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Authors: Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

La espada oscura

BOOK: La espada oscura
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Los malévolos hutts, los señores del crimen galáctico, están fabricando una superarma secreta: una reconstrucción de la Estrella de la Muerte original que será conocida con el nombre de Espada Oscura. Ese poder capaz de aplastar planetas, estará en las implacables manos de Durga el hutt, una criatura que no conoce la compasión y carece de conciencia.

Pero hay noticias todavía peores: el Imperio vive. La hermosa almirante Daala ha unido sus fuerzas a las del derrotado vicealmirante Pellaeon, antiguo lugarteniente del gran almirante Thrawn. Juntos están reuniendo fuerzas imperiales para acabar con la nueva república.

Entretanto, Luke, Han, Leia, Chewbacca, C3PO y R2D2, con al ayuda de nuevos caballeros Jedi, deberán recurrir a toda su inteligencia para superar en dos frentes a los enemigos más formidables de toda la galaxia.

Kevin J. Anderson

La espada oscura

ePUB v1.0

jukogo
01.07.12

Título original:
Darksaber

Cronología: 12 años D.B.Y (Después de la Batalla de Yavin)

Kevin J. Anderson, noviembre de 1995.

Traducción: Eduardo G. Murillo

Diseño/retoque portada: Drew Struzan

Editor original: jukogo (v1.0)

ePub base v2.0

A Lillie E. Mitchell,

que hace gran parte del trabajo invisible en estos libros,

que me permite la libertad y la energía

para contar mis historias tan rápido

como ellas quieren salir de mi cabeza

TATOOINE
Capítulo 1

Los banthas avanzaban en una larga hilera, dejando únicamente un estrecho sendero de pisadas a través de las dunas.

Los soles gemelos descargaban su abrasadora luz sobre la comitiva. Oleadas de calor ondulaban como escudos de camuflaje, volviendo borrosa la lejanía y convirtiendo el Mar de las Dunas en un verdadero horno. Las criaturas indígenas buscaban refugio en cualquier sombra que pudieran encontrar hasta que la tempestad de fuego de la tarde se fuera disipando poco a poco para convertirse en el más fresco crepúsculo.

Los banthas se movían sin hacer ningún ruido aparte de los crujidos ahogados de su caminar sobre la arena. Envueltos en tiras de tela, los incursores tusken montados sobre las enormes y peludas bestias volvían la mirada de un lado a otro en una continua vigilancia.

Envuelto desde la cabeza hasta los pies en vendajes, y aun así todavía no muy seguro de que el disfraz fuese efectivo, Han Solo miró por los estrechos tubos metálicos que servían para proteger sus ojos de las partículas que flotaban en el aire. Un filtro metálico corroído por la arena cubría su boca. El filtro contenía un pequeño humidificador interno para hacer que el abrasador aire de Tatooine fuera un poco más respirable. El Pueblo de las Arenas contaba con diminutos ventiladores incrustados en sus vestimentas del desierto. Sólo los más fuertes sobrevivían para llegar a la edad adulta, y se enorgullecían de ello.

Han cabalgaba sobre su bantha, esperando pasar desapercibido en el centro de la fila. La bestia peluda se bamboleaba de un lado a otro con cada paso, y Han trataba de no agarrarse a las curvas de sus cuernos en espiral más a menudo de lo que lo hacían los otros incursores tusken. Las protuberancias óseas de la espalda del bantha estaban cubiertas de mechones enmarañados, y la incomprensiblemente delgada silla de montar hacía que el viaje resultara casi insoportablemente incómodo.

Han tragó saliva, tomó otro sorbo de su preciada agua y reprimió una queja. Después de todo, aquella loca sugerencia había partido de él. Sencillamente no había esperado que Luke Skywalker estuviera de acuerdo, y Han se encontraba atrapado en su propia trampa. La misión era vital para la Nueva República, y tenía que seguir adelante.

