ha vivido muchos siglos y la enviara volando hacia las estrellas.

Lanzando un grito, Elena lo aferró con los músculos internos de su cuerpo para reclamarlo, y lo arrastró con ella.

Acabó tendida en la cama que tenía delante, con Rafael tumbado de costado a su lado. El arcángel tenía la mirada perdida.

—Hola. —Elena estiró el brazo para tocarle el muslo—. No me abandones otra vez, ¿eh? —Las palabras sonaron más roncas de lo que ella pretendía, teñidas con los miedos de aquella niña que había sido abandonada mucho antes de que la echaran del elegante Caserón.

El muslo de Rafael se contrajo bajo su contacto.

—¿Te he hecho alguna herida?

Elena recordó lo que él le había dicho una vez sobre la posibilidad de partirla en dos. Sabía que tenía la oportunidad de destrozarlo, pero ella no era así. Ninguno de ellos era así.

—No. Solo me asustaste un poco.

Mis disculpas, Elena
. Recorrió el arco de su ala con la mano.
No era… yo mismo
.

Aquella era una admisión que ella jamás habría esperado, porque aunque llevaban juntos bastante tiempo, todavía estaban aprendiendo a conocerse el uno al otro. Y el arcángel de Nueva York había aprendido mucho tiempo atrás a ocultar secretos. Los suyos, los de su raza y los de sus Siete.

Y ahora también los de su consorte.

—Lo sé. —Elena cambió de posición para apoyarse en el codo y cerró los dedos sobre el músculo de su hombro. Necesitaba sentir su contacto físico—. Algo va mal, Rafael. Puede que el vampiro pareciera cuerdo, pero no actuó de forma racional cuando atacó el colegio, y tú deberías haberte dado cuenta de eso. Sin embargo, no lo hiciste.

—Recuerdo muy poco de lo que hice durante ese intervalo de tiempo. —Una pregunta que no era una pregunta. La empujó con delicadeza para tumbarla de espaldas y colocó una de sus enormes manos sobre el abdomen de Elena.

Puesto que sabía que la pérdida de control debía de ser una agonía que lo destrozaba, la cazadora hizo un breve repaso de los acontecimientos.

—¿Recuerdas que ejecutaste a Ignatius?

—Sí. —Rafael agachó la cabeza un poco y ella aceptó la invitación para acariciarle el pelo con los dedos—. Cuando hablas de lo sucedido, lo recuerdo… pero todo está cubierto por una neblina roja.

Gruesos y sedosos, los mechones negros de su pelo resultaban una fresca caricia sobre la piel de Elena.

—Si tuviera que ponerle un nombre a lo que vi en tu expresión, lo llamaría rabia.

—Sí. —Rafael deslizó la mano por su vientre y la apoyó sobre su cadera—. Pero he vivido lo suficiente para saber controlar la rabia. Eso era… algo más.

Elena permaneció inmóvil, preocupada por la elección de sus palabras.

—¿Algo más? ¿Algo ajeno a ti?

Los ojos del arcángel tenían un brillo azul adamantino tras los párpados entrecerrados.

—Resulta imposible saberlo.

Elena no estaba dispuesta a dejar las cosas así.

—Habla conmigo. —Sabía lo que era Rafael, comprendía que el arcángel albergaba más poder en su cuerpo del que ella podía llegar a imaginar aunque viviera diez mil años. No eran iguales, eso seguro. Al menos, no en aquel campo de juego. Sin embargo, en lo que se refería a emociones capaces de desgarrar un corazón…— Rafael.

Nadiel
, dijo el arcángel en su mente,
exhibía ese tipo de furia extrema
.

Su padre también se había vuelto completamente loco.

—No —replicó ella; no necesitó ni un instante para evaluar esa idea—. No te estás volviendo loco.

—Estás muy segura de eso, cazadora del Gremio. —Palabras formales. Un tono que decía que el arcángel consideraba aquella afirmación carente de fundamentos.

Elena levantó la cabeza y le mordió el labio inferior.

—Tu sabor está impregnado en mis células. Eres la lluvia y el viento, y a veces, el envite fresco y salvaje del mar. Supe al instante que algo había cambiado.

Rafael se apartó de ella y permitió que se sentara mientras él cambiaba de posición para bajar las piernas por un lado de la cama. Estaba de espaldas a ella, con sus magníficas alas extendidas. Cada uno de los filamentos de las plumas estaba ribeteado en oro y resplandecía a pesar de la tenue luz que penetraba a través de las ventanas. Una tentación letal para los mortales… y para las inmortales recientes.

Elena ya había extendido el brazo para rendirse a la tentación cuando él dijo:

—Mientes por el bien de ambos.

Elena frunció el ceño y se envolvió con la sábana, aunque la dejó abierta en la parte de atrás para acomodar sus alas. Se bajó de la cama para ponerse en pie ante él.

—¿De qué estás hablando?

Rafael levantó la cabeza. Su rostro estaba tan desprovisto de emociones que daba la impresión de que su prístina belleza, de tan pura y hermosa, podía helar la sangre.

—¿Cambió acaso la esencia de Uram?

Ácido y sangre… y rayos de sol
.

Elena se estremeció al recordar al arcángel perdido en la sed de sangre. Sintió un aguijonazo en el tobillo al revivir el momento en el que Uram se lo aplastó… solo para oírla gritar.

