Read La Odisea Online

Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (4 page)

BOOK: La Odisea
13.38Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

161
—Oíd, itacenses lo que os voy a decir, aunque he de referirme de un modo especial a los pretendientes. Grande es el infortunio que a estos les amenaza, porque Odiseo no estará mucho tiempo alejado de los suyos, sino que ya quizás se halla cerca y les apareja a todos la muerte y el destino; y también les ha de venir daño a muchos de los que moran en Ítaca que se ve de lejos. Antes de que así ocurra, pensemos cómo les haríamos cesar de sus demasías, o cesen espontáneamente, que fuera lo más provechoso para ellos mismos. Pues no lo vaticino sin saberlo, sino muy enterado; y os aseguro que al héroe se le ha cumplido todo lo que yo le declaré, cuando los argivos se embarcaron para Ilión y fuese con ellos el ingenioso Odiseo. «Díjele entonces que, después de pasar muchos males y de perder sus compañeros tornaría a su patria en el vigésimo año sin que nadie le conociera»; y ahora todo se va cumpliendo.

177
Respondióle Eurímaco, hijo de Polibo: —¡Oh, anciano! Vuelve a tu casa y adivínales a tus hijos lo que quieras, a fin de que en lo sucesivo no padezcan ningún daño, mas en estas cosas sé yo vaticinar harto mejor que tu. Muchas aves se mueven debajo de los rayos del sol, pero no todas son agoreras; Odiseo murió lejos de nosotros, y tu debieras haber perecido con él y así no dirías tantos vaticinios ni incitarías al irritado Telémaco, esperando que mande algún presente a tu casa. Lo que ahora voy a decir se cumplirá: si tú, que conoces muchas cosas antiquísimas, engañares con tus palabras a ese hombre más mozo y le incitaras a que permanezca airado, primeramente será mayor su aflicción, pues no por las predicciones le será dable proceder de otra suerte; y a ti, oh anciano, te impondremos una multa para que te duela el pagarla y te cause grave pesar. Yo mismo, delante de todos vosotros, daré a Telémaco un consejo: ordene a su madre que vuelva a la casa paterna y allí le dispondrán las nupcias y le aparejarán una dote tan cuantiosa como debe llevar una hija amada. No creo que hasta entonces desistamos los jóvenes aqueos de nuestra laboriosa pretensión, porque no tememos absolutamente a nadie, ni siquiera a Telémaco a pesar de su facundia; ni nos curamos de la vana profecía que nos haces y por la cual has de sernos aún más odioso. Sus bienes serán devorados de la peor manera, como hasta aquí sin que jamás se le resarza el daño, en cuanto ella entretenga a los aqueos con diferir la boda. Y nosotros, esperando día tras día, competiremos unos con otros por sus eximias prendas y no nos dirigiremos a otras mujeres que nos pudieran convenir para casarnos.

208
Contestóle el prudente Telémaco: —¡Eurímaco y cuantos sois ilustres pretendientes! No os he de suplicar ni arengar más acerca de esto, porque ahora ya están enterados los dioses y los aqueos todos. Mas, ea, aprestadme una embarcación muy velera y veinte compañeros que me abran camino acá y acullá del ponto. Iré a Esparta y a la arenosa Pilos a preguntar por el regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga; y quizás algún mortal me hablará de él o llegará a mis oídos la fama que procede de Zeus y es la que más difunde la gloria de los hombres. Si oyere decir que mi padre vive y ha de volver, lo sufriré todo un año más, aunque estoy afligido; pero si me participaren que ha muerto y ya no existe, regresaré sin dilación a la patria, le erigiré un túmulo, le haré las muchas exequias que se le deben, y a mi madre, le buscaré un esposo.

