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Authors: Homero

Tags: #Poema épico

La Odisea (8 page)

BOOK: La Odisea
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332
Y el rubio Menelao le contestó indignadísimo: —¡Oh, dioses! En verdad que pretenden dormir en la cama de un varón muy esforzado aquellos hombres tan cobardes. Así como una cierva acostó sus hijuelos recién nacidos en la guarida de un bravo león y fuése a pacer por los bosques y los herbosos valles, y el león volvió a la madriguera y dio a entrambos cervatillos indigna muerte: de semejante modo también Odiseo les ha de dar a aquéllos vergonzosa muerte. Ojalá se mostrase, ¡oh padre Zeus, Atenea, Apolo!, tal como era cuando en la bien constituida Lesbos se levantó contra el Filomelida, en una disputa, y luchó con él, y lo derribó con ímpetu, de lo cual se alegraron todos los aqueos: si, mostrándose tal, se encontrara Odiseo con los pretendientes, fuera corta la vida de éstos y las bodas se les volverían muy amargas. Pero en lo que me preguntas y suplicas que te cuente, no querría apartarme de la verdad ni engañarte; y de cuantas cosas me refirió el veraz anciano de los mares, no te calleré ni ocultaré ninguna.

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Los dioses me habían detenido en Egipto, a pesar de mi anhelo de volver acá, por no haberles sacrificado hecatombes perfectas; que las deidades quieren que no se nos vayan de la memoria sus mandamientos. Hay en el alborotado ponto una isla, enfrente del Egipto, que la llaman Faro y se halla tan lejos de él cuanto puede andar en todo el día una cóncava embarcación si la empuja sonoro viento. Tiene la isla un puerto excelente para fondear, desde el cual echan al ponto las bien proporcionadas naves, después de hacer aguada en un manantial profundo. Allí me tuvieron los dioses veinte días, sin que se alzaran los vientos favorables que soplan en el mar y conducen los bajeles por su ancho dorso. Ya todos los bastimentos se me iban agotando y también menguaba el ánimo de los hombres; pero me salvó una diosa que tuvo piedad de mí: Idotea, hija del fuerte Proteo, el anciano de los mares; la cual, sintiendo conmovérsele el corazón, se me hizo encontradiza mientras vagaba solo y apartado de mis hombres, que andaban continuamente por la isla pescando con corvos anzuelos, pues el hambre les atormentaba el vientre. Paróse Idotea y díjome:

371
—¡Forastero! ¿Eres así tan simple e inadvertido? ¿O te abandonas voluntariamente y te huelgas de pasar dolores, puesto que, detenido en la isla desde largo tiempo, no hallas medio de poner fin a semejante situación a pesar de que ya desfallece el ánimo de tus amigos?

375
Así habló, y le respondí de este modo: —Te diré, sea cual fueres de las diosas, que no estoy detenido por mi voluntad; sino que debo de haber pecado contra los inmortales que habitan el anchuroso cielo. Mas revélame —ya que los dioses lo saben todo— cual de los inmortales me detiene y me cierra el camino, y cómo podré llegar a la patria, atravesando el mar en peces abundoso.

382
Así le hablé. Contestóme al punto la divina entre las diosas: —¡Oh, forastero! voy a informarte con gran sinceridad. Frecuenta este sitio el veraz anciano de los mares, el inmortal Proteo egipcio, que conoce las honduras de todo el mar y es servidor de Poseidón: dicen que es mi padre, que fue él quien me engendró. Si, poniéndote en asechanza, lograres agarrarlo de cualquier manera, te diría el camino que has de seguir, cuál será su duración y cómo podrás restituirte a la patria, atravesando el mar en peces abundoso. Y también te relataría, oh alumno de Zeus, si deseares saberlo, lo malo o lo bueno que haya ocurrido en tu casa desde que te ausentaste para hacer este viaje largo y dificultoso.

