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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (6 page)

BOOK: La Odisea
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305
Siete años reinó este en Micenas, rica en oro, y tuvo sojuzgado al pueblo, con posterioridad a la muerte del Atrida. Mas, por su desgracia, en el octavo llegó de Atenas el divinal Orestes, quien dio muerte al matador de su padre, al doloso Egisto, que le había muerto su ilustre progenitor. Después de matarle, Orestes dio a los argivos el banquete fúnebre en las exequias de su diosa madre y del cobarde Egisto; y aquel día llegó Menelao, valiente en el combate, con muchas riquezas, tantas como los barcos podían llevar.

313
Y tú, amigo, no andes mucho tiempo fuera de tu casa, habiendo dejado en ella las riquezas y unos hombres tan soberbios: no sea que se repartan tus bienes y los devoren y luego el viaje te salga en vano. Pero yo te exhorto e incito a que endereces tus pasos hacia Menelao; el cual poco ha que volvió de gentes de donde no esperara tornar quien se viera, desviado por las tempestades, en un piélago tal y tan extenso, que ni las aves vendrían del mismo en todo un año, pues es dilatadísimo y horrendo. Ve ahora en tu nave y con tus compañeros a dar con él, y si deseas ir por tierra, aquí tienes carro y corceles, y a mis hijos, que te acompañarán hasta la divina Lacedemonia donde se halla el rubio Menelao y, en llegando, ruégale tú mismo que sea veraz, y no mentirá porque es muy sensato.

329
Así dijo. Púsose el sol y sobrevino la obscuridad. Y entonces habló Atenea la diosa de ojos de lechuza: —¡Oh anciano! Todo lo has referido discretamente. Pero, ea, cortad las lenguas y mezclad vino, para que, después de hacer libación a Poseidón y a los demás inmortales, pensemos en acostarnos, que ya es hora. La luz del sol se fue al ocaso y no conviene permanecer largo tiempo en el banquete de los dioses, pues es preciso recogerse.

337
Así habló la hija de Zeus, y todos la obedecieron. Los heraldos diéronles aguamanos: unos mancebos coronaron de bebida las crateras y distribuyeron el vino a los presentes, después de haber ofrecido en copas las primicias; y, una vez arrojadas las lenguas al fuego, pusiéronse de pie e hicieron libaciones. Ofrecidas éstas y habiendo bebido cuanto desearan, Atenea y el deiforme Telémaco quisieron retirarse a la cóncava nave. Pero Néstor los detuvo reprendiéndolos con estas palabras:

346
—Zeus y los otros dioses inmortales nos libren de que vosotros os vayáis de mi lado para volver a la velera nave, como si os fuerais de junto a un varón que carece de ropa; del lado de un pobre, en cuya casa no hay mantos ni gran cantidad de colchas para que él y sus huéspedes puedan dormir blandamente. Pero a mí no me faltan mantos ni lindas colchas. Y el caro hijo de Odiseo no se acostará ciertamente en las tablas de su bajel mientras yo viva o queden mis hijos en el palacio para alojar a los huéspedes que a mi casa vengan.

356
Díjole Atenea, la deidad de ojos de lechuza: —Bien hablaste, anciano querido, y conviene que Telémaco te obedezca porque es lo mejor que puede hacer. Iráse, pues, contigo para dormir en tu palacio, y yo volveré al negro bajel a fin de animar a los compañeros y ordenarles cuanto sea oportuno. Pues me glorio de ser entre ellos el más anciano, que todos los hombres que vienen con nosotros por amistad son jóvenes y tienen los mismos años que el magnánimo Telémaco. Allí me acostaré en el negro y cóncavo bajel, y al rayar el día, me llegaré a los magnánimos caucones en cuyo país he de cobrar una deuda antigua y no pequeña; y tú, puesto que Telémaco ha venido a tu casa, envíale en compañía de un hijo tuyo y dale un carro, y los corceles que sean más ligeros en el correr y mejores por su fuerza.