224
Cuando así hubo hablado, tomó asiento. Entonces levantóse Méntor, el amigo del preclaro Odiseo (éste, al embarcarse, le había encomendado su casa entera para que los suyos obedeciesen al anciano y él se lo guardara todo y lo mantuviese en Pie) y benévolo les arengó del siguiente modo:

229
—Oíd, itacenses, lo que os voy a decir. Ningún rey que empuñe cetro sea benigno, ni blando, ni suave, ni ocupe la mente en cosas justas; antes, al contrario, obre siempre con crueldad y lleve a cabo acciones nefandas; ya que nadie se acuerda del divinal Odiseo entre los ciudadanos sobre los cuales reinaba con blandura de padre. Y no aborrezco tanto a los orgullosos pretendientes por la violencia con que proceden, llevados de sus malos intentos (pues si devoran la casa de Odiseo, ponen en aventura sus cabezas y creen que el héroe ya no ha de volver), como me indigno contra la restante población al contemplar que permanecéis sentados y en silencio, sin que intentéis, sin embargo de ser tantos, refrenar con vuestras palabras a los pretendientes, que son pocos.

242
Respondióle Leócrito Evenórida: —¡Méntor perverso e insensato! ¡Qué dijiste! ¡Incitarles a que nos hagan desistir! Dificultoso les sería, y hasta a un número mayor de hombres, luchar con nosotros para privarnos de los banquetes. Pues si el mismo Odiseo de Ítaca, viniendo en persona, encontrase a los ilustres pretendientes comiendo en el palacio y resolviera en su corazón echarlos de su casa, no se alegraría su esposa de que hubiese vuelto, aunque mucho lo desea, porque allí mismo recibiría el héroe indigna muerte si osaba combatir con tantos varones. En verdad que no has hablado como debías. Mas, ea, separaos y volved a vuestras ocupaciones. Méntor y Haliterses, que siempre han sido amigos de Telémaco por su padre, le animarán para que emprenda el viaje; pero se me figura que, permaneciendo quieto durante mucho tiempo, oirá en Ítaca las noticias que vengan y jamás hará semejante viaje.

257
Así dijo, y al punto disolvió el ágora. Dispersáronse todos para volver a sus respectivas casas y los pretendientes enderezaron su camino a la morada del divinal Odiseo.

260
Telémaco se alejó hacia la playa y, después de lavarse las manos en el espumoso mar, oró a Atenea, diciendo:

262
—¡Oyeme, oh numen que ayer viniste a mi casa y me ordenaste que fuese en una nave por el obscuro ponto en busca de noticias del regreso de mi padre, cuya ausencia se hace ya tan larga! A todo se oponen los aqueos y en especial los en mal hora ensoberbecidos pretendientes.

267
Así dijo rogando. Acercósele Atenea, que había tomado el aspecto y la voz de Méntor, y le dijo estas aladas palabras:

270
—¡Telémaco! No serás en lo sucesivo ni cobarde ni imprudente, si has heredado el buen ánimo que tu padre tenía para llevar a su término acciones y palabras; si así fuere, el viaje no lo harás en vano, ni quedará por hacer. Mas, si no eres hijo de aquél y de Penelopea, no creo que llegues a efectuar lo que anhelas. Contados son los hijos que se asemejan a sus padres, los más salen peores, y tan solamente algunos los aventajan. Pero tú, como no serás en lo futuro ni cobarde ni imprudente, ni te falta del todo la inteligencia de Odiseo, puedes concebir la esperanza de dar fin a tales obras. No te dé cuidado, pues, lo que resuelvan o mediten los insensatos pretendientes; que éstos ni tienen cordura ni practican la justicia, y no saben que se les acerca la muerte y la negra Parca para que todo, acaben en un mismo día.

285
Ese viaje que anhelas no se diferirá largo tiempo: soy tan amigo tuyo por tu padre, que aparejaré una velera nave y me iré contigo. Vuelve a tu casa, mézclate con los pretendientes y ordena que se dispongan provisiones en las oportunas vasijas, echando el vino en ánforas y la harina, que es la sustentación de los hombres, en fuertes pellejos; y mientras tanto juntaré, recorriendo la población, a los que voluntariamente quieran acompañarte. Muchas naves hay, entre nuevas y viejas, en Ítaca rodeada por el mar: después de registrarlas, elegiré para ti la que sea mejor y luego que esté equipada la entregaremos al anchuroso ponto.