—Solo lo conocí después de que cruzara el límite hacia la demencia —replicó, a sabiendas de que aquella conversación era muy importante—. No tengo forma de saber cómo lo habrían percibido mis sentidos antes de eso… Es posible que la sangre, la parte ácida de su esencia, se debiera a la transformación, no a lo que era con anterioridad.

Rafael no parecía convencido. No obstante, tampoco había rechazado su argumentación. Se levantó y empezó a ponerse los pantalones.

—No puedo seguir evitándolo. Debo hablar con Lijuan…

Una corriente fría y espeluznante llenó la estancia, un ramalazo de miedo que recorrió la nuca de Elena.

—Es casi como si ella pudiera oírte cuando pronuncias su nombre.

Rafael no le dijo que se estaba comportando como una estúpida supersticiosa.


, respondió en cambio,
no hay forma de saber si Lijuan puede ahora oír a través del viento
.

—No puedo hacer caso omiso del hecho de que mi «rabia» ha aparecido en el mismo momento en el que un anciano está a punto de despertar. Como la más antigua de nosotros, Lijuan es la única que podría darme alguna respuesta.

—Iré contigo.

Poco tiempo atrás, mientras Pekín se estremecía a su alrededor, Elena había estado cara a cara con aquellos caparazones de cuencas vacías que demostraban de manera irrefutable que había un núcleo oscuro en la fuerza de Lijuan. La arcángel de China había devuelto la vida a los muertos, tanto si ellos lo deseaban como si no.

Habían sido monstruos, monstruos que se alimentaban con la carne de aquellos que no contaban con el favor de Lijuan… para poder vestir sus demacrados cuerpos. Sin embargo, también habían sido víctimas, víctimas mudas e incapaces de gritar. Aunque Elena había oído sus gritos de todas formas, y todo en ella se rebelaba ante la idea de que Rafael estuviera a solas con el ser que había creado a aquellos «renacidos».

—Es…

Unos dedos acariciaron su mandíbula.

—Ella aún no te ve, no de verdad. Y quiero que siga siendo así.

Elena apretó aquella misma mandíbula.

—Mi seguridad no debe comprometer la tuya.

Lijuan era una pesadilla, y su poder procedía de un lugar oscuro, igual que aquellos horribles sueños. No había nada ni remotamente humano en ella, nada que insinuara algún tipo de conciencia.

Rafael hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Ella no me matará, cazadora.

—No, pero desea… —Si Lijuan hubiera sido otra mujer, el asunto se habría resuelto con una ecuación de lo más sencilla. Pero la más antigua de los arcángeles no tenía deseos carnales; ni siquiera comía, y mucho menos tenía amantes—. Desea poseerte —concluyó.

Una mirada y se sintió como si la hubieran despojado de la piel, como un festín ante sus ojos.

—Pero yo solo deseo poseerte a ti,
hbeebti
. Y esos dos deseos no son compatibles.

Hbeebti
.

Una hermosa palabra procedente de la herencia marroquí de su madre.

—No pienso dejar que me convenzas con palabras zalameras.

Una leve sonrisa. Su arcángel encontraba un peligroso motivo de diversión en su testarudez.

—En ese caso, deja que sea la lógica lo que te persuada. Lijuan podría ofenderse por tu presencia o limitarse a ignorarla. Si tengo que hacer esto, quiero descartar una de las posibilidades.

Elena estrujó el tejido de la sábana entre los dedos.

—Maldita sea… —Sabía que él tenía razón. Lijuan era impredecible. Podría considerar la presencia de la «mascota» de Rafael como un insulto.

—Hazlo rápido. No dejes que te clave sus garras.

Asintió, y su cabello se deslizó hasta la frente en una brillante cascada de medianoche.

—Me preguntaste una vez cómo deberías dirigirte a mí.

Elena frunció el ceño.

—Creo que dijiste que podía llamarte «amo y señor», pero me parece que debí de entenderte mal.

—¿Cómo te gustaría llamarme?

Eso la dejó paralizada. «Marido» era demasiado humano; «compañero» parecía un término poco preciso para un ser tan poderoso como un arcángel; «pareja», quizá… Pero ninguna de aquellas palabras parecía adecuada.

—Mío —respondió Elena al final.

Rafael parpadeó asombrado, y cuando volvió a alzar la mirada, el azul del iris se había convertido en fuego líquido.

Sí, eso servirá
.

—Pero para el resto del mundo, serás mi consorte.

—Consorte… —murmuró Elena para saborear la palabra, para darle forma—. Sí, me parece bien. —Una consorte era más que una amante, más que una esposa. Era alguien con quien un arcángel podía hablar de sus más oscuros secretos, alguien en quien podía confiar que solo le diría la verdad, aun cuando fuera algo que no quisiera oír—. Si esa zorra chiflada intenta algo —añadió Elena, refiriéndose a Lijuan— y el hecho de estar en mi mente te ayuda a anclarte a la realidad, no dudes en hacerlo.

Rafael le apretó el hombro desnudo con los dedos antes de cerrarlos alrededor de su nuca. Empezó a deslizar el pulgar sobre la zona donde el pulso era más marcado.

—Luchas con coraje por tu independencia… ¿y ahora me otorgas semejante libertad?

—Sé que no abusarás de esa libertad. —Ahora no. No cuando sabía lo importante que era para ella mantener el control de su propia mente.

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