371
Dicho esto, partió Atenea la de los ojos de lechuza, cual si fuese águila; y pasmáronse todos al contemplarlo. Admiróse también el anciano cuando lo vio con sus propios ojos y, asiendo de la mano a Telémaco, pronunció estas palabras:

375
—¡Amigo! No temo qué, ya que de tan joven te acompañan y guían los propios dioses. Pues esa deidad no es otra, de la que poseen olímpicas moradas, que la hija de Zeus, la gloriosísima Tritogenea, la que también honraba a tu esforzado padre entre los argivo. Mas tu, oh reina, sénos propicia y danos gloria ilustre a mi, a mis hijos, y a mi venerable consorte; y te sacrificaré una novilla añal de espaciosa frente, que jamás hombre alguno haya domado ni uncido al yugo, inmolándola en tu honor después de verter oro alrededor de sus cuernos.

385
Así dijo rogando, y le oyó Palas Atenea. Néstor, el caballero gerenio, se puso al frente de sus hijos y de sus yernos, y con ellos se encaminó al hermoso palacio. Tan pronto como llegaron a la ínclita morada del rey, sentáronse por orden en sillas y sillones. De allí a poco mezclábales el viejo una cratera de dulce vino el cual había estado once años en una tinaja que abrió, la despensera; mezclábalo, pues, el anciano y, haciendo libaciones, rogaba fervientemente a la hija de Zeus, que lleva la égida.

395
Hechas las libaciones y habiendo bebido todos cuanto les plugo, fueron a recogerse a sus respectivas casas; pero Néstor, el caballero gerenio, hizo que Telémaco, el caro hijo del divinal Odiseo se acostase allí, en torneado lecho, debajo del sonoro pórtico, y que a su lado durmiese el belicoso Pisístrato, caudillo de los hombres, que era en el palacio el único hijo que se conservaba mozo. Y Néstor durmió, a su vez, en el interior de la excelsa morada, donde se hallaba la cama en que su esposa, la reina, le aderezó el lecho.

404
Mas apenas se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, levantóse de la cama Néstor, el caballero gerenio, y fue a tomar asiento en unas piedras muy pulidas, blancas, lustrosas por el aceite, que estaban ante el elevado portón y en ellas se sentaba anteriormente Neleo, consejero igual a los dioses; pero ya éste, vencido por la Parca, se hallaba en el Hades, y entonces quien ocupaba aquel sitio era Néstor, el caballero gerenio, el protector de los aqueos, cuya mano empuñaba el cetro. En torno suyo juntáronse los hijos, que iban saliendo de sus habitaciones —Equefrón, Estratio, Perseo, Areto, Trasimedes igual a un dios, y el héroe Pisístrato, que llegó el sexto—, y juntos acompañaron al deiforme Telémaco y le hicieron sentar cerca del anciano. Entonces comenzó a decirles Néstor, el caballero gerenio:

418
—¡Hijos amados! Cumplid pronto mi deseo, para que sin tardar me haga propicia a Atenea, la cual acudió visiblemente al opíparo festín que celebramos en honor del dios. Ea, uno de vosotros vaya al campo para que el vaquero traiga con la mayor prontitud una novilla; encamínese otro al negro bajel del magnánimo Telémaco y conduzca aquí a todos los compañeros sin dejar mas que dos; y mande otro al orífice Laerces que venga a verter el oro alrededor de los cuernos. Los demás permaneced reunidos y decid a las esclavas que están dentro de la ínclita casa, que preparen un banquete y saquen asientos, leña y agua clara.

