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Authors: John Norman

La esclava de Gor (7 page)

BOOK: La esclava de Gor
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Serví también a los demás. Eta y yo nos manteníamos a la sombra, fuera del círculo luminoso del fuego, atentas a cualquier llamada. Otras veces les servíamos caminando entre ellos, o permaneciendo arrodilladas, pero no esta noche. Estaban hablando seriamente. Deduje que asuntos importantes eran discutidos. En momentos así los hombres no querían ser distraídos por los cuerpos de las esclavas.

Yo les observaba con enojo. Mi amo, con la ayuda de una piedra, dibujaba un mapa sobre el suelo. Mapa que ya había visto en anteriores discusiones a solas con sus lugartenientes. Hablaba rápidamente y con decisión, apuntando de vez en cuando una parte del mapa con la piedra. Otras veces señalaba a las tres lunas que se alzaban sobre nosotros; en pocas noches sería el plenilunio. Yo me mantenía en pie, ahí, en las sombras, recién violada, desnuda y resentida, con un jarrón de vino apoyado en la cadera, observando. Me pregunté cuál sería la naturaleza de aquel campamento. No parecía ser uno de cazadores, aunque a veces salieran de cacería. Tampoco creí que fuera un refugio de bandidos; al menos esos hombres no tenían aspecto de forajidos. En sus túnicas llevaban medallas que establecían una jerarquía claramente organizada. Además se trataba de hombres disciplinados, responsables, limpios y atractivos; no se veía el caos que hubiera reinado en un campamento de malhechores. Llegué a la conclusión de que debía de encontrarme en alguna guarnición móvil de soldados pertenecientes a alguna ciudad o país.

Uno de los hombres levantó su copa y me apresuré a servirle. También su túnica tenía señales de polvo. Le miré con rabia mientras imprimía mis labios contra el recipiente. Él, luego, lo tomó distraído, y sin darme la menor importancia volvió a concentrarse en el mapa. Me pregunté cuál de los cuatro había sido. Con cada uno de ellos había sido distinto, aunque para ellos no hubiera sido más que una mera esclava.

Con disimulo me fijé en el guerrero rubio que me parecía, después de mi amo, el más atractivo del campamento. Fue el primero que tomó a Eta la noche anterior a que me marcasen. No llevaba polvo en la túnica. Esto me tranquilizó. Si hubiera sido uno de ellos, sabía que habría corrido a echarme en sus brazos.

Mi amo señalaba un punto en el suelo. Ahí era donde algo iba a suceder. Los hombres asintieron. Se trataba de un arroyo, o, mejor dicho, la confluencia entre dos ríos en un bosque. No había más preguntas. Todos parecían satisfechos. Y yo, secretamente, me emocionaba de pertenecerle.

Se levantaron y se dirigieron a sus tiendas, hablando entre sí.

5. EL ASALTO

—¿Cuál es tu deber? —preguntó mi amo.

—Obediencia absoluta —respondí en goreano. Besé el látigo que acercó a mis labios—. Obediencia absoluta —repetí.

Eta estaba detrás de mí, y prendía en mi rostro el primero de una serie de cinco velos. Era éste un velo de seda blanca, fino y tenue, casi transparente. Luego me fue poniendo uno tras otro el Velo de la Libertad o Velo de la Ciudadanía, el Velo del Orgullo, el Velo del Hogar y el Velo de Calle, cada uno de ellos más grueso y pesado que el anterior. El Velo de Calle es el que se lleva en público; es grueso y totalmente opaco, tanto que ni siquiera deja que se transparente la línea de la nariz o las mejillas. El Velo del Hogar se lleva dentro de la tienda en presencia de extraños, y para conversar o entretener a los amigos del señor de la casa. Las mujeres libres de Gor llevan los velos en diversas combinaciones, que varían según las preferencias personales o las castas.

