Read La vendedora de huevos Online

Authors: Linda D. Cirino

Tags: #Drama

La vendedora de huevos (11 page)

BOOK: La vendedora de huevos
10.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Es usted un poco caprichosa, pero bueno, esa puede ser una razón tan buena como cualquier otra. Usted ya sabe lo contento que estaría su marido si incrementara su producción de huevos. El país sufre una grave escasez de huevos y no tendremos problemas en encontrar salida a tantos como podamos. El precio ya ha sido fijado, así que usted ya sabe que recibirá una buena suma. Estará ayudando al Estado con cada huevo que sus felices gallinas produzcan. De este modo también está ayudando al ejército. ¿Sabe que intentamos alcanzar la autosuficiencia? No queremos depender de nadie en lo que a alimentos se refiere. Se convertirá en uno de los héroes del país si logra incrementar su producción de huevos.

—No me gusta pensar que el país depende de mí o de mis gallinas para conseguir dicha meta, pero mi supervivencia depende de la venta de estos huevos. Por supuesto que estaría contenta de incrementar nuestra producción de huevos, por el Estado y por mí misma.

—Pero bueno, si me ha dado por lo menos dos docenas, es demasiado.

—No, no, quiero que sepa que mis huevos son buenos. Puede hervir algunos, hacerse una tortilla con otros, guardar unos cuantos para hacer, no sé, quizás un pastel.

—Gracias, señora, mi esposa y yo se lo agradecemos. Seguro que los disfrutaremos.

Sabía que el supervisor del Departamento los recogía de cada granja que visitaba. Era lógico. Pronto necesitaría nueva ropa, con todos los alimentos que recogía cada día. Todo el mundo le pagaba de aquel modo, especialmente después de haber oído la historia que circulaba, la del granjero a quien habían echado de sus tierras.

Cuando se fue el supervisor, entré en el gallinero a contarle la conversación a Nathanael. No había otro adulto de confianza con el que poder hablar. De algún modo, Nathanael era mi cautivo, alguien que no me traicionaría si no mostraba entusiasmo por alguna que otra regulación. Sólo con Nathanael podía hablar tal y como pensaba.

—Vamos a tener que mejorar el gallinero, Nathanael. ¿Me ayudarás a hacerlo?

—¿Qué tengo que hacer?

—Te enseñaré a cuidar de las aves. Como hemos incrementado su número durante este último año, hay más gallinas que cuidar y tú puedes ayudarme. ¿Ves esta?

Mientras hablaba, atrapé una gallina con el gancho, la arrastré hacia mí y la cogí rápidamente. La sostuve en la palma de la mano y la palpé de arriba a abajo, comprobé su talla, le miré el culo y en unos veinte segundos ya estaba en el suelo de nuevo.

—Supongo que esa está bien.

—Espera un minuto, ¿qué has hecho? No me has mostrado nada. Todavía no sé cómo atrapar a estas criaturas.

—Nathanael, siempre me olvido de que vienes de la luna. Mira, tómala por el ala y pon la mano entre las patas, así, y levántala.

Nathanael trató de imitar lo que hacía y con mucha torpeza espantó a la mayoría de las gallinas hasta el otro lado del gallinero. Arrastré a otra con el gancho entre las patas y de nuevo le mostré cómo hacerlo. No era la mejor de las maestras, ya que para mí era como enseñarle a alguien a sentarse, todo lo que se tenía que hacer era probarlo e ir cogiendo la práctica. Estaba asombrada ante la total ignorancia de Nathanael sobre las cosas del campo, como él solía llamarlas.

—Probablemente las asustarás a tal punto que no pondrán más huevos hasta que aprendas a atraparlas. ¿Quién está más asustado, tú o ellas?

—Vete a hacer tus cosas; mientras tanto, yo aprenderé a atrapar a mis compañeras de habitación.

Bueno, a la larga Nathanael aprendió a atrapar y examinar las aves, y fue él precisamente quien me advirtió que una de ellas parecía enferma. Por suerte, pude deshacerme de ella antes de que contagiara al resto. Con Nathanael encargado de comprobar el estado de las gallinas, tarea bastante tediosa, pude descartar a las aves más adecuadas para la venta. Debíamos ir con cuidado de mantener la calidad del gallinero. No queríamos deformidades, ni ponedoras de bajo rendimiento. No queríamos huéspedes, le dije a Nathanael; con uno en el gallinero ya teníamos bastante.

