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Authors: Kiera Cass

Tags: #Infantil y juvenil, #Ciencia Ficción, #Romántico

La selección (9 page)

BOOK: La selección
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—Sé bueno, ¿de acuerdo? Prueba con el piano. Estoy segura de que se te dará de fábula. Quiero oírte cuando vuelva, ¿vale?

Gerad se limitó a asentir, de pronto embargado por la tristeza, y se lanzó hacia mí abriendo sus pequeños bracitos.

—Te quiero, America.

—Yo también te quiero. No estés triste. Volveré pronto.

Él volvió a asentir, pero se cruzó de brazos e hizo morritos. No tenía ni idea de que se lo fuese a tomar así. Era justo lo contrario que May, que estaba dando saltitos, de puntillas, emocionadísima.

—¡Oh, America, vas a ser la princesa! ¡Lo sé!

—¡Venga ya! Preferiría ser una Ocho y quedarme con vosotros. Tú sé buena y trabaja duro, ¿eh?

May asintió y dio unos saltitos más, y luego le llegó el turno a papá, que estaba al borde de las lágrimas.

—¡Papá! No llores —dije, y me dejé caer entre sus brazos.

—Escucha, gatita: ganes o pierdas, para mí siempre serás una princesa.

—Oh, papá… —aquello hizo que me echara a llorar yo también y sacara al exterior todo mi miedo, mi tristeza, la preocupación, los nervios… Precisamente aquella frase de papá, que dejaba claro que nada de todo aquello importaba.

Si después de aprovecharse de mí me descartaban y tenía que volver a casa, él seguiría estando orgulloso de mí.

Tanto amor era difícil de sobrellevar. En palacio estaría rodeada de un ejército de guardias, pero no podía imaginar un lugar más seguro que los brazos de mi padre. Me separé de él y me giré para abrazar a mamá.

—Haz todo lo que te digan. Intenta no protestar y sé feliz. Pórtate bien. Sonríe. Mantennos informados. ¡Hija mía! Sabía que acabarías demostrándonos que eres especial.

Lo dijo como un halago, pero no era eso lo que necesitaba oír. Me habría gustado que me hubiera dicho que para ella ya era especial, como lo era para mi padre. Pero supuse que ella nunca dejaría de desear algo más para mí, algo más de mí. Quizá fuera algo típico de las madres.

—Lady America, ¿está lista? —preguntó Mitsy.

Yo estaba de espaldas a la multitud, y enseguida me limpié las lágrimas.

—Sí, estoy lista.

Mi bolsa esperaba en el reluciente coche blanco. Ya estaba. Eché a caminar hacia las escaleras al borde de la tarima.

—¡Mer!

Me giré. Habría reconocido aquella voz en cualquier parte.

—¡America!

Miré y vi a Aspen agitando los brazos. Iba apartando a la multitud. La gente protestaba ante sus empujones, no demasiado considerados.

Nuestros ojos se encontraron.

Se detuvo y se me quedó mirando. No pude leerle el rostro. ¿Preocupación? ¿Arrepentimiento? Fuera lo que fuera, era demasiado tarde. Negué con la cabeza. Ya tenía bastante de los juegos de Aspen.

—Por aquí, Lady America —me indicó Mitsy, al pie de las escaleras.

Me detuve un segundo para asimilar que me iban a llamar así a partir de entonces.

—Adiós, cariño —dijo mi madre.

Y se me llevaron de allí.

Capítulo 8

Era la primera vez que iba al aeropuerto, y estaba aterrada. La mareante emoción del encuentro con la multitud había quedado atrás, y ahora me enfrentaba a la terrible experiencia de volar. Viajaría con otras tres chicas seleccionadas, así que intenté controlar los nervios. No quería sufrir un ataque de pánico delante de ellas.