Las esclavas pueden llevar velos o no, dependiendo de la voluntad de sus amos. A la mayoría de las esclavas se les prohíbe velarse, y no sólo se les niega la dignidad del velo, sino que generalmente se las viste con exiguas y provocativas ropas y ni siquiera se les permite recogerse el pelo. Estas mujeres, fuertes y saludables, sueltos los cabellos, realzados sus encantos por la escasez de ropajes, son consideradas por los hombres como uno de los más hermosos espectáculos de una ciudad. ¿Son las esclavas de Ar, por ejemplo, más hermosas que las de Ko-ro-ba, o las de Tharna? Los hombres, en su rudeza, suelen discutir acaloradamente este tipo de cuestiones.

Sentí el último velo en mi rostro. Ahora estaba ornada como si fuera una goreana rica, quizás un personaje de los dramas cantados de En’Kara.

—Qué hermosa —dijo Eta dando un paso atrás para mirarme. Mi amo me observaba como valorándome.

Trajeron una capa negra y me envolvieron en ella.

—Ven, esclava —dijo mi amo.

—Sí, amo.

Se dio la vuelta y, pertrechado con las armas, salió a grandes zancadas del campamento. Yo le seguía los pasos, como corresponde a una esclava.

Eta se quedó atrás. Los hombres, los guerreros, nos seguían en fila.

—Silencio —dijo mi amo.

No dije nada. Observamos juntos el campamento, con los hombres a nuestra espalda. Ahora había más carros en la comitiva. Cuando la vi por primera vez, unos días atrás, sólo había un carro cargado con útiles y víveres.

La mayor de las tres lunas goreanas era una luna llena.

Habían instalado el campamento en un claro entre los árboles, junto al lecho de un río, que se unía a otro afluente unos doscientos metros abajo.

Había centinelas apostados.

—Tranquila es la noche —le dijo uno a otro. Obtuvo una respuesta similar.

Podía entender lo que decían puesto que por aquel entonces ya había adquirido los rudimentos del idioma goreano. Eta había sido muy eficiente conmigo, y ahora era capaz de responder con presteza a muchas órdenes. Conocía los nombres de muchas cosas, e incluso sabía algo de gramática, con lo que podía formular frases simples. Ahora mi amo podía dirigirse a mí, a la chica bárbara, en su propia lengua, y yo, la encantadora esclava de la Tierra, podía responder en el idioma de mis amos. Sí, sin poderlo evitar, me sorprendía pensando en el goreano como la lengua de mis amos. Es un lenguaje bello, melodioso y expresivo, y al mismo tiempo resonante y poderoso en boca de los hombres. Cuando a una chica le hablan en goreano, ha de obedecer.

Veía a los centinelas hacer la ronda entre los árboles. Había varias tiendas en el campamento. Una de ellas, grande como un pabellón, se alzaba en el centro sostenida por diez palos. De la tienda salió una mujer vestida con el tradicional ropaje blanco que dejaba desnudos los brazos. La mujer se acercó al río, llenó una calabaza de agua, y volvió a entrar en la tienda. Llevaba un collar dorado al cuello y una pulsera en la muñeca izquierda. Uno de los hombres la miró al pasar. Por el vértice de la tienda salía el humo del fuego que ardía dentro, a cuya luz se perfilaban las sombras de otras dos mujeres. No muy lejos había otra tienda, igualmente grande, en cuyo poste central ondeaba un estandarte. Supuse que sería la tienda del jefe. Unos días atrás, al ver la comitiva había calculado que contaría con unos ochenta hombres. Algunos de ellos se sentaban ahora al aire libre alrededor de varias hogueras. Pensé que los demás estarían en las tiendas, tal vez durmiendo.

Dentro del campamento, vi los dos palanquines que habían traído entre veinte hombres, y que habían colocado boca abajo para protegerlos, imaginé, del rocío y la lluvia. Uno de ellos albergaba varias cajas y cestas que contenían las riquezas del cortejo. Junto al carro que yo ya conocía, había otros cuatro carros, todos desjaezados. Cada carro solía ir uncido por dos boskos, unas criaturas velludas parecidas a bueyes. Más de diez boskos pacían y renqueaban entre los árboles al otro lado del campamento.