394
Así dijo; y le contesté diciendo: —Enséñame tú misma la asechanza que he de tender al divinal anciano: no sea que me descubra antes de tiempo o llegue a conocer mi treta, y se escape; que es muy difícil para un hombre mortal sujetar a un dios.

398
Así le dije, y respondióme la divina entre las diosas: —¡Oh, forastero! Voy a instruirte con gran sinceridad. Cuando el sol, siguiendo su curso, llega al centro del cielo, el veraz anciano de los mares, oculto por negras y encrespadas olas, salta en tierra al soplo del Céfiro. En seguida se acuesta en honda gruta y a su alrededor se ponen a dormir, todas juntas, las focas de natátiles pies, hijas de la hermosa Halosidne, que salen del espumoso mar exhalando el acerbo olor del mar profundísimo. Allí he de llevarte, al romper el día, a fin de que te pongas acostado y contigo los tuyos por el debido orden; que para ello escogerás tres compañeros, los mejores que tengas en las naves de muchos bancos. Voy a decirte todas las astucias del anciano. Primero contará las focas, paseándose por entre ellas; y, después de contarlas de cinco en cinco y de mirarlas todas, se acostará en el centro como un pastor en medio de un rebaño de ovejas. Tan pronto como lo viereis dormido, cuidad de tener fuerza y valor, y sujetadle allí mismo aunque desee e intente escaparse. Entonces probará de convertirse en todos los seres que se arrastran por la tierra, y en agua, y en ardentísimo fuego; pero vosotros tenedle con firmeza y apretadle más. Y cuando te interrogue con palabras, mostrándose tal como lo visteis dormido, absténte de emplear la violencia: deja libre al anciano, oh héroe, y pregúntale cuál de las deidades se te opone y cómo podrás volver a la patria, atravesando el mar en peces abundoso.

425
Cuando esto hubo dicho sumergióse en el agitado ponto. Yo me encaminé a las naves, que se hallaban sobre la arena, mientras mi corazón revolvía muchas trazas. Apenas hube llegado a mi bajel y al mar, aparejamos la cena; vino enseguida la divinal noche y nos acostamos en la playa. Y, así que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos cabellos, me fui a la orilla del mar, de anchos caminos, haciendo fervientes súplicas a los dioses; y me llevé los tres compañeros en quienes tenía más confianza para cualquier empresa.

435
En tanto, la diosa, que se había sumergido en el vasto seno del mar, sacó cuatro pieles de focas recientemente desolladas; pues con ellas pensaba urdir la asechanza contra su padre. Y, habiendo cavado unos hoyos en la arena de la playa, nos aguardaba sentada. No bien llegamos, hizo que nos tendiéramos por orden dentro de los hoyos y nos echó encima sendas pieles de foca.

441
Fue la tal asechanza molesta en extremo, pues el malísimo hedor de las focas, criadas en el mar, nos encalabrinaba terriblemente. ¿Quién podría acostarse junto a un monstruo marino? Pero ella nos salvó con idear un gran remedio: nos puso en las narices una poca de ambrosía, la cual, despidiendo olor suave, quitó el hedor de aquellos monstruos.

447
Toda la mañana estuvimos esperando con ánimo paciente; hasta que al fin las focas salieron juntas del mar y se tendieron por orden en la ribera.

450
Era mediodía cuando vino del mar el anciano: halló las obesas focas paseóse por entre ellas y contó su número. La cuenta de los cetáceos la comenzó por nosotros, sin que en su corazón sospechase el engaño; y, luego acostóse también. Entonces cometímosle con inmensa gritería y todos le echamos mano. No olvidó el viejo sus dolosos artificios: transfiguróse sucesivamente en melenudo león, en dragón, en pantera y en corpulento jabalí; después se nos convirtió en agua líquida y hasta en árbol de excelsa copa. Mas, como lo teníamos reciamente asido, con ánimo firme, aburrióse al cabo aquel astuto viejo y díjome de esta suerte:

462
—¡Hijo de Atreo! ¿Cuál de los dioses te aconsejó para que me asieras contra mi voluntad, armándome tal asechanza? ¿Qué deseas?