El incursor que abría la marcha murmuró una orden a su bantha para que fuese más deprisa. La hilera siguió avanzando sobre los finos granos de arena, moviéndose en una serpenteante progresión a lo largo de la cima de una duna que se alzaba como un gigantesco centinela en el árido océano. Han no fue consciente de las enormes dimensiones de la duna hasta que llevaban casi una hora de ascenso sin llegar a la cima.

Los rayos de los soles gemelos se volvieron todavía más calientes, si es que tal cosa era posible. Los banthas tosían y resoplaban, pero el Pueblo de las Arenas estaba decidido a alcanzar su objetivo.

Han tragó saliva, intentando aliviar la sequedad de su garganta reseca. Llegó un momento en el que no pudo permanecer callado por más tiempo y empezó a hablar en susurros por el transmisor de onda corta implantado en su mascarilla respiratoria.

—¿Qué está pasando, Luke? —preguntó—. No sé qué traman, pero me da mala espina.

Luke Skywalker tardó un momento en responder. Han vio cómo el delgado jinete que avanzaba dos banthas por delante de él se ponía un poco más erguido: Luke parecía sentirse mucho más cómodo con su disfraz que Han. Luke había crecido en Tatooine, naturalmente, pero cuando por fin le respondió a través del receptor vocal que Han llevaba en la oreja, la voz del joven parecía estar llena de cansancio.

—No tiene nada que ver con nosotros, Han —dijo—. Algunos jinetes del Pueblo de las Arenas tenían vagas sospechas, pero todavía no las han centrado en nosotros. Estoy utilizando la Fuerza para distraer a cualquiera que pueda prestarnos demasiada atención. No, esto es algo totalmente distinto. Una gran tragedia... Ya lo verás. —Luke hizo una larga inspiración a través de su mascarilla respiratoria—. Ahora no puedo hablar. He de concentrarme. Espera hasta que estén ocupados, y ya te lo explicaré.

Luke volvió a encorvarse delante de él, inclinándose hacia adelante bajo su disfraz. Han sabía que su amigo estaba consumiendo una increíble cantidad de energía para influir sobre el Pueblo de las Arenas y conseguir que ignorase la presencia de aquellos dos invitados no deseados. Luke era capaz de usar sus poderes para nublar las mentes de individuos débiles. pero hasta aquel momento Han nunca le había visto manipular tantas mentes a la vez.

El truco consistía en impedir que el Pueblo de las Arenas se diera cuenta de que estaban allí, y una vez conseguido eso a Luke le resultaba bastante fácil desviar unos cuantos pensamientos casuales. Pero si alguien daba la alarma y todo el Pueblo de las Arenas concentraba su atención en los intrusos, ni siquiera un Maestro Jedi podría seguir manteniendo aquella mascarada. Entonces habría jaleo.

Han llevaba su viejo y querido desintegrador escondido debajo de sus harapientos ropajes. No sabía si él y Luke podrían acabar con todo el grupo de incursores, pero si las circunstancias les obligaban a luchar harían todo el daño posible.

El primer jinete llegó a la cima de la montaña de arena. Los enormes pies del bantha pisotearon el borde aguzado por el viento que coronaba la duna. La atmósfera estaba totalmente encalmada, como aturdida. Las arenas destellaban incesantemente con la luz de un millón de novas en miniatura.

Han ajustó los filtros corroídos sobre sus ojos. Los otros banthas siguieron avanzando con su lento y pesado caminar hasta que rodearon a su líder, quien alzó un brazo envuelto en tela que empuñaba un bastón gaffa de aspecto temible. Detrás del líder de los tusken, su único pasajero permanecía inmóvil y aparentemente encogido sobre sí mismo, aunque siempre resultaba bastante difícil entender el lenguaje corporal de aquellas extrañas criaturas enmascaradas.

Han percibió de alguna manera inexplicable que aquel pasajero distante y callado era el centro de la ceremonia. Han se preguntó si se le estaba confiriendo alguna clase de honor, o si estaría siendo exilado de su tribu.