Aunque tal vez no fuera correcto, Eta escuchaba a menudo las conversaciones de los hombres y ahora que mi goreano iba mejorando, me hacía partícipe de ciertas informaciones.

Aquella comitiva era el cortejo de dote del compromiso de Lady Sabina, una joven de la pequeña ciudadela comerciante llamada Fuerte de Saphronicus, alzada en los lindes de Ti, de las Cuatro Ciudades de Saleria, de la Confederación Saleriana. Ti yace en el Olni, tierra tributaria del Vosk, al norte de Tharna. Tharna, llamada a veces la Ciudad de la Plata, es conocida por la riqueza de sus minas. Está gobernada por Lara, una Tatrix. Esto parece paradójico, porque Tharna es una de las ciudades goreanas donde la mujer está peor considerada. El distintivo de un hombre de Tharna consiste en dos cordeles amarillos en el cinto, destinados a atar los pies y manos de una hembra. Al parecer hubo un tiempo en que era la mujer la que dominaba en Tharna, situación que cambió drásticamente con la revolución de los hombres. Y ahora, años después de aquello, muy pocas son las mujeres de esta ciudad que han conseguido librarse del collar de esclava.

Miré los nuevos carros que se habían incorporado a la comitiva. El carro que yo había visto anteriormente estaba casi vacío, tal vez repartidos los víveres al final de la jornada, y los postes y tiendas utilizados para levantar el campamento. En cambio, los otros carros estaban cargados hasta los topes.

Según me contó Eta, el padre de Lady Sabina, Kleomenes, un poderoso y pretencioso mercader del Fuerte de Saphronicus, había prometido a su hija con Thandar de Ti, miembro de la Casta de los Guerreros y el menor de los cinco hijos de Ebullius Gaius Cassius, administrador de Ti. El compromiso se había establecido mediante un contrato autorizado tanto por Ti como por el Fuerte de Saphronicus. Los prometidos, Lady Sabina, del Fuerte de Saphronicus y Thandar de Ti, de las Cuatro Ciudades de Saleria, de la Confederación Saleriana, habían prometido no poner jamás sus ojos en ninguna otra persona después de que sus padres hubieran decidido su matrimonio, costumbre bastante extendida en Gor. El compromiso se había instituido a instancias de Kleomenes, que estaba interesado en una alianza comercial y política con la Confederación Saleriana. Este tipo de alianzas eran bien recibidas, ya que contribuían a la expansión de la Confederación. Y este compromiso en concreto podía significar la entrada del Fuerte de Saphronicus en la Confederación que se estaba convirtiendo en una gran potencia del norte del país. Era además bastante probable que el matrimonio fuera políticamente ventajoso para ambas partes. El Contrato había sido debidamente negociado en presencia de Escribas legales tanto del Fuerte como de la Confederación de Saleria.

Se consultaron los auspicios, mediante la lectura del hígado de un verraco sacrificado, operación que estaba a cargo de los miembros de la Casta de los Iniciados. En cuanto se determinó que los augurios eran favorables, dio comienzo el Viaje de Compromiso, consistente en una marcha a pie desde el Fuerte de Saphronicus hasta Ti. Estaba programado para varios días que fueron prolongados con el fin de visitar las cuatro villas tributarias del Fuerte. No es extraño que las ciudades goreanas tengan en la vecindad varias aldeas, que pueden ser tributarías o no, a las que suministran alimentos y materiales, además de hacerse cargo de la defensa de la villa. Si una aldea se abastece en el mercado de una ciudad, es costumbre goreana que dicha ciudad se alce en defensa de la aldea. Es éste un tipo de relación que redunda en beneficio de ambas partes. Para la ciudad supone una expansión del mercado, y para la villa, la seguridad de la protección militar.