464
Así se expresó, y le contesté diciendo: —Lo sabes, anciano. ¿Por qué hablas de ese modo, con ánimo de engañarme? Sabes que, detenido en la isla desde largo tiempo, no hallo medio de poner fin a tal situación y ya mi ánimo desfallece. Mas revélame —puesto que los dioses lo saben todo—, cuál de los inmortales me detiene y me cierra el camino, y cómo podré llegar a la patria atravesando el mar en peces abundoso.

471
Así le dije. Y en seguida me respondió de esta manera: —Debieras haber ofrecido, antes de embarcarte, hermosos sacrificios a Zeus y a los demás dioses para llegar sin dilación a tu patria, navegando por el vinoso ponto. El hado ha dispuesto que no veas a tus amigos, ni vuelvas a tu casa bien construida y a la patria tierra hasta que tornes a las aguas de Egipto, río que las lluvias celestiales alimentan, y sacrifiques sacras hecatombes a los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo: entonces te permitirán las deidades hacer el camino que apeteces.

481
De esta suerte habló: se me partía el corazón al considerar que me ordenaba volver a Egipto por el obscuro ponto, viaje largo y dificultoso. Mas, con todo eso, le contesté diciendo:

485
—Haré oh anciano, lo que me mandas. Pero, ea, dime sinceramente si volvieron salvos en sus naves los aqueos a quienes Néstor y yo dejamos al salir de Troya, o si alguno pereció de cruel muerte en su nave o en brazos de los amigos, después que se acabó la guerra.

491
Así le hablé, y me respondió acto seguido: —¡Atrida! ¿Por qué me preguntas tales cosas? No te cumple a ti conocerlas, ni explorar mi pensamiento, y me figuro que no estarás mucho rato sin llorar tan luego como las sepas todas. Solo dos capitanes de los aqueos, de broncíneas corazas, perecieron en la vuelta; pues en cuanto a las batallas, tú mismo las presenciaste. Uno, vivo aún, se encuentra detenido en el anchuroso ponto. Ayante sucumbió con sus naves de largos remos: primeramente acercóle Poseidón a las grandes rocas Giras, sacándole incólume del mar; y se librara de la muerte, aunque aborrecido de Atenea, si no hubiese soltado una expresión soberbia que le ocasionó gran daño: dijo que, aun a despecho de los dioses, escaparía del gran abismo del mar. Poseidón oyó sus jactanciosas palabras, y, al instante, agarrando con las robustas manos el tridente, golpeó la roca Girea y partióla en dos: uno de los pedazos quedó allí, y el otro, en el cual hubo de sentarse Ayante anteriormente para recibir gran daño, cayó en el piélago y llevóse al héroe al inmenso y undoso ponto. Y allí murió, después de engullir la salobre agua del mar. Tu hermano huyó los hados en las cóncavas naves, pues le salvó la veneranda Hera. Mas, cuando iba a llegar al excelso monte de Malea, arrebatóle una tempestad, que le llevó por el ponto abundante en peces, mientras daba grandes gemidos, a una extremidad del campo donde antiguamente tuvo Tiestes la casa que habitaba entonces Egisto Tiestiada. Ya desde allí les pareció la vuelta segura y, como los dioses hicieron que cambiara el viento, llegaron por fin a sus casas. Agamenón pisó alegre el suelo de su patria, que tocaba y besaba, y de sus ojos corrían ardientes lágrimas al contemplar con júbilo aquella tierra. Pero viole desde una eminencia un atalaya, puesto allí por el doloso Egisto, que le prometió como gratificación dos talentos de oro, el cual hacía un año que vigilaba —no fuera que Agamenón viniese sin ser advertido y mostrase su impetuoso valor—; y en seguida se fue al palacio a dar la nueva al pastor de hombres. Y Egisto urdió al momento una engañosa trama: escogió de entre el pueblo veinte hombres muy valientes y los puso en emboscada, mientras, por otra parte, ordenaba que se aparejase un banquete. Fuese después a invitar a Agamenón, pastor de hombres, con caballos y carros, revolviendo en su ánimo indignas tramoyas. Y se llevó al héroe, que nada sospechaba acerca de la muerte que le habían preparado, diole de comer y le quitó la vida como se mata a un buey junto al pesebre. No quedó ninguno de los compañeros del Atrida que con él llegaron, ni se escapó ninguno de los de Egisto, sino que todos fueron muertos en el palacio.