Ya había memorizado los nombres, las caras y las castas de todas las seleccionadas. Empecé a hacerlo como ejercicio terapéutico, como rutina para calmarme. Había puesto en práctica esa técnica otras veces, memorizando escalas y curiosidades. Al principio buscaba rostros amables, chicas con las que pudiera compartir el tiempo mientras estuviera allí. Nunca había tenido una amiga de verdad. Me había pasado la mayor parte de la infancia jugando con Kenna y Kota.

Mamá se había encargado de mi educación, y era la única persona con la que trabajaba. Y al irse mis hermanos mayores, yo me había dedicado a May y a Gerad. Y a Aspen…

Pero Aspen y yo nunca habíamos sido solo amigos. Desde el momento en que fui consciente de su presencia, me enamoré de él.

Ahora iba por ahí cogiendo a otra chica de la mano.

Gracias a Dios que estaba sola. No habría podido soportar llorar delante de las otras chicas. Me dolía. Muchísimo. Y no había nada que pudiera hacer.

¿Cómo me había metido en aquello? Un mes atrás me sentía segura de todo lo que pasaba en mi vida, y ahora no quedaba nada familiar en ella. Un nuevo hogar, una nueva casta, una nueva vida. Y todo por un estúpido papel y una foto. Tenía ganas de sentarme a llorar por todo lo que había perdido.

Me pregunté si alguna de las otras chicas estaría triste en aquel momento. Supuse que todas se sentirían pletóricas. Y al menos tenía que disimular y fingir que yo también lo estaba, porque todo el mundo me estaría mirando.

Hice acopio de valor para enfrentarme con todo lo que se me venía encima. Afrontaría todo lo que se pusiera en mi camino. Y en cuanto a todo lo que dejaba atrás, decidí que haría exactamente eso: dejarlo atrás. El palacio sería mi santuario. No volvería a pensar ni a pronunciar su nombre. No tenía derecho a acompañarme en aquel viaje: aquella sería mi propia norma para aquella pequeña aventura.

Se acabó.

Adiós, Aspen.

Una media hora más tarde, dos chicas vestidas con una camisa blanca y unos pantalones negros como los míos atravesaron las puertas con sus asistentes, que les llevaban las bolsas. Ambas sonreían, lo que confirmaba mi sospecha de que yo era la única de las seleccionadas que estaba deprimida.

Era el momento de cumplir mi promesa. Respiré hondo y me puse en pie para darles la mano.

—¡Hola! —saludé, animada—. Yo soy America.

—¡Ya lo sé! —respondió la chica de la derecha. Era una rubia con ojos marrones. La reconocí inmediatamente como Marlee Tames, de Kent. Una Cuatro. No hizo caso de mi mano tendida; se echó adelante y me dio un abrazo sin pensárselo dos veces.

—¡Oh! —dije.

Aquello sí que no me lo esperaba. Aunque Marlee era una de las chicas que tenía cara de buena persona, mamá llevaba toda la semana advirtiéndome de que considerara a todas aquellas chicas enemigas, y su pensamiento agresivo había ido penetrando en mi mente. Así que ahí estaba, esperando como mucho un saludo cordial por parte de unas chicas dispuestas a luchar a muerte por alguien a quien yo no quería. Y lo que recibí fue un abrazo.

—Yo soy Marlee. Esta es Ashley.

Sí, Ashley Brouillette de Allens, una Tres. Ella también tenía el cabello rubio, pero mucho más claro que el de Marlee, y unos ojos azules de aspecto delicado que le daban a la cara una imagen serena. En comparación con Marlee, parecía frágil.

Ambas eran del norte; supuse que por eso habían venido juntas. Ashley me hizo un gesto con la mano y sonrió, pero eso fue todo. Yo no estaba segura de si era porque era tímida o porque ya estaban analizándonos. Tal vez es que era una Tres de nacimiento y sabía comportarse mejor en público.

—¡Me encanta tu pelo! —exclamó Marlee—. Ojalá yo hubiera sido pelirroja de nacimiento. Te da mucha vida. He oído que los pelirrojos tienen mal carácter. ¿Es cierto?