Nathanael sentía un cariño especial por sus compañeras de habitación, como él las llamaba. Tenía algunas favoritas a las que prestaba especial atención, y a estas les ofrecía las migas de pan que se quedaban pegadas a sus ropas después de comer. Dejaba que los pollitos se pasearan por su pecho y picotearan las pocas migas que le habían caído encima. En una ocasión, miré a través de la ventana y vi que permanecía inmóvil mientras un pollito comía las miguitas de su barba. Con frecuencia Nathanael los cogía y los mimaba y, aunque dudo que les gustara, a Nathanael se lo permitían. Cuando aprendió a atraparlas, desarrolló una relación todavía más cercana con las gallinas. Se movía de aquí para allá con ellas, dedicándose con esmero a la tarea de vigilarlas y cuidar de ellas. Un día encontré una gallina en su escondite bajo el suelo. Cuando le pregunté a Nathanael por qué la había puesto allí, me contestó que lo había hecho para protegerla. En cuanto la levanté supe la razón. La gallina estaba escuálida, patizamba y las plumas tenían un aspecto extraño. Aquella gallina estaba destinada al mercado, pero Nathanael había desarrollado un cierto cariño por ella Y no quería dejarla marchar.

—Nathanael, ¿qué puedo hacer contigo?

—Soy tu esclavo.

—En serio, Nathanael. No puedes ir en mi contra. Ya sabes cuánto estamos pagando por el pienso. Sabes que el hombre del Departamento vendrá a por el recuento de huevos. Sabes que se supone que deberíamos mejorar el gallinero que tenemos. ¿Cuántas más has escondido?

—¿Qué harías conmigo si lo descubrieras?

Nathanael siempre sabía lo que debía decirme. Yo siempre tuve la libertad de pedirle que se marchara. Es decir, la tuve hipotéticamente. Hablarle como si tuviera una libertad similar a la mía equivalía a recibir la respuesta que acababa de darme, recordándome hasta qué punto dependía de mí. Él no sabía, como tampoco lo sabía yo, hasta qué punto yo dependía de él. No quise examinar ninguna de las partes de aquella ecuación. Algunas noches, en la cama, deseaba que Nathanael estuviera a mi lado. Pensaba en él en el gallinero. Sabía que estaba a salvo, pero pensaba en lo incómodo que estaría. También pensaba en que cada vez quedaba menos para que los niños se marcharan a cumplir con su año de trabajo.

Cogí la gallina que Nathanael había escondido y la coloqué en el lugar de aislamiento hasta el día del mercado.

En el mercado había una mujer que se me había presentado el primer día que aparecí por allí. Me explicó que era la delegada del Grupo de Campesinas. Me preguntó si quería unirme. Cuando le contesté que no, reaccionó con sorpresa, como si se tratara de la primera negativa que hubiera recibido. Me explicó que recibiría información muy valiosa, así como ayuda por parte del grupo, pero persistí en mi negativa. De vez en cuando continuaba buscándome, tratando de venderme un periódico. Me negué a comprarlo argumentándole que no disponía de tiempo para leerlo. Se sintió realmente ofendida, y me comunicó que, como informaba el periódico, debería encontrar el tiempo para leerlo para así poder dirigir mi granja de manera más eficiente. Vi que en las rondas entre los otros vendedores tenía bastante éxito de ventas, ya que la mayoría lo compraba.

Cierto mes, el hombre de la Oficina Gubernamental de Agricultura me enseñó mi documentación de granjas y me preguntó por mi documentación de trabajo. Se la mostré y él la examinó por delante y por detrás, dirigiéndome una mirada confusa, como si supiera que faltaba algo.

—Debe de haber algún error en su documentación. No veo su identificación como socia del Grupo de Campesinas.

—No —le dije—, no se trata de un error. No pertenezco a ese grupo.