El pasajero se dejó resbalar de la grupa del bantha del líder y descendió de la bestia peluda. Se aferró al pelaje lanudo como en un gesto de desesperación, pero ningún sonido brotó de su rostro vendado, ni siquiera los gruñidos y resoplidos guturales que el Pueblo de las Arenas usaba como lenguaje. Con la cabeza baja, los tubos oculares dirigidos hacia la arena removida donde las pisadas de los banthas habían alterado la lisura de la duna, el pasajero permaneció abatidamente inmóvil delante del jinete que había abierto la marcha.

El líder aguardó junto a su montura, sosteniendo en alto su bastón gaffa. Los otros jinetes del Pueblo de las Arenas bajaron de sus banthas y enarbolaron sus armas. Han y Luke imitaron los gestos, intentando no llamar la atención.

Luke se movía con cansada lentitud bajo su disfraz. Aquella misión estaba siendo agotadora para el Caballero Jedi, y Han esperó que no tardaran demasiado en llegar a su destino.

El pasajero melancólico y silencioso titubeó junto al borde de la duna y su mirada recorrió el gigantesco océano de arenas que se extendían hasta el horizonte. El Pueblo de las Arenas permaneció inmóvil, con sus bastones gaffa alzados hacia el cielo.

La voz de Luke zumbó en el oído de Han mientras se concentraban en la intensidad de aquel momento.

—De acuerdo, ya están distraídos —dijo—. Ahora puedo explicártelo. Ese incursor tusken perdió su bantha hace tres días. Un dragón krayt lo mató, y por desgracia nuestro amigo logró escapar con vida.

—¿Qué quieres decir con eso de «por desgracia»? —farfulló Han, esperando que los sonidos de la agitación del Pueblo de las Arenas ahogarían su voz.

—Los incursores tusken mantienen una relación muy estrecha con sus banthas, Han —dijo Luke—. Es un vínculo mental, una simbiosis, casi como un matrimonio... El bantha y el tusken se vuelven parte el uno del otro. Cuando un miembro de la pareja muere, el otro queda incompleto... Es como si hubiera sufrido una amputación. Luke flexionó su mano cibernética sin darse cuenta de lo que hacía—. Ese incursor ya no tiene ningún lugar en la sociedad de los tusken, aunque es más objeto de compasión que de odio. Muchos creen que tendría que haber muerto con su bantha fueran cuales fuesen las circunstancias.

—Así que ahora van a matarle, ¿no? —preguntó Han.

—Sí y no —respondió Luke—. Creen que el espíritu del bantha muerto debe decidir qué será de él. Si el espíritu desea que establezca un nuevo vínculo con otra montura, nuestro amigo encontrará un bantha salvaje en el desierto, se unirá a él y volverá triunfante a la tribu, donde será plenamente aceptado..., e incluso altamente reverenciado. Pero si el espíritu del bantha quiere que su jinete se reúna con él en la muerte, entonces el exiliado vagará sin rumbo por el desierto hasta que muera.

Han meneó la cabeza en una sacudida casi imperceptible.

—Parece como si no tuviera muchas probabilidades de salir con vida.

—Probablemente no, pero son sus costumbres —dijo Luke.

El Pueblo de las Arenas estaba aguardando a que el exiliado hiciera el primer movimiento. Finalmente, con un breve alarido lleno de angustia que tanto podría haber sido un grito de triunfo como un desafío, el incursor empezó a bajar por la empinada y resbaladiza pendiente de la duna. Los jinetes del Pueblo de las Arenas alzaron sus cabezas hacia el cielo abrasador y dejaron escapar un prolongado grito ululante que hizo estremecerse a Han.

Después los incursores tusken agitaron sus bastones gaffa en el aire para desear buena suerte a su compañero. Los banthas alzaron sus peludas y angulosas cabezas y gritaron al unísono, emitiendo una mezcla de gruñido y rugido que hizo vibrar el Mar de las Dunas.

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