A pesar del día asqueroso que llevaba, Marlee hablaba con tal desparpajo que no puede evitar sonreír.

—No creo. Quiero decir que yo puedo ponerme de muy mal humor a veces, pero mi hermana también es pelirroja y es la criatura más dulce del mundo.

De ahí pasamos a una conversación distendida sobre lo que nos hacía enfadar y lo que siempre nos hacía recuperar la calma. A Marlee le gustaban las películas, y a mí también, aunque raramente tenía ocasión de ir al cine. Hablamos de actores guapísimos, algo que resultaba extraño, ya que nos disponíamos a integrarnos en el grupo de novias de Maxon.

Ashley soltaba alguna risita tímida de vez en cuando, pero nada más. Si le hacíamos alguna pregunta directa, daba una respuesta breve y volvía a su sonrisa comedida.

Marlee y yo nos llevábamos bien, y aquello me dio esperanzas de que al final de la aventura al menos hubiera ganado una amiga. Aunque probablemente hablamos más de media hora, el tiempo se nos pasó volando. No habríamos dejado de hablar de no haber sido por el claro sonido de unos tacones altos repiqueteando contra el suelo. Las tres nos giramos al mismo tiempo. Marlee abrió la boca tan de golpe que oí el ruido de sus labios.

Una morena con gafas de sol se dirigía hacia nosotras. Llevaba una margarita en el pelo, pero teñida de rojo para que hiciera juego con su pintalabios. Contoneaba las caderas al andar, y sus tacones de siete centímetros acentuaban su paso decidido. A diferencia de Marlee y de Ashley, no sonreía.

Pero no era porque no estuviera contenta. No, es que estaba concentrada. Había estudiado su entrada para intimidarnos. Y funcionó con la educada Ashley, que murmuró un «Oh, no» apenas audible.

La nueva chica, a la que reconocí como Celeste Newsome, de Clermont, una Dos, no me preocupaba. Ella suponía que luchábamos por el mismo objetivo. Pero no pueden quitarte algo si en realidad no lo quieres.

Cuando llegó a nuestra altura, Marlee la saludó alegremente, intentando mostrarse amistosa, pese a aquella puesta en escena. Celeste se limitó a mirarla brevemente y suspiró.

—¿Cuándo nos vamos? —preguntó.

—No lo sabemos —respondí, sin el más mínimo miedo—. Te has hecho esperar un poco.

Aquello no le gustó nada, y me dio un repaso con la mirada. Lo que vio no le impresionó nada.

—Lo siento, había bastante gente que quería despedirse de mí. No pude evitarlo —dijo, mostrando una gran sonrisa, como si fuera evidente que todo el mundo debía adorarla.

Y yo iba a verme rodeada de chicas como aquella. Genial.

Como si estuviera esperando su momento, por una puerta a nuestra izquierda apareció un hombre.

—Me han dicho que las cuatro chicas seleccionadas están aquí. ¿Es cierto?

—Desde luego —respondió Celeste con una voz dulce.

El hombre se quedó algo azorado, se le veía en los ojos. Vaya. Así que aquel era su juego.

El capitán hizo una breve pausa y luego reaccionó:

—Bueno, señoritas, si me quieren seguir, las llevaremos al avión y a su nuevo hogar.

El vuelo, que en realidad no resultó tan terrible, salvo por el despegue y el aterrizaje, duró unas horas. Nos ofrecieron películas y comida, pero lo único que yo quería era mirar por la ventanilla. Observé el país desde lo alto, impresionada ante lo grande que era todo.

Celeste decidió pasarse el vuelo durmiendo, lo cual agradecimos. A Ashley le instalaron un escritorio plegable y ya estaba escribiendo cartas sobre su aventura. Bien pensado, lo de llevar papel. Estaba segura de que a May le habría encantado que le contara aquella parte del viaje, aunque no incluyera al príncipe.