538
Así dijo: Sentí destrozárseme el corazón y, sentado en la arena, lloraba y no quería vivir ni contemplar ya la lumbre del sol. Mas, cuando me harté de llorar y de revolcarme por el suelo, hablóme así el veraz anciano de los mares:

543
—No llores, oh hijo de Atreo, mucho tiempo y sin tomar descanso, que ningún remedio se puede hallar. Pero haz por volver lo antes posible a la patria tierra y hallarás a aquel vivo aun; y, si Orestes se te adelantara y lo matase, llegarás para el banquete fúnebre.

548
Así se expresó. Regocíjeme en mi corazón y en mi ánimo generoso, aunque me sentía afligido, y hablé al anciano con estas aladas palabras:

551
—Ya sé de éstos. Nómbrame el tercer varón, aquel que, vivo aun, hállase detenido en el anchuroso ponto, o quizá haya muerto. Pues, a pesar de que estoy triste, deseo tener noticias suyas.

555
Así le dije, y me respondió en el acto: —Es el hijo de Laertes, el que tiene en Ítaca su morada. Le vi en una isla y echaba de sus ojos abundantes lágrimas: está en el palacio de la ninfa Calipso, que le detiene por fuerza, y no le es posible llegar a su patria tierra porque no dispone de naves provistas de remos ni de compañeros que le conduzcan por el ancho dorso del mar. Por lo que a ti se refiere, oh Menelao, alumno de Zeus, el hado no ordena que acabes la vida y cumplas tu destino en Argos, país fértil de corceles, sino que los inmortales te enviarán a los campos Elíseos, al extremo de la tierra, donde se halla el rubio Radamantis —allí los hombres viven dichosamente, allí jamás hay nieve, ni invierno largo, ni lluvia, sino que el Océano manda siempre las brisas del Céfiro, de sonoro soplo, para dar a los hombres más frescura—, porque siendo Helena tu mujer, eres para los dioses el yerno de Zeus.

570
Cuando esto hubo dicho, sumergióse en el agitado ponto. Yo me encaminé hacia los bajeles, con mis divinales compañeros, y mi corazón revolvía muchas trazas. Así que hubimos llegado a mi embarcación y al mar, aparejamos la cena; vino muy pronto la divina noche y nos acostamos en la playa. Y al punto que se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos, echamos las bien proporcionadas naves en el mar divino y les pusimos sus mástiles y velas; después, sentáronse mis compañeros ordenadamente en los bancos y comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Volví a detener las naves en el Egipto, río que las celestiales lluvias alimentan, y sacrifiqué cumplidas hecatombes. Aplacada la ira de los sempiternos dioses, erigí un túmulo a Agamenón para que su gloria fuera inextinguible. En acabando estas cosas emprendí la vuelta y los inmortales concediéronme próspero viento y trajéronme con gran rapidez a mi querida patria.

587
Mas, ea, quédate en el palacio hasta que llegue la undécima o duodécima aurora y entonces te despediré, regalándote como espléndidos presentes tres caballos y un carro hermosamente labrado; y también tengo de darte una magnífica copa para que hagas libaciones a los inmortales dioses y te acuerdas de mí todos los días.

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