Ahora sí que se había quedado totalmente patidifuso y, abriendo mucho los ojos, me dijo:

—Pero, no puedes trabajar en esta granja y no pertenecer al Grupo de Campesinas. ¿Cómo puedes saber qué es lo que se espera de las mujeres que trabajan en las granjas? Esta es la única forma de saber cuál es tu deber como campesina.

—Creía que ya estaba cumpliendo con mi deber —le respondí. No quería discutir con él, pero tampoco quería unirme a aquel grupo. No alcé la voz en ningún momento, simplemente expresé mis verdaderos sentimientos.

—¡Ah! Pero es que no lo has entendido. Las campesinas pertenecen al Grupo de Campesinas. Es así de simple. Si no te apuntas, la delegada del Grupo de Campesinas tendrá que informar que hay una campesina en su zona que se niega a apuntarse. Será amonestada por sus superiores y todo nuestro distrito será considerado sospechoso. No te das cuenta que cada vez tendrás más dificultades. La próxima vez que venga a renovar el contrato para el pienso, puede que tenga que subirte las tarifas o disminuir tu asignación. Sé que no quieres que suceda eso. Si no lo hago, mi superior me preguntará por qué doy las mismas tarifas a una campesina que ha considerado apropiado no apuntarse al Grupo de Campesinas. Pondrás en peligro los puestos que tanto les ha costado alcanzar a tus hijos en las Juventudes si no prestas el debido apoyo a las políticas del Estado uniéndote al grupo de tus colegas. ¿Te das cuenta del daño que puedes causar al negarte a hacerlo?

Después de su detallada descripción de las consecuencias, me di cuenta de que no había más opción que unirme al Grupo de Campesinas; de hecho, era obligatorio. De modo que al sábado siguiente, cuando vi a la mujer en el mercado, me apunté.

Naturalmente, aquello fue el principio de otras tantas obligaciones que debía cumplir como miembro. No sólo tenía que convertirme en miembro, sino que además tenía que ser un buen miembro, lo que implicaba comprar el periódico cuando se me ofrecía, aun cuando ya lo hubiera hecho. Significaba pagar unas cuotas y pagarlas a tiempo. El límite lo puse cuando la mujer del mercado me sugirió que podría gustarme una demostración de cocina en la que se explicaba cómo ofrecer una dieta equilibrada a mi familia. Le dije que estaría encantada de asistir a tal demostración, que deseaba fervientemente aprender a proporcionar dichos platos a mi familia, pero que no sería capaz de seguir pagando las cuotas si no llegaba a casa a la hora habitual y mantenía la granja en funcionamiento. Ella redobló mi exagerada educación y me contestó que no cabía duda de que no había aprendido a organizarme para conseguir acomodar aquella interrupción, y que tal vez consideraría la posibilidad de asistir a la próxima demostración, la cual se celebraría al mes siguiente. Quizás, me sugirió, podría contratar a alguien para hacer el trabajo mientras yo asistía a la demostración. Le repliqué que nada me complacería más y que me esforzaría al máximo para que mi familia se beneficiara de una inmejorable nutrición.

Cada vez era más difícil mantener la granja, no porque el trabajo fuera cada vez más difícil, sino porque las exigencias a las que me veía sometida se estaban multiplicando.

Durante ese periodo, Karl se preparaba para un concurso especial organizado por las Juventudes. Había diseñado un proyecto experimental que implicaba a las gallinas. Aquel enero había empollado una considerable cantidad de pollitos y Karl quería marcar a la mitad de los recién salidos del huevo y darles gotas de aceite de hígado de bacalao para ver si sobrevivían más hasta la edad de poner huevos que los que no recibían el aceite. Naturalmente, era yo la que debía llevar a cabo el experimento ya que Karl tenía demasiadas obligaciones y yo era la que estaba todo el día con las gallinas. A Karl no le interesaba mucho el experimento, simplemente quería entrar en el concurso. Aquel año nacieron unos treinta pollitos y, utilizando la tinta china que me había dado Karl, marqué la mitad con una
x
en la membrana del ala. A las que marqué les suministré el aceite de hígado de bacalao que me había dado Karl. Para empezar, nunca les había dado ningún extra a las gallinas. Aunque antes de que llegara Nathanael, siempre habíamos mezclado las sobras de la mesa con el pienso. Ahora, con Nathanael, ya no disponíamos de sobras, a excepción de algún hueso de vez en cuando. Incluso guardábamos las cosas que antes solíamos tirar para meterlas en la sopa. El resultado del experimento fue que, al cabo de seis meses, cuando las nuevas gallinas ya estaban listas para poner, teníamos a once supervivientes. Cuando comprobé las marcas de la
x
vi que sólo quedaban cinco. Las otras no habían sobrevivido por diversas razones.