296
Así habló Atenea, hija de Zeus: y Telémaco no demoró mucho tiempo después que hubo escuchado la voz de la deidad. Fuese a su casa con el corazón afligido, y halló a los soberbios pretendientes que desollaban cabras y asaban puercos cebones en el recinto del patio. Entonces Antínoo. riéndose, salió al encuentro de Telémaco, le tomó la mano y le dijo estas palabras:

303
—¡Telémaco, altilocuo, incapaz de moderar tus ímpetus! No revuelvas en tu pecho malas acciones o palabras, y come y bebe conmigo como hasta aquí lo hiciste. Y los aqueos te prepararán todas aquellas cosas, una nave y remeros escogidos, para que muy pronto vayas a la divina Pilos en busca de nuevas de tu ilustre padre.

309
Replicóle el prudente Telémaco: —¡Antínoo! No es posible que yo permanezca callado entre vosotros, tan soberbios, y coma y me regocije tranquilamente. ¿Acaso no basta que los pretendientes me hayáis destruido muchas y excelentes cosas, mientras fui muchacho? Ahora que soy mayor y sé lo que ocurre, escuchando lo que los demás dicen, y crece en mi pecho el ánimo, intentaré enviaros las funestas Parcas, sea acudiendo a Pilos, sea aquí en esta población. Pasajero me iré (y no será infructuoso el viaje de que hablo), pues no tengo nave ni remadores; que sin duda os pareció más conveniente que así fuera.

321
Dijo, y desasió fácilmente su mano de la de Antínoo. Los pretendientes, que andaban preparando el banquete dentro de la casa, se mofaban de Telémaco y le zaherían con palabras. Y uno de aquellos jóvenes soberbios habló de esta manera:

325
—Sin duda piensa Telémaco cómo darnos muerte: traerá valedores de la arenosa Pilos o de Esparta, ¡tan vehemente es su deseo!, o quizá intente ir a la fértil tierra de Efira para llevarse drogas mortíferas y echarlas luego en la cratera, a fin de acabar con todos nosotros.

331
Y otro de los jóvenes soberbios repuso acto continuo: —¿Quién sabe si, después de partir en la cóncava nave morirá lejos de los suyos vagando como Odiseo? Mayor fuera entonces nuestro trabajo, pues repartiríamos todos sus bienes y daríamos esta casa a su madre y a quien la desposara para que en común la poseyesen.

337
Así decían. Telémaco bajó a la anchurosa y elevada cámara de su padre, donde había montones de oro y de bronce, vestiduras guardadas en arcas y gran copia de oloroso aceite. Allí estaban las tinajas del dulce vino añejo, repletas de bebida pura y divinal, y arrimadas ordenadamente a la pared; por si algún día volviere Odiseo a su casa, después de haber padecido multitud de pesares. La puerta tenía dos hojas sólidamente adaptadas y sujetas por la cerradura, y junto a ella hallábase de día y de noche, custodiándolo todo con precavida mente, una despensera: Euriclea, hija de Ops Pisenórida. Entonces Telémaco la llamó a la estancia y le dijo:

349
—¡Ama! Ea, ponme en ánforas dulce vino, el que sea más suave después del que guardas para aquel infeliz; esperando siempre que vuelva Odiseo, del linaje de Zeus por haberse librado de la muerte y de las Parcas. Llena doce ánforas y ciérralas con sus tapaderas. Aparta también veinte medidas de harina de trigo, y échalas en pellejos bien cosidos. Tú sola lo sepas. Esté todo aparejado y junto, pues vendré por ello al anochecer, así que mi madre se vaya arriba a recogerse. Que quiero hacer un viaje a Esparta y a la arenosa Pilos, por si logro averiguar u oír algo del regreso de mi padre.

361
Así habló. Echóse a llorar su ama Euriclea y, suspirando, díjole estas aladas palabras:

363
—¡Hijo amado! ¿Cómo te ha venido a las mentes tal propósito? ¿Adónde quieres ir por apartadas tierras, siendo unigénito y tan querido? Odiseo, del linaje de Zeus, murió lejos de la patria, en un pueblo ignoto. Así que partas, estos maquinarán cosas inicuas para matarte con algún engaño y repartirse después todo lo tuyo. Quédate aquí, cerca de tus bienes; que nada te obliga a padecer infortunios yendo por el estéril ponto, ni a vagar de una parte a otra.