—¡Es tan elegante! —me susurró Marlee, indicando con la cabeza a Ashley. Estábamos sentadas una frente a la otra, en las cómodas butacas de la parte delantera del pequeño avión—. Desde el primer momento, ha sido educadísima conmigo. Va a ser una dura rival —dijo, con un suspiro.

—No puedes planteártelo así —respondí—. Sí, tienes que intentar llegar al final, pero no derrotando a las demás. Simplemente has de ser tú misma. ¿Quién sabe? A lo mejor Maxon prefiere a alguien más informal.

Marlee se lo quedó pensando.

—Supongo que es un buen planteamiento. Pero es difícil que no le guste a alguien. Es de lo más amable. Y también guapa —asentí, y Marlee bajó el volumen de voz hasta hablar en un murmullo—: Celeste, en cambio…

Abrí bien los ojos y meneé la cabeza.

—Ya. Solo llevamos juntas una hora y ya estoy deseando que se vaya a casa.

Marlee se tapó la boca para ocultar su risa.

—No quiero hablar mal de nadie, pero es muy agresiva. Y eso que aún no hemos visto siquiera a Maxon. Me pone un poco nerviosa.

—No hagas caso —la tranquilicé—. Las chicas así se eliminan ellas solas de la competición.

—Eso espero —dijo Marlee, con un suspiro—. A veces desearía…

—¿Qué?

—Bueno, a veces desearía que los Doses tuvieran una idea de lo que se siente cuando te tratan como ellos nos tratan a nosotros.

Asentí. Nunca me había planteado estar al mismo nivel que una Cuatro, pero supongo que nuestra situación era similar. Si no eras una Dos o una Tres, lo único que variaba en tu vida era el nivel de las dificultades a las que te enfrentabas.

—Gracias por hablar conmigo. Me preocupaba pensar que cada una fuera a lo suyo, pero Ashley y tú habéis sido muy amables. A lo mejor al final esto resulta divertido y todo —dijo, y la voz se le llenó de esperanza.

Yo no estaba tan segura, pero le devolví la sonrisa. No tenía motivo para rechazar a Marlee ni para ser maleducada con Ashley. Quizá las otras chicas no fueran tan llanas.

Cuando aterrizamos, todo estaba en silencio. Recorrimos el trecho entre el avión y la terminal flanqueadas por unos guardias. Pero cuando se abrieron las puertas, nos encontramos con un estrépito de gritos que rompían los tímpanos.

La terminal estaba llena de gente que gritaba y nos jaleaba. Nos habían abierto un camino con una alfombra dorada flanqueada de postes y una cuerda a juego. Por la alfombra, a intervalos regulares, había guardias que echaban nerviosas miradas a su alrededor, preparados para golpear al primer indicio de peligro. ¿Es que no tenían cosas más importantes que hacer?

Por fortuna, Celeste iba por delante y se puso a saludar. Enseguida supe que aquella era la respuesta correcta, no la de encogerse. Y como las cámaras estaban ahí para captar todos nuestros movimientos, agradecí doblemente no ir en primera fila del grupo.

La multitud estaba extasiada. Aquella sería la gente que tendríamos más cerca, y todos estaban impacientes por ver a las chicas que llegaban a la ciudad. Una de nosotras sería algún día su reina.

Me giré una docena de veces en cuestión de segundos al oír mi nombre por toda la terminal. También había carteles con mi nombre. Estaba atónita. Allí ya había gente —gente que no era ni de mi casta ni de mi provincia— que esperaba que fuera yo la escogida. Sentí una punzada de culpabilidad en el estómago al pensar en la decepción que les causaría.

Bajé la cabeza un momento y vi a una niña apretujada contra la barrera. No podía tener más de doce años. En las manos llevaba un cartel que decía: «¡Las pelirrojas molan!». Yo sabía que era la única pelirroja de la competición, y observé que tenía el pelo casi del mismo tono que el mío.

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