Karl estaba contento con el proyecto, aunque no había ningún resultado concluyente respecto al aceite de hígado de bacalao. Cuando le pregunté si quería que continuara dándoles aceite a las que había marcado con una
x
para ver si mejoraban la producción de huevos, me dijo que no. Le dije que deberían darme a mí el premio del concurso, pero no lo hice por eso. Hice su trabajo porque no quería que Karl se acercara al gallinero.

El mercado siempre era una fuente de rumores y un barómetro del estado de ánimo del pueblo. Incluso yo, que no hacía esfuerzo alguno por congeniar, que podía dar la impresión de ser una mujer altiva o malhumorada, me enteré de las últimas noticias que circulaban.

Un día llegué a casa del mercado y me fui directa al gallinero sin canturrear. Estaba preocupada por lo que había oído.

—Nathanael, ¿sabes qué están diciendo? He oído que a un granjero que poseía tierras al otro lado del pueblo lo han echado de su granja por no mantener la cuota de leche. ¿Habías oído algo semejante alguna vez? La Oficina Gubernamental de Agricultura le dijo que debía proporcionar más y él se empeñó en quedarse con algo para la mantequilla, algo para vender y algo para consumo personal, por supuesto. Hubo un aviso y se lo llevaron. Ahora vive en la ciudad y planea ir a trabajar a una fábrica. Se dice que lo han hecho para darnos a todos un ejemplo. Para que veamos qué pasaría si no obedecemos al supervisor del Departamento. Jamás sobreviviríamos si perdiéramos la granja. ¿Qué sería de ti?

—Cada día te acercas más, mi querida Eva. Eres como un eremita en tu propia vida. No puedes evitarlo. ¿Crees que son sólo los judíos? ¿Sólo la gente que vive en las lejanas ciudades? ¿Sólo los que piensan en política? Esta es la vida tal y como se vive en este país. Puede que te den una explicación cuando se apoderen de tu granja, pero no tendrá nada que ver contigo y no serás capaz de detenerlos. Tienes suerte de que la gente todavía necesite huevos.

—Pero, ¿qué pasará si no consigo que estas gallinas pongan suficientes huevos? Si pierdo la granja será como perder a mi familia. Lo único que conocemos es el trabajo en el campo y la vida en el campo. Ya ves cómo te va a ti, apenas puedes mantener la cordura en este lugar. El ritmo de mi cuerpo, de mi mente y de mis músculos es el de una campesina. No me cuesta llevar agua cincuenta veces al día. Generaciones de campesinos pueden preparar la tierra, plantar las semillas y esperar a que llueva. Si no llueve, tras dejar de refunfuñar, volveremos a intentarlo al año siguiente. Nuestra vida consiste en atender a los animales y hacer crecer las cosas a las que cuidamos pero con las que no podemos comunicarnos. Nos pasamos las horas con cosas que no podemos controlar, pero a las que nos hemos acostumbrado. De pequeños mimamos a los cerdos, para después lamernos los dedos con el jugo de las salchichas que se derrama por nuestras barbillas. Para nosotros todo esto tiene sentido. Debemos mantener esta granja o perder nuestras vidas. Mi marido jamás soportaría vivir con semejante vergüenza.

BOOK: La vendedora de huevos
10.64Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Craving Perfect by Liz Fichera
Into His Keeping by Faulkner, Gail
Wedding Belles by Janice Hanna
Crushing Crystal by Evan Marshall
Fairy Thief by Frappier, Johanna
Banquo's Ghosts by Richard Lowry
Save Me by Heidi McLaughlin