371
Contestóle el prudente Telémaco: —Tranquilízate, ama; que esta resolución no se ha tomado sin que un dios lo quiera. Pero júrame que nada dirás a mi madre hasta que transcurran once o doce días, o hasta que la aqueje el deseo de verme u oiga decir que he partido; para evitar que llore y dañe así su hermoso cuerpo.

377
Así dijo; y la anciana prestó el solemne juramento de los dioses. En acabando de jurar, ella, sin perder un instante, envasó el vino en ánforas y echó la harina en pellejos bien cosidos; y Telémaco volvió a subir y se juntó con los pretendientes.

382
Entonces Atenea la deidad de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. Tomó la figura de Telémaco, recorrió la ciudad, habló con distintos varones y les encargó que al anochecer se reunieran junto al barco. Pidió también una velera nave al hijo preclaro de Fronio, a Noemón, y éste se la cedió gustoso.

388
Púsose el sol y las tinieblas ocuparon todos los caminos. En aquel instante la diosa echó al mar la ligera embarcación y colocó en la misma cuantos aparejos llevan las naves de muchos bancos. Condújola después a una extremidad del puerto, juntáronse muchos y excelentes compañeros, y Atenea los alentó a todos.

393
Entonces Atenea, la diosa de ojos de lechuza, ordenó otra cosa. Fuése al palacio del divinal Odiseo infundióles a los pretendientes dulce sueño, les entorpeció la mente en tanto que bebían, e hizo que las copas les cayeran de las manos. Todos se apresuraron a irse por la ciudad y acostarse, pues no estuvieron mucho tiempo sentados desde que el sueño les cayó sobre los párpados.

399
Y Atenea, la de ojos de lechuza, que había tomado la figura y la voz de Méntor, dijo a Telémaco después de llamarle afuera del cómodo palacio:

402
—¡Telémaco! Tus compañeros, de hermosas grebas, ya se han sentado en los bancos para remar, y sólo esperan tus órdenes. Vámonos y no tardemos en comenzar el viaje.

405
Cuando así hubo hablado, Palas Atenea echó a andar aceleradamente, y Telémaco fue siguiendo las pisadas de la diosa. Llegaron a la nave y al mar, y hallaron en la orilla a los melenudos compañeros. Y el esforzado y divinal Telémaco les habló diciendo:

410
—¡Venid, amigos, y traigamos los víveres; que ya están dispuestos y apartados en el palacio. Mi madre nada sabe, ni las criadas tampoco; a excepción de una, que es la única persona a quien se lo he dicho.

413
Cuando así hubo hablado, se puso en camino y los demás le siguieron. En seguida se lo llevaron todo y lo cargaron en la nave de muchos bancos, como el amado hijo de Odiseo lo tenía ordenado. Al punto embarcóse Telémaco, precedido por Atenea, que tomó asiento en la popa y él a su lado, mientras los compañeros soltaban las amarras y se acomodaban en los bancos. Atenea, la de ojos de lechuza, envió ese próspero viento: el fuerte Céfiro, que resonaba por el vinoso ponto. Telémaco exhortó a sus compañeros mandándoles que aparejasen las jarcias, y su amonestación fue atendida. Izaron el mástil de abeto, lo metieron en el travesaño, lo ataron con sogas, y al instante descogieron la blanca vela con correas bien torcidas. Hinchó el viento, la vela, y las purpúreas olas resonaban grandemente en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Así que hubieron atado los aparejos a la veloz nave negra, levantaron crateras rebosantes de vino e hicieron libaciones a los sempiternos inmortales dioses y especialmente a la hija de Zeus, la de ojos de lechuza. Y la nave continuó su rumbo toda la noche y la siguiente aurora.

BOOK: La Odisea
13.38Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

When the Curtain Rises by Rachel Muller
Murder on Wheels by Lynn Cahoon
The Outsider by Richard Wright
Hide and seek by Paul Preuss
Hell Inc. by C. M. Stunich
Levitate by Kaylee Ryan
Fire at Midnight by Lisa Marie Wilkinson