430
Así habló, y todos se dispusieron a obedecerle. Vino del campo la novilla, llegaron de junto a la velera y bien proporcionada nave los compañeros del magnánimo Telémaco; presentóse el broncista trayendo en la mano las broncíneas herramientas —el yunque, el martillo y las bien construidas tenazas—, instrumentos de su oficio con los cuales trabajaba el oro; compareció Atenea para asistir al sacrificio; y Néstor, el anciano jinete, dio el oro, y el artífice, después de prepararlo, lo vertió alrededor de los cuernos de la novilla para que la diosa se holgase de ver tal adorno. Estratio y el divinal Equefrón trajeron la novilla asiéndola por las astas; Areto salió de su estancia con un lebrillo floreado, lleno de agua para lavarse, en una mano, y una cesta con la mola en la otra; el intrépido Trasimedes se presentó empuñando aguda segur para herir la novilla; Perseo sostenía el vaso para recoger la sangre; y Néstor, el anciano jinete, comenzó a derramar el agua y a esparcir la mola, y ofreciendo las primicias, oraba con gran fervor a Atenea y arrojaba en el fuego los pelos de la cabeza de la víctima.

447
Hecha la plegaria y esparcida la mola, aquel hijo de Néstor, el magnánimo Trasimedes, dio desde cerca un golpe a la novilla y le cortó con la segur los tendones del cuello, dejándola sin fuerzas; y gritaron las hijas y nueras de Néstor, y también su venerable esposa, Eurídice, que era la mayor de las hijas de Clímeno. Seguidamente alzaron de la espaciosa tierra a la novilla, sostuviéronla en alto y degollóla Pisístrato, príncipe de hombres. Tan pronto como la novilla se desangró y los huesos quedaron sin vigor, la descuartizaron, cortáronle luego los muslos, haciéndolo según el rito, y, después de pringarlos con grasa por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos mancebos tenían en sus manos asadores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas, y sin parar dividieron lo restante en pedazos muy pequeños, lo atravesaron con pinchos y lo asaron, sosteniendo con sus manos las puntiagudas varillas.

465
En esto lavaba a Telémaco la bella Policasta, hija menor de Néstor Nelida. Después que lo hubo lavado y ungido con pingüe aceite, vistióle un hermoso manto y una túnica, y Telémaco salió del baño, con el cuerpo parecido al de los inmortales, y fue a sentarse junto a Néstor, pastor de pueblos.

470
Asados los cuartos delanteros, retiráronlos de las llamas, y sentándose todos, celebraron el banquete. Varones excelentes se levantaban a escanciar el vino en áureas copas. Y una vez saciado el deseo de comer y de beber, Néstor, el caballero gerenio, comenzó a decirles:

475
—Ea, hijos míos, aparejad caballos de hermosas crines y uncidlos al carro, para que Telémaco pueda llevar a término su viaje.

477
Así dijo, y ellos le escucharon y obedecieron unciendo prestamente al carro los veloces corceles. La despensera les trajo pan, vino y manjares como los que suelen comer los reyes, alumnos de Zeus. Subió Telémaco al magnífico carro y tras él Pisístrato Nestórida, príncipe de hombres, quien empuñó las riendas y azotó a los caballos para que arrancasen. Y éstos volaron gozosos hacia la llanura, dejando atrás la excelsa ciudad de Pilos y no cesando en todo el día de agitar el yugo.

487
Poníase el sol y las tinieblas empezaban a ocupar los caminos, cuando llegaron a Feras, a la morada de Diocles, hijo de Orsíloco, a quien había engendrado Alfeo. Allí durmieron aquella noche, pues Diocles les dio hospitalidad.

491
Mas, apenas se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, uncieron los corceles, subieron al labrado carro y guiáronlo por el vestíbulo y el pórtico sonoro. Pisístrato azotó a los corceles, para que arrancaran, y éstos volaron gozosos. Y habiendo llegado a una llanura que era un trigal, en seguida terminaron el viaje: ¡con tal rapidez los condujeron los briosos caballos! Y el sol se puso y las tinieblas ocuparon todos los caminos.