El sistema del Fuerte de Saphronicus consistía en extender su hegemonía política a las villas vecinas, incluso a aquellas exentas de tributo. Este modo de proceder, aunque no carecía de precedentes, tampoco era la norma general. La mayoría de las villas goreanas son aldeas libres. El campesino goreano es hombre fuerte y decidido, honesto y testarudo, orgulloso de su tierra y de su estado soberano. Es además un avezado maestro en el tiro con arco, lo cual suele ser una garantía de libertad. Dice un proverbio montano que todo aquel que puede tensar el arco, no puede ser esclavo.

El Matrimonio o Viaje Ceremonial, incluye el circuito de las cuatro villas, en cada una de las cuales se celebra una fiesta, y cada una de las cuales está obligada a entregar un carro cargado para incrementar la dote que ha de presentarse ante Ebullius Gaius Cassius, padre de Thandar de Ti, dote destinada a engrosar el tesoro de Ti. La presencia de los cuatro carros en el campamento era indicativo de que ya habían sido visitadas las cuatro villas tributarías. Las mercancías que se entregaban con los carros no poseían gran valor, pero eran un símbolo de la subordinación de las villas al Fuerte de Saphronicus. Por otra parte, la visita a las villas proporcionaba la posibilidad de anunciar el matrimonio, y de conocer, en las fiestas y celebraciones, la reacción del pueblo ante el evento. ¿Están contentos? ¿Surgirán problemas? ¿Habrá que deponer o encarcelar a algún jefe? Para mantener el poder es esencial que el opresor disponga de una información precisa acerca del oprimido.

Otra chica salió de la tienda central del campamento tocada, como las otras mujeres, con un vestido sin mangas, y adornada igualmente con collar y pulsera. Se dirigía hacia el carro de suministros. Se alejó de la tienda con paso tranquilo, pero tan pronto como estuvo fuera de la vista, echó hacia atrás la cabeza sacudiéndose el cabello y caminó altaneramente hasta el carro. Me quedé boquiabierta. Aquellos andares sólo podían ser los de una esclava. Fue entonces cuando me di cuenta de que las chicas que atendían a la mujer velada que viajaba en el palanquín, eran esclavas. Los collares que llevaban eran collares de esclava y las pulseras, símbolos de esclavitud. Pero eran evidentemente esclavas de categoría a juzgar por la delicadeza de su indumentaria. Se trataba sin duda de las esclavas de Lady Sabina. Me pregunté cuándo habría sido la última vez que un hombre puso las manos en ellas.

Mañana el cortejo seguiría viaje hasta Ti, donde dentro de dos días saldría a recibirles una comitiva de bienvenida. Al menos, ésos eran los planes.

Mi amo me cogió del brazo, no rudamente, pero sí con firmeza. Estaba en su poder.

No entendía cuál era mi papel en los sucesos que iban a tener lugar. No sabía para qué habíamos venido al campamento ni por qué permanecimos en sus aledaños.

Un mes lunar después —medido por las fases de la luna mayor—, y tras días de preparativos, se aprobó la consumación de la ceremonia que habría de tener lugar en Ti y que uniría en matrimonio a Thandar de Ti, y a Lady Sabina. Yo deseaba que fueran felices. No era más que una esclava, pero no me consideraba menos libre que Lady Sabina, con cuya belleza se estaba comerciando en pro de intereses económicos y políticos. Tal vez tuviera yo que ir medio desnuda embutida en un Ta-Teera, pero a ella la consideraba tan esclava como yo, a pesar de la riqueza de sus vestidos y sus joyas. Sin embargo, no me inspiraba ninguna compasión, porque había oído decir a Eta que era una mujer arrogante y pretenciosa que trataba con crueldad a sus esclavas. La mayoría de las hijas de mercaderes eran mujeres orgullosas ya que los mismos mercaderes tendían, en virtud de su poder, a la vanidad y al orgullo, y a reivindicar, con justicia o sin ella, la inclusión de su casta entre las altas castas de Gor. Sus engreídas hijas desconocían el trabajo y la responsabilidad. Ostentosamente ataviadas y educadas en las mayores banalidades, solían ser niñas necias y consentidas.

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