Canto IV: Telémaco viaja a Esparta para informarse sobre su padre.

1
Apenas llegaron a la vasta y cavernosa Lacedemonia, fuéronse derechos a la mansión del glorioso Menelao y halláronle con muchos amigos, celebrando el banquete de la doble boda de su hijo y de su hija ilustre. A ésta la enviaba el hijo de Aquileo, el que rompía filas de guerreros; pues allá en Troya prestó su asentimiento y prometió entregársela, y los dioses hicieron que por fin las nupcias se llevasen al cabo. Mandábala, pues, con caballos y carros, a la ínclita ciudad de los mirmidones donde aquél reinaba. Y al propio tiempo casaba con una hija de Aléctor, llegada de Esparta, a su hijo, el fuerte Megapentes, que ya en edad madura había procreado en una esclava; pues a Helena no le concedieron las deidades otra prole que la amable Hermíone, la cual tenía la belleza de la áurea Afrodita.

15
Así holgaban en celebrar el festín dentro del gran palacio de elevada techumbre, los vecinos y amigos del glorioso Menelao. Un divinal aedo estábales cantando al son de la cítara y, tan pronto como tocaba el preludio, dos saltadores hacían cabriolas en medio de la muchedumbre.

20
Entonces fue cuando los dos jóvenes, el héroe Telémaco y el preclaro hijo de Néstor, detuvieron los corceles en el vestíbulo del palacio. Violes, saliendo del mismo, el noble Eteoneo, diligente servidor del ilustre Menelao, y fuese por la casa a dar la nueva al pastor de hombres. Y, en llegando a su presencia, le dijo estas aladas palabras:

26
—Dos hombres acaban de llegar, oh Menelao alumno de Zeus. Dos varones que se asemejan a los descendientes del gran Zeus. Dime si hemos de desuncir sus veloces corceles o enviarlos a alguien que les dé amistoso acogimiento.

30
Replicóle, poseído de vehemente indignación, el rubio Menelao: —Antes no eras tan simple, Eteoneo Boetoida; mas ahora dices tonterías como un muchacho. También nosotros, hasta que logramos volver acá, comimos frecuentemente en la hospitalaria mesa de otros varones; y quiera Zeus librarnos de la desgracia para en adelante. Desunce los caballos de los forasteros y hazles entrar a fin de que participen del banquete.

37
Así dijo. Eteoneo salió corriendo del palacio y llamó a otros diligentes servidores para que le acompañaran. Al punto desuncieron los corceles, que sudaban debajo del yugo, los ataron a sus pesebres y les echaron espelta, mezclándola con blanca cebada; arrimaron el carro a las relucientes paredes, e introdujeron a los huéspedes en aquella divinal morada. Ellos caminaban absortos viendo el palacio del rey alumno de Zeus, pues resplandecía como el brillo del sol o de la luna la mansión excelsa del glorioso Menelao. Después que se hartaron de contemplarla con sus ojos, fueron a lavarse en unos baños muy pulidos. Y una vez lavados y ungidos con aceite por las esclavas, que les pusieron túnicas y lanosos mantos, acomodáronse en sillas junto al Atrida Menelao. Una esclava dioles aguamanos, que traía en un magnífico jarro de oro y vertió en fuente de plata, y colocó delante de ellos una pulimentada mesa. La veneranda despensera trájoles pan y dejó en la mesa buen número de manjares, obsequiándoles con los que tenía guardados. El trinchante sirvióles platos de carne de todas suertes y puso a su alcance áureas copas. Y el rubio Menelao, saludándolos con la mano, les habló de esta manera:

60
—Tomad manjares, regocijaos; y después que hayáis comido os preguntaremos cuáles sois de los hombres. Pues el Linaje de vuestros padres no se ha perdido seguramente en la obscuridad y debéis de ser hijos de reyes, alumnos de Zeus, que llevan cetro; ya que de gente vil no nacerían semejantes varones.

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